Aunque la Edad Media, y no sólo en la Alta Edad Media, sino también en la Baja, hubo una gran ignorancia, fanatismo, crueldad, abuso de los derechos de unos y otros; también hubo una luz, un poder y un Ideal que evitó que las almas se sumergieran en el caos y la animalidad. Este Ideal fue el Ideal Caballeresco, que indicaba el poder del espíritu sobre la materia, de la cortesía sobre la vulgaridad, del respeto sobre el abuso, y del espíritu de Aventura en los cuatro horizontes o hacia lo sagrado (simbolizado por la Demanda del Grial), por encima de la comodidad egoísta y la inercia estéril.
Este Ideal comenzó con los Libros de Gestas de Caballeros, como la Canción de Roland, o el ejemplo de valentía y lealtad, por ejemplo en el Poema del Mio Cid, pero a partir del siglo XII comienza el ciclo artúrico que va a ser ejemplo de reyes, caballeros y poetas trovadores, y que va a estar en boca de todos, aún de los más humildes.
En el ciclo de Arturo hay toda una serie de alegorías y símbolos que claman en lo más profundo del alma humana por la virtud y el servicio a los otros, el sentido de nobleza y de una gran dignidad: el mismo rey Arturo y sus Caballeros de la Tabla Redonda; el Asiento Peligroso; la pureza y perfección de Galahad; la búsqueda de la belleza en Sir Gawain; el sacrificio, inocencia y compasión de Parsifal; la espada en la piedra Excalibur, o la que nombró a Galahad como el mejor caballero; la consumación del amor como en un mar sin orillas que todo lo disuelve en Tristán e Isolda; el símbolo virtud asociada a cada una de las armas y protecciones del caballero y los símbolos de su iniciación y juramento de ingreso en la Orden.
Como muchas veces se dijo en sus textos, y que va a llegar hasta el Don Quijote de la Mancha, el mejor servicio a la voluntad de Dios es Caballería Andante, socorrer a los que necesitan, honrar a las damas, sacrificar los egoísmos en el ara de la generosidad y la bondad, proteger los derechos de los que los ven atropellados, en fin «ir caminando por un mundo de hierro para convertirlo en uno de oro», pues el oro espiritual, como dijo Platón duerme en el corazón de todo aquel que quiere ser un verdadero caballero y una verdadera dama.
Y dentro de esta literatura que fue espejo e incentivó este Ideal Caballeresco, hay una escena que es de las más poéticas, evocadoras y enigmáticas. Es de estas escenas misteriosas, de las pocas, que va a ser transmitida en diferentes versiones[1], con pequeñas variantes, tal es el hechizo que generó en su época y al mismo tiempo su belleza.
Es la escena de ensimismamiento de Parsifal ante tres gotas de roja sangre en la nieve blanquísima, que le recuerdan a su amada Blancaflor.
En la versión del libro de Chretien de Troyes la famosa escena en que el héroe ve la procesión del Grial ya se ha producido. El rey Arturo y sus Caballeros se dirigen hacia donde él está acampando en el bosque. Le dicen que está ensimismado viendo estas tres gotas, y un caballero, símbolo de lo desmedido se ofrece a traerlo, aunque sea a la fuerza. Parsifal es ofendido al ser violentamente arrancado de su meditación, y más cuando el otro caballero le reta. Lucha contra él y le hace caer. Vuelve a su meditación sobre esas tres gotas de sangre como rubí en la blancura de la nieve. El senescal Key, símbolo de gran fuerza guerrera, pero también de falta de delicadeza, quiere también arrastrarlo con violencia, y como Parsifal se niega, luchan. Parsifal le rompe el brazo y la clavícula, como antes de ser nombrado caballero anunció por este caballero haber abofeteado a una doncella que le había sonreído, a él, Parsifal, entonces con aspecto de villano.
Después Gawain (o Gaván) que es el modelo de perfecta cortesía, le trae a Arturo con palabras amables, y sólo cuando él sale de este ensimismamiento, al fundirse en agua la nieve en que estaban estas tres gotas de sangre.
El rojo, sangre, rubí, sobre la blancura evoca, al fundirse, el rosa, color del amor, o incluso el escarlata, el de la espiritualidad y el sacrificio. Es el color de la Cruz de la Orden Templaria. El rojo primario es el amor ardiente e ideal, la devoción, la entrega total y sin condiciones; el blanco es la pureza.
Estos tres puntos de sangre vienen de la herida de un cisne blanco, atacado por un halcón y que cae en la nieve. Al llegar Parsifal, en la versión de Chretien de Troyes, se reincorpora y huye volando.
Estos tres elementos simbólicos son muy sugerentes: Halcón (Logos Solar)-Cisne (Luz de la Sabiduría)- Sangre (Poderes Creadores, Vida) sobre el blanco de la Naturaleza pura, no contaminada.
En el cristianismo medieval, y entre los cruzados, el Cisne era el vehículo del Espíritu Santo, y en la mitología germana, quien indica a Sigfrido, después de vencer al dragón, dónde se halla Brunhilda es también un cisne. Como ganso, de simbolismo equivalente, es también, nos explica el profesor J.A.Livraga en sus Apuntes de Simbología, “la Materia Primordial y la gestación de la Vida, agregando a su simbolismo el llamado “descenso a los infiernos” o “pruebas materiales que reporta la existencia antes de lograr la superación”, como vemos en el Juego de la Oca, en su laberinto iniciático.
Martín de Riquer escribió un artículo extenso, de 34 páginas, sólo sobre esta escena, y con este mismo título: “Parsifal y las gotas de sangre en la nieve”, publicado en la Revista de Filología Española vol. XXXI nº 14, 1955, y del que extraigo algunas notas que comento.
Empieza el artículo, precisamente, con una cita de Góngora en su Polifemo:
“duda el Amor cuál más su color sea, o púrpura nevada o nieve roja”, que nos traen el eco de este símbolo de Parsifal.
Explica que en el relato galés de Peredur, que dice que es posterior al del trovador de Li Contes de Grial, hay una versión más completa:
“Al atardecer, llegó a un valle, y al fondo del valle, se veía la celda de un servidor de Dios. La ermita le acogió bien, y allí pasó la noche. A la mañana siguiente, se levantó y salió. Había caído nieve durante la noche, y un halcón había matado un ganso delante de la ermita. El ruido del caballo hizo huir al halcón y un cuervo se abatió sobre la carne del pájaro. Peredur se detuvo, y mirando la negrura del cuervo, la blancura de la nieve y lo rojo de la sangre, soñó con el cabello de la mujer a quien más amaba, tan negro como el cuervo o el azabache, y su piel tan blanca como la nieve, y sus mejillas, tan rojas como la sangre sobre la nieve. En este momento, Arturo y su corte estaban buscando a Peredur…”
Aquí reaparecen los colores de la Alquimia, sus tres obras, y en su orden, la negra de combustión, la blanca de pureza y plata y la roja de fuego y solar. Así Blancaflor sería la “Piedra Filosofal” o su Alma Inmortal, a la que recuerda y con la que anhela encontrarse, en su Castillo de Belrepaire (“Bello volver a unir aquello que estaba quebrado”).
Este autor, Martin de Riquer, en su monografía alude al origen céltico de muchos de los temas literarios caballerescos que forman “la materia de Bretaña”. Dice:
En efecto en un poema irlandés titulado “El destierro de los hijos de Usech”, cuyo manuscrito más antiguo es anterior al año 1164 se narra lo siguiente:
En cierta ocasión, el padre adoptivo de la hermosa doncella Deirdre estaba desollando un ternero, a la intemperie y sobre la nieve para dárselo a comer. Deirdre observó que un cuervo bebía la sangre que había caído sobre la nieve y dijo a su aya Leborchám: “Digno de amarse sería el hombre que reuniera los tres colores que veo allí: el cabello como el cuervo, las mejillas como la sangre y el cuerpo como la nieve”. A lo que Leborcham replicó que quien reunía tales condiciones no se encontraba lejos de allí: era Naisi, hijo de Usnech.”
Continúa este autor viendo cómo se ha perpetuado este símbolo, por ejemplo, en el cuento de Blancanieves:
“Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La reina cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos, con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la sangre destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: “¡Ah, si pudiese tener una hija que fuese blanca como la nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!: No mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabello negro como l a madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves.”
En relación a los 3 puntos, que imaginamos, formando un triángulo equilátero, es uno de los símbolos en las tradiciones masónicas y aún teosóficas de la “presencia de Dios”, y con cierta equivalencia al importantísimo icono medieval de las “Cinco Llagas de Cristo” que tantísima relevancia tuvo en el siglo XII. En el libro de Chretien de Troyes parece que le diera más notoriedad aún que a la aparición del Grial y la Lanza que Sangra, y no lo anuncia, sino que es posterior a la misma, como un “recuerdo del Pacto”.
Tres puntos rojos sobre un fondo blanco (al que se le añade una circunferencia también roja que los contiene) formaron también el “Pacto Roerich”, el equivalente cultural de la Cruz Roja en lo médico, un símbolo que protegiera los bienes culturales de la humanidad de las guerras y de todo tipo de destrucción motivada por la ignorancia y el egoísmo humano, una especie de Arca de Noé de bienes espirituales que deberían ser conservados en medio de los desastres. Y aquí Nicolas Roerich (1874-1947).
El símbolo, con o sin circunferencia es prehistórico, de los primitivos de la humanidad, y lo vemos por ejemplo en el “Cristo rodeado de ángeles” de Hams Memling como un medallón de su poder espiritual.
En la aplicación concreta de Nicolas Roerich, las tres esferas rojas simbolizan la Espiritualidad, el Arte y la Ciencia y el círculo es la cultura, sobre un fondo blanco.
El mismo Roerich, en medio de la Segunda Guerra Mundial y viendo que las conquistas legales de respeto cultural de poco habían servido frente a los vientos del desastre escribió en 1944:
“Las ideas no mueren, dormitan a veces, pero al despertarse son aún más fuertes de lo que eran antes de su sueño. No ha muerto la Bandera de la Paz. Se ha ocultado, mientras se cometan atrocidades en la guerra. Pero llegará la hora, en que de nuevo se dirigirán conscientemente a la custodia de los valores culturales, a una base verdadera del mundo. Y no solamente ondea la Bandera de la Paz sobre los valores culturales: Ella ondea sobre el corazón humano, aquel gran tesoro, donde está creado el futuro renovado”
Jose Carlos Fernández
Almada, 12 de agosto de 2020
[1] Según Martin Riquer en su artículo “Parsifal y las gotas de sangre” aparece primero en la obra de Chretien de Troyes, en el relato galés, dentro de los Mabinogion, llamado Peredur ab Evrawc y luego en el Parzival de Wolfram von Eschenbach y en el Tristán francés.