Literatura

La Malvaloca, de los hermanos Quintero

Las academias y los intelectuales no siempre aciertan, y menos aún a la hora de reconocer el genio. O porque su luz les ciega, o porque les ciegan sus propios prejuicios, o porque viven en el laberinto de sus mentes con muros tan gruesos que ni permiten el paso de la luz y el aire, o porque en exceso hijos de una época se arman en “guardianes” de las puertas del futuro, esforzándose para que no sean abiertas, la verdad es que al final vox populi, vox dei, y como decía Confucio, es la gente común la quien reconoce al genio, como la hierba saluda con respeto al viento que pasa a través de ella, renovando su vida, y no lo hacen los que viven en torres de marfil. Qué bien lo expresó Voz del Silencio:

“Sí, la ignorancia es como una redoma cerrada y sin aire, y el alma un pájaro dentro de ella. Ni canta ni puede mover una pluma; la cantora enmudece, queda entorpecida y muere exhausta. Pero incluso la ignorancia es mejor que la Sabiduría de la Cabeza si esta no es guiada e iluminada por la Sabiduría del alma.”

Con las obras de los Hermanos Quintero (Serafín y Joaquín) sucedió algo semejante. El público los aclamó como a pocos, adoraba sus obras, su genio alegre y confiado, sus sainetes y teatro que entre una gracia y otra, hacen que penetre una y luego otra, y otra, de las flechas de Apolo, estas que los mortales llamamos verdades del Cielo. Y así una obra y otra, más de trescientas, más de diez mil páginas, más que las estrellas que vemos en el cielo en una noche perfecta, y con razón dijeron los sabios chinos que 10.000 era el número síntesis y madre de todo lo que existe.

¿Su Andalucía es una Andalucía de tópicos? Claro, como lo son los Sainetes de Arniches, con Madrid, o las pinturas de Pompeya, y en este caso son tópicos mitológicos. ¿Que pintan tipos y no caracteres? Muy bien, como hacían los griegos y romanos con las estatuas de sus dioses y héroes, perfectamente caracterizados en su iconografía, y sin embargo estos últimos, los romanos, al mismo tiempo hacían los retratos, cada uno ya diferente, uno en sí mismo, de sus personajes públicos.

El hecho es que las Academias le atribuyeron, y ya está, el “género chico”, y si no es por Luis Cernuda, no se les incluye, ni tangencialmente, en la Generación del 27.

Y la verdad es que al ver -más que leer, pues es teatro- sus obras, no queda en tinieblas ni sucumbe el alma al dolor ni al sin sentido aparente de la vida. Todo lo contrario, el alma sonríe, ante las brisas de belleza que siente, y esperanzada está dispuesta a aceptar nuevos desafíos sabedora del Omnia transit que nos desnuda de lo no esencial.

Que los escenarios psicológicos de esa Andalucía pacata y de señoritos, de religiosidad sentida en la carne y en la sangre, de Cristos de las Espinas y Señoras de las Angustias nos parecen de otra historia que no la nuestra, de tan distantes de nuestra sociedad tecnológica y de redes sociales. Quizás, pero la llama del genio caldea el ánimo, más allá de la madera del tiempo y costumbres en que arde. Muchas de las situaciones que presentan -no en lo profundo, pues el alma no cambia en tan pocos siglos, solo las ondas espumantes de su superficie- carecen de sentido, para nosotros que, en lo sexual o en el tejido de relaciones humanas estamos más cerca de la Grecia de Platón o de la Roma de San Agustín (¡ya entrando en la Edad Oscura!) que de la España de hace un siglo.

Malvaloca es una incursión al drama y a los conflictos del alma, sin perder su deje cómico que lo viste. Es de las obras más representadas de los Hermanos Quintero, y aun así hoy, prácticamente desconocida. En un artículo de El País de 1983 escribieron un artículo crítico “Malvaloca, setenta años después”, porque se emitía en la cadena de Televisión ese mismo día, en el inolvidable Estudio 1 y la voz de los medios públicos casi ya quedó en silencio. Después de haber sido adaptada al cine en 1927, 1942 y 1954, y luego en Televisión (cuando un mismo programa era visto por la mitad de España entera) en 1963 y 1983.

El drama es el desarrollo de una copla popular:

Meresía esta serrana
que la fundieran de nuevo
como funden las campanas”

Pues es la historia de una bella joven Malvaloca, un alma “perdida” para aquella época, por haber sido, en su pobreza, amante de varios hombres, desgastando su inocencia y juventud, como se decía entonces, al pasar de mano en mano. Una mujer excluida de la buena sociedad y de lo respetable, hasta el punto de que era fácil oír el “donde ella esté, yo no, para no contaminarme”. Un amor generoso y sacrificado puede redimirla, haciéndola “nacer” de nuevo, como una campana, quebrada, que al ser fundida y renacida puede hacer música de nuevo.

Aunque las situaciones no sean las mismas ahora que hace cien años, sí lo es el poder redentor del amor, del sacrificio, la muerte interior y resurrección que permiten enderezar el paso hacia la Luz, hasta el punto de contemplar la vida anterior como un sueño. Como el concepto y la etimología de neófito (un nuevo retoño) que enseña cómo el Árbol de los Misterios, el cual indica la presencia del Yo espiritual o Dios interno en el alma humana, abría un nuevo brote en un nuevo corazón. La bondad y entrega total de la amada es la que garantiza el buen éxito de esta resurrección, al que una impureza esencial daría al traste.

La analogía que se establece entre la campana, quebrada, que va a ser fundida otra vez, con el mismo metal y la misma forma, pero en un molde nuevo; y la joven es realmente soberbia, admirable. Y lo mismo que el protagonista ante la bondad y belleza femenina de Malvaloca, el respeto religioso ante lo que la campana significa, con todo su poder purificador y sentido de lo sagrado, es quizás hoy más necesario que nunca. Para limpiarnos de todos los miasmas etéricos y psíquicos que se nos adhieren ante el olvido de lo que es realmente importante. Es como en el budismo tibetano, en que la Campana indica la Sabiduría pura, el Eterno Femenino, la Voz de los Budas, en el latir de su Corazón de perpetuidad, así como el Vajra es la verdadera Voluntad como la gran fuerza de compasión que sostiene la realidad esencial. En realidad, ella y él, Leonardo y Malvaloca, al amarse entregándose al fuego del sacrificio son como el vajra y la campana que permiten nacer a una nueva condición, liberándose kármicamente de lo pasado (no porque este karma “desaparezca” sino porque es devorado por la vida de ese mismo fuego, de esa acción consumidora).

Leonardo-

“¡Labrar yo tu hermoso cuerpo en cera roja, con sangre de mi sangre, esconderlo en la tierra, echar al fuego en el crisol tus pedazos, purificarlos en llama viva… y volcar en la tierra ese fuego, y sacarte de ella otra vez pura, limpia, otra, otra… ¡pero la misma!, nueva, sin mancha, sin pasado, ¡pero igual!… con estos ojos, con esta boca, con esta alma grande y buena en la que se abrasa mi vida!”

Es muy bella la referencia también a la cadena del amor, a los vínculos de oro que establecen, irrompibles, los vínculos de alma y que mantienen unidas las sociedades, según enseña Séneca en su Tratado de los Beneficios. Vínculos consistentes también, en las leyes que las enlazaban y protegían, como en el símbolo de la ley romana, las 30 varas de olmo o abedul unidas por una cinta de cuero rojo, rodeando a un hacha de doble filo. Son los vínculos de voluntad, en base a la deuda de gratitud, la misma cadena de oro y amor con que se dice que el Hércules Galo (Ogmio) conducía a las sociedades, brotando la misma de su boca, y nacida de su discurso.

Malvaloca-

Y Leonardo ha tenío la desgrasia de tropezarme en er camino un poco tarde. Cuando yo vi de la manera que me quería, pensé dejarlo, por librarlo de esta cadena, pero ya no me fue posible: me ataban los mismos eslabones.

Juanela- ¿Tan fuertes son?

“No hay yunque en que se rompan ni fuego que los deshaga tampoco. A gorpe de corasón se han formao, y yo no he sabío que tenía corasón hasta que sentí a mi lao er de ese hombre. Sonó er suyo, y er mío le respondió como un pájaro. Primero doy la vía que dejá de oírlo y de contestarle. Yo, que en este mundo lo he dao tao, esto no lo doy.”

De todos modos, las más bellas comparaciones y metáforas son las que se establecen entre la campana quebrada, la Golondrina, y el alma de Malvaloca:

“Leonardo- ¿Tú has visto la campana?

Salvador- Sí. Está partida de arriba abajo.

Leonardo- No es extraño, si sonaba tan bien.

Hermana Piedad- ¿Y eso?

Leonardo- Las campanas, cuanto más sonoras y bien timbradas, más frágiles. La que más nos encanta oír es la que con mayor facilidad puede romperse.

Salvador- Á las mujeres se paresen en eso.

Hermana Piedad- Calle usted, hombre, calle usted; que en todo asunto ha de acordarse de las faldas.

Salvador- Es que las campanas las tienen. Por eso me he acordao.

(…)

Hermana Piedad -Dios se lo pague a ustedes. Y eso precisamente quería yo saber: si quedará tal cual estaba; si después de arreglada será la misma.

Leonardo- La misma: de la misma hechura que hoy tiene, fundida con el mismo bronce.

Hermana Piedad- Bien, bien: si ha de ser así bien. Es campana esa llena de tradiciones y recuerdos muy queridos.

Leonardo- Pues usted ha de ver cómo seguirá siendo la misma. La Golondrina [es el nombre de la campana] levantará el vuelo, dejará la torre, entrará por la puerta de nuestros talleres, vivirá unos días con nosotros, el fuego la consumirá para darle después nueva vida, y volverá a su nido cantando mejor que cantaba.

(…)

Hermana Piedad- El milagro de la golondrina, que por gracia de Dios, que poner hombres buenos e inteligentes en la tierra, va a sonar como en otros tiempos.”

(…)

Martín [el antiguo campanero]- Pos que diga la hermana: paresía una voz de los sielos. Dispertaba a los pueblos con sus sones; alegraba los campos ar sé de día; yamaba a resá a la gente cristiana; yoraba por los muertos…

(…)

¿Ustés no ven que me estoy cayendo de viejo? Pos hasta que la Golondrina se partió no me di cuenta de mis años! ¡Por eya er tiempo no pasaba, y yo vivía como si ella fuera mi corasón!

(…)

Sí, realmente, la campana es una buena metáfora del alma, si suena bien o no, si tiene barro o sustancias extrañas que la impidan dar sus arpegios de bronce, y no vuela, pero voltea, y quien sí vuela es su tañido, y aun su metal, en ínfimas partículas irradiadas, y que puede romperse y es necesario refundirla de nuevo ante el fuego de Eros, su amado y maestro. Este era el sentido, decía Platón, tanto de la muerte o retorno del alma a su morada natural, o del renacimiento, con nuevas oportunidades, o de la Filosofía, que también, si legítima, permite ser forjado en su fuego que es amor y es conocimiento.

Jose Carlos Fernández
Almada, 19 de agosto del 2022

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