
Quizás Aristóteles, tan devoto del sistema inductivo, se dejó llevar por las apariencias cuando llamó estúpido al pulpo, y a pesar de que destacó su adaptabilidad y capacidad de camuflaje. Claro que un símbolo tiene infinidad de nuances, y el carecer de sistema óseo o semejante (siendo un molusco), también signifique a aquellos que carecen de principios, se mimetizan, esperan y después nos devoran, o lo intentan.
Mas precisamente por lo polifacético del símbolo, como un diamante que irisa en mil destellos, es también fácil reconocer al Pulpo como un símbolo vivo del poder dinámico de la naturaleza, de la huella del Logos en la materia, del sistema piramidal que rige la vida misma, con su infinidad de poderes creadores y renovadores.
Y tampoco es por casualidad que este solitario animal haya sido llamado “el filósofo de los mares”, por su caracter solitario, por su amor a resolver cuestiones complejas (ama hacer puzzles y enfrentar desafíos mentales), reduciéndolas a su sencilla unidad vital, por su gran adaptabilidad, por su memoria (no es hijo del presente, sino que recuerda durante casi la duración de su misma vida), y por su autoexigencia (pues no le basta sobrevivir sino que se exige a sí mismo para mantenerse en vigilancia constante). Y además son expertos en salir de laberintos.
Es lógico que, en la película “La Llegada” (Arrival), en el 2016, y basada en el relato “La Historia de tu vida” de Ted Chiang, los extraterrestres, de elevadísima inteligencia y un lenguaje que les permite entender todo lo que existe como suma total y no sólo como parte de un todo o una apariencia aquí y ahora, sean representados como grandes pulpos. Un filme delicioso, sobre todo en las tentativas que hace la protagonista (Amy Adams) en descifrar como lingüista su misteriosa escritura, y en la que por cierto las oraciones en vez de ser lineales se desarrollan en circunferencias, lo que daría para un artículo reflexión filosófico entero.
El simbolismo del pulpo debe ser semejante al de la serpiente de muchas cabezas, un símbolo ambivalente, doble, que puede evocar a los sabios y a la luz divina, como el Ananta Sesha en que Vishnu duerme, o el que protege al Budha en su meditación; y también la Luz Astral, agitándose en peligrosas convulsiones, sofocando con sus anillos de voracidad y muerte, o las pasiones con sus mil cabezas que al cortarlas, como sucede con los tentáculos del pulpo, vuelven a crecer.
En la cerámica cretense y en la micénica hallamos muy bellas representaciones del pulpo, evidentemente evocado como un poder divino, del que este octópodo sería símbolo. Aparece figurado de varias maneras:
Por ejemplo, en un ánfora fechada (ver figura 1) en el siglo XV a.C. y que se halla en el Museo Arqueológico de Atenas, aparece en versión muy naturalista, con sus ocho brazos iguales y expresando de forma muy vigorosa el movimiento, y la independencia de cada uno de estos, nadando en el mar, entre algas.
En otra, muy misteriosa, minoica de seis asas (o nueve) y con el signo de las aguas primordiales en la boca, nada también entre algas y moluscos, en diagonal, en lo que parece sugerir descenso hacia las profundidades, evocadas por la misma concavidad del ánfora, símbolo del espacio como Gran Madre.
En otra, también, en el museo de Heraklion, en Creta, y asimismo de la cultura minoica, sí aparece como molusco, rodando a un muy marcado trilóbulo formado por conchas (parece el Triple Logos de los mares), numerosas formas medio nautilus medio pulpos se agitan y nadan vertiginosamente alrededor de este símbolo. Lo asombroso aquí es que el mar mismo está formado de los ojos tentáculos del pulpo, una forma de decir que todo él está dotado de sensibilidad, de tacto y gusto, todo él está vivo.
Otra también minoica y fechada en torno al 1420 a.C. del tipo “estilo de palacio” es más esquemática y el pulpo tiene diez brazos, quizás por razones simbólicas.
Y también por razones simbólicas (ver figura 2) debe ser que otra tiene los brazos de tamaño desigual. Los que asumen una posición superior se alargan más y más hasta llenar toda la superficie del ánfora, que parece que ondula con la agitación de sus tentáculos. Los inferiores apenas rodean al pulpo. Como si hablase de los principios que animan al ser humano y a la naturaleza: el físico y energético como vestes, el astral y mental extendiéndose más y más como los brazos de un pulpo.

¡Tantas y repetidas figuraciones! Es evidente que para la civilización minoica, hermana en mucho de la egipcia, y que se desarrolló, como mínimo, desde el 3400 a.C. hasta el 1200 a.C., el Pulpo era una forma de representar a Dios.
Pero por qué, o qué Dios.
Quizás supieron que el Sistema Solar es como un pulpo, que el Sol es la cabeza y las órbitas de los planetas sus tentáculos, y que juntos se mueven en el mar sin orillas del espacio, en ondulaciones infinitas y llenas de vida. Y del mismo modo el Espíritu que anima a nuestro sistema solar (Pura Voluntad, Amor-Sabiduría, Inteligencia, el Triplo Logos Platónico) es como un pulpo, en donde sus ojos-ventosas, llegan a cada rincón de la existencia misma.
Quizás de un modo u otro supieran que cada tentáculo actúa independientemente, aunque supeditado al todo, pues ya sabemos hoy que cada uno tiene su propio cerebro, y analiza de modo propio lo que le rodea, obedientes sin embargo a la cabeza. Como en una orquesta cada músico. O como en los árboles, en que cada tronco, rama o ramita tiene su voluntad propia de crecer y buscar la luz, sin dejar de ser árbol. O sea, que es una representación del sistema piramidal de la naturaleza misma, con sus 7 Leyes de Unicidad, Iluminación, Diferenciación, Organización, Psiquicidad, Movimiento y Periodicidad.
Quizás, según los métodos de despertar de los poderes ocultos propios de las Escuelas de Misterios, sabían que nuestra misma Galaxia, o las vecinas que observaban, es cada una de ellas como un pulpo en medio de las ondulaciones mismas del espacio, surcado de todo tipo de energías y partículas. La Vía Láctea, con sus ocho brazos se asemeja a un pulpo gigantesco, en que cada ojo-ventosa es una estrella, radiante de vida y sensibilidad.

Y desde luego que identificaron también al Pulpo como el Dios del Mar, con sus corrientes que arrastran como poderosos brazos y contra los que es inútil luchar, más bien hay que conocerlas y aprovecharlas o evitarlas. El mar como rey de vida y muerte, que respira con las mareas, y que ondula y se agita como los tentáculos del pulpo. El mar con sus mil tonalidades de verdes y grises, espejando la luz del cielo, mimetizándose contínuamente ante ella, como lo hace el pulpo, cuya piel asume el color, y aún la forma (siendo como una piedra entre las piedras o un pez entre los peces) de lo que le rodea. Y una civilización marina cómo no iba a rendir culto al mar, y al mismo tiempo respetarle con terror sagrado. Esto las gentes sencillas, y los sacerdotes también, que además serían capaces de sentir el pulpo del Sol y sus tentáculos planetas; y el pulpo de la galaxia, con su cabeza corazón, el Sol Negro de Sagitario, irradiando su magnetismo al infinito; y quizás el pulpo de la existencia misma, del Cosmos en su totalidad, con sus poderes septenarios penetrando y trabajando en lo infinitamente grande como en lo infinitamente pequeño; y como el tiempo mismo, otro pulpo con sus mil brazos y anillos y ojos, una imágen móvil de la Eternidad.
José Carlos Fernández
Almada, 5 de junio del 2020
… Maravilloso artículo, una vez más.
Muchas gracias, siempre.
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