Todos sabemos, o hemos oído, que para el Cristianismo el alma divina es creada por Dios en el momento de la concepción, o sea, en el llamado cigoto, tras la unión del material genético del espermatozoide y el óvulo. En este momento exacto, en que la ciencia ha descubierto que se produce una irradiación de luz asociada a los iones de Zinc, haciéndonos evidente la verdad filosófica y poética de que todo nace de y en la luz.
La ciencia, sin embargo, y gran parte de las legislaciones actuales más avanzadas, no consideran al “ser humano” tal hasta finales del tercer mes de la gestación, cuando la forma del feto humano se diferencia del feto animal, y comienza a moverse por sí mismo, pues es en esta etapa cuando el sistema nervioso responde por primera vez a los impulsos de la conciencia (o del cortex, si queremos hablar sólo de lo que vemos, embriagados de materialismo). Ésta era, en general, la visión de antiguas legislaciones, que permitían el aborto (etimológicamente ab-separación, privación, ortus-nacimiento) hasta el tercer mes, o como dice Hipócrates, antes de los 40 días, que es cuando, según este sabio médico, comenzaba la “vida”. El mismo Aristóteles[1], siguiendo a Platón, y en general, a todo el pensamiento griego, defiende esta práctica, y dice “cuando las parejas tengan muchos hijos, dejemos que se realicen abortos antes de que dé comienzo la vida y el sentido”, sin especificar, temporalmente, cuándo es esto.
La cuestión, en definitiva, sería saber cuándo el alma “entra” en el cuerpo, aunque según este mismo pensamiento griego, deberíamos diferenciar lo que es el alma vegetativa, el alma animal (o mónada animal, como la llama H.P.Blavatsky) y el alma propiamente humana, consciente de sí, la que se reconoce a sí misma responsable de sus actos (la que esta misma autora llama “Cuerpo Causal” o simplemente Yo Mental). Un examen atento del feto nos permite ver que éste es, inicialmente, una estructura mineral (la “mórula”, con un orden cristalino en la primera serie de divisiones celulares), luego asume forma de vegetal y rápidamente de animal. Sólo en la cuarta luna de la gestación (o sea, tercer mes, tercera semana), esta forma es definitivamente humana y comienza a moverse por sí misma (no en movimientos espasmódicos, como los que ocurren durante el sueño, que comienzan un poco antes). Muchos médicos determinan el día casi exacto de la concepción, restando estos días desde que la madre comenzó a sentir los movimientos de su hijo.

Un aforismo esotérico dice que practicar el aborto en la primera luna es como “matar una piedra”, en la segunda, “matar una planta”, en la tercera, “matar un animal”, y sólo en la cuarta, “matar a un ser humano”, y que tal es la legislación kármica al respecto. ¡Claro, podemos añadir, “matar a la piedra, a la planta o al animal” que iba a ser tu hijo!, con lo que entramos en el misterio del futuro, y qué es lo que éste aporta al presente de vida y realidad, pues el reino humano es también el de la esperanza y la imaginación.
Pero el objetivo del artículo es hacer ver en qué medida la misma “doctrina de la Iglesia”, en relación a cuándo desciende el alma al cuerpo, no es unívoca ni homogénea, más allá de dogmatismos y encíclicas.
Por ejemplo, la gran mística alemana Hildegard von Bingen (1098-1179), proclamada “doctora de la Iglesia” por el papa Benedicto XVI en el año 2012, difiere de la “versión oficial”. Esta abadesa de Rupertsberg, ha sido considerada la mujer más sabia de su tiempo, pues además de profetisa (llamada la “Sibila del Rhin”) era médica, música, farmacéutica y se carteaba con los personajes políticos y religiosos más importantes de su tiempo como San Bernardo de Claraval o el mismo emperador Federico I Barbarroja, aconsejando, o incluso advirtiendo a este último para no apartarse de lo que Dios quería para él, y ella se lo anunciaba.
En una de sus obras más importantes, Scivias, abreviatura de, “Conoce los Caminos del Señor” -extenso libro en que describe 26 visiones divinas, y que son un verdadero tratado de Doctrina Secreta cuando se lee entre líneas-, menciona, precisamente esta enseñanza de cómo y cuándo entra el alma divina-humana en el feto en gestación. En la Cuarta Visión, de la primera parte del libro, dice[2]:
“Luego viste la imagen de una mujer que tenía una forma humana íntegra encerrada en su vientre: al concebir la mujer con la simiente humana se gesta, en el oculto habitáculo de su vientre, un niño con todos sus miembros. Y he aquí que, por un secreto designio del Supremo Creador, esa forma de hombre realizó un movimiento como señal de vida: pues cuando, por insondable y secreto mandato y voluntad del Señor, el niño recibe el espíritu dentro del útero materno, en el tiempo oportuno y señalado según disposición divina, muestra que está vivo por el movimiento de su cuerpo, como la tierra se abre y la flor brinda su fruto al caer el rocío sobre ella. Entonces una esfera de fuego sin rasgo humano alguno inundó el corazón de esa forma: porque el alma, que arde en el fuego de la profunda ciencia, discierne los distintos elementos del ámbito que abarca y, desprovista de forma humana –pues, a diferencia del cuerpo humano, no es tangible ni transitoria-, conforta el corazón de los hombres, fundamento del cuerpo que lo rige entero, a semejanza del firmamento celeste que alberga lo interior y alcanza lo superior. Y tocando su cerebro: con sus energías no sólo entiende lo terreno, sino también lo celeste, pues conoce sabiamente al Señor. Se expandió a lo largo de todos sus miembros: brinda lozanía a la médula, a las venas y a todos los miembros del cuerpo entero como el árbol da, desde sus raíces, savia y verdor a todas sus ramas.”
Analicemos este texto que es, como todo el libro, un cofre de auténticos tesoros de sabiduría:
-En el primer párrafo dice claramente que el ser gestado tiene forma íntegra, que está con todos sus miembros, cuando por un designio del Supremo Creador, recibe la capacidad de movimiento, que señala la presencia del alma divina. Además el niño recibe el espíritu dentro del útero materno, en el tiempo oportuno y señalado según disposición divina no en el momento de la concepción, sino cuando empieza a moverse por sí mismo. Luego compara este momento al de la tierra cuando la “tierra se abre y la flor brinda su fruto”, es en una etapa de la concepción, no en el inicio de la misma.
Especifica que el alma divina es una “esfera de fuego”, carente de forma humana. Es el Yo verdadero, pues es atemporal, y como dice el Bhagavad Gita, ni el fuego puede quemarla, ni al agua humedecerle, ni el aire orearla ni un arma herirla, y reside en el corazón, como una llama divina que puede abandonar el santuario si éste no fuera digno. Pero es una llama que “toca su cerebro” pues es la actividad bioeléctrica del cortex, la luz que irradia, la que demuestra la presencia de esta alma. El cerebro se convierte, en este texto, y como dicen las viejas enseñanzas, en raíz de un árbol de vida que llega a todos los miembros y desciende como un fuego líquido por la espina dorsal.
El grabado que en el códice acompaña al texto de la visión es muy ilustrativo. La llama divina desciende, inflama su cerebro, exactamente a la altura de la glándula pineal, y después continúa hasta el corazón, exactamente como en el Pinochio de Walt Disney, cuando el hada azul otorga conciencia al muñeco de madera. Y el niño ya está formado como tal, con forma humana. Lo sorprendente es que esa llama o Yo superior desciende de un mundo de estrellas, o sea, de Arquetipos, de Realidades Puras, atemporales y perfectas, pero lo hace desde la figura de un Rombo, figura más que sagrada de las Escuelas de Misterios para representar el Yo Divino, como un Arquetipo entre las mismas estrellas. Este Rombo está provisto de mil ojos, y hay en él una cabeza humana delineada, pero una cabeza extraña, muy semejante a los diseños mayas. Esta cabecita está en una banda descendente que cruza el rombo, con una serie de “burbujas” o pequeños círculos que me atrevo a decir que son las semillas kármicas o skandas que empujan al alma a la vida de nuevo. El Rombo penetra con su esquina inferior un huevo que es en el que se desarrolla la escena del nacimiento. Es el huevo de vida, el círculo del mundo donde impera la causa y el efecto, y en el que el Yo divino es prisionero de sus designios kármicos y de la necesidad de experiencia y aprendizaje.
H.P.Blavatsky (1831-1891) en su Isis sin Velo trató de forma maestra, como siempre, este tema del momento de la encarnación del Alma en la vida, en una de las páginas más inspiradas y bellas de la filosofía natural de todos los tiempos:
“El embrión se convierte en un feto animal –la forma de renacuajo-y, semejante a un reptil anfibio, vive en agua y en ella se desarrolla. Su mónada no es todavía humana ni inmortal, pues los kabalistas nos dicen que esto sólo sucede en la “cuarta hora”. Una por una, asume el feto las características del ser humano, la primera ondulación del soplo inmortal pasa por su ser; se mueve… y la esencia divina se asienta en la forma infantil, que habitará hasta la hora de la muerte física, cuando el hombre se convierta en un espíritu.
“A este proceso misterioso de formación en nueve meses lo llaman los kabalistas el cumplimiento del “ciclo individual de evolución”. Del mismo modo que el feto se desarrolla en medio del líquido amniótico en la matriz, así germina la Tierra en el Éter Universal, o Fluido Astral, en la Matriz del Universo. Estos hijos cósmicos [los planetas], lo mismo que sus habitantes pigmeos, son primeramente núcleos; luego óvulos; después maduran gradualmente; y convirtiéndose a su vez en madres, desarrollan formas minerales, vegetales, animales y humanas. Desde el centro a la circunferencia, desde la vesícula imperceptible hasta los límites más lejanos concebibles del cosmos, señalan –esos gloriosos pensadores, los ocultistas-los ciclos dentro de los ciclos, continentes y contenidos, en serie sin fin. El embrión desenvolviéndose en su esfera prenatal, el individuo en su familia, la familia en el estado, el estado en la humanidad, la Tierra en nuestro sistema, este sistema en su universo central, el universo en el Kosmos y el Kosmos en la CAUSA ÚNICA, lo Sin Límites y Sin Fin[3]”
Jose Carlos Fernández
Almada, 4 de octubre de 2017
[1] Ver el artículo http://esmateria.com/2014/02/17/asi-era-la-ley-del-aborto-hace-mas-de-2-000-anos/
[2] Scivias: Conoce los caminos de Hildegard von Bingen, editorial Trotta 1999, pag. 75 y 76
[3] Isis sin Velo y Doctrina Secreta Volumen III Antropogénesis Estancia VIII