He pasado unos días en Jordania y he disfrutado la oportunidad y extraña experiencia de bañarme en el Mar Muerto.
Este mar es en realidad un lago salado de unos 70 kms de longitud, de norte a sur, por unos 15 en su parte más ancha de este a oeste, y con una profundidad media de unos 120 metros. Palestina, al norte, Jordania al occidente e Israel al oriente rodean sus aguas muertas pero abundantes en riquezas minerales, y no sé si es por razones políticas o por la misma naturaleza de su elemento líquido, pero no se ven ni puertos en su orilla ni barcos surcándolo. Historiadores antiguos nos dicen que las bandadas de pájaros al volar sobre él caían muertas, envenenadas por sus aires deletéreos. Es verdaderamente un lago o mar singular, sin que el agua pueda correr hacia ningún sitio, como no sea evaporarse bajo el sol del desierto. Y como esta evaporación es muy superior al volumen de agua dulce que recibe del río Jordán, el nivel de agua disminuye un metro cada año, alejándose más y más sus orillas de los pueblos ribereños y de todos los hoteles que se benefician de sus aguas y barros, de asombrosas propiedades curativas. Y esto porque el porcentaje de sus sales es hoy diez veces superior al del Mediterráneo, llegando casi a un treinta por ciento de su masa líquida. Una sal con abundancia de calcio, potasio, magnesio y bromo, aunque luego más pobre que la del mar en sulfatos, carbonatos y sodio. Los egipcios obtenían de sus barros betún para el proceso de momificación.
La densidad del agua es tan alta, 1.24, que hace que en ella se flote sin esfuerzo, según la conocida ley de Arquímedes.
Está situado en el Valle del Rift, una depresión tectónica que corre, como una cicatriz de la Tierra desde Mozambique hasta el Valle del Jordán, por lo que sus playas están 420 metros por debajo del nivel del mar. Es pues el lugar más bajo del planeta y el descenso desde la ciudad cercana de Ammán es realmente impresionante. El calor, más la presión atmosférica es sofocante y el paisaje que ofrece, rodeado de montañas, de gran belleza, pero irreal. Ello se debe al aspecto de estas aguas, densas, aceitosas, de reflejos casi metálicos, sin casi ondas, y estas sin blanca espuma (al menos yo no la vi). La salinidad hace imposible que la habiten formas de vida, salvo bacterias extremófilas y las artemias, un tipo de minúsculos crustáceos cuya morfología es anterior a la época de los dinosaurios.
Aunque salutífera por la sustancia que la forma, la textura del agua y el baño mismos son toda una experiencia, pero no agradable ni revitalizadora, como sucede en general con el agua de mar, el gran médico de la naturaleza, junto con la luz del Sol. Y es que uno al bañarse, no se siente dentro de la Gran Madre de vida que es el mar.
Más bien es la imagen, quizás, de lo que serán los mares cuando desaparezca la vida de la Tierra, o lo que fueron antes de que en ellos se desarrollase el plancton y los organismos superiores: o sea, un caldo primordial, anterior y necesario para la vida, o el testimonio y residuo de la misma.
Según la Doctrina Secreta, de H.P.Blavatsky, nuestros mares no siempre tuvieron la misma composición, densidad o salinidad, y la tierra se llenó de flores perfumadas al mismo tiempo que la espuma del mar se hizo blanca, el tiempo en que el “fuego mental” que otorga la autoconciencia descendió sobre la primitiva humanidad, el mismo que castigó al bíblico Adán a trabajar con el sudor de su frente y a Eva a parir con dolor, leyendo en el significado profundo de esta alegoría.
El Mar Muerto parece un símbolo del antes y el después de esta vida. El reflejo metálico, cegador, de los rayos del sol poniente en sus pesadas aguas arrebata la imaginación, como si uno estuviera en otro planeta, y recuerda, aunque por oposición, el mar, con vida propia –aunque sin seres vivos que lo habiten- que describe la novela Solaris de Stanislaw Lem.
Y no sólo es Mar Muerto, sino mortal para toda la corriente de vida, peces y organismos que descienden con la corriente del Jordán… y no sólo. Sino también para multitud de bañistas que no guardan las debidas precauciones. Al flotar en él no es fácil guardar el equilibrio y si es necesario nadar es mejor hacerlo sin perder la posición vertical, evitando que sus aguas lleguen a los ojos y menos a la boca; y con máximo cuidado de al oscilar no quedar boca abajo, pues es difícil luego salir de esta posición que resulta letal.
Desde hace varios años hay un proyecto de desviar hacia éste las aguas del Mar Rojo, para evitar que se seque, y aprovechando el gran flujo de agua para convertirlo en electricidad y para desalinizarlo, en la ciudad de Akaba, ya que Jordania es el quinto país más seco de todo el planeta.
De todos modos, las muertas aguas de este mar, y sus orillas, son pródigas en memorias, vida del pasado: las ciudades no encontradas aún de Sodoma y Gomorra; la comunidad esenia del Qum Ram donde se hallaron los famosos manuscritos; la fortaleza de Massada, en que según Flavio Josefo, un millar de zelotes, al final de una larga resistencia contra los romanos, prefirieron morir libres que vivir esclavos, inmolándose como antes habían hecho los numantinos; las aguas del Jordán donde San Juan habría bautizado a Jesús, etc…
Al anochecer un denso silencio se apodera de sus aguas y riberas, en que titilan las luces de ciudades distantes, en la otra orilla. Se parece a la quietud muerta del pasado o al de un futuro lejano aún sin voz ni vida… el bullicio queda para el presente.
Jose Carlos Fernández
Alcorcón, 29 de octubre del 2018