[1] *Todos los textos de Miguel Torga que figuran en este artículo han sido traducidos del portugués al español por el autor del mismo.
Bien, en aquella casa se golpea a la puerta y ésta se abre. Esto es justamente lo que yo busco en la vida.[2]
Cuanto más grande es una novela, o un poema, más su magia nos separa de la mano de barro que la escribió.[3]
Descubrí hoy el agua. No el agua lírica de los poetas. Descubrí el agua química y líquida, corriendo, al manar de una roca. ¡Brujería me pareció![4]
En un viaje a Roma, el poeta Miguel Torga hizo una anotación en su diario, con fecha del 6 de enero de 1938, un poema:
El Moisés de Miguel Ángel es mío:
Fuerza de la tierra mirando el cielo
En desafío:
O Dios o Nosotros, que somos naturales,
Animales,
Cocodrilos del Nilo o de otro río!
(…)
Pecho de quien golpeó la roca,
Y la roca se deshizo en agua pura;
Superhombre del hombre que quedó
Muerto de hambre cuando el pan faltó,
¡Porque el grito que dio no tenía altura!
Brazos de luchador de la Humanidad,
Piernas de quien anduvo en mar sin fondo;
Y en el todo que señala tu edad
Una mezcla de Vejez y Juventud
Que da la fuerza adulta de tu mundo!
Grito de la Naturaleza-Madre;
Ansía mía y de quien
En el más alto Sinaí llamó en vano;
Sueño del mundo entero y de nadie;
¡Piedra de la Promesa!
Miguel Torga (1907-1995) es uno de los poetas más importantes de nuestro país hermano, en el siglo XX, junto con Florbela Espanca, Fernando Pessoa, Sophia de Mello Bryner y otros. Hijo de agricultores, nació en San Martinho da Anta en plena sierra trasmontana, pasó varios años en un seminario (el único modo entonces de adquirir cultura para los pobres), su adolescencia en Brasil en la hacienda de su tío, quien viendo cualidades excepcionales en el joven le pagó sus estudios en Coimbra, donde se formó y ejerció como médico. En esta misma ciudad y en otros pueblos y aldeas, conviviendo día a día con la pobreza y el carácter recio y a veces casi aparentemente insensible de sus gentes. Hace años, en los planes de estudio para niños figuraba, en Portugal, el libro Bichos, una serie de 14 cuentos e historias de animales, publicado en 1940. Animales “humanizados” pues leyendo muchas veces los párrafos no se sabe si está hablando del mismo autor o del animal que describe. Miguel Torga, como buen filósofo, piensa que todos estamos en esta Tierra en una violenta lucha interior y exterior por ser y vivir, que todo lo que existe es modelado por una lucha titánica de fuerzas de la que somos el resultado final.
“Para Miguel Torga, la evolución apartó al Hombre de la naturaleza, condenándolo a la perdición y, viaja con “Bichos” a la búsqueda de su esencia salvaje, la pureza de los instintos, examinando la validez de Dios, de la libertad, la sociedad y la relación del individuo con ellas[5].”
En otros libros como Cuentos de Montaña, o Nuevos Cuentos de Montaña, y en sus Diarios, resultado de sus vivencias en su aldea natal y en la Sierra de Tras-Os-Montes, vuelve otra vez con historias aciagas, rudas, de una humanidad enterrada bajo las piedras y que grita por elevarse de nuevo al cielo. Por ejemplo, en uno de sus cuentos, figura la historia de un “Abafador”, o sea, el que ahoga a los enfermos para que la agonía o la enfermedad no se prolongue, o narra el encuentro de dos procesiones santas a una ermita, que se cruzan en un camino y al final, no queriendo ninguna ceder el paso, se crea una batalla campal en que se golpean mortalmente con los brazos del santo o trozos de las andas, cada uno defendiendo bien alto su fe. En Portugal es también conocido Miguel Torga por las pinturas que en su prosa hace de los paisajes: del Alentejo, del Algarve, de las sierras del Duero y otras, etc. Pinturas recias, con líneas muy definidas, en las que no sobra ni falta una palabra, nada bucólicas, y muy bellas. Semejantes, en cierto modo a las descripciones de Miguel de Unamuno, a quien admiraba. Tanto que su pseudónimo, “Miguel” es en homenaje a nuestro profesor de Salamanca, y también en homenaje a Miguel de Cervantes, pues adoraba su Quijote, con el que una y otra vez se identifica. La belleza rigurosa de su estilo es también la de sus contemporáneos, y como él médicos rurales, Felipe Trigo y Pio Baroja.
La dureza de su carácter era también notoria, siempre solitario, tanto que parecía muchas veces un genio de la montaña, siempre alejado de sociedades literarias o semejantes.
Ya de joven, por ejemplo, se veía a sí mismo así, en un momento en que estaba dudando si casarse o no[6]:
“Me caso, no me caso, me vuelvo a casar, y acabo por concluir que el verdadero paisaje de mi vida es una gran sierra desnuda.
¿Un árbol dando sombra allí en lo alto? ¡Qué sé yo!
Al sol, tengo la certeza de que hago versos; a la sombra, quizás, me adormezco.”
Y sin embargo, como en el milagro de Moisés, en que convierte la piedra en fuente, Miguel Torga es, ante todo, poeta, en carne viva, y su alma vibra, estremecida ante el más mínimo rayo de belleza. Se conmueve, como sólo los poetas se conmueven. Como un Orfeo él ha venido a cantar, a cantar y cantar, aunque sea en los infiernos, para reconquistar a su amada inmortal, a su Eurídice desconocida.
Uno de sus más bellos libros de poemas, Odas, escrito en 1946, canta a Venus, a la Primavera, al Agua, a Baco, al Fuego y al dios Pan, naturaleza de la que él parece una mano de piedra erguida y señalando el cielo. En el primer poema de este opúsculo canta a Orfeo:
“De tus manos divinas de Poeta
Heredé la lira que no sé tañer;
Por elección o por maldición secreta,
Tengo una cárcel que me prende.
Me rodean las cuerdas, tensas de emoción
Versos de hierro en que me rasgo entero
Mas desde el fondo del alma y de la prisión
Gracias, mi Dios y carcelero.”
Otro de sus libros de poemas, editado en 1958, lo llama, “Orfeo rebelde”, pues así es como él se siente, y en el poema con el mismo título dice:
“Orfeo rebelde, canto como soy:
Canto como un poseso
Que en la corteza del tiempo, con navaja,
Grabase la furia de cada momento;
Canto, para ver si mi canto compromete
A la eternidad en mi sufrimiento.
Otros, felices, sean ruiseñores…
Yo levanto la voz así, en un desafío:
Que el cielo y la tierra, piedras conjugadas
Del molino cruel que me tritura,
Sepan que hay gritos como hay nortadas,
Violencias hambrientas de ternura.
Bicho instintivo que adivina la muerte
En el cuerpo de un poeta que la rechaza,
Canto como quien usa
Los versos en legítima defensa.
Canto, sin preguntar a la Musa
Si el canto es de terror o de belleza.[7]”
Y para ver cómo esta roca se convierte en fuente, en sus versos lapidados como el granito, y llenos de vida, y en su prosa que es trompeta y no flauta dulce; he elegido tres anotaciones del Diario en su juventud y un poema dedicado a la Primavera, del libro Odas. ¡Qué río de sensibilidad! Sensibilidad recia, la que se hermana con la lucha de la vida, como necesaria, y con la muerte misma, como compañera.
Figueira da Foz, 20 de Agosto de 1939
“No, yo no puedo vivir junto al mar. Porque, una de dos: o quedo pasmado, idiota, con la boca abierta ante este oro de agua, o enloquezco al sentir latir en mí la pulsación angustiosa de esta masa inmensa. En el primer caso, sentiré que muero como imbécil, en el segundo, estoy siempre con la mano en el pulso para ver cuando el corazón se cansa.”
Leiría, 15 de Febrero de 1940
“Este Beethoven da miedo. Él, y Miguel Ángel, y Shakespeare, y Dostoievsky, y Velazquez, son ante mis ojos, poderes mágicos y terribles, a los que bastó fruncir las cejas, como Júpiter, para que salieran en un relámpago música, escultura, teatro, novela y pintura.
Uno va a un concierto. Y aunque la gente sienta, al oír a los otros, que está en un renio maravilloso, permanece en calma. Pero llega el turno del gran sordo. El pianista da el primer martillazo en el teclado, y surge algo que es sobrenatural. El movimiento sigue. Y las únicas que no se estremecen son las paredes, porque son insensibles.
Es una belleza cósmica, de rayos y truenos, una belleza dada por un Dios que vivió en la tierra por engaño.”
Leiría, 14 de marzo de 1940
“Cada vez peor de los achaques. Pero siento que los otros están siempre tan ajenos a mis quejas, que ya no tengo coraje de abrirme a nadie.
El mundo está, felizmente, poblado por una mayoría de hombres sanos. No digo sanos como mandaba el ideal griego, sino sanos en relación a la enfermedad que da dolor, que corroe al enfermo en cuerpo y alma. Por eso, acaba por no ser legítimo pedir al prójimo, aunque sea él un amigo, la contemplación paciente de nuestros males. Paciente y comprensiva, porque también la comprensión es necesaria. Sin ella, ¿cómo podría una multitud de tipos saludables, de individuos que tienen la certeza fisiológica de sesenta años garantizados, entender la angustia con que un tísico, por ejemplo, bebe el sol de la tarde que sus células no esperan ver mañana?
Poca gente prestó atención, ciertamente, a uno de estos pinos que crecen en los acantilados, fustigados sin piedad por el viento, y a los que el mar continuamente traiciona, desnudando su raíz. Pero quien por casualidad lo haya hecho, debe haber notado que este pino, con la muerte permanentemente rondándole, es un generador constante y febril de piñas. Ya que todo él se retuerce y se concentra, para extraer de su vida, de su vida de pino, lo que un pino, en verdad y honradamente puede dar: piñas.
Ahora bien, cuál será el pino humano que, bien abrigado en un valle, bien agarrado a la tierra por el espigón, piense en todo menos en su agonía, que sea capaz de comprender a su hermano en el barranco.
Es esta conciencia punzante de lo transitorio, de la urgencia de las horas, que la enfermedad trae a quien la soporta, la que los sanos nunca podrán entender ni mitigar.”
A la Primavera
¡La vida anda posesa de Poesía!
¡Anda preñada de mosto!
¡O es de la luz del día
O es del color del rostro,
O simplemente quiere abrirse, en este gusto
De pan con toda la sal que le quepa!
¡Tiene narcisos de amor en el corazón,
Hojas de acanto en los sentidos!
Y caricias en la mano
Acechando en los tendones dormidos!
Si tocamos una piedra, ¡ella tiembla!
Si murmuramos una oración, ¡la boca grita!
El rabizo del arado es como un timón
Sobre la tierra que ondula y resucita!
¿Quién da volumen a la sombra, o quién la teme?
¡Cada presencia es un himno que palpita!
Y si en el camino alguien discuerda o gime,
¡Nadie que vaya en este sueño en él cree!
¿Serás tú, Primavera?
¡Tú, con frutos en la rama del futuro,
Con semillas en los pies,
Y flores inútiles sobre cada muro,
Contentos nada más de la gracia que tú eres!
Jose Carlos Fernández
Almada, 4 de abril del 2018
[2] Anotación del Diario del 9 de mayo de 1939, en Coimbra.
[3] Anotación del Diario del 20 de febrero de 1940, en Leiría
[4] Anotación del Diario en San Martinho da Anta, el 27 de diciembre del 1938
[5] En “Ensina RTP”, Bichos, de Miguel Torga, http://ensina.rtp.pt/artigo/bichos-de-miguel-torga/
[6] En anotación en su diario, el 8 de noviembre de 1936.
[7] Miguel Torga, Poesía Completa Vol. II. Ediciones Dom Quixote, pag. 105
Las Fuerzas, de cavilados nombres asignados por unas u otras Culturas, sean consonantes en su atemporal frecuencia…
La que perdurará entre mareas de seres y estares; infinitas formas que oyen y, a veces, escuchan; que miran y, a veces, ven; que prueban y, a veces, saborean; que inspiran y, a veces, huelen; que tocan y, a veces, sienten…
Frecuencias de sincronías que cuentan, como luz de ancestral hoguera, sobre espadas y vuelos de hadas; sobre entes que atraviesan la nada; sobre cosas que advierten, distantes, dimensiones calculadas por Geometría Sagrada…
Sincronías alineadas entre Historia relatada y Enseñanzas contadas… De esas de corazones hechizados; de amores prohibidos; de Libertad y de jaulas…
No tiemble el pulso a quien expresa su Alma, pues de sus pasos emergen huellas de valientes que andan sabiendo que su locura alimenta la cordura… Así como hacen las aves. ¿ Osadas?. Al lanzarse hacia el vacío, abandonando el nido, como en incoherente acción que, sin embargo, las pone en mejor posición para volar hacia el cielo ampliando su visión…
Un sincero abrazo cercano…
Gracias una vez más, Caballero.
Álvaro.