Filosofía

La Quinta Sinfonía de Tchaikovsky, un himno de esperanza

Durante el cerco alemán a Leningrado, en la Segunda Guerra Mundial, los gobernantes rusos ordenaron que la Orquesta de Radio de la ciudad tocase esta Quinta Sinfonía de Tchaikovsky para elevar la moral de los sitiados.

De un modo similar, en Londres se hizo la emisión de esta pieza musical la noche del 20 de octubre de 1941. Nada más comenzar el segundo movimiento, las bombas comenzaron a caer en la ciudad, y cerca de donde la estaban interpretando. La orquesta siguió tocando hasta finalizarla.

Esta obra musical tuvo gran importancia durante esta Guerra Mundial porque alude al Destino y la victoria final a través de todas las dificultades.  El tema del destino se oye en las primeras notas, tocado por un clarinete, en una melodía y sentimiento que conmueve, por su belleza y apelo a lo más profundo del ser. Y el desarrollo de la sinfonía es un claro “per aspera ad Astra” (a través de las dificultades hasta las estrellas) hasta convertirse en una marcha triunfal de apoteosis, en el último movimiento.

Como la Quinta de Beethoven, que también comienza con una llamada del Destino (sus famosas cuatro notas iniciales), ésta es también una sinfonía cíclica en que se repite un tema recurrente en todos los movimientos.

Vemos, dicen los músicos expertos, una trayectoria tonal que va desde el Mi menor -con que comienza el primer movimiento- al Mi mayor con que termina la obra. Christian Schubart, compositor alemán de fines del siglo XVIII en su libro “Características de las tonalidades” dice que el Mi menor es “ingenuo, como una declaración femenina e inocente de amor, un lamento sin un murmullo, suspiros acompañados de algunas lágrimas” y que este tono nos “habla de la esperanza inminente…”; y que el Mi mayor es de dionisíaca, de ostentosa alegría. Bien, atribuir características a los modos musicales debe ser semejante a hacerlo a los colores, muy subjetivo y desde luego difícil de convertirlo en palabras e imágenes mentales. Pero esto nos sirve para ver el camino que trazan los compases de esta sinfonía.

Generalmente la sinfonía nº 6 de Tchaikovsky, la “Patética”, compuesta en el mismo año de su muerte, y quizás sintiendo su presencia[1] (en el alma, pues en salud, nada hacía preverla), es la más conocida de este autor. El nombre que se le atribuye, “patética” viene en este caso de una palabra rusa cuyo significado real es, como en griego, “pasional”, “emocional”. Aunque por desgracia, después de la Segunda Guerra Mundial, en que fue muy útil, esta Quinta ha sido relegada y casi minimizada, siendo considerada por los críticos musicales, de “simplona” (?). Para los nuevos tiempos de happy life y vida amodorrada por la estupidez y ausencia de ideales -pues el comunismo se convirtió en un “método de gobierno” y el liberalismo identifica placer y hacer lo que deseas con Ideal- el “per aspera ad Astra” es de otra época, los bobos danzan y ríen, y coronados, se ríen de los héroes… y la mediocracia se impone.

Tampoco ayudaron las pocas declaraciones de Tchaikovsky al respecto, pues aunque cuando concibió esta obra, anotó, en relación al primer movimiento: “completa resignación al destino, (…) resignación a la inescrutable predestinación del Hado”, luego, al terminar de componerla le escribió a su amiga y benefactora Nadeshda von Meck: “Hay en ella algo falso, una chatura y falta de sinceridad que repelen y que el público no puede dejar de percibir. ¿Habré perdido mi capacidad creadora?”

Es la típica desconfianza del genio, precisamente ante sus mejores creaciones, es la resaca emocional de lo grandioso, que deja sufriente y llena de dudas la personalidad del creador, una vez que la Llama se retira. Luego más tarde Tchaikovsky se reconcilió con esta sinfonía, aunque la consideró de menos valía que la cuarta.

Un crítico musical dirá que “la sinfonía parece desarrollarse desde una experiencia espiritual oscura, alguna pesada condición de la mente desgarrada por memorias inoportunas que han envenenado su existencia”. Esta es una interpretación vulgar, mediocre. ¿Las sombras del pasado de recuerdos perdidos en el inconsciente, se convierten, cristalizados en música que arrebata las almas? ¡Qué estupidez pensar de este modo!

Lo que sí es cierto es que nos hace entrar en lo profundo, en el “pasado congelado” donde residen las raíces, en la oscuridad. Pero en una dimensión al mismo tiempo llena de vida, o más bien de “ecos de Eternidad” que quieren plasmarse de nuevo, encontrar nuevas almas receptáculos para florecer. Del mismo modo que todo lo bello congelado en el tiempo es asimismo una llamada a la belleza que espera en el futuro. La raíz es en sí misma una invocación a los frutos. Sólo falta la savia de vida y la bendición de luz que se conviertan en flores y después frutos. El pasado es inmóvil, como la eternidad misma, pero las imágenes en sus galerías reverberan, agitadas por el mismo eco que las llamó a la vida, otrora. Ese viaje al pasado inmóvil no es para danzar con espectros, es para beber de la eternidad aún aprisionada allí, es para, simbólicamente, buscar los huesos metálicos y disponerlos de nuevo ceremonialmente y que evocar la resurrección, como se decía del Dios Xolotl, una especie de Anubis azteca, que ayudaba a los muertos en su viaje al Inframundo. Xolotl es el “Dios que quiso engañar a la muerte” y viaja a las profundidades para en ella encontrar los huesos divinos que permitirían crear una nueva humanidad.

La música comienza con una nostalgia quizás sin precedentes en la historia de la música, el primer tema del primer movimiento, como si las lágrimas y la tristeza sin máscaras ni frialdades, sino sencilla, natural y pura nos permitiesen entrar en ese reino del Reconocimiento. Es el leitmotiv, motto o tema, que va recorriendo la obra. Las lágrimas de compasión, aunque después se transmuten en sabiduría y luz, están siempre presentes, y es sobre ellas que se edifica. Es sobre el recuerdo y sobre la bondad que se edifican, la compasión es la misma tierra que, convertida en camino o en piedra, nos lleva a la cumbre.

Como se enseña en el libro místico “Voz del Silencio” de H.P.Blavatsky:

“No dejes que el sol ardiente seque una lágrima de dolor antes que tú mismo la hayas enjugado en el ojo de quien sufre. Deja que cada lágrima ardiente humana caiga en tu corazón y ahí permanezca, y nunca la retires hasta que el sufrimiento que la causó desaparezca”

Entra después el llamado tema primario o tema A, las lágrimas han disuelto el barro duro de nuestra ignorancia egoísta y salvaje, y nos han humanizado, la puerta está abierta, la luz y la victoria esperan. El tema primario, “allegro con anima” es una llamada de alegría, de optimismo, es el oro que resplandece en lo oculto, hay un sentido de avance, que al final de la pieza va a ser ya marcha triunfal. Un viento trágico, pero esperanzado, parece arrastrar el alma.

Quien quiera seguir el análisis musical de esta sinfonía, puede, por ejemplo ver la descomposición de los temas que hace la Wikipedia inglesa, o la descripción que se da en la página

https://tono-menor.blogspot.com/2016/03/grande-obras-sinfonia-n5-en-mi-menor-op.html

En esta, si llamativo es su principio cuando, resumiendo la obra dice:

“Un hombre lleno de penalidades que busca en todos los recovecos de la vida la forma de alcanzar la felicidad. Una epopeya sobre como el genio creador puede reponerse de la adversidad y, por medio de la esperanza, conseguir aliviar el espíritu. La quinta de Tchaikovsky concentra y musicaliza toda el alma del compositor ruso en una pieza de gran belleza con pasajes cargados de sentimiento.”

Más lo es su final, al analizar el último movimiento[2]:

“Introducción y exposición

Después de una larga y ardua búsqueda, el destino se revela como un canto a la esperanza, y este sentimiento, en la creencia de que todo cambiará y mejorará, en la fe de que todo irá bien, donde el compositor encontrará la felicidad. En cambio aún queda la batalla final. No será fácil y al tema del destino convertido en adalid del triunfo se antepondrá el tema A, del sufrimiento. Como espectadores de esta batalla encontramos el tema B, con ritmo sincopado, parece dubitativo y el tema C, que busca equilibrar la cosas introduciendo una melodía de carácter ruso, mostrando el amor a la patria una de las vías por las que la felicidad triunfará. Antes de terminar la exposición de nuevo el destino hace su llamada.

Desarrollo
El tema A del sufrimiento se impone y deja su impronta en los otros dos temas que se ven ensombrecidos. El tema de la melodía rusa sufre una severa transformación a causa de esta contaminación. 
Reexposición y final 

El tema del sufrimiento se cree vencedor y sale del desarrollo convertido en un gigante que pretende acabar con todo (tema A’). Los temas B y C vuelven a reaparecer incorruptibles esperando la llegada del destino que, más triunfal que nunca, terminará ganando la batalla. En una extensa coda final, las fanfarrias y fuegos artificiales engrandecerán el himno triunfal del destino. Antes de acabar la obra reaparecerá el dubitativo tema B, esta vez afirmativo y acelerado (tema B’) precipitando la obra a un final en el que volverá, directamente desde el primer movimiento, el tema trágico, reconvertido por la esperanza en otro canto triunfal. (tema A del mvt. I sublimado).”

En una ocasión recriminaron a Mendelssohn que más allá de que la música fuese programática o no, era siempre subjetiva, a diferencia de las palabras y del lenguaje humano ordinario, que evocaba imágenes mentales precisas que no se exponían a interpretación. Y Mendelssohn respondió que para él era exactamente al contrario, que el lenguaje se prestaba a todo tipo de ambigüedades pero que en la música todo era preciso y objetivo.

Quizás siendo un ángel o un alma divina o santa, o habiendo sido amamantado por el lenguaje musical desde la más tierna infancia -como le sucedió a Mendelssohn- esto sea así, y en el arte siempre se representa a los poderes celeste irradiando música o respondiéndose con ella, no hablando ningún lenguaje humano arbitrario, o directamente con instrumentos musicales. Por desgracia, para el común de las gentes, entre las que me incluyo, y además, sin saber música, la interpretación de la misma es completamente subjetiva, y en mi caso además imprecisa. Pero sí me gustaría decir lo que me inspira esta maravillosa sinfonía de Tchaikovsky, que es un himno de esperanza en el alma humana, en su capacidad de superar todos los obstáculos y mantener el fuego divino encendido, gracias al cual somos verdaderamente humanos.

Todas las impresiones que ya he dicho antes, y además:

1-Una gran delicadeza, y como unos ojos amorosos, que mirasen desde lo alto y abrazasen con su mirada, y su infinita ternura, llenos de confianza en hasta dónde podemos llegar si nos guían los más nobles impulsos. Y cómo esta ternura se puede convertir en llama devoradora, en motor de avance, en viento triunfal.

2-Hermanamiento con los poderes de la naturaleza, que es el verdadero ritmo. Y la gran alegría y sentido de vida y acción conjunta que hay en ellos. El hombre no es un monstruo surgido del acaso ni una creación especial de un Dios cruel que puede depredar esta naturaleza a su gusto. Trabaja con la naturaleza y en ella, es naturaleza y esto le hace comulgar en un himno de alegría con todo lo que vive. Las voces de la naturaleza parecen en esta sinfonía conjugarse y hablar, parece que sentimos los pasos tímidos de los gnomos, la danza de las hadas, el vuelo libre de los silfos, y el despeñarse en cascada de las aguas bendecidas por las ondinas, el entusiasmo relampagueante de las tormentas: todo ello acompaña al alma libre y sincera, todo labora con ella en esta marcha triunfal, todos juntos, siempre juntos.

3-En el segundo movimiento que parece, como dice el autor del blog, que entramos en un mundo onírico vive la comprensión del dolor humano, el sufrir con los que sufren, el esperar a los que se retrasan, la paciencia con los que en su ignorancia nos hieren, el perdón de la noche por todo lo que pudo ser y no fue, el descanso del alma, el retorno a sí misma para de nuevo despertar ante una nueva llamada, en una nueva oportunidad. Oportunidad que se anuncia, y al final de un modo violento, en las trompas como una llamada de clarín a la batalla, una llamada que ahora no perdona esperas. Y sus imperiosos sones se entrelazan con esa lástima y amor piadoso que tan bien cantó el poeta Fernando Pessoa en su “Vem o noite”, esa noche que hace desaparecer todas las distancias y nos abraza a todos en su seno. Ambos viven en el alma humana, el sol de victorias y trabajos y la luna de misericordia y perdón.

4-En el vals del tercer movimiento, sentimos la reconciliación, vital en el alma humana siempre devorada por contradicciones y paradojas, por fuerzas que se oponen sin aparente armonía. La danza frenética, rapidísima de todas las vidas en su agitación por ser, de todos los átomos que vibran en el espacio y quieren dar su mensaje, todas ellas centellean ante el paso augusto del alma heroica. Y de nuevo la llamada, la solemne llamada, como si la misma presencia de las cumbres fuera un “recuerda y ven”, “avanza y combate”, “no estás solo, pero todo lo que es importante depende de ti, de tu esfuerzo, de tu sacrificio”, o “eres tú el que debe avanzar, nadie puede hacerlo por ti”.

5-Los últimos acordes triunfales, gloriosos, parecen los de una legión de almas que avanzan, todos juntos, todos hermanados, en orden, en la apoteosis que da la verdadera victoria, la de la luz sobre las sombras. Es un himno de optimismo, un canto de esperanza sobre el futuro humano, sobre la victoria final superando todas las pruebas, todos los obstáculos, todas las caídas, puros ya de todo lo que nos impedía ser de fuego, eternamente jóvenes.

Más allá de las críticas y comentarios que se le hayan hecho a esta obra, me parece un regalo del Cielo; una ayuda, y magnífica, en el camino; una medicina para la desesperanza; un relámpago en medio de la oscuridad de nuestras vidas acostumbradas a la derrota; una sonrisa tierna de los Dioses, y al mismo tiempo una imperiosa llamada que nos ponga de nuevo en marcha: ¡Una bendición por la que debemos sentirnos gratos! A ella en sí misma, y a Tchaikovsky como artífice.

 

Jose Carlos Fernández

Almada, 6 de septiembre del 2019


[1] La primera interpretación, dirigida por el mismo compositor, fue el 28 de octubre de 1893, nueve días antes de su muerte.

[2] Aunque no concuerdo totalmente en la interpretación o significados que le atribuye, algo siempre, de todos modos, muy subjetivo.

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