Los Dioses inventaron las letras. Enseñaron a los hombres a leer en la Naturaleza, y a ver en Ella la veste de símbolos que hablan al alma. Sus perfiles geométricos se fueron estilizando, las configuraciones de estrellas, líneas, puntos, círculos, ángulos, sirvieron de guía; Ella misma era Amada y Maestra, y el hálito invisible de Dios y sus jerarquías angélicas nos permitían dar nombres, llaves para abrir esas puertas, o arquitectura de sonidos para imaginar lo que había más allá. Nadie puede abrazar, nadie lleva en sí una estrella, salvo la luz en la mirada; pero así podíamos nombrarlas y recrear su imagen y apuntar hacia ellas en nuestros cofres de sonidos encantados. Y el universo giratorio de sonidos, brotando de la caverna mágica de nuestra boca, se convirtió en los círculos giratorios de letras con los que construimos las palabras. El volumen del sonido se proyectó en el plano de la letra escrita, queriendo abarcar ambas un cosmos de significados, lanzados a, o llegados desde el espacio infinito. Y así, milenio a milenio, siglo a siglo, fuimos entrando en el universo de las letras.
Las letras fueron nombres de dioses, los números primos de la Matemática de nuestro mundo de significados. Fueron los elementos de la tabla periódica de la química de nuestro reino mental. Los átomos y estrellas de nuestra imaginación dialogada. Y retirados los símbolos de lo sagrado para su Santa Santorum, quedaron las letras como el hilo de color de nuestro tejido mental, sin el cual no podemos pensar. Como la diosa Atenea, emanada de ella misma siendo la mente de Zeus, la mente humana se convirtió en la gran tejedora: de esperanzas, de sueños, de proyectos, evocadora de verdades… y también de miedos, de pesadillas, de cárceles, de trampas, de mentiras, de ilusiones, de simulacros. Entramos en su reino, que es el de las formas que dan veste a la imaginación humana, alumbrada de estrellas y succionada por los torbellinos magnéticos del deseo y el egoísmo. Pues como decía Shakespeare, en Hamlet, entramos en el reino del bien y del mal desde que comenzamos a pensar, y esto fue incubado en una dimensión de sonidos unidos por las reglas de la morfología y la sintaxis, y proyectado al mundo visible de las grafías, o sea de las letras.
El profesor Jorge Ángel Livraga, nos llamó la atención de que estábamos sucumbiendo ante el peso de un mundo de papel. Ahora quizás el papel ya no es más (casi) necesario, pero morimos bajo el peso de tantas palabras innecesarias, de mentirosas buenas intenciones, de significados no vividos ni entendidos, pero mentirosamente escritos.
Hamlet, prisionero de sus dudas y aguijoneado por la necesidad de Ser, se queja, ya harto de leer lo que en nada le ayuda en su crisis existencial: “Palabras, palabras, palabras”, dice. Y las podemos convertir en “letras, letras, letras”. Cancerada el alma humana, su mente, éstas surgen como sombras diabólicas, como aire que nada mueve, como trazo que nada escribe, el corazón ausente, la ensoñación cáustica. Y los encuentros literarios son, tantas veces, un circo de payasos, de inadaptados, de soñadores de sombras, de nadería con oropeles, de modeladores de monstruos con el barro de las fantasías y las frustraciones y el hechizo de las figuras del lenguaje. Y con el flujo encantado de letras bien atadas, pues hay quien nace con este don, se excretan, en una catarsis infernal las pulsiones de las tinieblas del inconsciente. Nacen monstruos. Libros enfermos que enferman. Palabras, don divino, al servicio de la materia en descomposición, o sea de la mi…
Palabras enfermas que enferman. Letras enfermas que enferman. Pues no sólo los ríos, bosques, prados, el aire e incluso el espacio están contaminados. También, y sobre todo, la mente humana, y lo que de ella nace nos ensucia, nos hiere, nos quema, nos deshace, nos arrastra a la peor mediocridad, que es la vestida con armadura del héroe. Es necesario un cielo nuevo, una tierra nueva, un ser humano nuevo, o sea, una mente purificada.
Las letras son una escalera hacia el cielo… pero hay letras que enferman y matan.
Las letras escriben las cartas de amor, encienden las esperanzas, son pan y vino para el necesitado… y con ellas hemos ensuciado el alma, la hemos prostituido, son ahora dentelladas de desesperación con que nos muerden los lobos devoradores de la carne humana, de su verdadera naturaleza, que es mental.
Con letras y símbolos, con los pensamientos, música y vivencias con ellos tejidos, han nacido todas las instituciones humanas, y hemos levantado, en lo alto, la Acropolis, ciudadela fortificada, el recinto sagrado en que viven los Dioses… y con letras y símbolos (por ejemplo, los logos comerciales, o los animados de la propaganda) escribimos y embanderamos las pesadillas e infamia de nuestros egoísmos, el aliento fétido del Minotauro en un laberinto de frases, palabras y letras y… desesperación.
Necesitamos de un silencio de pureza, de bella intimidad que devore con su espada de fuego tantas mentiras tejidas con letras enfermas y desde él hacer nacer un lenguaje nuevo, que no dé voz y armas a todo lo que hiere al alma y la deshace en jirones, sino, por el contrario -como los ciudadanos de Atenas tejían su manto a su Diosa de Ojos Verdes- que se convierta en el vestido de todo lo divino que espera durmiendo en el alma, reconciliada con la naturaleza, con la vida y con su propio destino, un lenguaje creador de puentes entre los corazones, en vínculo de voluntades, en pan de bondad y belleza con el que todos podamos comulgar.
Jose Carlos Fernández
Almada, 20 de agosto de 2019
Quizás por ello, El Alquimista prefiera El Verso. El Ritmo es una forma de equilibrio.
… Gracias…
¡ SALUD !
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