«El rey, sin el amparo de un consejero de fuerte ánimo que despertase en él la energía y decisión que le eran tan necesarias en un momento tal, como jefe supremo de un pueblo aturdido y abatido por la fatalidad, había perdido totalmente la calma y no sabia qué providencias se debían tomar en aquellas circunstancias gravísimas. Apretaba, tan sólo la cabeza entre las manos y se preguntaba, a cada paso, repetidamente:
¿Qué se ha de hacer, qué hemos de hacer para merecer la misericordia de Dios?
La respuesta firme de Sebastián de Carvalho fue:
-¡Señor! ¡Sepultar a los muertos y cuidar de los vivos!»[1]
Mario Domingues, en O Marquês de Pombal, o Homen e a sua Época
«Portugal lo aclama como su benefactor, los extranjeros lo admiran, y los mismos envidiosos contrarios huyen despavoridos, porque los hiere el irresistible impulso de la verdad que, tarde a temprano, abate los colosos del engaño, y las seducciones falaces de la artera malicia»
Editor de Memorias Secretissimas del Marqués de Pombal[2]
«El gobierno portugués no tenía ya alma; todas sus partes estaban sin vigor. Cada pieza esperaba para moverse que Inglaterra le diese el movimiento, en una palabra, todo estaba desesperado.»
Marqués de Pombal en Memorias Secretíssimas
«El Marqués de Pombal puso los cimientos para que de nuevo fuese Portugal una potencia de enorme importancia en el mundo, pero la obra fue arruinada… y aun así la vida de esta nación fue renovada en lo económico, social, cultural, militar, político, en lo religioso, lo legal y lo educativo. En fin en todos los ámbitos de lo que podemos llamar el impulso y las instituciones de una civilización. Podemos considerarlo, junto a Afonso Henriques, el rey Don Dinis, el infante Don Henrique y el rey Juan II y otros más que no mencionaremos, la acción encarnada del genio tutelar de esta nación…»[3]
Los restos mortales de quien fue Marqués de Pombal y conde de Oeiras descansan en una iglesia pequeña, recoleta y, en su estilo neoclásico, de grácil belleza, cerca del Palacio de Ayuda. Es la Iglesia de la Memoria, que recibe este nombre ya que se halla ubicada en el lugar de la tentativa fallida de asesinato del rey Don Pedro I. La urna modesta en que se hallan, a la que sólo tardíamente se agregó una placa identificativa, y situada en un lateral esquinado de la Iglesia, desdicen con la grandeza e importancia de quien podemos llamar “Refundador de Portugal”. Con una obra muy semejante, aunque no en el modo de llevarla a cabo, a la del Rey Labrador, Don Dinis. Hace 70 años dicha urna se hallaba en el transepto, el lugar de máxima dignidad bajo la bóveda de este santuario, y junto a una maqueta del monumento al Marqués de Pombal, quizás el más imponente de todo el siglo XX en la patria lusa.
El abandono y olvido en que yacen estos restos mortales no tiene perdón de Dios, y es evidente que la Historia nos juzgará por ello. Comparemos esta escena con los grabados antiguos en que vemos el sepulcro del Marqués de Pombal descansando con solemnidad en la Iglesia de la Merced, cubierto con un paño de terciopelo bordado, y sobre las esculturas de dos elefantes: Adecuada alegoría de su prudencia y fortaleza.
De todos modos, y más allá de cuantas polémicas despierta el nombre y figura del Marqués de Pombal, su poderosa efigie se alza[4] como un buen augurio mirando la antigua ciudad de Lisboa– la llamada, precisamente, Baixa Pombalina- que reconstruyó, y en el centro, precisamente de la moderna de quien fue precursor. Digamos lo que los hombres del Renacimiento: Que devore la tierra mi cuerpo, que mi nombre resuene en los siglos venideros y que mi espíritu siga su camino hacia Dios.
La iconografía de este conjunto escultórico del Marqués de Pombal en la Plaza del mismo nombre merecería un artículo aparte, visto el cuidado que se tuvo en la elección de temas y la profundidad de concepto. Esta obra colosal en piedra y bronce –materiales con que la Historia gusta de homenajear a sus elegidos- destaca sus méritos, méritos que ni el peor de los enemigos del Marqués de Pombal podría ni eludir, ni olvidar ni dejar de reconocer. Allí están enumerados, con recto discernimiento e inexcusable gratitud, de modo alegórico o literal. Son, querámoslo o no, sus hazañas, como los trabajos de un Hércules que debió combatir contra monstruos y fieras que amenazaban la vida misma de Portugal. Y no son 12, como las pruebas que enfrentó el hijo de Zeus, asociadas al poder de los signos del zodiaco. Sino 24, como las horas que recorre el Sol en su viaje diurno y nocturno, símbolo del trayecto de una vida humana, desde su nacimiento hasta el ocaso.. .y el camino de sombras hasta un nuevo amanecer. Los egipcios decían, “si Ra (el Sol, el Logos Platónico, la Voluntad Divina) avanza, yo avanzo, si yo avanzo, Ra avanza”. Así, el Sol o genio del Marqués de Pombal avanzó en sus trabajos y reformas, desarraigando lo viejo, caduco y nocivo, e iluminando y dando nacimiento a lo nuevo. 24 hazañas, 24 trabajos, 24 pruebas:
- Creación[5] y protección de numerosas industrias, que salvaron la economía nacional
- Modernización y fomento de la agricultura
- Nacionalización de la marina mercante
- Reestructuración del crédito nacional y resurgimiento del comercio nacional
- Valorización de las colonias
- Elaboración de Tratados de comercio
- Trazado de las vías de comunicación
- Organización de la hacienda pública
- Reedificación de Lisboa, tras el terremoto de 1755
- Creación de numerosas escuelas gratuitas
- Fundación de la primera Escuela de Comercio
- Establecimiento de escuelas para la enseñanza secundaria y la formación profesional
- Reformas de la enseñanza superior y universitaria
- Protección de las Artes
- La expulsión de los jesuitas, que se llegaron a convertir en aquel siglo en un cáncer que devoraba la sociedad y enloquecía a los más poderosos, a quienes debían ser las columnas morales que la sustentasen
- Abolición de la esclavitud en Portugal
- Emancipación de los indios de Brasil
- Represión de los abusos de la aristocracia
- Proceso de ennoblecimiento de las clases laboriosas
- Extinción de las desigualdades entre cristianos viejos y nuevos
- Renovación de las leyes y de la jurisprudencia
- Exaltación del prestigio nacional
- Reorganización del ejército y de la armada
- Oposición y victoria ante la invasión extranjera
Como sucede mitológicamente con Hércules, entre estos trabajos no aparece el de conocerse a sí mismo y buscar la verdad: leyéndola en el sentido de los acontecimientos, en la belleza de la naturaleza y en el legado de los sabios que nos precedieron. Pero es que esto se da por descontado, es la raíz oculta, es el sentido profundo, es la clave de todo lo anterior. Nadie que no busque la verdad tras las apariencias y se considere a sí mismo un peregrino caminando en y hacia lo Eterno, nadie que no se haya descubierto a sí mismo y emprendido la conquista de la fortaleza del alma puede dejar una huella esforzada y heroica en el mundo. Según el pensamiento platónico, el verdadero político o gobernante es el que dejando de ser sombra ha seguido la luz de la sabiduría hasta salir fuera de la caverna de las ilusiones. Sale como filósofo y entra como político, pues ahora debe recordar las verdades adquiridas, debe mantener viva la llama de vivencias y de certezas, y de Principios, para emprender la obra de gobierno: sea ésta cual sea, y asuma la naturaleza que asuma, pues es evidente que no actúa del mismo modo un Marco Aurelio que un Alfonso Henriques o que un Napoleón.
Decir que el Marqués de Pombal era un filósofo puede resultar admirable, cuando no presuntuoso, simplemente porque su obra es la de un estadista, la de un dictador del Siglo de las Luces, la de un político sin descanso. No se halla diálogo, duda, preguntas, disquisiciones en sus escritos –al menos en la mayor parte- y sí convicciones, programas, resultados, acciones. La sabiduría egipcia enseñaba que la luz que derrama el héroe, su obra civilizadora presupone que él antes ha recorrido el –decían- laberinto de lapislázuli que lleva al corazón de sí mismo, en mayor o menor medida. Y que en cierto modo, continúa avanzando en él, pues nadie se aparta de la verdad cuando la enseña o manifiesta, y quien enseña es siempre quien más aprende, especialmente en aquello que tenga que ver con los Arcanos o la vida de los Arquetipos.
Pero, dejando aparte la digresión y enderezando de nuevo el rumbo del discurso; si volvemos otra vez al tema de los restos mortales de quien fue Marqués de Pombal, o sea, de Sebastian Jose de Carvalho y Melo: ¡en el primer epitafio redactado para su sepultura (¿quién lo escribió?), se le atribuye el título y epíteto de FILÓSOFO! Leamos las notas[6] del primer editor de Memórias Secretíssimas do Marquês de Pombal:
«Su cuerpo yace depositado en un célebre mausoleo que está a la derecha de la capilla-mayor de los frailes capuchos de la referida villa de Pombal[7], donde no aparece, por haber sido prohibido su uso y lectura, un epitafio confeccionado para su sepultura, que es el siguiente:
Aquí yace/ Sebastián José de Carvalho y Melo./ Marqués de Pombal./ Ministro y Secretario de Estado/ de D. José I/ Rey de Portugal;/ El cual reedificó Lisboa,/ Animó la Agricultura, / Estableció las Fábricas,/ Restauró las Ciencias/ Estableció las Leyes,/ Reprimió el Vicio,/ Recompensó la Virtud,/ Desenmascaró la Hipocresía,/ Desterró el Fanatismo, / Hizo respetar la Soberana Autoridad; / Lleno de Gloria, / Coronado de Laureles, / Oprimido por la calumnia/ Elogiado por las Naciones extranjeras:/
Como Richelieu / Sublime en proyectos, / Igual a Sully en la vida y en la muerte: / Grande en la prosperidad, / Superior en la adversidad, / Como Filósofo, / Como Héroe, / Como Cristiano, / Pasó a la eternidad / En el año 1782, / A los 83 años de edad, / y en el 27 de su Administración.»
El epíteto de Hércules Lusitano que atribuyo al Marqués de Pombal tampoco es ni singular ni nuevo. Lo hace el mismo primer editor del libro Memórias Secretíssimas, consagrando un gran esfuerzo económico y humano para devolver el brillo a este augusto personaje, criticado por libelos infamatorios que habían circulado en su contra[8]. En su Prólogo al libro, que llama “Discurso para servir de esclarecimiento a la obra” justifica su actitud y elogia arrebatado en un estilo retórico y clásico con el que nos sería ahora muy difícil expresarnos (y por desgracia, muchas veces incluso entender):
«En efecto[9], ¿qué hombre estudioso no buscará ardientemente saber la marcha política seguida por aquel gran hombre de estado en las crisis más arriesgadas del reino, a la cabeza de cuyos negocios se había colocado? ¿Quién no se regocijará analizando, con la imparcialidad y la madurez debidas, los documentos que comprueban en qué medida el famoso ministro era adecuado para dirigir, práctica y teóricamente, el timón del gobierno de una nación en peligrosas lides? ¿Quién será el idiota que, incitado sólo por la envidia, se atreva a negar altas cualidades y profundos talentos a aquel varón sabio e intrépido que llevó a salvo la nave de la república por entre los escollos sembrados a propósito por malvados que forcejeaban por lanzarla a un piélago de infortunios? Lo valoran de cruel y sanguinario, sin recordar que, en las circunstancias tan críticas que se hallaba la nación, era necesario que él se revistiera de una presencia de ánimo a toda a prueba, para abatir el orgullo y la codicia, firmemente arraigados en esta misma nación; vicios que iban cavando la ruina del edificio político, a tal precio restaurado, y aún a mayor precio sustentado, por la visión perspicaz del Hércules lusitano, que subyugó la hidra de la anarquía. No era posible de otro modo rasgar el denso velo de la ceguera, que impostores inicuos habían lanzado sobre los miserables que en ellos confiaban; desenterrar Lisboa de sus ruinas, dar un nuevo orden regular a las finanzas, pagando el “déficit”, equilibrando los ingresos con los gastos, y acumulando una gran reserva de moneda y de preciosidades, deshacer las tramas de los otros gabinetes, que forcejeaban por envolver a Portugal en luchas terribles; dar vida al comercio, crear la industria, reestablecer el crédito (sin el cuál perecen los cuerpos políticos), hacer con que renaciese la agricultura, en otras épocas tan floreciente en este país; restituir la paz, poner grilletes a la discordia, castigar el crimen, remunerar la virtud y, en una palabra, conseguir que su patria apareciese dignamente entre las demás naciones.»
Quizás uno de los mayores logros de la Filosofía, en tanto que se envuelve en los asuntos de la vida, es poder llamar al pan, pan y al vino vino. Sin dejarse enredar por las telarañas de sofismas ni por la niebla hipnótica del deseo, el miedo o la impotencia que sumergen al alma y la mente en la ceguera de no saber distinguir nada, ni lo que la beneficia, ni lo que la daña. La respuesta que aparece al principio de este artículo, cuando le dice qué hacer a un rey abatido por el terror de los acontecimientos: “enterrad a los muertos y cuidar a los vivos”; es un ejemplo claro de esa Filosofía que sabe dar el nombre justo a cada cosa y por tanto, emprender la acción correcta. Prohibió a los jesuitas que atemorizasen a las gentes con sus discursos apocalípticos que al paralizar a unos y otros, les impedían poner remedio a los males del momento. Incitó a los sacerdotes que en sus oraciones dejasen de hablar tanto del castigo de Dios e hicieran que todos se pusieran manos a la obra. Nada de alimentar el complejo de culpa y todos los temores inconscientes, hábilmente alimentados y manipulados por Compañía de Jesús durante más de medio siglo. Hay problemas y soluciones, errores y redenciones, esto es en la naturaleza más eficaz que pensar en culpas y culpas y más culpas, de las que pensamos que el arrepentimiento y la autopunición nos pueden absolver, sin importarnos siquiera qué efectos han generado tales culpas y qué podemos hacer para remediarlos. Esto es lo que pensaba el Marqués de Pombal, lo que es pura Filosofía y aún más, la quintaesencia del pensamiento clásico y romano, del cual el Conde de Oeiras se mostraba un magnífico exponente. La lucha del Marqués de Pombal contra los miedos y creencias dañinas tras la el terremoto de 1755, parece la de un Hércules-Sol contra los gigantes de hielo de un pasado ya muerto. O si queremos otro género de comparaciones, la lucha de un leucocito audaz contra una célula cancerígena que quiere absorber la vida del organismo al que ya se ha negado a servir más. Su firme convicción en lo que hacía, su poderosa autoridad moral, avalada además por el sello de legitimidad del rey hicieron el milagro, vencer los miedos y reconstruir la ciudad cabeza de Portugal, cuya muerte hubiera hecho quizás sucumbir en el caos a las otras, por un efecto dominó. Una Lisboa renacida se elevaba sobre las ruinas de la anterior, ordenada, moderna, perfectamente saneada, ejemplo de urbanismo para nuevas ciudades de Portugal y de Europa… ¡en sólo pocos años! Si esa no es la obra de un Hércules, dónde los hallaremos. Estados Unidos, con toda su organización, tecnología y lógica sed de vengar la ofensa, en diez años no ha conseguido elevar de nuevo unas torres que sustituyan a las caídas, ni reparar los desastres del huracán Catrina. En la filosofía del Marqués de Pombal, la religión no puede agredir al Estado, ni acumular bienes temporales, ni vampirizar las energías vitales ni la sangre de la nación, haciendo acopio de tierras que no trabajaban y convirtiéndose en refugio de incapacitados sin mayores deseos de hacer el bien entre sus conciudadanos ni intentar interpretar y servir la Voluntad de Dios, que en todo caso no puede ser nunca nada diferente de hacer lo que es pura, e intrínsecamente bueno. Esto lo repite el Marqués de Pombal en sus cartas, documentos, decretos, reflexiones políticas, informes… hasta la saciedad. La religión no puede dividir como un cáncer el Estado, haciendo reinar el miedo y la discordia. Debe servir, como todo lo que está bajo la luz del Sol, al bien común; y la política recta y justa, según su pensamiento, es la única que garantiza a cada uno su lugar y atribución armónica, sin confusiones. No hay conflictos de intereses entre las partes de un organismo y no las debe haber en las de un Estado, según su visión política y filosófica.
Es instructivo y gozoso, aun cuando, evidentemente, se pueda no compartir esta visión, sentir su genio racional y organizativo –aunque su mentor D. Luís da Cunha, en su juventud considerase a este genio “un poco difuso, muy de acuerdo con el del país”- en editales y recomendaciones (“avisos” es el término con que se presentan), que imaginamos la poca gracia que le haría al orgullo de quienes las recibían.
Recreemos la situación antes de leer el documento: Lisboa ha sucumbido por el terremoto e incendio del día 1 de noviembre de 1755, los sacerdotes predican en sus iglesias que se trata de un castigo de Dios, y que aún no ha terminado y redoblará su furia; aterrorizando así a los desafortunados feligreses. La mayor parte de los pobladores de Lisboa está huyendo de la ciudad, en parte por el clima de inseguridad debido a robos, asesinatos y violaciones de aquellos, que en las catástrofes se convierten en chusma vil. Es imperioso atajar tales crímenes y también el terror psicológico, para comenzar a sanear Lisboa, evitar que sucumba al caos y poder incluso –y esta sí que es tarea de Hércules- reconstruirla.
Aviso para el eminentísimo cardenal patriarca, en que le ordena que exhorte a los párrocos de la ciudad, y sus suburbios, que persuadan a los pueblos para que den sepultura a los muertos.
Ex.mo y Rev.mo Sr.
Habiendo sido S.M. informado de la entera deserción por la que ha sido abandonada la ciudad de Lisboa como efecto de la presente calamidad; y considerando que prudentemente se puede recelar que no basten todas las providencias que el mismo señor haya dado a sus ministros y oficiales de guerra para vencer el terror que ha invadido a los habitantes de la misma ciudad para que vuelvan a ella con las más personas, que además serían conducidas por la piedad cristiana a cooperar para vencer el mayor peligro que nos está amenazando, al no haber dado sepultura a los cadáveres, principalmente en aquellos edificios que no fueron abrasados por incendios: me manda el mismo señor que le haga partícipe a V. Eminencia, de que será muy del servicio de Dios y de S.M., y muy útil y eficaz, y puede incluso que sea el único remedio que nos preserve de otra consternación igual, que V. Eminencia ordene a todos los párrocos de la corte, suburbios y vecindades de ella, que saliendo luego con procesiones públicas, tomen en ellas por motivo para sus pláticas persuadir a los pueblos, que pareciendo que Dios Nuestro Señor ha suspendido el castigo con que nos avisó, es necesario que procuremos conservar estos efectos de su divina misericordia haciendo las obras de ella que fueren más agradables al mismo Señor. Y que entre todos los actos de piedad cristiana, con que podemos aplacar la Divina justicia no puede haber otro que sea más meritorio como el de recogerse a la ciudad todos los moradores que Dios conservó vivos, para ayudar a la nobleza, a los ministros de mayor grado, y a los oficiales de guerra más distinguidos en el trabajo santo y pío de concurrir para dar prontísima sepultura a los muertos, y que sean así preservados los que quedaron vivos: siendo estas obras tan cristianas y tan heroicas, que aún en el caso de que en ellas haya peligro para algunas personas, del que uno puede sospechar prudentemente, cada uno de nosotros debería no sólo exponer, sino sacrificar voluntariamente la vida para aplacar a Dios, contribuyendo a salvar la patria. Lo mismo considera S.M., y que será conveniente que V. Eminencia persuada a cada uno por los ministros de mayor grado de la santa iglesia patriarcal, incluyendo a los principales de ella; y que V. Eminencia mande exhortar en la misma conformidad a los prelados regulares de todas las regiones, para que acudan todos ellos, cada uno al suyo respectivo, a sus barrios. Para terminar me manda S.M. hacer partícipe a V. Eminencia que también considera que para la eficacia de este remedio contribuirá mucho el que V. Eminencia prohíba las exhortaciones que libremente y sin licencia andan haciendo muchos clérigos seculares, y algunos regulares, en términos que aumentan la consternación, sin persuadir a los pueblos del remedio de la misma, antes le rinden los ánimos de suerte que los imposibilitan para el trabajo y los ahuyentan hacia los lugares desiertos. Dios guarde a V. Eminencia. Paço de Belém, 3 de Noviembre de 1755.
Sebastião José de Carvalho y Melo
Es admirable la perspicacia filosófica del Marqués de Pombal, quien no acepta en la catástrofe de Lisboa, el sentido de culpa de un castigo divino y sí un mecanismo de renovación de la naturaleza que da la oportunidad a los pueblos de renovarse a sí mismos, si tienen fuerza moral para hacerlo. O sea, lo que puede parecer un castigo, en nuestra impotencia, es un beneficio ante nuestra audacia, voluntad y perseverancia. La Naturaleza, en el juego armónico de sus cuatro Elementos, determina, como maestro de ceremonia de esta sinfonía universal de dolor y superación de las dificultades, cuándo y cómo, desechando y arrastrando lo viejo, y permitiendo que las semillas de lo nuevo crezcan, en una nueva primavera, es decir, una nueva oportunidad de renovación para todos. H.P. Blavatsky (1831-1891), en su inmortal y ciclópea Doctrina Secreta enseña también que cuando la naturaleza destruye, protege en verdad el futuro y renueva el presente, liberándolo de la carga de un pasado inútil[10] (permanecen, claro, los huesos de lo permanente, aquello que permite mantener en pie la civilización, o la vida misma): Shiva es la Deidad Destructora, la Evolución y el Progreso personificados, el Regenerador, el que destruye las cosas bajo una forma para volverlas a la vida bajo otro tipo más perfecto. Es como ocurre con la muerte natural de una persona, si no sucediera, cómo podría tanto uno como la vida misma regenerarse. Esta sería, dado que aún no hemos alcanzado la perfección, una tortura y tedio eternos, como la escena que presenta Jorge Luis Borges en el cuento El Inmortal con que comienza su obra El Aleph.
Es evidente que toda catástrofe natural tiene causas mecánicas y causas intrínsecas, y que la vida moral y la evolución nos obligan a elevarnos por encima de las mismas para seguir avanzando y construyendo nuestro destino. Llegando a convertirse, para el alma valiente, en una oportunidad de avance. Esta es una de las enseñanzas supremas de la Filosofía, y así lo reconoce, como filósofo, el Marqués de Pombal, elevándose muy por encima del espíritu y visión de su tiempo, tan condicionada por supersticiones o por un frío y ciego racionalismo que esterilizaba, igualmente, todo avance humano, sepultándolo en las ruinas de sus propias creaciones mentales tan pesadas.
El primer editor de Memórias Secretíssimas do Marques de Pombal rescata y trae a la luz uno de sus manuscritos que se hallaba en la biblioteca del “desembargador” Gamboa, en el año 1783. Es todo un discurso de Filosofía Política en el que, cualquier persona de buen juicio puede comprobar la profundidad de análisis y concepto, la perspicacia y visión de largo alcance enraizada, no es posible de otro modo, en una profunda meditación sobre el sentido de la vida y de la historia, además de una formación singular en los clásicos griegos y romanos. El texto[11] se llama: Discurso Político sobre las ventajas que el Reino de Portugal pudo extraer de su desgracia con ocasión del terremoto del 1 de Noviembre de 1755.
En él hallamos, por ejemplo, las siguientes reflexiones[12]:
«La política no es siempre la causa de las revoluciones de los Estados. Fenómenos asombrosos cambian frecuentemente la faz de los imperios. Se podría decir que estos ajustes de la naturaleza son algunas veces necesarios porque ellos pueden, más que otra cosa cualquiera, contribuir a aniquilar ciertos sistemas que se encaminan a invadir el imperio universal.
Si los gobiernos ambiciosos (hablo de aquellos que arrastran todo hacia sí, que se consideran solos en el mundo, cuyo fin es la pobreza del universo y cuyo principio es la dominación universal), si estos gobiernos, digo yo, no se viesen embarazados por las causas físicas en los proyectos de su grandeza, peligrosa habitación sería la Tierra. La política sería entonces, la única dominadora del mundo. No tendrían otro remedio los Estados débiles. Un pueblo que hubiese alcanzado de una vez ventajas sobre otro, las conservaría siempre. Ahora de esta disposición de las causas, a la monarquía del universo, no mediaría ningún intervalo. Quiero decir que en un cierto periodo de tiempo, el globo de la tierra gemiría encadenado en el vasallaje. Todo, entonces estaría perdido. Todos los reinos caerían en la anarquía. (…)
Sin embargo, ¿es necesario que se abra la tierra, que se trastornen las provincias, que se subviertan las ciudades, para disipar las cegueras de ciertas naciones ilustradas para el conocimiento de sus verdaderos intereses? Si, decididamente lo digo, en un cierto sentido, así es necesario. Se podría decir que los elementos mismos tienen un cierto instinto para embarazar que la Tierra toda, no se convierta en presa de ciertos pueblos ambiciosos. Ved, os lo ruego, cómo la crisis vuelve a poner algunas veces un cierto nivel en los negocios políticos.»
Que el Marqués de Pombal sea un hombre de acción ha generado quizás la opinión difundida y común que se tiene muchas veces de los dictadores, o sea, que no era erudito ni reflexivo, que no había estudiado en profundidad los grandes textos del pasado. Y si queremos ir más allá, decir que era un Filósofo, ¡ni soñarlo!, queda por desgracia la imagen de un personaje autoritario y ambicioso, celoso de sus prerrogativas, ejecutor de los designios que perseguía y no del bien público, insensible a la hora de ejecutar sentencias injustas que favorecieran sus propios intereses. Si estudiamos atentamente las acusaciones y las defensas (las que él mismo escribió, o las que formularon después de su muerte), o mejor, si examinamos los hechos o los frutos de su incansable trabajo, nos es difícil creer que el Marques de Pombal fuera como sus enemigos le pintaron. Bien es cierto que tras su muerte circularon, como dije, libelos infamatorios, y varios libros se escribieron para desmentirlos desbaratando sus argumentos: por ejemplo el de Memórias Secretíssimas o el de La Administración del Marqués de Pombal de Pierre de Cormatin. Camilo Castelo Branco no nos es totalmente creíble cuando escribe Perfil del Marques de Pombal con ácida inquina. Otra obra Joseph Balsamo, el conde Cagliostro es también una abierta difamación contra el gran taumaturgo y médico que anunció –e hizo incluso, literalmente visible ante los ojos de muchos nobles- la Revolución Francesa, varios años antes de él mismo, Alessandro Cagliostro, estar procesado injustamente en la cárcel de la Bastilla. Libelo fraudulento el de Camilo Castelo Branco, aunque sólo fuera por divulgar en Portugal las mentiras de la Inquisición y las actas de un proceso jamás verificado ni constatado, y demostradamente inventado y tejido con astucia y maña, en contra de este mago. Camilo Castelo Branco no nos es de confianza, pues aunque no lo haga con intención, divulga mentiras y acepta escribir libros por encargo, delicado asunto según qué temática. Además para él, como en la parábola de las Grullas y no Grullas de Platón, por lo menos así es en su juventud, cuando escribió Los Misterios de Lisboa, el mundo está dividido entre los que tienen sangre noble (ellos y los hidalgos) y los que no. Y estos últimos atraviesan el mundo como sombras vagas y sospechosas, como si no fuesen también hijos de Dios, y sí parias del milenio.
Respecto a la acusación de injusticia del Marqués de Pombal en el proceso de los Távora, hay mucho que decir, lo dejaremos quizás para otro artículo. Respecto al comentario de ser poco menos que un ignorante podría desmentirlo con muchos testimonios de sus contemporáneos, que refieren lo encantador y sutil de su conversación y de lo extraordinariamente culto y amable que era en sociedad (siempre discreto en asuntos políticos, sencillo y humano entre sus amistades). Pero creo mejor destacar algún párrafo del libro Memórias…, por ejemplo en uno de los informes que envía al Rey, diciéndole a éste el peligro de que las órdenes religiosas hereden tierras que no cultivan y que así empobrecerán sin escapatoria a la nación portuguesa. Escribo en “negrita” las líneas que quiero[13] destacar:
«De este procedimiento indecoroso (el olvidarse de los bienes espirituales y acumular los materiales) no sólo resulta para los pueblos –que ellos tienen la obligación de encaminar y dirigir con documentos ejemplares- un escándalo irreparable, sino también una pésima doctrina que los corrompe en perjuicio de sus almas e inobservancia de los doctísimos preceptos de la iglesia madre nuestra, a quien los mismos eclesiásticos tantas veces causaran muchos daños.
No acontecería de este modo si los religiosos y monjes cuidasen sólo de la conservación de los bienes espirituales, que son los que deben poseer; porque entonces su ejemplo no provocaría a tantos seculares, a los cuales ellos mismos inquietan, entrometidos en negociaciones profanas, perturbando la república con pleitos injustos, compuestos para su propia destrucción total y dejando los tesoros celestes, los únicos que deben conservar según sus estatutos, a cambio de las glorias y riquezas de este mundo.
Fiados en la duración de sus monasterios y en el poder del cuerpo para ellos respetable, despreciando la composición de los litigantes seculares, para después de sus fallecimientos confundir a los corderos y obtener su rebeldía, o por ajuste lesivo, prosiguen y continúan con la vejación de los pueblos para arrebatarles todo, y se hacen señores de todos los bienes temporales, en perjuicio de la república de V. M., que de esta forma, no puede sustentarse, ni patrocinar y defender a la misma Iglesia, como si el nihil habentes et omnia possidentes[14] fuese alguna profecía permisiva o promisoria de que comenzando sin nada se harán señores de todo el mundo.
Y tan olvidados de la recomendación del mismo Cristo, no atienden a la de V. M., que desea evitar los pleitos para no molestar a sus vasallos, ya por la utilidad de la república, ya por prevenir las culpas que ellos originan, con reflexión sobre la importancia de la jurisprudencia nacida de las voluntades y juicio discordes de los hombres, que son entre sí contrarios, como se vio en el reescrito a Marcelo por Ulpiano, y Claudio a Trifonino, y en las disensiones de Cassio, Masonio, Celio, Sabino, Neva y Próculo, y otros muchos, de donde nacieron las contradicciones del digesto, como certifican los vestigios que de él se conservaron.
En este número son comprendidos los más justificados, como se ve en las opiniones opuestas de San Jerónimo y Agustín, Tomás y Escoto, Pedro y Pablo, lo que acontece en un sólo individuo, que muchas veces es contrario a sí mismo, de lo que sin encogimiento de ánimo se acusó Pepiniano, se retrató Cévola y se desdijeron San Jerónimo y Santo Agustín, cambiando a mejor sistema, como sabios.»
Bien, no parece que estas reflexiones sobre estos autores sea una bibliografía sujeta con alfileres sino muy justipreciada y meditada.
Es evidente que él nace, vive y muere en la época que los historiadores llaman Despotismo Ilustrado, que afecta a casi toda Europa y de la que los Estados se liberarían, paulatinamente con los Ideales de la Revolución Francesa, que sembró un futuro de democracias más o menos caóticas, por un lado, y por otro de gobiernos totalitarios despóticos y con gran dificultad de trabajar con las libertades e iniciativas particulares. Pero ¿quien sabe?, del mismo modo que la Libertad asociada a la Obediencia es el único medio de que la historia avance, también la Libertad es un Arquetipo de realización humana. E igualmente el de la Realeza, o sea, el arquetipo o manantial espiritual que rige a aquellos que son capaces de traer un reino de justicia al mundo, habiéndolo conquistado antes en sí mismos, y cuya firme voluntad, sabiduría y bondad es capaz de proteger a un colectivo, por grande o pequeño que éste sea, de las ávidas apetencias de los oportunistas y los malvados. De un modo diferente, por ejemplo a lo que ha sucedido a muchos países actuales (por ejemplo España, Portugal, Grecia, Irlanda, Italia, etc…) en ésta que tristemente podemos llamar -y ojalá nos equivoquemos- “muerte de Europa”.
Ese arquetipo de la Realeza es evidente –él mismo lo encarna de modo ejemplar, y aunque no sea rey es gobernante – para un ministro como el Marqués de Pombal. Por su carácter y formación, por los ideales propios del siglo en que vivió, y también por el espíritu de servicio y jerarquía que primaba en todos los asuntos humanos:
«Vuestra Majestad es cabeza de la monarquía, alma de la república, vida de los vasallos, padre, administrador, protector, defensor y procurador de todo el pueblo, recurso de los oprimidos, conservador de sus Estados, parece augustísimo señor, que mirando Vuestra Majestad hacia lo referido, y ponderado, debe proveer todo con el remedio preciso necesariamente por obligación de la regia tutoría y propia utilidad; porque el tutor debe conservar y guardar los bienes de la tutela con la mayor vigilancia y por la propia utilidad; porque desfalleciendo el cuerpo de la república, del que el soberano es la cabeza, peligrará la preciosa y estimable vida de V.M., que ha de sentir los males de este cuerpo, como alma de los vasallos, y por eso debe condolerse de ellos, como de sus propios reales miembros.»
Ojalá aquellos que tienen la prerrogativa y responsabilidad de gobernar a los otros, y aún más, gobernar los destinos de las naciones, pensasen de este modo y sintiesen como un latigazo en sus carnes la más mínima injusticia cometida hacia uno de sus dirigidos, estos nuevos súbditos a quienes les es cada vez más difícil reconocer ninguna autoridad moral en quienes conducen sus destinos.
Con qué celo y diplomacia, y con qué vigor actuaba el Marqués de Pombal cuando la situación lo requería, dispuesto a enfrentar gigantes y monstruos del tamaño y calaña que fueran; son testimonio estas tres cartas[15] enviadas a Inglaterra, al haber este país quemado una escuadra francesa en el Algarbe. Aunque existiera una alianza entre estos dos países, Inglaterra y Portugal, esto no la eximía de los agravios que hicieran a terceros y de los que, finalmente sólo Portugal sería responsable[16]:
Cartas que el Marqués de Pombal, siendo conde de Oeiras, escribió a Lord Chatam, pidiendo satisfacción por haber sido quemada una escuadra francesa en la costa del Algarbe, junto a Lagos.
CARTA I
Yo sé que vuestro gabinete ha asumido un imperio sobre el nuestro, pero sé también que ya es tiempo de que éste acabe; si mis predecesores tuvieron la flaqueza de concederos todo cuanto queríais, yo nunca os concederé sino lo que debo. Y esta es mi última resolución; regularos por ella.
Conde de Oeiras
CARTA II
Le ruego a V. Excelencia que no me haga recordar las condescendencias que el gobierno portugués ha tenido con el gobierno británico; ellas son tales, que desconozco si potencia alguna las haya tenido semejantes con otra. Era justo que esa autoridad acabase alguna vez, y que hiciésemos ver a toda Europa que hemos sacudido un yugo extranjero. No lo podemos probar de otro modo mejor que pidiendo a vuestro gobierno una satisfacción que por ningún derecho nos puede negar. Francia nos consideraría en el estado de la mayor flaqueza si no le diésemos alguna razón del estrago que sufrió su escuadra en nuestras costas marítimas, donde según todos los principios se debía juzgar en seguridad.
Conde de Oeiras
CARTA III
Bien poco pintabais vosotros en Europa, cuando ya nosotros éramos un cuadro grande. Vuestra isla sólo formaba un pequeño punto sobre el mapa geográfico, mientras que Portugal casi lo llenaba entero con su nombre.
Dominábamos en Asia, África y América, y entretanto vosotros no dominabais sino en una pobre isla de Europa: vuestro poder era del número de aquellos que sólo podía aspirar a los de segundo orden; pero por los medios que os hemos dado, pudisteis elevaros hasta ser una potencia de primer orden. Vuestra debilidad física os impedía extender vuestro dominio más allá de los límites de vuestra isla: porque para hacer conquistas os era necesario una gran armada; pero para tener una gran armada es necesario poder pagarla, y vosotros no teníais numerario para eso. Los que hubieran calculado vuestras cualidades naturales durante el tiempo de la gran revolución de Europa deben haber visto que no teníais entonces con qué sustentar seis regimientos de infantería. Ni el mar, que se puede reputar vuestro elemento, os ofrecía en aquel tiempo recursos mayores: apenas podíais equipar veinte navíos de guerra. Desde hace cincuenta años hasta ahora habéis extraído de Portugal mil quinientos millones, suma enorme, y tal, que la historia no la apunta otra igual con que una nación haya enriquecido a otra. El modo de haber estos tesoros os ha sido más favorable aún que los tesoros mismos: porque es por medio de las artes que Inglaterra se ha convertido en señora de nuestras minas, y nos despoja regularmente de nuestro producto. Un mes después de que llegue la flota de Brasil ya no hay de ella ni una sola moneda de oro en Portugal; gran utilidad para Inglaterra, pues que continuamente aumenta su riqueza numeraria: y la prueba es que la mayor parte de sus pagamentos de banco se hacen con nuestro oro, por efecto de una estupidez nuestra, de la que no hay ejemplo en toda la historia universal del mundo económico. Así, nosotros permitimos que nos mandéis nuestro vestuario, así como todos los objetos de lujo, que no es poco considerable, y así damos empleo a quinientos mil vasallos del rey Jorge, población que a costa nuestra se sustenta en la capital de Inglaterra.
También son vuestros campos los que nos sustentan, y son vuestros labradores los que sustituyen a los nuestros, cuando en tiempos de antaño éramos nosotros quien os proporcionaba los mantenimientos; pero la razón es que en cuando vosotros roturabais vuestras tierras, dejábamos las nuestras sin cultivar. Con todo, si nosotros somos quienes os hemos elevado a lo más alto de vuestra grandeza, nosotros somos también los únicos que de ella os podemos derribar. Mucho mejor podemos nosotros pasar sin vosotros de lo que podéis vosotros pasar sin nosotros: una sola ley puede trastornar vuestro poder y disminuir vuestro imperio. No tenemos más que prohibir bajo pena de muerte la salida de nuestro oro, y él no saldrá. Es verdad que a eso podéis responderme que, a pesar de todas las prohibiciones, él siempre saldrá, como hasta ahora ha salido, pues vuestros navíos de guerra tienen el privilegio de no ser registrados cuando parten: pero no os engañéis con eso: si yo hice que el duque de Aveiro fuera degollado porque atentó contra la vida de el Rey Nuestro Señor, más fácilmente haré ahorcar a uno de vuestros capitanes por hacer su voluntad contra lo determinado por la ley. Hay tiempos en que en la monarquía un sólo hombre puede mucho. Vosotros sabéis que Cromwell, en calidad de protector de la república inglesa, hizo morir al hermano del embajador del rey fidelísimo: sin ser Cromwell yo me siento también con el poder de imitar su ejemplo, en calidad de ministro, protector de Portugal. Haced pues lo que debéis, que yo así no haré tanto cuanto puedo.
¿En qué vendría a convertirse Gran Bretaña si por una vez le fueran cortadas las fuentes de riqueza de América? ¿Cómo pagaría ella sus tropas de tierra y de mar, y cómo daría a su soberano los medios de vivir con el esplendor de un gran rey? Y más aún: ¿de dónde extraería ella los subsidios con que paga a las potencias extranjeras para apoyar la suya?
Un millón de vasallos ingleses perdería en un momento su subsistencia, si de repente se acabase para ellos la mano de obra de que se sustentan; y el reino de Inglaterra pasaría ciertamente por un gran estado de miseria, si esta fuente de riquezas le faltase. Portugal no necesita más que regular su sustento: y haciéndolo así, la cuarta parte de Inglaterra morirá de hambre. Es bien verdad que me podéis decir que el orden de cosas no se muda tan fácilmente como se dice; y que un sistema establecido después de muchos años no se cambia en una hora: así es; sin embargo, os puedo responder, que no dejando yo de perder la ocasión oportuna de preparar esta reforma, no me es difícil, mientras, establecer un plano de economía que conduzca al mismo fin. Hace mucho tiempo que Francia nos convida para que recibamos sus manufacturas de lana: si las recibiéramos, ¿qué sería de las vuestras? También la Barberia, que abunda en trigos, nos los puede fornecer por el mismo precio: y entonces veréis con extremo dolor cómo vuestra marina gradualmente se extingue. Vos, que tan versado sois en la política del ministerio, sabéis muy bien que la marina mercante es el vivero de oficiales y la marinería real: y sólo con esta y aquella habéis hecho toda vuestra grandeza.
La satisfacción que os pido es conforme con el derecho de gentes. Sucede todos los días que los oficiales de mar y de tierra hacen por celo, o ignorancia, lo que no debían haber hecho; es por tanto a nosotros a quien pertenece el punirlos y hacer enmendar y remediar los daños que ellos hayan causado. Tampoco se debe juzgar que estas reparaciones quedan mal al Estado que las hace: al contrario, siempre es más bien estimada aquella nación que de buena mente se presta a hacer todo lo que es justo. De la buena opinión depende siempre el poder y la fuerza de las naciones.
Conde de Oeiras
El editor de Memorias… dice que el rey de Inglaterra envió un embajador extraordinario a Lisboa para dar la satisfacción pedida.
Jose Carlos Fernández
Lisboa, 16 de octubre del 2011
[1] En la obra O Marquês de Pombal, o Homen e a sua Época, de Mário Domingues, pag. 168
[2] Memorias Secretíssimas do Marques de Pombal, pag. 49. Ediciones Europa- América.
[3] Entrevista del autor de este artículo a alguien que quiere permanecer en el anonimato.
[4] La suscripción, por iniciativa pública, para erigir la estatua del Marqués de Pombal comenzó en 1882, en 1914 el proyecto quedó concluido, siendo puesta la primera piedra en 1926, año en que comenzó la dictadura militar que iba a desembocar en el Estado Nuevo en 1933.
[5] La enumeración, aunque no los comentarios, han sido extraídos de la página http://www.jf-sspedreira.pt , página que hace un breve análisis del programa iconográfico del monumento dedicado al Marqués de Pombal.
[6] En la edición de Publicaciones Europa-América, pag. 45 y 46.
[7] Como menciona este mismo libro, estos restos mortales fueron trasladados en marzo de 1856 a la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, y desde ahí a la Iglesia de la Memoria, como ya dijimos antes.
[8] Cuyas acusaciones otro autor, francés este, el barón Pierre de Cormatin deshace aplicando la lógica de los hechos más elemental y el sentido común, en su obra A Administração de Sebastião Jose de Carvalho e Melo, Conde de Oeiras, Marques de Pombal, Secretario de Estado y Primeiro Ministro de sua Majestade Fidelissima o Senhor D. José I Rei de Portugal. Su original en francés –cuyo título no transcribimos- fue editado en portugués por primera vez en 1841 en Lisboa. La editorial “Bonecos Rebeldes” la ha sacado a la luz de nuevo en el año 2010, con el título resumido A Administraçao do Marquês de Pombal, resumido por estar así más en concordancia con los tiempos acelerados que vivimos.
[9] Memórias… pag. 47 y 48
[10] Es interesante meditar en el diálogo que mantiene Hippolyte Léon (1804-1869) con quien en ese momento era su Maestro, en el Libro de los Espíritus:
«¿La destrucción es una ley natural?
-Es preciso que todo sea destruido para que renazca y sea regenerado, porque lo que
vosotros llamáis destrucción no es más que una transformación, cuyo objeto es la renovación y mejoramiento de los seres vivientes» (…)
«-¿Con qué objeto castiga Dios a la humanidad con calamidades destructoras?
– Para hacerla adelantar con más rapidez. ¿No hemos dicho que la destrucción es necesaria
para la regeneración moral de los espíritus, que adquieren en cada nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es preciso ver el fin para apreciar los resultados. Vosotros no los juzgáis más que desde vuestro punto de vista personal, y los llamáis calamidades a consecuencia del perjuicio que os ocasionan; pero estos trastornos son necesarios a veces para hacer que se establezca más prontamente un orden de cosas mejor, y en algunos años lo que hubiese exigido muchos siglos»
[11] No sabemos si es el título que le da el editor antiguo de Memorias… o es del mismo Marqués de Pombal.
[12] Memórias… Pag. 138 y 139.
[13] Memórias… Pag. 57
[14] No tener nada y poseerlo todo.
[15] Memórias… Paginas 68 y 69.
[16] Vaya, esto nos recuerda acontecimientos recientes, e infames, por cierto, de la historia de Portugal, y también en el Algarbe, tristemente conocido en todo el mundo a raíz de este suceso. Pero la respuesta de este país no fue ni tan clara ni contundente como la del Marqués de Pombal. Como dice el refrán, “ante el asesino con galones, vayan genuflexiones”. Es triste pero cierto, que nos falta la firmeza y autoridad moral para exigir lo que es justo, pues no estamos dispuestos a enfrentar consecuencias que pensamos van a amenazar nuestras prerrogativas y comodidades. Pues bien, lo que el ser humano no hace, y debía hacerlo, al final se lo cobra la naturaleza.
interesante lectura historica