«El propósito de toda meditación, declárese o no, debe ser el de producir un sentimiento interno de paz y serenidad, de genuina cordialidad con los demás, y una conciencia de verdadera relación de uno con la vida en toda forma (…)
La meditación puede ser efectiva cuando está presente en la mente una verdad hacia la que hay una atracción natural, una respuesta interna nacida de la belleza de esa verdad.»
Nilakantha Sri Ram en Pensamientos para Aspirantes
Casualmente, en un artículo del Dr. Jinarajadasa[1] me encontré la siguiente afirmación: «Las meditaciones son cinco, sobre el amor, sobre la piedad, sobre la alegría, sobre la impureza y sobre la serenidad». Y me impresionó porque aunque había oído o leído sobre los diferentes tipos de meditaciones que realizan los budistas, nunca lo había encontrado enunciado de esa manera, tan inspiradora. Y no incluimos aquí la definitiva y más difícil de todas, que sería la meditación sobre la vacuidad, tal y como la enseña la Escuela de Nagarjuna, que según enseña este filósofo y místico, no es ni la Nada ni un principio[2] transcendente. O quizás esta sea, en definitiva, el amor que todo lo une, todo lo incluye, todo lo perdona, todo lo resuelve y del que no puede prescindir un solo átomo del universo o del espacio y el tiempo. La concavidad del Amor o Eterno Femenino está esperando la gestación y plenitud de la vida haya o no materia, tiempo, espacio, causalidad…

Para aclarar y refrescar mi memoria, encontré el siguiente diccionario de budismo, el de la Escuela Japonesa Nichiren, que describe estas 5 Meditaciones de la siguiente manera[3]:
«Cinco meditaciones [五停心観]( gojōshin-kan), también llamadas, cinco meditaciones para detener la mente. Cinco meditaciones para aquietar la mente y eliminar la ilusión. Son (1) la meditación sobre la vileza del cuerpo, (2) la meditación sobre la compasión, (3) la meditación sobre el origen dependiente, (4) la meditación sobre el discernimiento correcto del mundo fenoménico y (5) la meditación sobre el conteo de respiraciones. La meditación sobre la vileza del cuerpo sirve para eliminar la codicia al contemplar la impureza del cuerpo y romper el apego al mismo. La meditación sobre la compasión sirve para eliminar la ira y el odio al contemplar la compasión. La meditación sobre el origen dependiente sirve para eliminar la necedad o la ignorancia al contemplar la cadena de causalidad de doce eslabones. La meditación sobre el discernimiento correcto del mundo fenoménico permite obtener la comprensión de que ningún fenómeno o existencia tiene una sustancia intrínseca permanente, al contemplar los cinco componentes y los dieciocho elementos. La meditación del conteo de respiraciones sirve para calmar la mente contando las respiraciones.»
Desde otra perspectiva, hemos estudiado la meditación o quizás mejor, atención, sobre cada uno de los movimientos que aparecen en nuestra conciencia, comenzando por los movimientos o mínima tensión muscular, hasta la caza de los pensamientos, como el gato que acecha al roedor, al que podríamos añadir las fotografías o registro moral de cada una de nuestras actitudes, pensamientos, palabras, acciones. Siendo dicho «registro moral» la prueba si se adecúan o no a la Rectitud, a lo que consideramos ideal, justo, noble, verdadero (y no, desde luego en el sentido del super-yo de Freud). O la meditación «el silencio del Buda», donde la conciencia se expande hasta sentir y «tocar» todo lo que nos rodea, en esferas concéntricas que, por lo menos en nuestra intención y mente, deberían expandirse hasta el infinito. O la «meditación del alquimista» en que verificamos el proceso de depuración de sustancias anímicas, de manera que estamos dispuestos a absorber el sufrimiento y la impiedad y transformarlos en belleza y virtud, y deseo de hacer el bien: una meditación en la que tanto insistió el príncipe y sabio Atisha y que el profesor Livraga explicó de un modo muy gráfico, «tragar amargo y escupir dulce», o Chopin «convertir en música el ruido y desarmonía del mundo». Podríamos incluir la meditación en que nuestra voluntad, o simplemente nuestra conciencia se abre para que todo lo que «vive y respira» halle eco en nuestro corazón, llegue hasta lo más profundo de nosotros mismos. Y así un largo etcétera.
También deberemos mencionar, y más en primer lugar que en último, las que menciona H.P. Blavatsky en su «diagrama de meditación de la Escuela Esotérica» y que recomiendo ver, antes de seguir este artículo: https://theosophicalsociety.org.au/articles/diagram-of-meditation

Pero volviendo a las 5 Meditaciones Budistas, al enumerarlas de ese modo Jinarajadasa, me han parecido esclarecedoras, luminosas, con un carácter propio, más allá de que las dos primeras (la meditación sobre la compasión o piedad y sobre la vileza del cuerpo sean las mismas que menciona el diccionario budista de la Escuela Nichiren antes mencionado).
Meditación sobre el amor
No en vano Hesíodo sitúa a Eros, como impulso primordial, el nacido de sí mismo, en la tríada de poderes anteriores a todo (Caos-Eros-Gea). Fue, es y será siempre, y aquello que de él se aparta, pierde su sentido, su goce y plenitud. Alimenta y guía a los seres hacia su perfección y plenitud, no los deja estancarse, y aunque a veces su dardo de fuego o elixir de inmortalidad embriaga la vida y esta parece detenerse en su poderoso avance, luego de nuevo cae en cascada y debe continuar su impetuoso curso. Platón al hacerle hijo de Penia (necesidad, hambre) y de Poros (plenitud) dice de él que es la «sed de perfección», pero quizás sea más fácil verla como la perfección o Ideal mismo que llama a sus hijos a su Reino y no les deja que se detengan, entreabriéndoles las puertas de sus Misterios una y otra vez, una anticipación del goce infinito del Amor, una disolución de todo egoísmo y límite, tal y como lo plantea Wagner en su Tristán en que el tú y yo de él e Isolde se consumen en un mar infinito sin orillas y cuyo único atributo es la ondulación perpetua, la «Respiración de la Madre del Mundo».

Para el Profesor Jorge Angel Livraga, el Amor es la fuerza que une todas las cosas, y ante sus ojos todos somos siempre bienamados. Para el filósofo N. Sri Ram, «la capacidad de amar reside en la naturaleza incontaminada del hombre, una naturaleza que es delicada a la vez que fuerte, capaz de vibrar en simpatía con toda forma de vida, con cada una de acuerdo con su tipo y manera de acción».
En la religión hitita, sólo el gigante Ulikummi es capaz de desafiar, insensible, la voz del amor, y crece como un cáncer que amenaza tierra, mares e incluso al cielo con sus dioses. En la Tetralogía de Wagner, el famoso canto de Loge, dios del Fuego, explica cómo nada vivo puede renunciar al amor, del verdadero amor (no ir detrás de nuestros deseos) y quien lo haga es una peste para el mundo, en este caso la codicia de Alberich, el nibelungo. Los actos que no nacen del amor, en el amor, son inútiles, perniciosos, sospechosos, malos augurios, anuncios de ruina y destrucción, pues donde Ella, la diosa de la Belleza no está nada está, lo que resta es un simulacro de muerte y desesperación.
Meditación sobre la piedad o compasión
En uno de los libros más bellos nunca escritos, Voz del Silencio, leemos: «¿Has armonizado tu corazón y mente con la gran mente y corazón de toda la humanidad? Pues, como en la voz rugiente del Río Sagrado en donde todos los sonidos de la Naturaleza hallan su eco, así debe hacer el corazón de aquel-que-quiere-entrar-en-la-corriente, se estremece en respuesta a cada suspiro y pensamiento de todo cuanto vive y respira.»
Esa es la quintaesencia de la piedad y compasión. Y si Pietas, en Roma, era, como decía Cicerón, cumplir el deber hacia los Dioses, era precisamente por esa conmoción, por ese estremecimiento hacia ellos como padres de nuestras almas.

Y de nuevo en esta joya mística leemos: «¿Puedes tú destruir la divina COMPASIÓN? La Compasión no es un atributo. Es la LEY de las LEYES -la Armonía eterna, el MISMO Alaya; una ilimitada esencia universal, la luz de la perpetua Justicia, el equilibrio de todas las cosas, la ley del amor eterno. Cuanto más te conviertas en uno con ella, fundiendo tu ser con su SER, cuanto más tu Alma se una con lo que ES, tanto más te transformarás en COMPASIÓN ABSOLUTA.»
Compasión es sentir y ayudar con la voluntad en el esfuerzo de todo lo que vive –incluido el reino mineral, y los elementos, pero ante todo, por pertenencia a, la Humanidad entera, o por proximidad, aquellos de los que tenemos conciencia directa– por acercarse a su IDEAL, lo que significa el dolor y la purificación a que es necesario someterse. Es ser, con el Alma, el Camino mismo que llama a los caminantes que se alejaron y perdieron, y que levanta al caído, y que alimenta al hambriento y vigoriza al debilitado. Vivir como Ideal el Corazón del Señor del Mundo, que siente en sí las injusticias sufridas por la más ínfima de las criaturas, pues vive en el corazón de cada una de ellas, y se convierte en médico de su dolor, aunque limitado por la acción del Karma mismo, inexorable siempre.
Meditación sobre la Alegría
Como decía el mismo Jinarajadasa, en los Misterios de Eleusis se enseñaba que en la naturaleza alienta siempre, una corriente de incesante alegría y gozo, que aunque pautada por los intervalos de dolor y sentimiento de miseria, aun detrás de ellos vive. Y aun en todo dolor el alma goza, al liberarse de sus ataduras y deudas, como un Shiva danzante en su rueda de fuego.

Si nuestra mente oscura no archivase y repitiese el dolor con la memoria, si no lo amplificase como hacen las lentes ópticas con los rayos de luz, si no lo deformase con su propia deformación, si no se hiciera víctima o verdugo con las odiosas comparaciones, éste, el dolor, no pesaría tanto sobre los hombros de los mortales, y sus heridas serían siempre de corta duración, como vemos en la naturaleza misma, que no teme a la muerte, y donde en medio del conflicto y tensión reina esta alegría. Pues como decía Heráclito, «la guerra es la madre de todas las cosas», y la vida que se regenera a sí misma, aunque con dolor, no puede ser sin alegría, pues si no, la vida no hallaría cómo continuar.
Meditación sobre la impureza
¡Qué amplia es esta meditación, pues su verdad llama a nuestra mente a cada instante, especialmente en lo que nos concierne, víctimas como somos de ella!
Contemplamos a través del vidrio de la mente sublimes paisajes, y ahí está siempre la mosca del yo queriendo convertirse en reina de nuestra atención. Palabras grandilocuentes se convierten en ejemplos mediocres, eso es impureza. Propósitos que deberían ser firmes como un decreto divino, se diluyen como el metal en ácido sulfúrico y en poco, ni nos acordamos de ellos, sin darnos cuenta que así nuestra alma es arrojada al abismo de la Nada. Eso es impureza. Experimentando el dolor sabemos qué no hicimos bien, y poco importa, en breve repetiremos la falta. Eso es impureza. La amistad traicionada es impureza. La cobardía es impureza. La falta de medida es una impureza que peca contra la música universal. La falta de memoria de alma es impureza. La falta de respeto por todo lo que vive es impureza. Hablar de más es impureza y hablar de menos también. Y herir al otro, con palabras, actos o sentimientos manifiestos, es impureza. Y como dice Jesús en el Evangelio, la impureza no está en lo que entra por nuestra boca, en la comida, por ejemplo, sino en lo que sale de ella. No responder a la ayuda que nos piden, es impureza. Juzgar severamente a los otros, o peor, rechazarlos por creencias sectarias de cualquier tipo, es impureza. Demasiada atención al cuerpo y a la materia, que de todas formas, fluyen disolviendo toda forma, es impureza. Querer ser amados a cualquier precio, es impureza. Querer descansar o vivir a cualquier precio, es impureza. Querer ser jóvenes a cualquier precio, es impureza. No pagar nuestras deudas, monetarias, morales, etc.…, es impureza, y de las graves. No obedecer al tiempo -como decía Shakespeare que debíamos hacer- es impureza. No ser fiel, es grave impureza. No hacer las cosas bien, es impureza. No estar atentos a lo que la vida te enseña es impureza. Perder el tiempo o la vida en fantasías, es impureza, y de las que sólo el dolor nos liberará.

Dilatar la ejecución de lo que debemos hacer o dudar más de lo necesario, es impureza. Poner obstáculos al bien, al amor, a la justicia, es impureza. No honrar a cada uno según su naturaleza y mérito, es impureza. Llegar tarde, o llegar mal, o sin voluntad de hacerlo, o llegar y no hacer, es impureza. Subyugar a los otros, o hacerles dependientes, física, mental o emocionalmente, robándoles la libertad interior, es gravísima impureza. Etc.., etc.
Es decir, impureza, aunque también, no sólo se refiere a observar las funciones corporales inferiores, lo escatológico, o ver cómo la muerte o la descomposición se apoderan de los cuerpos o de las sociedades; es mucho más, y quizás a esta meditación se refiera H.P. Blavatsky cuando dice que la mejor concentración es la atención centrada en el yo inferior, para que no se sienta cómodo al hacer lo indebido, que se sienta descubierto.
Meditación sobre la serenidad
Seguramente el sabio Sri Ram evoca esta meditación cuando nos enseña que pensemos en la severa majestad de las montañas nevadas, o en la serenidad del cielo estrellado, en las leyes de la naturaleza, que son insobornables, o en las verdades morales, etc. en todo menos en nuestros deseos y su satisfacción.
Todos buscamos la Paz, que es la más legítima de todas nuestras conquistas. Y una promesa, o un augurio, o la antesala, o un sabor anticipado de esta Paz es la Serenidad. ¿Cómo no meditar en ella? Pues quizás ella y las verdades que de ella emanan, y las acciones que exige para ampararnos con su mano protectora, son el gran purificador. En la verdadera y pura serenidad, mueren las pasiones y las vanidades, como la espuma de las olas en el mar profundo del que nacen, o los murmullos del bosque en su noche y silencio.
La serenidad es el fruto, y padre e hijo de la constancia, y por lo tanto es de oro, como la estabilidad. Meditar en la serenidad es meditar en la meta de nuestras acciones, y en la matriz justa de las mismas, si queremos que sean eficaces y medidas. Meditar en la serenidad es la faz luminosa de la meditación en la muerte, pues nadie teme, todos aman la serenidad, lo que no podemos decir de la muerte, siendo ambas la cara y cruz de una misma verdad.

Todo lo que es bueno, bello y justo nace en el seno de la más perfecta serenidad, y a todo lo que muere le es permitido retornar a ella, más allá de las semillas kármicas que arrastren de nuevo a una vida tumultuosa y carente de serenidad, que deberá ser de nuevo conquistada, fortaleza a fortaleza.
Esa serenidad, consumada en paz perpetua, un día y una vida, no importa cuán lejanos sean, nos permitirá, como en el Nirvana budista, pronunciar, con los místicos egipcios, en su «Salida del Alma a la Luz divina»:
Yo soy el Hoy,
Yo soy el Ayer,
Yo soy el Mañana.
Desde mis repetidos Nacimientos
permanezco joven y vigoroso.
Yo soy el alma divina y misteriosa
que en otra época, creó a los Dioses
y cuya esencia nutre
a las divinidades del Duat, del Amenti y del Cielo.
Jose Carlos Fernández
Almada, 20 de Julio del 2022
[1] En el artículo Gautama the Buddha, pág. 14 https://archive.org/details/JinarajadasaGautamaTheBuddha/page/n17/mode/2up