*Texto dedicado (y leído) a Rafa y Lola en el día de su boda.
«Todos somos niños para el Amor, quizás por eso la Mitología griega vio en él al más antiguo de los Dioses, al Primero en irradiar su luz y fuego en el mundo, como una flecha ardiente.
Todos somos niños en el Amor, pues éste nos devuelve la pureza que perdimos, la sonrisa con que saludamos por vez primera la vida, las flores del alma en lo que creímos ya un desierto, la esperanza sin miedo. ¿Pues cómo puede el Amor tener miedo de nada, ni de la muerte misma, si danza sobre su cadáver vencido, si el Amor abre todas las puertas, si deshace todos los hielos, si rompe todas las cadenas, si con sus alas de águila ve más allá de todos los horizontes?
Sí, todos somos niños frente al Amor, pues el tiempo mismo se congela ante su veloz movimiento. Y nos erguimos, jóvenes como la Estación Florida ante su mirada benévola. Pues si el odio nos amarga y envejece, con el Amor Verdadero, que los filósofos antiguos llamaron Afrodita de Oro, sentimos el beso de una renovada juventud. Y como el fuego hace crepitar y devora los leños en que nace, el que ama no retrocede frente a las dificultades, sino que éstas le hacen más grande y más libre. No es arrastrado ya por el río de lodo de una vida sin sentido, audaz remonta sus corrientes hasta llegar a sus fuentes y bebe allí sus aguas puras.
El Cielo bendice a los que aman y los arma con una responsabilidad que es como una fortaleza frente a los vientos apestados de la falta de humanidad, o ante las rachas gélidas del egoísmo y la indiferencia.
No es necesario comprometerse en el amor, pues el amor mismo es compromiso: la fuerza y voz de lo Eterno va de corazón a corazón y los bendice en un vínculo para siempre.
Que las dichas y flores del amor verdadero, el que nunca envejece ni retrocede, colme vuestros días siempre juntos.»
Jose Carlos Fernández
Córdoba, 8 de Abril del 2017
José Carlos Fernández Romero 