Filosofía

Holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki: 75 años después

En la película documental “The fog of war: eleven lessons from the life of Roberts mcnamara”, este personaje, que fue ministro de guerra de Kennedy y luego durante el desastre de Vietnam con Lyndon B. Johnson, y en la Segunda Guerra Mundial uno de los responsables logísticos de los bombardeos a Japón, le dijo a su superior: “Menos mal que vamos a ganar la guerra, porque si no, nos juzgarían y condenarían a muerte como criminales y genocidas”

Antes de la explosión de Hiroshima y Nagasaki -que finalizó, dos días después, la guerra contra Japón con la rendición incondicional de este país destruido- los bombardeos aéreos masacraron las ciudades más importantes del país, en un capítulo de historia que se quiere pase lo más desapercibido posible.

Hace varios años tuve una conversación con un sargento del ejército de un país europeo, y cuya formación y manuales son copia de los de Estados Unidos, decía. Y me quedé pasmado cuando explicó que en la guerra moderna, eso es lo que él estudiaba en estos manuales, se trata de causar bajas ante todo a las mujeres, niños, ancianos, antes que a los soldados, pues hay que vencer quebrando la moral del enemigo. Como si la lucha entre soldados fuese un capítulo de menor importancia, pues la guerra real es la destrucción del alma, y la mejor forma de hacerlo es evidentemente golpear donde ésta muere.

En la Segunda Guerra Mundial, a diferencia de lo que la gente cree, quienes comenzaron los bombardeos sistemáticos de la población civil, mayormente ancianos, mujeres y niños (pues los demás eran soldados en escenarios de guerra), fueron los ingleses, para quebrar la columna moral alemana, y en contra de todas las leyes y convenciones de guerra (que sólo permiten bombardeos tácticos, o sea, objetivos militares, o en todo caso industriales, pero no civiles). Varios altos oficiales de la aviación inglesa dimitieron, condenando esta forma bestial, infame y deshonrosa de hacer la guerra. Más brutal, sobre todo, durante los últimos ocho meses, cuando Alemania ya estaba vencida, pues eran bombardeos completamente innecesarios. Ante el silencio cómplice, ¡y la aprobación! de Winston Churchill[1], el carnicero Arthur Harris, el responsable de dichos bombardeos, se dedicó a exterminar a la población alemana, en uno de los actos más repugnantes del último milenio: las ciudades mismas se convirtieron en campos de exterminio. Las técnicas intimidatorias y guerra de Gengis Khan parecían, en comparación, una versión ya obsoleta y casi infantil. Colonia, Hamburgo, Dresde, Nuremberg, etc… y la misma Berlín sucumbieron en ruinas.

Al principio los militares americanos se habían opuesto a este descenso al abismo pero pronto fueron tentados por sus vórtices y participaron en esta empresa, aquí en Europa y en el Pacífico.

En el caso de los bombardeos de Japón, estos comenzaron de modo sistemático y masivo desde el mes de junio de 1944, y provocaron en la versión más optimista la muerte de más de 300.000 civiles y medio millón de heridos. La misma Tokio, y después de muchos bombardeos, en una noche fue arrasada en el que es considerado el bombardeo no nuclear más mortífero de la historia (y que después quedó eclipsado por las bombas de Hiroshima y Nagasaki). 1.700 toneladas de bombas incendiaras napalm, más los fuertes vientos, convirtieron la ciudad en una hoguera gigante y se estima que esa noche murieron en ella más de 100.000 personas (la mayor parte, claro, civiles), y más de un millón quedaron sin hogar, en esta jornada pavorosa que después fue llamada “la noche de la nieve negra”[2].

Tampoco es muy divulgado el porqué de la resistencia tan aparentemente inútil y férrea de los japoneses en la batalla de Iwo Jima en el mes de febrero y marzo de 1945. Sí, el guerrero japonés educado en la moral samurai lucharía hasta la muerte, la defensa de la isla era vital para que no construyesen los americanos en ella una pista aérea y así comenzar sus bombardeos sistemáticos. Una isla casi muerta, de sólo 21 km cuadrados, fue el escenario de muerte de casi 25.000 soldados estadounidenses, y casi 21.000 japoneses, la totalidad de sus efectivos (fueron hechos prisioneros 216 sobrevivientes) Pero el verdadero motivo de tantos soldados japoneses defendiendo con uñas y dientes la isla de ceniza volcánica era un secreto militar. Una baza de guerra psicológica que salió exactamente al contrario de como estaba planeado, por la incapacidad del estratega japonés de comprender la mentalidad norteamericana del momento. El alto mando nipón quería hacer de Iwo Jima unas Termópilas a la japonesa, y la moral de sus defensores no debió ser menor, ciertamente. El deseo y finalidad oculta era hacer ver al bando aliado el esfuerzo y terrible gasto de vidas que significaría la conquista de las más de 6 mil islas del japón, si una tan minúscula se había cobrado 25.000 soldados norteamericanos. Y entonces, ¿las cuatro islas principales? Los japoneses estaban dispuestos a semienterrar a sus niños en las playas con bombas que serían activadas al paso de sus ejércitos.

Y si esto es así, ¿está justificado el uso de las bombas atómicas que evitó toda esta masacre, de no menos, imaginamos, que un millón de combatientes por cada uno de los lados?

Como muy bien se ve en la película de Clint Eastwood, “Las banderas de nuestros padres”, las arcas de guerra americana estaban exhaustas, no aguantaban ni un mes más. Derrotada Alemania, el pueblo norteamericano deseaba el fin de esta contienda y masacre, en que ya demasiado había sangrado su juventud y su economía. Tomado Berlín, y demostrado que los alemanes no habían construido una bomba atómica -a pesar de que Heisenberg y otros científicos alemanes tenían conocimientos para ello, pero habían desviado la atención de los jefes militares para que no emprendieran este camino, en el que tampoco tenían medios suficientes- muchos científicos del programa Manhattan habían renunciado a continuar. Recordemos que la construcción de una bomba atómica se debió principalmente a la firma de Einstein (de una carta que él no escribió) en una carta a John Roosevelt, alertándole de que Alemania estaba ya dando pasos en esta dirección. Einstein se arrepentirá de ello toda su vida, fue engañado y abrió esta Caja de Pandora que quizás sólo el colapso de nuestra civilización cierre, en un retorno a la Edad de Piedra, como bromearía amargamente el autor de la Teoría de la Relatividad.

Ahí está entonces la cuestión. El pueblo norteamericano no quería continuar la guerra. El alto mando japonés ideó la estratagema de Iwo Jima para convencer al bando aliado del precio en vidas de la invasión, y forzar una rendición que no fuera incondicional.

Los mandos militares norteamericanos sabían este precio y ni siquiera tenían oro y sangre para pagarlo. La bomba ya estaba construida, y había sido probada, la Trinity en el desierto de Nuevo Méjico. Por lo menos la de plutonio, que sería lanzada en Nagasaki, de la de uranio enriquecido, la de Hiroshima, aún no se había hecho ninguna prueba. En nuestras falsas democracias, si le hubiesen dicho al pueblo americano las consecuencias, las imágenes pavorosas de lo que iba a suceder, y el camino nuclear sin marcha atrás posible, y que Japón estaba dispuesto a rendirse, éste no hubiese aprobado de ningún modo el holocausto de Hiroshima y Nagasaki. Rusia quizás no hubiese construido la bomba atómica, pues lo hizo gracias a un espía infiltrado en el proyecto Manhattan. Quizás, quizás, quizás, tantos quizás en la historia, que ya no tienen sentido.

¿Y entonces, siguiendo uno de los debates de actualidad, hay justificación para el genocidio? ¿Celebramos una victoria y una masacre que evitó más muertes, que “construyo” además el mundo moderno mercantilista, sin samuráis ni honra ni ideales caballerescos, un circo de placeres, banalidades y miedos?

¡NO, DE NINGÚN MODO! La guerra debe ser evitada excepto cuando ya sea imposible hacerlo, agotadas todas las posibilidades de paz: por defender la libertad de una nación (y de todos los que la forman), su vida, su honra (y no simplemente sus intereses lucrativos, como se han ejecutado las últimas guerras no declaradas desde hace 50 años, ¡una aberración moral!)

Si Estados Unidos hubiese aceptado una rendición extremamente ventajosa para ellos, pues eran los vencedores, no hubiera sido necesario el uso de estas dos bombas nucleares, y ni siquiera, antes, de los bombardeos de Tokio y otras ciudades japonesas. Hubiéramos evitado el horror, la masacre, el genocidio, el holocausto, la creación de la bomba de hidrógeno (con una potencia 2.500 veces superior a la de Hiroshima), las 2100 bombas atómicas (incluidas las termonucleares) detonadas, la mayor parte en la atmósfera, y que son la causa probable del cambio climático (al afectar no sólo la atmósfera sino el campo magnético que protege a la Tierra). Todo porque el presidente Truman, de triste memoria, y el alto mando norteamericano de ningún modo iban a renunciar a exhibir su poder frente al mundo y a la historia, ni iban a vencer su orgullo dejando de humillar a la nación vencida. No era suficiente vencer, era necesario pisar sus cabezas, la rendición debía ser incondicional, y nunca de ningún otro modo, fuera cual fuera el precio. Y aunque Obama, premio Nobel de la Paz por razones desconocidas, visitase el memorial de Hiroshima en el año 2016, el primer presidente estadounidense en funciones que lo hizo, no, no pidió perdón, ni expresó ningún tipo de arrepentimiento, no fuera a humillar el orgullo de la nación destinada a sojuzgar al mundo entero, por la gracia de Dios.

Igual que todos los ciudadanos -y no sólo los militares- fueron obligados, bajo pena de muerte, imagino, a entregar todas sus katanas, y hacer con ellas una pira incendiaria o algo semejante, era necesario que entregasen su alma… y después, ya veremos.

O sea, que cuando se dice que la alternativa a la masacre era la invasión terrestre y el millón de muertes de ambos bandos quizás, nunca, nunca se dice que la alternativa era una victoria que no exigiese rendición incondicional. Esta se esconde debajo de la alfombra, y que nadie la mencione, porque ahí está el quid de la cuestión. No es imperioso ni absolutamente necesario lo que puede ser evitado con buena voluntad e inteligencia. La de Japón no es que fuera buena, estaban completamente derrotados, pero y del otro lado, ¿la magnanimidad del vencedor, que sirvió para educar durante mil años a los romanos?.

Claro, existen las Leyes de la Naturaleza, no sólo de la manifestada, sino las Leyes del Alma de la Naturaleza, y las que definen la misma condición humana. Y cuando se violan, los resultados son catastróficos, y el Karma no perdona, ni a unos ni a otros, no importa la bandera que eleven en alto, y en nombre de qué se hayan cometido unas atrocidades u otras. También siempre hay nuevas oportunidades de escribir bien, con respeto, en el Libro de la Vida que llamamos Historia.

Al final, con la masacre de civiles en ciudades destruidas por los bombardeos aéreos, y con las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, y más allá de los actos heroicos y luminosos de ambos bandos, la victoria fue sucia, sin gloria, criminal -en contra de las leyes de la guerra- infame el hecho. Digno de recordar, para no ser repetido nunca más -¡qué difícil!- y porque además, ¿cómo puede ser olvidado?

¿75 Años de la Victoria sobre Japón, y del fin de la Segunda Guerra Mundial? No, nadie piensa en eso. ¡75 AÑOS DEL HORROR, del HOLOCAUSTO de haber hecho explotar las primeras bombas atómicas de la historia sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki! Y quizás peor aún, de haber desatado una carrera armamentística que aún nos puede llevar a una nueva Edad de Piedra.

VAE VICTIS!

 

José Carlos Fernández

Almada, 8 de agosto del 2020


[1] Quien luego tuvo, evidentemente terribles remordimientos de conciencia, pues, a diferencia de Arthur Harris no era un psicópata.

[2] El 9 de marzo de 1945

2 comentarios en “Holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki: 75 años después”

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