Filosofía

Qué es educación

 
REFLEXIONES SOBRE EL LIBRO: ADIÓS A LOS TRECE AÑOS, DE SARA MEIRELES
 
Portada del libro «Adiós, trece años»

 

Ahora que siento la fuerza y la luz de mi amanecer, siento también mi responsabilidad en el viaje que quiero proseguir hasta mi mediodía. Y cuando llegue allí, quiero continuar viéndome a mí y al mundo con la misma curiosidad; con el mismo entusiasmo y alegría, y con la capacidad de creer que tienen los niños. Y, con la sabiduría de la luz que la edad me dé, conseguir un modo de desenvolver y sembrar mis talentos en el jardín del mundo, para que a los niños, a quien adoro, les guste estar en él, quieran estar en él, y cada uno de nosotros, pueda también ser más feliz cuando por él pase[1] 

¿Qué es educar? Enseñar a vivir ¿Cómo? Desarrollando las cualidades internas del alma humana y los dones propios, el “dedo de Dios” que a cada uno impulsa en esta vida, y sin los cuales es como si estuviésemos muertos: los tan mencionados “talentos” y de los que somos tan maravillosamente responsables. Transmitiendo una cultura que sirve de matriz formal, mental y emocional de este desarrollo interior: escenario que permite (y también condiciona, aunque sea temporalmente) conocernos y conocer el mundo en que vivimos.

La palabra “educar” viene de una latina que significa “educir”, extraer desde el interior al exterior, guiar, desenvolver. El efecto del sol, el agua y un buen jardinero sobre las semillas en la tierra.

En las Escuelas de Filosofía Antigua, y a través de ellas, en las diferentes sociedades que alzaron cultura y civilización en el pasado histórico, la educación tenía como finalidades principalísimas:

1-      Promover el reencuentro del joven con su propio ser interior, su propia alma, descubriendo paulatinamente su naturaleza más fecunda, sus capacidades innatas. Desenvolviendo así la Inteligencia que debe iluminar los caminos de la vida, aprendiendo a discernir, valorar y penetrar el sentido de los acontecimientos. Ésta es también la clave del reencuentro con todos los valores del alma que llevan a la concordia, la amistad, la comprensión, el sentido del honor, la responsabilidad; a una axiología moral (el pilar de la estabilidad interior) firme. El desarrollo de una conciencia cada vez más amplia, en su doble faz de espectador de causas y efectos que se suceden en la dinámica vital y de actor pronto a responder a los desafíos que exigen lo mejor de cada uno.

2-      Aprender a usar las herramientas del alma y movernos bien en los escenarios que la misma vida nos presenta, queramos o no. Como una bendición, si sabemos hacer buen uso de ellas, como una maldición si se vuelven contra nosotros y no podemos controlarlas y sujetarlas a nuestra voluntad y libertad interior. Estas herramientas son el cuerpo, la corrientes de vitalidad que le animan, la “mariposa multicolor” de nuestra emotividad (el mundo de las sensaciones internas, emociones, instintos, pasiones y sentimientos) y la mente. Aprender, por tanto a trabajar, a observar, a pensar y a hablar, y a laborar en la tierra sutil, como dijimos, de emociones y sentimientos, estableciendo lazos así con la vida, con la naturaleza y con quienes nos rodean. Aprender a imaginar y a soñar y a plasmar aquello que soñamos. Y todo ello para ser útiles a nosotros mismos (a lo mejor de nosotros mismos) y a la comunidad de la que formamos parte.

3-      Desarrollar la capacidad de asumir bien, y naturalmente, las diferentes edades de la vida, que si no bien asumidas, provocan fracturas internas. Y no sólo ellas, sino las diferentes circunstancias y cambios de escenarios, y las diferentes crisis que debemos enfrentar en nuestro natural desarrollo, las pruebas de la vida. Como dirían los egipcios, poder sobrevivir íntegros a todas las metamorfosis, sin heridas que nos hagan perder la sangre del alma. Hay que llevar al educando, y progresivamente, a partir de la adolescencia a saber enfrentar los hechos, las situaciones y problemas en lo que el profesor Livraga llamó “el difícil arte de vivir la realidad” y no huir por caminos que no llevan a ninguna parte, ni ser víctimas y esclavos de nuestras fantasías. Aprender, también, el arte de la estrategia, saber cómo llegar a donde queremos y sabemos que debemos llegar. Si educar es iniciar en el arte de vivir, vivir es, según un Maestro de Sabiduría hindú: “Aspirar, crear, transformarse y triunfar, todo lo demás es detestable vegetar en una ignominiosa supervivencia en la indignidad, la abyección y el caos”. Esto es lo que el discípulo debe aprender, a aspirar, crear, transformarse y triunfar; y esto lo que el maestro debe enseñar, no imponiendo nada sino haciendo crecer los valores internos del alma del discípulo, creando para ello escenarios, guiando, probando, otorgando los conocimientos necesarios para ello y para comprender al hombre, la naturaleza y el mundo en que vivimos. Como genialmente describe el Jorge Angel Livraga[2], Maestro de quien escribe estas líneas: el hombre tiene una capacidad de creación, de imaginación y de fantasía que le permite pasar por encima de los obstáculos, que le permite no tener una programación mecánica, sino una fuerza espiritual humana que hace que pueda no solamente adaptarse al medio ambiente, sino superarlo y recrear en obras todo un mundo interior. Es obvio que los hombres tenemos un mundo interior, cada uno de nosotros tiene su mundo interior. Su mundo interior está muchas veces en conflicto o está muchas veces en relación no del todo armónica con el mundo exterior o con el mundo circundante. En esta riqueza de la Humanidad cada uno de los hombres tenemos nuestra forma de sentir, nuestra forma de pensar, nuestra forma de vivir; pero tenemos también, todos nosotros, una cultura que nos une. Esta cultura que nos une nos permite hablar de ciencia, hablar de arte, hablar de literatura, de lo que fuere, entendiéndonos por medio de signos convencionales que hemos aceptado. O sea, que los hombres, por la parte genética, sólo heredan una serie de capacidades instintivas, pero hace falta el aprendizaje, esto es, hace falta la transmisión de la cultura para que el hombre se realice como tal.[3]

Este artículo es un ejercicio de reflexión sobre el hecho educativo… y surge después de leer un libro que me ha sorprendido por su belleza, optimismo, sentido de gratitud y por lo admirable de haber sido escrito por una adolescente: Adios a los trece años, de Sara Meireles. Libro que es una despedida de la infancia, una íntima necesidad de revisar los recuerdos de su niñez y paulatino despertar a la vida, sabiendo que inicia en ella una nueva etapa. Ella sabe que cada siete años hay una especie de muerte y renacimiento, como la serpiente que muda la piel, y esta piel vieja no es en este ejemplo piel muerta, es el rastro luminoso de su infancia. Las experiencias que, para siempre ya vivas en su corazón, han forjado su reencuentro con la vida y su sentido.

Pero toda despedida es colmada con voces de gratitud, y es lo que hace esta joven escritora. Da las gracias a maestros, familiares y amigos y muy especialmente a su madre: amable, firme y bondadosa guía en los misterios del vivir. Dice gracias a todos los escenarios, que dejaron una marca inolvidable de belleza en su alma: un viaje a Italia (al que dedica un capítulo entero del libro); los años de vacaciones y fines de semana pasados en la Sierra de la Arrábida, en íntimo abrazo con una naturaleza que sirvió durante miles de años a eremitas y monjes, de altar en sus místicas devociones; en la campiña que el Duero baña y engalana, en lugares donde “además del deslumbramiento visual que siempre me llena ojos y alma, hubo un tiempo para pensar, vivir y soñar…[4]”.

Sentimos una íntima comunión de los paisajes que describe con su alma; se han tornado paisajes del alma, vida interior:

Ahora, de repente, recuerdo aquel espectáculo grandioso y único de cerezos en flor, de Cinfâes a Resende, suavizando este lado más agreste del Duero y vistiéndolo, por algún tiempo, de colores suaves, casi celestiales, que contrastan con los otoñales y calientes de las vides que llenan las laderas, recordándonos el alma de la región, el néctar que lleva el nombre de Portugal por todos los recantos del mundo.[5]

El libro está lleno de reflexiones, demasiado maduras a no ser que pensemos que una es la edad del cuerpo y otra la del alma. Y que una verdadera educación es la que permite que el Alma Peregrina, esa estrella que vive en los internos abismos, abra de nuevo sus ojos al mundo: Pero, como todo en la vida, hay un principio y hay un fin. Por lo menos aquí, en este planeta, en esta dimensión. Tal vez la eternidad esté compuesta por todos esos principios y fines, que se van sucediendo sin intervalos y por eso, la eternidad no tenga tiempo, porque no cesa de renovarse y repetirse, siempre igual y siempre diferente, rodando, rodando siempre. Y nosotros, con la Naturaleza, también somos parte de estos viajes, cada uno con su historia…[6]

Nos sorprende también su alma de poeta, ese misterio que le susurró algunos de sus primeros versos, con nueve años:

Recuerdo una mañana de Domingo en que, sentada en la explanada del café, haciendo un trabajo sobre Sebastián de Gama para la escuela, unas palabras, tal vez unos versos, comenzaron a surgir de la punta del bolígrafo. En cierto momento, ya no sabía si era yo o él quien escribía: era la magia de la Arrábida. Sebastián de Gama tenía razón… Surgió entonces este poema, que ahora queda aquí, tal como escribí en aquel momento, pues hay cosas que no se pueden cambiar, pertenecen a un tiempo, a un tiempo que deja una huella 

Por el sueño es que vamos[7] 

“Por el sueño es que vamos”

Posarse en el mar, en la tierra o en el aire

Sin saber dónde estamos,

Dónde vamos,

Lo que soñamos

Soñamos sólo por soñar… 

“Por el sueño es que vamos”

Descubrir varios caminos

Y soñamos un día

Que el señor Dios nos guía. 

“Por el sueño es que vamos”

Descubrir la poesía

Que vive en nuestro interior

En una inmensa alegría,

Que nos hace soñar

Que nos hace vivir. 

“Por el sueño es que vamos”

Y yo sé qué sueños tengo…

Pediatra quiero ser,

¡Y poetisa también, para un día

Abrir los corazones de los niños

Para que vivan en un mundo de alegría! 

“Por el sueño es que vamos”

Y yo pido inspiración:

A la Sierra de la Arrábida

Para con mis versos

A muchos hacer soñar… 

Este es un merecido elogio al libro, y una sonrisa y mirada de simpatía y gratitud a su autora. Volvamos al “hecho educativo”. ¿Por qué dan tanto que pensar estas páginas? Porque demuestran el buen fruto de una buena educación, lo que nos permite deducir algunos principios pedagógicos y recomendaciones olvidadas, o que no se aplican, sin más. Y cuyo olvido o pereza está llevando a nuestros hijos al analfabetismo moral, a la incapacidad de asumir riesgos, a decisiones blandas, a la irresponsabilidad, a que los niños se conviertan en tiranos de los padres, y a que en ellos veamos, ¡oh desgracia! a futuros esclavos: de los otros, del mundo, o de sus propias pasiones. Todos estos desastres educativos, efectos de una voluntad, discernimiento, imaginación débiles, no cultivados, como plantas raquíticas incapaces de dar fruto. De qué sirve acumular datos y más datos que no se comprenden ni se encuadran, que se van a olvidar sin dejar huella; de qué sirve “modelar” a niños, adolescentes y jóvenes para que se conviertan en “piezas” de una industria de consumo, en engranajes de máquinas que diez años después quedan obsoletas: y las piezas tienen que ser de nuevo fundidas para encajar, ¡Dios sabe en qué mecanismo desnaturalizado! Lo importante es forjar ciudadanos libres, audaces, atentos, con iniciativa, prontos al servicio al prójimo o a una Causa; inteligentes para hallar por sí mismos el camino y con una lógica natural implacable que destruya con sus aspas de acero cortante todas las redes de engaños que una sociedad depravada y amoral va a lanzar sobre ellos. No es el momento de buscar culpables, sino soluciones, recordando que, como decía el sabio Sri Ram, el proceso educativo es como una elipse cuyos focos son los padres y la escuela, y meditando y extrayendo conclusiones, de que cuando los dos focos son uno, acercándose hasta fundirse, o existe un solo foco, la elipse se transforma en circunferencia, una figura geométrica perfecta.

Veamos algunos de los ejemplos de oro de la educación de esta joven, educación cuya alma mater ha sido, y permítaseme la redundancia, su propia madre, que estaba siempre cerca, atenta y vigilante, y al mismo tiempo creando espacios para que ella pudiera, sola, crecer[8]:

La edad de los cuentos pura, amable, bondadosa y prolongada, no regateando esfuerzos los padres en estar con los niños. Historias leídas o inventadas (hay que saber) para ilustrar una enseñanza.

Aprender a encontrarse, siempre que fuera posible, con la magia del amanecer y de los atardeceres, en silencio, absorbiendo la belleza de esta ceremonia, la más antigua, de la naturaleza. Aprender a observar, con conciencia pura, sin deseos, la mínima lección de esta naturaleza. Pintar y pintar, con pinceles o con palabras en descripciones, para captar con atención cada uno de los detalles, siguiendo la máxima del libro inmortal “Luz en el Sendero”: Escucha el canto de vida. Conserva en tu memoria la melodía que oigas. Aprende de ella la lección de armonía.

Hablar, escribir, es como tejer, como bordar, construir con palabras la arquitectura inmaterial de lo que imaginamos o intuimos. Pero lo primero de todo es aprender a ver, a escuchar: no es por casualidad que los pitagóricos hacían voto de silencio durante cinco años: Recuerdo cómo mi madre, conversando con nosotros antes de escribir, nos pedía que sintiésemos el Sol y que nos callásemos por instantes, y que escuchásemos lo que el viento nos decía, las historias que aquellas flores, aquellos árboles, aquel mar nos tenían que contar… Hablaba a nuestro corazón de niños. Y mecidos en aquel “juego”, comenzábamos a oír el viento, las flores, los árboles y así escribíamos lo que oíamos, lo que imaginábamos que nos querían decir… Y fue en este clima que las primeras palabras, las primeras historias, los primeros versos, los primeros dibujos salieron de nuestras manos y de nuestros corazones...[9]

Leer los clásicos de la literatura y no los libros para idiotas o de amargados que llenan los programas educativos y que muchas veces los padres sienten vergüenza en dar a los niños. Desde los nueve años, o antes, Sara leía a Eça de Queiros, ¿y por qué no? Es evidente que en la primera lectura no va a asimilar todos los tesoros ocultos que guardan los clásicos, pero sí una forma de pensar, de decir noble y elevada, propia de almas grandes y no de vendedores hábiles. La asimilación sintáctica está muy unida a la arquitectura del pensamiento. Una mente diáfana, ordenada como la red cristalina de un diamante permite el paso de la luz, la Inteligencia. La mente se asemeja a aquello que toca, poco a poco. Si nuestra mente se acerca a mentes claras, de altos principios y una lógica casi divina, paulatinamente se va ordenando, disciplinando y haciendo transparente. Es claro que llega una edad en que hay que trazar caminos en la mente desde el interior, como si nuestro Yo íntimo fuera un héroe con un Hacha de Doble Filo en un laberinto, en que se abre paso pensamiento a pensamiento. Pero eso es después, esa es ya la construcción consciente, es caminarse a sí mismo. Si todo está cubierto de la tupida y cálida maleza de una mente caótica, llena de pensamientos desordenados, el trabajo desde el interior será difícil, casi imposible.

Y es necesario no sólo leer, sino reflexionar, pensar, considerar con atención para asimilar aquello que leemos. Leer es como comer intelectualmente, evitar “comer” sin necesidad porquerías que dañan nuestra mente, tener firmes y acerados dientes de análisis para que nada sea aceptado sin ser seriamente valorado, pesado, medido. 

Pero no quiero agotar al lector y sí animarle que lea con atención esta obra, que si le preocupa cómo educar, en ella va a encontrar principios pedagógicos luminosos y firmes, los que necesita el presente si quiere construir un futuro esperanzado. Termino con dos citas de esta obra que son joyas morales:

[Comentando la obra de los grandes genios del Renacimiento] A propósito de la confianza que Brunelleschi tenía en sus capacidades y del valor que tuvo en perseguir sus metas, aprovechó entonces mi madre para hablarnos de la importancia de los sueños y de la confianza en su realización, sueños que si están aliados al estudio y al trabajo regular, nos pueden llevar siempre hasta donde deseamos ir, proyectando hacia el exterior lo mejor nuestro; a veces, nos decía ella, esa postura nos puede dar la fuerza de perseverar, cuando pocos, o ninguno, nos aprueben o entiendan […]

…es preciso no perder de vista los sueños, independientemente de la aprobación exterior. La verdadera aprobación, nos decía ella, tiene que venir desde nuestro interior, aunque nos aconsejase siempre la humildad de saber oír a los que están a nuestro alrededor, pues siempre tienen mucho que enseñarnos… 

¡Gracias, Sara! y ¡Gracias Julia[10]! por recordarnos y con tanta belleza qué es lo más importante y qué no debemos olvidar, de ninguna de las maneras y a pesar de todos los narcóticos de nuestra sociedad de consumo y de la vida acelerada e irreal que nos quieren imponer. 

José Carlos Fernández

Lisboa, 9 de Enero del 2009 


[1] ¡Adeus, treze anos!, de Sara Meireles, libro escrito por esta joven  en el 2008, con catorce años. Ariana Editora, pag. 91

[2] Filósofo, historiador y poeta. Fundador y director desde el 1957 hasta el 1991 de la Organización Internacional Nueva Acrópolis

[3] Conferencia impartida el 10 de marzo de 1976 en la ciudad de Lima, Perú. Aparece editada en el libro Magia, Religión y ciencia para el Tercer Milenio, pag. 225-237, Editorial Nueva Acrópolis, España.

[4] Adeus…pag. 39

[5] Idem, pag. 39 y 40

[6] Adeus..pag. 37

[7] Adeus, pag. 35

[8] Adeus…pag. 33

[9] Adeus… pag. 34

[10] Julia Prior, madre de Sara Meireles.

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