“Dejo en testamento a mi alma
El asombro de una luz que desmaya.”
Acabo de leer el libro de poemas “Navegación Imperfecta”, del profesor Adalberto Alves, una de las grandes referencias culturales y humanistas de nuestro país hermano. Cada año, un nuevo título de poesía nos regala nuevas cintilaciones de su alma, siempre la misma. Y esto, ser siempre el mismo, una personalidad que muestra un secreto interior de mil y una maneras, y no un espejo que refleja los vientos cambiantes del mundo, es según los filósofos de todas las épocas, y especialmente los estoicos, una gran virtud, una garantía de autenticidad.
Y si poemas son las flores abiertas de su alma, en su trayectoria vital nos encontramos al jurisperito, al arabista e historiador, al místico y orientalista y un largo etcétera de búsquedas todas ellas con el mismo motor, ir en pos de la belleza, la verdad y el sentido de lo que nos rodea, es decir, ser un filósofo, un “enamorado de la sabiduría”.
En este libro, con 72 poemas (número interesante, el de los nombres de Dios en la Kábala hebrea), el poeta se desnuda de todo lo efímero, de las luces pasajeras, de los ecos del mundo, poco a poco se va entregando a la muerte, a lo invisible, como se desdibuja la estela de espuma y plata del barco en el mar, disolviéndose en ella, volviendo de nuevo todo al silencio.
El mismo título, humilde, como lo es todo verdadero filósofo, pues no creemos ni apostamos por las payasadas de la vida, anuncia este rumbo errático. “Navegación imperfecta”. Claro, perfectos los Budas, los Profetas o semejantes. Los demás, simples aprendices de la vida, aprendemos de ella, dejamos el mensaje de la voz de nuestra alma, una bella nota más, con fortuna, en la gran armonía del mundo real en que vivimos. Pero atención, una bella nota -una bella flor, una bella joya, o un ramillete de ellas- entregada por amor a quienes nos rodean, a la vida, al curso tumultuoso de la historia, nacida de la autenticidad de un alma desnuda, es como el titilar de eternidad de una estrella. Es una guía, un mensaje, un augurio, y una prueba de que más allá del punto en que convergen el alfa y omega del círculo sagrado de todo lo que palpita y vive, hay una infinitud que no nos es ajena, quizás lo único verdadero a que podamos tener acceso. Y así, como dijo otro enamorado de la poesía, lo mejor de cada uno es lo que vive en el otro, y es allí donde debemos verlo, oírlo y buscarlo, para conocernos a nosotros mismos y hallar nuestro propio sentido de existencia, al mismo tiempo que vamos creando vínculos, la característica radical de la vida misma.
“Viene en mi auxilio
la madrugada y en secreto murmura:
el sufrimiento es un consuelo
está tejido en acero y seda.
y también sirve, al final,
en la armonía del mundo.[1]”
Muchos son los temas que hallamos en este poemario. Como siempre en él, en el profesor Adalberto:
- la búsqueda del Enigma que nos dé alas y suspenda en el infinito;
- el tumulto y sabor dulce y amargo de la vida;
- el ataque a lo fútil, al estruendo humano desbocado de su verdadera dimensión;
- la admiración y culto a una naturaleza siempre pura, bella, exacta, tentadora y joven y madura al mismo tiempo;
- la rebelión de su voluntad, agitándose como un pez nadando entre peces muertos, ante la estupidocracia, o sea el gobierno de los tontos títeres de poderosos intereses apátridas, mezquinos y sin escrúpulos de ningún tipo;
- las reflexiones ante las llamadas y mensajes de la noche;
- la admiración ante el poder y el mecanismo del lenguaje, donde la mente, en sí misma se cristaliza operando estructuras, ritmos y melodías codificados que permiten que el ser humano exprese su vida interior y se ponga en contacto con el prójimo y aún con lo Sagrado;
- la embriaguez mística ante los juegos de la luz, como una amada tentando y dando vida y amor a todo lo que mira y espera bajo el cielo;
- la impotencia ante sueños, como pájaros coloridos de cristal, que no tendrán ya fuerza para alzarse en vuelo;
“oh mi energía[2], mis fuerzas,
qué leves camináis delante de mí,
sois ahora palomas que asustadas
huyen de un halcón ardiente,
ese halcón errante que yo ya fui,
en aquellos días brillantes florecidos,
iluminados por la brasa que refluye
de una ventana estremecida, los sentidos
me erguía entonces, por encima de los mares
con mi fuerza entera de existir.
volaba cerca de las estrellas, por los aires,
¿quién me lo podría impedir?”
Otros temas se visten de poesía para así ofrecer su música al corazón humano. Por ejemplo, la necesidad de no dejar de ser un espectador objetivo ante la vida, pues es la suma de esta cosecha de vivencias y verdades, lo que llevamos a lo invisible, pues ya es nuestro de verdad, nos pertenece:
“no me gusta lo que veo,
¿pero en verdad lo que veo
realmente es?
y sin ver lo que veo
¿sería yo quien soy?
y aquello que veo,
¿qué sería sin mí?
semillas de extrañeza
mis límites gobiernan.[3]”
O una evocación al Amor, que a todos llama, que a todos convoca, que a todos congrega y une:
“la suprema[4] alegría de ser juntos
como dedos de luz de una mano…
oh patria sin nombre del Amor,
majestad nuestra que no vemos,
islas somos en medio de tus astros.
te saludo, esencia mía desterrada.
de tu secreto, yo alcanzo la Nada.”
Incluso la de ser en lo íntimo un caballero errante, como un Quijote en las extensas llanuras del amor:
“dentro[5] de mí hay un caballero veleidoso
y errante, en una planicie solitaria,
con el destino que sólo Uno conoce:
aquel que todo hace arder y enfría.”
Termina el libro con un canto y homenaje a Walt Whitman, como hizo Fernando Pessoa (en su heterónimo Álvaro de Campos). Este genio americano fue una especie de poeta-dios danzante, cual Dionisos, cantando al infinito “desde la miseria de esta vida”:
“del sufrimiento,
yo hice un canto.
de la alegría de la lucha,
del fracaso,
del amor,
y del sol y de la luz de luna,
yo hice un canto.
de la miseria toda de esta vida,
de mi pequeñez,
de mi inmensidad,
de la sed infinita de infinito,
de las certezas que no tengo,
yo hice un canto.
de mi compasión,
de palabras mendigadas,
en el firmamento, en la tierra,
en las montañas y en los mares,
a los animales
y a los árboles,
a la lluvia,
a las tempestades,
yo hice un canto.[6]”
Sí, y el profesor Adalberto hizo también con estos poemas un canto, que por serlo, es siempre a la vida, proteica, misteriosa, temida y deseada, la que nunca cumple sus promesas, sino cuando ella quiere, pero que en su maternal regazo, y en la danza de su juego amoroso, nos hace siempre soñar… y crecer.
Jose Carlos Fernandez
Almada, 3 de septiembre del 2018
[1] Pag. 13, Navegação imperfeita, de Adalberto Alves. Editorial Labirinto.
[2] Idem, pag. 32
[3] Idem, pag. 53
[4] Idem, pag. 57
[5] Idem, pag. 61
[6] Idem, pag. 85
¡Genial!
Interesante entrada y muy instructivo. No conocía a este autor y me parece que su obra debe de ser interesante conocerla. Gracias por traerla hasta aquí. Un saludo