Literatura

El libro de cuentos «Almas que pasan», de Amado Nervo

Aunque el escritor mexicano Amado Nervo (1870-1919) ha pasado a la historia con justo mérito por libros de poesía como La Amada Inmóvil, El Estanque de los Lotos, El Arquero Divino, Elevación, Serenidad y otros, en vida fue muy reconocido por su prosa. Hoy apenas si se menciona la joya de filosofía y prosa poética “Plenitud”, que de tan excelsas y bellísimas recomendaciones, se ha convertido incluso en un clásico del género “autoayuda”, de modo tal que incluso a veces las corporaciones económicas las imprimen para que la lean sus empleados: ¡¡¡La literatura al servicio de la productividad!!!

Y sin embargo, en vida, el poeta era, y desde su más tierna juventud, un narrador de historias y son numerosos sus libros compilaciónes de cuentos, entre los que destaca, por ejemplo: “Almas que pasan”, título ya bien sugerente, publicado en Madrid en 1906. Precisamente en uno de los títulos de este volumen, llamado “Un Cuento”, el autor busca y no encuentra argumento para satisfacer un compromiso editorial y escribir uno, y recurre a un amigo de la infancia que le da varios temas, pero tan truculentos -en la época, hoy serían llamados “blancos”, por lo inocente, “o tempora, o mores”-que se va con náuseas habiendo perdido además el tiempo. En este mismo “Cuento”, explica un poco su “técnica narrativa”. Importante, si queremos conocer su estilo, que se basa, sabemos, en un examen atento y filosófico de lo que le rodea:

“ -¿En dónde están mis ideas?- me preguntaba yo como el infortunado y gran Maupassant-, y mis ideas no aparecían en parte alguna.

Es cierto que para escribir un cuento suele no necesitarse de la imaginación: se ve correr la vida, se sorprende una escena, un rasgo, se toman de aquí y de ahí los elementos reales y palpitantes que ofrecen los seres y las cosas que pasan, y ya se tiene lo esencial. Lo demás es cosa de poquísimo asunto: coordinar aquellos datos y ensamblar con ellos una historia, algo que acaso no es cierto actualmente, pero que lo ha sido; algo que tal vez en aquel instante no existe, pero que es posible y ha existido sin duda. Hacer que cada uno de los personajes viva, respire, ande, que la sangre corra por sus venas, que, por último, haga exclamar a todos los que lo vean en las páginas del libro: “¡Pero si yo conozco a esta gente!”

Entre los cuentos que forman “Almas que pasan”, “Miedo a la muerte” es una disculpa para que Amado Nervo meditase en voz alta -escribiese, más bien- sobre uno de los temas que es recurrente en todos sus libros, la presencia de la Gran Libertadora, a la que canta en muchos de sus poemas y seguro todos recordamos en su libro “Elevación” su “Oh muerte, tú eres madre de la Filosofía/ tú ennobleces la vida con un “¡QUIEN SABE!”/ y das sabor a nuestras horas con tu melancolía (…)”.

En “La Última guerra” parece que encontramos un antecedente de “Rebelión en la Granja” de Orwell. Todos los animales se rebelan, tras desarrollar el lenguaje, con el abuso esclavizante y consumo a que son sometidos por los humanos. Pues teniendo ya lenguaje nunca los seres racionales quisieron incluirlos en su familia, a la que ya, de hecho pertenecían. Ciertas sombras tecnotrónicas como espectros planean, en una semejanza, ahora, con la “rebelión de las máquinas”.

En “Los Dos Claveles” oímos una confesión, que es en definitiva del mismo autor, no sólo del protagonista del cuento, y que nos permiten adentrarnos más en los pliegues de su alma profunda:

“Y es que mis grandes cariños jamás han podido tener otra forma que la de la piedad. Para que yo ame a alguien mucho, fuerza es que la compadezca mucho. Las vidas llenas de sol y de alegría me inspiran el furtivo y curioso interés que experimento por un pajarillo locuelo. Las miro, oigo su cascabeleo y paso… Preciso es que detrás de una vida adivine yo el calvario de una tristeza, de un abandono, de una angustia, para que vaya hacia ella llena de un lirismo insensato. La felicidad del ser a quien amo traza un límite a mi amor. Yo me voy cuando el sol viene… Quien sabe si esto no es más que un supremo orgullo; el orgullo de dar siempre y de no recibir jamás, el orgullo de ser luz… O quien sabe si, por el contrario, es una suprema bondad en mi espíritu el amar de tal suerte.”

Es genial el cuento “Dos Rivales”, por la comparación que hace entre dos cañones situados en una altiplanicie, rivales: el uno lanzando balas de hierro y fuego para defender una posición militar, y el otro, el telescopio de un observatorio astronómico, mirando al cielo nocturno para recibir los dardos de luz de las lejanas estrellas y otros misterios de lo infinito y la negrura cósmica. ¡Y qué formidable es la prosa de Nervo!:

En el Fuerte se alargaban enormes cañones de acero, sobre el tumulto perenne de las ondas. Empezaban a tembletear en la superficie del océano las imágenes de las primeras estrellas, y a esa hora en que la luz se va y el misterio llega, las cosas que tienen un alma arcana e indefinible, hablan un lenguaje que los solitarios, los contemplativos y los tristes entienden. El telescopio, que por una brecha de la cúpula giratoria asomaba ya su límpida pupila para clavarla en la estrella doble Alfa del Centauro, la cual surgía a la sazón por el sur, y el cañón, fastidiado de acechar el horizonte, de donde no se acercaba ni el más vago humillo de un buque lejano, empezaron a dialogar entre sí.

Y dijo el cañón malhumorado:

-¡Eh!, bestia curiosa y lírica… ¿No te has saciado aún de comadrear con los planetas y de requerir de amor a las estrellas? ¡Vida más inútil la tuya!… Vida de poeta trasnochador y trasnochado, que se baña místicamente en los rayos de la luna o en los lejanos rayos de los lejanos soles… ¡Perezoso! La acción es todo en los tiempos que corren… El ensueño es una túnica de jacinto, pasada de moda, que es fuerza arrojar muy lejos… Yo soy un monstruo activo. Yo defiendo la entrada del puerto, y muchos acorazados han sentido en sus flancos sonoros mi bofetón de acero, que abre heridas incurables…

Y sigue y sigue, a lo que el telescopio le responde:

“-Mientras tú cierras la entrada del puerto, yo abro la entrada del infinito. Soy, en efecto, la pupila perpetuamente dilatada ante el abismo, el ojo que ha sorprendido la desnudez de la noche, como Acteón la de Diana, y todos los secretos de las constelaciones. Por mí sabrá el hombre de dónde viene y adónde va; por mí comprenderá en un día no lejano los enigmas del universo. Seré yo quien descubra las humanidades planetarias, y a través de mi lente se saludarán las almas de todas las provincias del sistema solar (…)”

El Viejecito” es una alegoría de la muerte del año viejo y el nacimiento del nuevo, que nace, rubicundo y rollizo, como una llama de fuego de la que todo se espera.

“Mas no he olvidado al viejecito de marras, al viejecito de ojos tan azules como los de mi novia, que besé tantas veces; de cabellos tan blancos como la piel sedosa de mi novia, cuyo calor invadía mi corazón cuando, mano entre mano, íbamos por los caminos, queriendo sorprender en la frente de los ocasos el último pensamiento de la tarde… No he olvidado al viejecito, más rugoso que las labores trabajadas para la siembra por el arado y en diciembre cubiertas de hielo…

No, no he olvidado al viejecito moribundo [el año viejo]; y ahora que torna a meterse en la cama. Ahora que le ayudan a bien morir, ahora que puedo asistir a su último suspiro- ¡porque ya no me acuestan temprano!- le pregunto con triste sonrisa: “Dime, viejecito: ¿qué me traerá tu hijo, el bebé rollizo que va a nacer?” Y el viejecito me responde: “¡Esperanzas!” “¿Y qué me dejará cuando agonice como tú, buen viejecito de los ojos azules?” Y el viejecito me responde dulcemente: “Esperanzas…, también esperanzas…”

Hace también en este cuento reflexiones filosóficas bellas y profundas:

“Después aprendí muchas cosas: aprendí que la Tierra es el tercero de los planetas de nuestro sistema, una estrella tan luminosa como Venus; que gira alrededor del Sol en un periodo casi idéntico al que constituye nuestro año civil; que su juventud es eterna con relación a nuestra existencia de relámpagos; que el hielo del invierno cobija bajo su manto la escondida germinación de la primavera próxima; que todo renace incesantemente; que un día nosotros seremos viejos y nos acostaremos para siempre en una negra “cuna”, alargada y triste, para ya no ver más ni el rubor de las mañanas, ni la mies de oro de los mediodías, ni la austeridad melancólica de los crepúsculos. Pero que no por eso la fuerza reproductora cesará en el mundo; y volverán las primaveras año por año, y las gentes seguirán confiando sus esperanzas a los eneros, para recoger la cosecha de tristeza de los diciembres, y los niños reirán como siempre, aunque ya no podamos oírlos; y las parejas adolescentes se buscarán las bocas para besarse y los ojos para mirarse mucho, aunque ya no podamos verlas; y los perfumes, y el calor suave del día, y el enigma argentado de las noches, seguirán sucediéndose, aunque ya no podamos sentirlos…

Aprendí que el tiempo no es más que uno de tantos subjetivismos, como el espacio; que el latido del universo continuará in aeternum; que el sol, enfriado, se convierte en planeta; el planeta viejo se disgrega y cae en la hornaza de otro sol, y que, de la nebulosa que se condensa al mundo que acaba, hay un eterno y divino sendero de fuerza y de resurrección y de amor: que la vida del hombre más larga de que haya memoria no dura lo que una estrella, lo que la más rápida tarda en desplazarse, aparentemente, un centímetro en el cielo… Aprendí, en fin, que no es el tiempo el que pasa, sino nosotros los que pasamos…”

En el cuento Las Casas expone abiertamente la doctrina de la rencarnación, tan familiar a nuestro poeta, tan instruido en la Teosofía y las doctrinas del oriente místico.

El Final de un Idilio” es el acto caballeresco de un niño que ofrece ser castigado doblemente para proteger a su compañera: “El Quijote que dormitaba en mi sangre, el viejo y resplandeciente Quijote de la raza, habíase alzado, poderoso, en su Rocinante blanco, con su pica desfacedora de entuertos y su santo grito de galantería en los labios”.

Humillación” es un cuento divertido sobre un gato ratonero en plenas andanzas.

Una Esperanza” analiza las reflexiones y esperanzas de un condenado a muerte.

Lía y Raquel” con el mismo nombre que los personajes bíblicos, es el drama de dos hermanas, una favorecida por la belleza y cortejada por el mundo, cuando es la otra la virtuosa y siempre abnegada. Una reflexión sobre el poder inmarcesible y la luz que emana del propio sacrificio.

El libro “Almas que Pasan” es un espejo, en realidad, del alma de Amado Nervo que pasa por la faz del mundo, amándolo como poeta, sirviéndole como mártir sacrificado, intentando comprenderlo como filósofo, y guardando siempre su independencia como quien se siente hijo de una Estrella y sabe que después de este experimento o pasaje, debe volver a Ella.

 

Jose Carlos Fernández

Almada, 13 de junio del 2019

2 comentarios en “El libro de cuentos «Almas que pasan», de Amado Nervo”

  1. Gracias Jose Carlos por compartir el libro de cuentos «Almas que pasan» de Amado Nervo.

    Me encanto el cuento del Viejecito. Hermoso!

    Un abrazo

    Margoth

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