Simbolismo

Un detalle mistérico en el sarcófago de Prometeo del Museo Capitolino

Sarcófago MC 329 del Museo Capitolino
Sarcófago MC 329 del Museo Capitolino

 

Viendo, veían en vano. Oyendo, no oían; sino que semejantes a las sombras en sueños, durante largo tiempo, todo lo confundían al acaso. “Prometeo Encadenado”, de Esquilo

Así es como, según la religión griega, vio Prometeo al hombre, y por amor y compasión les otorgó el Fuego de los Dioses, robándolo al empíreo y desafiando la prohibición de Zeus. Ese Fuego es el uso de la mente y la conciencia de sí, la actividad interior y la capacidad de crear. En la filosofía oriental representa el despertar del Yo, cuyo soporte inferior y movedizo es la mente. Según las tradiciones esotéricas, este Fuego les fue otorgado a los hombres, contra natura, y forzando el ritmo de la evolución, haciendo así a los hombres semejantes a los Dioses, pues ese fuego interior es “divino”. Es una alegoría semejante a la de la manzana bíblica, del Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que al tomarla haría del ser humano un semejante a Dios –por su capacidad de crear, o de nombrar a los seres según el Corán-pero también le lanzaría a la conciencia de la carnalidad, de su desnudez –o sea de sus carencias-y al látigo incesante de los deseos. Pues este Fuego debe arder en un altar (mente) puro, y si no, agiganta las sombras. Es decir, este Fuego de Prometeo nos dio la verdadera condición humana, una paradoja viva, un ángel en el cuerpo de una bestia y lleno de problemas, como diría el filósofo Ortega y Gasset, un dios encarnado y olvidado de su condición por el veneno letárgico de la materia. Las Escuelas de Misterios enseñaban, según refiere H.P.Blavatsky en su “Doctrina Secreta”, que este Fuego que “despertó” a la humanidad, arrebatándole también su inocencia, fue otorgado por entidades divinas asociadas a Venus, hace dieciocho millones de años. Entidades que la religión hindú va a llamar Manasaputras o Padres de la Mente, y Agnishvâtta, y la Filosofía Griega, Prometeo.

En el capítulo “La maldición desde un punto de vista filosófico” en Antropogénesis, H.P.Blavatsky dice que: Nuestros Salvadores, los Agnishvâtta y otros “Hijos divinos de la Llama de la Sabiduría”, personificados por los griegos en Prometeo, bien pueden quedar desconocidos y sin que se les de las gracias, en la injusticia del corazón humano. En nuestra ignorancia de la verdad, pueden ser indirectamente maldecidos por el don de Pandora; pero verse proclamados y declarados DEMONIOS por boca del clero es un karma demasiado pesado para “Aquel” que, cuando Zeus, “deseo ardientemente” extinguir toda la raza humana, “se atrevió él solo” a salvar a la “raza mortal” de la perdición, o, como se hace decir al Titán que sufre:

Para que no se hundieran, arrebatados al tenebroso Hades,

Por esto, terribles torturas me oprimen,

Cruel Sacrificio, que a lástima mueve,

Yo que a los mortales compadecí…

El coro observa muy pertinentemente:

¡Gran beneficio fue el que a los mortales otorgaste!

Prometeo contesta:

Sí, y además les di el fuego

CORO: ¿Con que el fuego llameante esos seres efímeros poseen?

PROMETEO: Sí, y por él muchas artes con perfección aprenderán…

Pero con las artes, el “fuego” recibido se ha convertido en la mayor de las maldiciones; el elemento animal y la conciencia de su posesión han cambiado el instinto periódico en animalismo y sensualidad crónica[1]. Esto es lo que amenaza a la humanidad como pesado manto funerario. Así surge la responsabilidad del libre albedrío; las pasiones Titánicas que representan a la humanidad en su aspecto más sombrío: La insaciabilidad constante de las pasiones y deseos inferiores que, con cínica insolencia, desafían las trabas de la ley. Habiendo Prometeo dotado al hombre, según el Protágoras de Platón, con aquella “sabiduría que suministra el bienestar físico”, y no habiendo cambiado el aspecto inferior del Manas [mente] del animal (Kâma), en lugar de “una mente inmaculada, primer don del cielo” creóse el eterno buitre del deseo jamás satisfecho, del pesar y la desesperación acoplado a la “debilidad somnolienta que encadena a la raza ciega de los mortales”, hasta el día en que Prometeo sea puesto en libertad por su libertador destinado por el cielo, Heracles.»

De este modo, si bien en el arte antiguo griego y romano, Prometeo es representado robando el “fuego” a los Dioses, en una “caña hueca” (símbolo muy expresivo), también lo es como artífice de la humanidad. Él es el creador del ser humano tal y como lo conocemos, con su conciencia de sí y moral y pasiones salvajemente enfrentadas, un injerto divino en un cuerpo animal. Vemos así a Prometeo, dando nacimiento al ser humano en un torno de alfarero, modelándolo de la arcilla “pensante” o materia mental, a la que la Diosa Atenea (también vinculada con los misterios de la Mente Divina) después le insufla un aliento divino, despertándolo, como hace el Hada Azul en el cuento de Pinocho.

No encontramos muchas representaciones de esta escena mitológica y mistérica, sólo unas pocas. Prometeo es más asociado en la religión griega a las carreras de antorchas (lampadedromias), la fiesta que le era asociada, que en Atenas iba, curiosamente, desde la Academia de Platón (¡¡¡) hasta la puerta Dipilón, recorriendo así una distancia de seis estadios, pasándose una antorcha de mano sucesivamente 40 corredores (haciendo cada uno 25 metros), todo un ejercicio más de coordinación (mente) que de capacidad muscular. Como en la Fiesta de las Luces budista, evocaban así la magia de transmitir el fuego espiritual, que, como el fuego físico o la comprensión, no la pierde quien la da, sino que la aumenta aún más. Y sí lo lamenta quien la deja caer, o peor aún, apagar.

Hallamos así, a Prometeo, creando al ser humano en varias versiones diferentes. En un sarcófago del Museo de Nápoles, con el número de inventario 6705, aparece sentado sobre una roca, en actitud meditativa, y posando su compasiva mano sobre una figura humana, tendida a sus pies. El Dios Hermes parece que está abriendo su bolsa para derramar su contenido sobre esta figura, la Parca está a punto de comenzar a desenrollar el hilo de su vida, y un Eros dirige hacia el hombre tendido su antorcha y hace que el fuego toque su cabeza, como insuflándoselo. Un Ibis egipcio, símbolo de la luz de la inteligencia se muestra también y el mismísimo Zeus está haciendo una libación. El Sol, Helios y la Luna, Selena (o quizás Apolo y Artemisa) están en la esquina derecha e izquierda del sarcófago, respectivamente, y en un rincón, Proserpina alimenta o tranquiliza al Can Cerbero. Neptuno porta un delfín, símbolo también del alma humana en los misterios de Dionisos, y Vulcano, trabajador incesante, está remachando con su martillo, un clavo, quizás uno de aquellos con que ató al Titán al Cáucaso según el Prometeo Encadenado de Esquilo. Este sarcófago está fechado en el siglo IV, o sea, en un momento en que el arte clásico daba sus últimos resplandores.

 

Sarcófago nº 6705 del Museo de Nápoles
Sarcófago nº 6705 del Museo de Nápoles

 

Otra de las representaciones de esta escena mitológica es la que hallamos en el Museo del Prado, con el número de inventario E00140. Se trata de un panel de mármol blanco en relieve, de 60 x 104 cms, procedente de una colección del rey Carlos III, y fechado en torno al 185 d.C. La ficha técnica dice, precisamente: “Prometeo y Atenea crean al primer hombre”. En él, el titán Prometeo ha terminado de modelar la figura de un joven efebo, al que la diosa Atenea le insufla la “vida eterna” o el espíritu de inmortalidad. Los investigadores dicen que se trata de una mariposa con que le toca o parece que quiere introducirle en la cabeza. Me parece más bien, por la forma de las alas, que claramente no son de mariposa, y por el simbolismo, que se trata de una abeja. En las tradiciones esotéricas, tanto la abeja como el trigo están asociados al despertar del fuego mental en la Humanidad. De hecho, el alma, figurada como una joven desnuda con alas de mariposa, está suspendida en el aire, o revoloteando, por encima de una roca.

Relieve E00140 del Museo del Prado
Relieve E00140 del Museo del Prado

En otro relieve romano de mucha menor calidad, en el Museo del Louvre, fechado en el siglo III d.C., también de mármol blanco, se muestra a Prometeo sentado, como en los otros casos, sobre una roca, y modelando a un niño, que se halla en pie sobre un taburete. A su izquierda, la Diosa Atenea está insuflando la vida moral en varios niños y niñas, con una abeja en la mano.

Relieve del Museo del Louvre
Relieve del Museo del Louvre

 

De todos modos, la obra de arte y filosofía que da nombre a este artículo, y que aparece al principio del mismo, es el llamado Sarcófago de Prometeo del Museo Capitolino, procedente de la colección Albani y con el número de inventario MC 329, fechado también en el siglo III d.C. Fue hallado en la Villa Doria Pamphili y muestra, como los anteriores, al titán hijo de Japeto, creando al ser humano, modelándolo con una cesta de arcilla que tiene a sus pies. Como en la creación del ser humano de la religión o filosofía egipcia, realizada por el Dios Khnum, el impulso de vida solar en la Naturaleza, la figura no aparece en solitario, sino que uno está siendo modelado y su par (en egipcio, su Ka o doble, y en Grecia, la Psique) está en pie sobre un pedestal. Atenea le está imponiendo la conciencia moral o alma superior tocándole con una abeja o mariposa (ahora sí tiene alas de mariposa) la cabeza. El Sol y la Luna, como en el sarcófago del Museo de Nápoles ya mencionado, están en las esquinas superiores de éste, y a la derecha, abajo, un Eros o mensajero de la muerte, aparece en pie, volando, cruzando sus piernas de modo simbólico, sobre la imagen de un joven desnudo, en posición horizontal. Está muerto, pues le está retirando la abeja o mariposa para llevársela al mundo celeste. En la parte superior del sarcófago, como sucede también con los templos romanos, un friso de flechas y huevos lo encuadra, motivo iconográfico éste muy reproducido también en el arte manuelino portugués. Estos huevos y flechas representan las flechas de Eros, los dardos de voluntad y amor del Espíritu, y los Huevos de Vida que en la Naturaleza fecunda, o sea, el equivalente a Osiris e Isis en la religión egipcia, en que Osiris es representado, en los jeroglíficos, por un ojo irradiando sus flechas de luz y conciencia e Isis por un huevo de Vida.

Escena central del sarcófago MC 329 del Museo Capitolino
Escena central del sarcófago MC 329 del Museo Capitolino

Pero lo que más me llamó la atención, y no cuando estuve casi cinco minutos observando el sarcófago en mi última visita a Roma, sino después al ver las fotografías del mismo, es la imagen que se halla detrás de Prometeo, una figura femenina, que con su mano derecha está apuntando con un stilus (de los que se usan para escribir en la cera) una esfera sobre una columna de sección cuadrada, y hace girar sobre su mano izquierda una peonza.

La columna cuadrada es la Tierra y la esfera es la representación tradicional del Cielo, con su banda cruzada figurando el zodiaco.

Detalle del Sarcófago MC 329 del Museo Capitolino
Detalle del Sarcófago MC 329 del Museo Capitolino

 

Para mí, y espero que para el lector, si lo considera bien, esta escena es una prueba determinante de que los griegos (al menos en las Escuelas de Misterios) conocían el giro de precesión de la Tierra cada 26.500 años o Año Zodiacal, en que el punto vernal (el día de la Primavera, el punto en que se cortan la eclíptica y el ecuador), “retrocede” aparentemente recorriendo en este tiempo los 12 signos del Zodiaco. De hecho, los griegos conocían este fenómeno, y lo registraron en sus libros, y muchas veces refirieron la importancia de este Gran Año, como un ciclo en que el tiempo mismo se renovaba, una especie de muerte y resurrección de la Naturaleza. El mismo filósofo Giordano Bruno, asesinado por la Inquisición en el año 1600, se refirió a este gran ciclo como parte de la mecánica de la Tierra para que “todo esté en todo”.

 

Explicación del movimiento de precesión de la Tierra en que se compara a nuestro planeta con una peonza, véanse las similitudes incluso de las imágenes utilizadas, posiblemente extraídas de un manual escolar.
Explicación del movimiento de precesión de la Tierra en que se compara a nuestro planeta con una peonza, véanse las similitudes incluso de las imágenes utilizadas, posiblemente extraídas de un manual escolar.

O sea, ya sabíamos que griegos y romanos conocían este ciclo por precisa observación astronómica, pero ésta es una prueba de que también conocían la causa de este movimiento de los cielos, que es producido por el movimiento que la Tierra hace como una peonza al girar sobre sí mismo en torno al Sol. Es el ciclo que nuestra Astronomía llama de precesión equinoccial y que seguimos comparando al movimiento de la peonza. El eje de la Tierra da, semejante a esta, un giro cada 26.500 años. Recordemos además que la peonza era uno de los Juguetes de Dionisos, junto con la esfera, los dados (poliedros platónicos?), y el espejo, representando Dionisos el Espíritu universal que se corporiza en la “carne y sangre” de la Naturaleza.

Podemos decir que es casualidad, pero es evidente que quien hizo construir este sarcófago era un filósofo, por el motivo iconográfico que escogió, la figura aparece justo detrás de Prometeo y en una posición central, y está claramente mostrando la equivalencia entre el movimiento de los cielos y el de la peonza. Y si no, qué hace con una peonza en las manos, con un movimiento repetido durante milenios por los niños, que nos esforzábamos en que girase en la palma de la mano habiéndola recogido, en pleno movimiento desde el suelo. Y lo más asombroso es que las peonzas, por los menos las antiguas, las de mi infancia, son exactamente iguales, es un modelo que no ha cambiado en más de dos mil años. Pensemos que en el Arte Antiguo nada es casual, todo tiene un sentido, y la iconografía, o simbolismo es la llave para penetrar en sus misterios. Una vez más, sin necesidad de escribir o de ser explícitos, han velado con la alegoría un profundo conocimiento de la Naturaleza, una bella enseñanza con alma, no sólo formal, en que el ser humano es parte de la Naturaleza, no la excluye, es ella misma, y debe aprender a conocerla y amarla, si no quiere destruirse a sí mismo, o peor aún, dejar que la “llama espiritual” que nos hace realmente humanos se apague y quedemos de nuevo en las sombras y la animalidad.

 

Jose Carlos Fernández

Lisboa, 4 de Febrero del 2017

 


[1] Pues el mundo animal, que sólo tiene como guía el instinto, tiene sus épocas de procreación; y durante el resto del año, los sexos se neutralizan. Por tanto, el animal libre sólo conoce la enfermedad una vez en su vida: antes de morir. [Nota de H.P.Blavatsky]

1 comentario en “Un detalle mistérico en el sarcófago de Prometeo del Museo Capitolino”

  1. José Carlos, que interesante explicación. Has hecho rememorar juegos de la niñez que nos hacían felices, pero no sabíamos que detrás hay profundo significado cósmico. Sigue avivando el fuego de Prometeo, por mi parte haré lo mismo, es una promesa. Saludos desde Cajamarca.

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