En las pálidas tardes
me cuenta un hada amiga
las historias secretas
llenas de poesía
Autumnal de Rubén Darío
Son los versos que despiertan en mi imaginación al leer los que palpitan en este libro de Teresa Cubas Lara, que lleva por título “La Morada”.
No es el primer libro, sino un eslabón de oro más de una cadena de belleza que nos encanta al susurrarnos los ecos del alma de su autora, peregrina en las sendas de la sabiduría. Otros llegaron antes: Maternidad, Buscando un Ideal, Palabras con Alas, Alumbrando amaneceres… y seguro que otros ya escritos, esperan.
De la autora me honra que juntos hemos estudiado y juntos hemos recibido enseñanzas sublimes, junto a tantos otros privilegiados, que nos sentimos hermanos en estas vivencias y aprendizaje.
Es con pudor que me he acercado a estos versos, pues sé que ella iba a revelar misterios de su alma, sentimientos que aunque con perfiles vagos en el reino de la poesía corresponden a hechos vibrantes que hacen música en su intimidad, como el viento hacia pulsar en la Grecia Antigua las arpas eólicas en los bosques sagrados.
Las palabras-heraldo del libro, de Mª Dolores Fígares, son como siempre, serenas y claras, precisas, escultóricas:
“Como ellos -los poetas del Siglo de Oro- aprendió a manejar con destreza el lenguaje del amor, la más viva llama, sin por ello limitarse a imitar cadencias, figuras o metáforas.
Al contrario, Teresa va construyendo su Morada propia, con paciencia, a través de los días, a veces en medio del trabajo o de tareas que siente que la alejan de su mundo íntimo y debilitan su constancia para seguir adelante aun en medio de las dificultades (…) Mientras recorremos sus momentos poéticos, comprobamos sinceridad y coraje para salir de su “castillo interior”, con toda la riqueza cosechada en su soledad gozosa.”
Vemos en estos versos “la página blanca” como ventana al infinito, a su Morada que desde el cielo le dicta palabras de belleza y aliento para no desmayar en la jornada. Y de ahí el título de este poema y de este libro. Horas de retorno, horas de ceremonia, horas de vestes mágicas en paisajes de realidad sin sombras ni engaños, sabiendo que
“Al instante en el que dejas
a tu príncipe encantado,
te devuelven los andrajos.”
Y nos es fácil a todos los que la conocemos hallarla en estos versos:
“En tus ojos soñadores
se ha escondido
la promesa del mañana.
¡No hagas caso
de las sombras del ahora
y proyéctate en el tiempo!”
Qué bellas enseñanzas de Filosofía en sus versos, que imágenes tan familiares para los “hijos de Atenea”, y qué reconocimiento en la luz de sus ojos verdes, desde su Templo en la Acrópolis. Si el divino Proclo acogió en su corazón sus últimos resplandores, en aquel siglo V d.C, siglo de muerte y olvido, reviven hoy ante una nueva llamada de una nueva Historia, y desde una nueva Acrópolis. De nuevo los Siete Sabios Griegos, como anunciara la profecía de Juan XXIII hacen oír su voz y enseñanzas renovadas en los cuatro horizontes, matriz de un mundo nuevo.
Corazón, como el de Ulises, al darse la orden de ir más allá, al quedarse solo y desvanecido en un mar de misterio. Dónde están tus ejércitos, dónde tus navíos, donde tus compañeros de fatigas, dónde tus armas, y tus vestes, nada resta sino el verde mar que te acoge, y desde el corazón todo despertará ante un nuevo halito, con nueva vida, todo será de nuevo construido.
“Corazón…
Tú que eres constructor,
¿qué tengo yo para darte?
Sólo mi pobre vacío,
que anhela volverse río.
¿Dónde estás inspiración?
¿Dónde se encuentra la magia
que nos ayude a plasmar
las imágenes soñadas?
¿Quizás abrimos sin cuidado
las ventanas del hogar,
y por ellas han entrado
los fantasmas?”
Y si así fuera, los fijaremos de nuevo en sus cuatro esquinas, para que no interrumpan el ritual.
Hay también otros poemas, que al recordar ciertos hechos, nos agitan con sus verdes llamaradas, como el del “Color de la Esmeralda”. Con esa piedra grial, desprendida de la frente del bello mensajero de la Estrella del Alba y que “tiene por fin rescatar/ a la nueva humanidad”.
De nuevo los verdes ojos de Atenea:
“¡Creación! ¡Labor alquímica!
Virgen pura quien la gesta
Porque el brillo de una estrella
Asomó por su mirada…”
Y nos sorprenden también otros poemas, con voces latinas, imperativas y amables a un tiempo, que parecen recuerdos de niñas vestales, aprendiendo a ser guardianas del Fuego de Roma: “¡TALITA CUMI! ¡Muchacha! Levántate”. Pues la hora de comenzar la jornada.
28 Poemas, un número perfecto, suma de sus divisores, y el número de Osiris, la luz de la unidad, y el número de los “pasos de danza” en la noche de la diosa del Arco de Plata. 28 poemas, todos ellos, los “rizos de una Dama”, o los de la Diosa del Amor, que desde su trono de rosas se ha acercado y sonríe a quienes la esperan.
RIZOS *
Cuando pasen muchos años
y sesudos literatos
evalúen mis escritos,
me dirán solemnemente:
-Tus versos… ¿cómo los llamas?
Yo les diré simplemente:
-¡Son los rizos de una Dama!
Son chiquitos, juguetones.
Son mechones que se escapan
de la cárcel de la rima.
Su sedosa cabellera
se ha enredado entre mis dedos
y ese brillo de su pelo
se hace versos
cuando lo acaricio yo.
Algunos velan su rostro,
otros le tapan la nuca.
Sobre sus hombros desnudos
Son como manto de reina.
Sobre su frente, diadema.
A menudo su melena
se desata entre risas,
como la espuma del mar.
¿Será Venus esa Dama
cuyos rizos se me acercan?
Me los deja la marea
y yo acudo presurosa
con un pequeño pincel,
mas al llegar al papel
¡se me transforman en versos…!
Así pues no son romances,
ni cuartetas, ni tercetos.
¡Mirad que os lo digo seria!
No me trencéis el poema.
¡Dejadme los rizos sueltos!
Jose Carlos Fernández
Almada, 13 de marzo del 2020
* Poema del libro La Morada, de Teresa Cubas Lara.