* Fragmento del prólogo al libro de Salomon Reinach “Apolo, Historia del Arte”, por Ediciones Ankor en 2004, realizado por el mismo autor de este artículo.

¿Qué es Arte? ¿Dónde se hallan los límites de la creación artística? ¿Dónde la luz y vida que deben resplandecer en una verdadera obra artística? Es difícil responder a estas preguntas, porque, como todo aquello que es fundamental yace en lo oculto y es invisible. Las raíces sustentan y nutren al árbol, invisibles, trabajan bajo la tierra. ¿Quién puede decir qué es la vida, qué el amor, qué el bien, qué la armonía, qué la belleza? ¿Qué es Arte? Quizás la expresión humana de la belleza. La exuberancia de la naturaleza es tal que manifiesta en su seno infinidad de vidas y formas que espejan una belleza infinita y sin nombre. Los clásicos griegos se refirieron a la belleza como aquello que es armonioso y eficaz. Para Platón la belleza es la virtud presente en la naturaleza y el arte que despierta al alma humana de su letargo. Famosa es su afirmación de porque la vida es bella merece la pena ser vivida.
¿Qué es arte? Para los griegos todo aquello que lleva el fulgor y la luz de Apolo, dios de la Armonía y de la Salud del Alma. Apolo es también símbolo de la unidad, a-polos, y así una obra de arte sería aquella creación humana que lleva en su seno un rayo de la unidad divina, conmueve y despierta.
Para los egipcios la creación del artista es bella cuando ha sido forjada en el fuego y la luz de Ptah, el dios artesano. Ptan era el dios hacedor, a quien los egipcios relacionaron con la oscura concavidad del espacio que hace nacer al Sol; su nombre se interpreta como “el que abre”, porque abre la vía que permite encarnara la belleza, porque abre la puerta que permite ir de la oscuridad y silencio de la idea a la belleza y vida de la forma. Era Ptah el dios patrón de las escuelas de artistas y artesanos en Menfis, que sirvieron durante generaciones de inspiración y guía para los artistas griegos.
Es difícil precisar el por qué de la belleza, y sin embargo no es difícil en el alma educada concordar en qué es bello y qué no lo es. Aun siendo la belleza una experiencia estética, íntima y subjetiva, no carece de significación. El “arte por el arte” es inconcebible en la antigüedad, y toda obra de arte debe ser bella, útil y preñada de significado. En el arte antiguo el significado está vinculado, generalmente al lenguaje del simbolismo. Si la Naturaleza es un libro, más o menos abierto donde se pueden leer los designios de la Inteligencia Divina, el arte, que en cierto modo imita a la naturaleza, debe también fijar las ideas en símbolos.
El nombre que usó Salomon Reinach para sus conferencias de Arte en el Louvre, Apolo, es ciertamente apropiado. Apolo es la divinidad griega de la luz y de la medida y armonía que otorgan la belleza. Es por tanto uno de los Dioses que protegen el Arte. Es guía de las Musas en su forma de Apolo Musageta. Los nombres con que se rendía culto a este dios dicen a su vez de los distintos atributos y modos de comportamiento de la luz, la luz de los sentidos y la luz de la inteligencia:
Karneios es el radiante[1] (como el Karna-Sol, hermano de Arjuna en el Mahabharata), Febo significa luminoso, brillante; Delio, claro; Plutón abundante; Aidoneo invivible; Faneo lúcido; Teorio observador; Pitio indagador por ser un dios-serpiente; Ismenio conocedor; Lesquenorio conversador; Amebo, el cambiante, porque la luz del Logos-Sol asume todas las formas de la naturaleza. Precisamente en relación con este nombre se le llama “constructor de murallas”, lo que refuerza el significado anterior, o sea, el constructor de formas. Incenso, que significa “el que inflama”. Epibateiros, el que favorece el regreso, pues como símbolo de la unidad hace que todos los caminos converjan en él. Por eso dice el himno órfico a Apolo: “…tuyo es el principio y el final que tenga que acontecer…”. Alexikako, el que aleja los males. Kerdóo el poseedor. El Nomio o legislador, porque la luz otorga la medida. Esmínteo, como señor de las ratas por la relación que tienen los dardos de muerte-flechas de Apolo de la peste con las ratas; y también por esotéricas relaciones de los laberintos en la tierra con el resurgir de un nuevo Sol o Humanidad. Así, por ejemplo, en Egipto se representa a la musaraña siempre en relación con signos solares y gestando el sol. Argenetes, el brillante. Prestes, el relampaguenate, zigzagueante. Teoxenios, vástago divino, de la raza divina. (…)
José Carlos Fernández
[1] Estos epítetos aparecen en el enigmático opúsculo de Plutarco, sacerdote de Apolo, que lleva el título “La E en el Templo de Delfos”
Siempre claro, preciso, y ésta vez bello… Arte es Belleza para el Alma.