“He abierto mi balcón y me he encontrado azul,
la tarde y el jardín, ¿qué azul, Dios mío, es este?
Parece una tiniebla velada por un tul,
que todo lo hace sueño con su vagar celeste”
Estos versos de Juan Ramón Jiménez dicen bien de aquello que se ha encontrado mi alma, al leer las páginas de este libro, escritas por mi viejo amigo, Blas Cubells, generoso camarada en las batallas de la vida.
Te pregunto, viejo amigo, qué alquimia, qué arcano encantamiento, qué magia han convertido estos ejercicios de literatura -impuestos, severos, difíciles en sus exigencias y condiciones- en flores abiertas de tu comprensión de la vida. Es necesario, por veces que la vida nos agite, que se nos exija, que se nos ordene, para que el metal de nuestra autenticidad pueda liberarse del fango que se nos ha adherido en el alma. Es preciso ejercitarse, una y otra vez; en todo aquello a que el alma nos tienta…y perseverar, pues es allí; y en ningún otro lugar, que vive el manantial que no cesa. Qué proféticas, qué profundas en su psicología, qué bellas en su expresión, qué aladas en su vuelo se nos muestran ahora las rimas de Becquer cuando recuerda el arpa que duerme, en el ángulo oscuro del salón, de su dueño tal vez olvidada… Así somos todos y cada uno de nosotros, que esperamos una oportunidad para expresar tanta música dormida; y olvidamos que el sólo hecho de poder ejercitarnos en aquello que amamos es ya una, y la mejor de las oportunidades.
Como muy bien dice el autor; esta práctica literaria se convierte en un arte de la meditación, al modo occidental, donde las verdades e intuiciones nacen de un diálogo interior, que cuando sincero nos abre las puertas del alma; y nos hace experimentar, en el silencio, las brisas de lo imposible, de lo que está siempre más allá, de lo que desafía el círculo cerrado de nuestras vidas “de todos los días”, de lo que nos tienta, de lo que nos llama, de lo que nos yergue por dentro, de lo que nos despierta del sueño, este que creemos vivir cuando no vivimos.
Querido lector, si te tientan las páginas de este libro, sabe que vas a reír…y que vas a llorar… Y que las lágrimas derramadas, si tu alma es sensible, no nacerán de una emotividad frágil, como ésta, de la que tanto abusan las telenovelas y concursos –reality show, en definitiva, con máscara o sin ella-, sino que las lágrimas serán vertidas ante la presencia de estas brisas del misterio, de las que antes hablamos, y que traen silenciosos mensajes de belleza, de amor y de bondad.
Nietzsche decía que es preciso escribir con la propia sangre del alma, y que sin ella nada merece la pena ser leído. Y es admirable, y desde ya un tema de reflexión, que inocentes ejercicios arranquen del ánimo tan bellas melodías.
El hilo que guía todos estos escritos es, en apariencia, el programa de un “taller literario”. En verdad esto es así, y así se presenta al público; pero no es toda la verdad. La verdadera guía, aunque invisible, es el esfuerzo del autor en comunicarse con lo más íntimo de sus experiencias vividas, con las imágenes de sus deseos, de sus esperanzas y de sus sueños; todas ellas transmutadas a la luz del alma. Así, a algunos de estos escritos nos asomamos con cierta timidez, la misma quizás que debían sentir los cultores de la diosa Diana cuando se acercaban, en los bosques sagrados, a depositar sus ofrendas ante una Diosa que evoca la castidad, las luces y sombras, puras, del mundo interior.
En estas páginas se respira el ambiente puro, moral, de un humanismo que sabe leer en el corazón de los otros, en sus problemas, en sus afanes y en sus mismas ilusiones. Son, y provocan en el lector una mirada de simpatía, tan necesaria en los desiertos gélidos del tiempo egoísta que vivimos. Sympatheia es sentir lo que siente el otro, es comprensión, en el sentido platónico de “vibrar en concordancia” con quien, como nos enseña el autor, ya sea amigo o enemigo es siempre un pedazo de ti mismo.
En medio de tantos escritos futiles, vanos, cuando no snobs; o de violencia, como de cristales rotos; que hieren nuestra sensibilidad; entre páginas y páginas esperpénticas que gritan con angustia las escenas de una vida quebrada por el dolor ciego y la incomprensión; el autor nos abre ante una visión amable que nos reconcilia con esta misma vida. Sin perder la profundidad de sus contenidos, aprovechando cada oportunidad para filosofar, a la manera clásica, enseñando el sentido de la vida; aconsejando con humor y sencillez, y con la humildad de quien camina junto a ti.
Parecemos estar leyendo, a veces, el desenfado y el culto a la belleza de un Ovidio, las lecciones de un Sócrates; y por veces, el divino aliento o el abismo meditativo de un Platón, o la compasión bondadosa de un sabio budista. Sonreirá quizás, el lector, y también el autor, por estas comparaciones que pueden pincelar de rubor nuestras mejillas. Pero debemos recordar que el genio –cualquiera de los mencionados- es el torbellino creativo, un nudo en el tiempo –en el aquí y el ahora que encarna el genio- de fibras eternas, fuerzas mentales y espirituales que se agitan en el alma humana. Rayos de un poder creador que, aunque sin el torbellino y capacidad de un genio; pueden ser evocados en el espejo de la propia conciencia. Toda alma despierta y activa es una ofrenda, y una herramienta para este poder creador que los griegos llamaron Logos, y después los cristianos Dios. Es Dios, pero un Dios en la sangre del alma, según la vieja metáfora griega de Dionisos; el Dios de la noche, que se agita en el interior y que nos embriaga con el ritmo de su danza. Es el entusiasmo, que significa “Dios en nosotros”, el rasgo más definitivo del genio, que ante nada ni ante nadie se subyuga. Obedece a la Ley de la vida, que es siempre una ley interior. El genio es la llama que arde, pero en todos alumbra y vive esa luz que en el genio quema y consume.
El autor, mi amigo querido, ha trabajado con tesón y su esfuerzo ha quebrado ese muro de papel que nos separa de nosotros mismos, de nuestro yo más profundo y cierto. Su voluntad, al trabajar los diferentes ejercicios, ha llamado a la puerta de lo más fértil de su imaginación y las historias son contadas por los propios personajes…que viven en nuestras aguas profundas.
¡Animo y adelante, y que se agite, más aún, el genio creador, en páginas y más páginas futuras! ¡Brindamos, todos, por tu victoria!
Jose Carlos Fernández
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… Dicen, los que lo dicen, que El Cuerpo es jaula de El Cuerpo , mientras al tiempo sostienen que es encarnado sagrado.
Cuentan, los que así cuentan, que hay Geometría Sagrada en El Todo y en La Nada. Tres veces nueve es “El Hombre de Vitruvio”, la cuadratura del círculo que es 40… que es Espíritu en Materia; que es El Verbo en La Tierra…
… No nos confundan las huellas de quienes caminan por sendas; ni las espumas de estela, de navío a toda vela.
… No llores tus ropas viejas, ni renuncies a las nuevas.
Cuentan, quienes lo escriben, que sólo existe Conciencia; que no disfraza apariencia pues El Todo y La Nada son generados por Ella…
Prefiero mirar El Día para esbozar en La Noche, nuevos mapas de horizontes sean Sur, sean Oeste; sean a El Norte o a El Este…
Gracias, una vez más, por su tiempo y vocación. Por este espacio que tan simpáticamente brinda para expresar al amparo de sus líneas.
Un abrazo azul…
Álvaro Ponte.
Gracias por tu maravilloso y no tan merecido prólogo.