Hace algún tiempo leí una noticia sobre un curioso suceso en un avión. Cuando el avión iba a aterrizar, los pasajeros y la tripulación vieron a una persona muy concentrada y haciendo una serie de ejercicios de cara a su teléfono móvil. Pensaron que era un terrorista islámico y que estaba haciendo sus oraciones antes justo de apretar el botón que los haría saltar por los aires. Con mucho aparato lo neutralizaron, y al final, cuando se aclaró el malentendido, resultó que era un practicante del budismo tibetano y tenía una aplicación en su móvil que le ayudaba a hacer sus visualizaciones, mantras (cantos) y mudras (gestos).
Y es que un teléfono móvil nos puede ayudar ahora incluso a disciplinar nuestra vida espiritual, y muchas religiones o dinámicas de autoayuda elaboran sus apps de auxilio al feligrés o al desamparado.
Hace muchos años hice el Camino de Santiago y recuerdo el vínculo tan especial que generé con el bastón que me ayudaba a avanzar paso a paso, día a día, horizonte a horizonte, siempre en dirección al sol poniente. Es como si el báculo fuera ganando, poco a poco vida, como si se pudiera tener amistad con él, como si se convirtiera en un elemento mágico, talismánico por sí mismo, sin que la voluntad mediara en ello. Recuerdo haber pensado que si esto sucedía con un bastón de peregrino, qué sería con una espada, que al clavarla en el suelo convertía su empuñadura en cruz de oración. Y no una espada de “adorno”, sino una espada de verdad, como las de aquellos tiempos en que la vida y muerte dormían en su metal. No es extraño que los íberos llamaran a sus falcatas “Amiga”, y que los almogávares las golpeasen en las piedras antes de la batalla gritando su “desperta ferro”, o que los caballeros grabasen en su filo un nombre mágico o un lema. No eran un simple objeto, eran un aliado, una presencia numinosa en la selva del mundo. Semejante vivencia tenían los artesanos con sus herramientas, que, como decían los egipcios, son, para quien trabaja, la “bendición de Dios”.
A pesar de ser un poderosísimo instrumento, nunca he sentido eso por mi ordenador personal o mi teléfono móvil. Lo que nació como un teléfono sin cables es hoy un auxilio casi indispensable en la vida. Es linterna, brújula y mapa, GPS, calculadora, libro para escribir, agenda, biblioteca como nunca antes se pudo soñar, videoteca, casa de juegos, radio y colección casi infinita de discos, y un largo etcétera. Es una ventana abierta al infinito laberíntico de la condición humana, con sus luces y sombras, pues es también instrumento de manipulación de masas, de delincuencia, de opresión y angustia, una droga de alucinaciones y diversiones que nos hacen perder inútilmente el “elixir de Dios” que es el tiempo de vida. El teléfono móvil es también “diamante de sangre” (pues la adquisición de los metales raros que lleva es arrancado de las entrañas de la tierra por una mafia internacional con millones de víctimas, especialmente los niños), un instrumento de control con el que pueden saber siempre qué pensamos, qué hacemos, dónde estamos. Como cristalización de la más alta tecnología humana expresa pues lo mejor y lo peor de la condición humana, pues es un simple instrumento, quizás el más poderoso nunca antes inventado, pero sólo un instrumento. Es la finalidad la que determina lo bueno o malo de su uso.
Pero aún por poderoso que sea, tiene sus límites, no sólo los determinados por el pico de la tecnología, sino los que todo instrumento conlleva en sí mismo. Pone a nuestro lado la información pero no nos permite comprender, pues esto depende del sujeto, no del objeto. Nos acerca una orquesta de cámara o sinfónica a nuestro oído y vista, pero el vuelo del alma propio de la vivencia estética no depende de él sino de nosotros. Nos acerca la imagen de quien amamos, pero no hace saltar la chispa de eternidad que vincula a los que se aman de verdad. Nos permite estar juntos aunque a miles de kilómetros, pero nunca es ni será mano amiga ni abrazo que conforta, mirada que calma, cielo azul que espera que salgamos de nuestras prisiones de carne, brisa que hace danzar a las ramas de los árboles y que susurra misterios que no somos capaces aún de descifrar, lengua de fuego que simpatiza con nuestra condición humana, siempre inquieta. Y aunque lo permita, no es acto generoso ni heroico, compañía real, pues mejor un amigo fiel, que un millón de irresponsables virtuales que dicen que asistirán a Dios sabe qué y mienten. No es luz del Sol, ni onda de mar, ni sonrisa de estrella, aunque pueda recordárnoslas y recrearlas una y otra vez en nuestra imaginación. No es silencio que envuelve y cura, y ni siquiera música para el alma, pues lo que oímos no es ya una presencia sentida, sino siempre a posteriori (sin que esta deje de tener una importancia vital). No es camino para sentir que estamos vivos y avanzamos, sino en todo caso, simulacro del mismo. No es padre, ni hijo, ni hermano, ni amada, ni maestro ni discípulo aunque sí nos robe el tiempo que a ellos les debemos y que nos hace sentir que de verdad –y no sólo virtualmente-estamos vivos. No es pan ni vino en la mesa, sino vergonzosa distracción en ella, y muchas cenas de enamorados o encuentros de amigos son hoy casi parodias. No es tesoro del alma que pacientemente vayamos reuniendo, joya a joya, y desde luego no nos lo llevaremos más allá del umbral de lo invisible, como nos llevamos la esencia de todo lo que verdaderamente amamos.
Si Platón estuviera vivo, seguro que tendría un teléfono móvil para mil usos, y agradecería este portento de nuestro siglo, pero quizás también pensaría que si el Mundo ya es una Caverna para el Alma, los teléfonos móviles diseñan una caverna más dentro de la Caverna, para cada individuo que no esté alerta, y que no quiera ser actor en vez de espectador, sujeto de vivencias y no objeto de intereses.
Y si Kant explicó que la Razón tiene sus límites, aun cuando cree poder incluir entre sus coordinadas la realidad entera, y lo demostró, en un tiempo cartesiano en que se pensaba que era infinita. También debemos saber establecer los límites de nuestro teléfono móvil, para no rendirle culto ni adoración en tiempo e intención a lo que es sólo, un instrumento.
Jose Carlos Fernández
Almada, 22 de enero del 2018
Buenas tardes, Don Jose Carlos.
Que manera tan especial, una vez más, de contar las cosas. A veces cotidianas, a veces insospechables.
Pero… Hay está “La Razón” como instrumento también. Efeftivamente es El Observadpr quien determina la naturaleza de Lo Observado… La cualidad del receptor determina la eficiencia de El Mensaje…
proyección lógica; expresiones “materiales” de capacidades o estados mentales. Porque, ¿ qué es “La Materia”?…
Como decía quien lo decía “leche para los niños y carne para los hombres”.
Muchas gracias, una vez más, por su tiempo y vocación.
Sin este móvil no tendría acceso a sus artículos… ¿ o sí?. Cuestión de frecuencias alineadas que confluye en eso que llaman sincronías.
Á. Ponte
Excelente artículo, muchas gracias
Como siempre, una extraordinaria reflexión propia de un filósofo, gracias por ayudarnos a mantenernos alertas y saber darle un uso correcto a la tecnología. Saludos fraternos…