La vida en nuestras sociedades modernas ha sido descrita como un correr, correr y correr sin llegar a ningún sitio, como si quisiéramos apagar con la sensación de cambio y velocidad un fuego que nos devora, la loca agitación de nuestros sentidos y emociones ante el pavor y el vacío de la nada. Como el hámster que corre en la rueda en que está enjaulado. Como un ave con un ala quebrada giramos en círculos, o como aquel que se pierde en un bosque, o en el desierto, y no es capaz de determinar el norte. El alma queda como petrificada ante este carrusel de sensaciones, de indefinición, de falta de estabilidad, de “modernidad líquida”, en que todo se diluye, como dijo el llorado[1] filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman. Pero no nos importa, tenemos la noción fatal de que como en la bicicleta, la velocidad vence el desequilibrio. Pero en este caso no es así, la noción es ilusoria, pues el Yo, el ser interior, está prisionero y bien atado con el vértigo de las sensaciones y carreras sin sentido. Para los filósofos egipcios, estabilidad es sinónimo de incorruptibilidad, por eso dicen que el “oro es la carne de los Dioses”, pues el oro es el más estable de los metales. Nosotros vemos, por el contrario que todo se corrompe, todo se adultera, todo pierde su naturaleza y se quiebra en mil pedazos víctima de una feroz fuerza centrífuga, también la psique humana en esta carrera endiablada hacia no sabemos dónde.
En las enseñanzas de Onchsheshonqy, un reconocido sabio egipcio, leemos: “No gires en círculos, simplemente para no permanecer inmóvil. No huyas cuando te han golpeado, por temor a que dupliquen tu castigo. Quien enfrenta con valentía una desgracia no sentirá todo el rigor de su infortunio.”
Quizás como una continuación de esa gran agitación interna, desde hace treinta o más años, la práctica del running ha ido ganando carta de ciudadanía en todas las partes del orbe. Es cierto que nuestra forma de vivir es sedentaria y que, siendo la inmovilidad el veneno del cuerpo –como decía Séneca- es necesario compensar con ejercicio esta peligrosa quietud. Además en la filosofía natural, y tal y como formularon los griegos, “mens sana in corpore sano”. El ejercicio, en su justa medida hace que el cuerpo derrame sus endorfinas de felicidad y satisfacción, como una tierra seca regada por la lluvia que la fertiliza y, como en la fábula de Leonardo da Vinci de la navaja oxidada del barbero, el orgullo y pereza de no querer rebajarse a acciones tan simples, arruinó su metal y filo. Cuando realmente ponemos nuestra vida (prana) en movimiento es con las acciones generosas, realizadas pensando en los otros, no en uno mismo y en la propia felicidad, como enseñó en un artículo, magistralmente, el filósofo Jorge Angel Livraga. En el Evangelio del Buda, de Paul Carus, hay una historia, recopilada del Dhammapada Chino, muy esclarecedora, llamada “Una vida de lujo”. Dice:
Mientras el Buda predicaba su ley para la conversión del mundo, en Srasvati, un rico que padecía grandes males fue hacia él, y suplicándole, le dijo: “Buda, a quien el mundo entero adora, perdona mi falta de respeto si no te saludo como debiera, porque estoy demasiado incómodo por la obesidad, la plétora, el atontamiento y otros achaques, de tal modo, que no puedo moverme sino con dificultad.”
Y el Tathagata, viendo el lujo de que estaba rodeado aquel hombre, le preguntó: ¿Deseas conocer la causa de tus males? Y cuando el hombre manifestó tal deseo, el Bienaventurado dijo: Hay cinco cosas que producen el estado que padeces: las comidas excesivas, el dormir demasiado, el amor al placer, el abandono y la falta de ocupación. Modera tus comidas, proporciónate deberes que ejerciten tu capacidad y que te hagan útil para los demás, y si sigues mis consejos, prolongarás tu vida.”
Siguió el rico los consejos del Buda y poco tiempo después, recobró su ligereza corporal y un vigor juvenil; y fue nuevamente hacia Aquel que adora el mundo, a pie y sin escolta, y le dijo: “Maestro, has curado mis males físicos, pero vengo ahora a buscar luz para mi alma.”
Y el Bienaventurado dijo: “El mundano nutre su cuerpo, pero el sabio nutre su alma. El que se goza en la satisfacción de sus apetitos, trabaja para su propia destrucción; pero el que va por el camino encontrará al mismo tiempo que la salvación de su alma la prolongación de su vida.”
Es curioso como el Buda no le dijo que hiciera gimnasia, sino que moderase su búsqueda de placeres y que desarrollase sus capacidades y emprendiese acciones para ser útil a los otros; y que así, de forma natural, su salud se regularizaría.
El ahora llamado running, y que antes era simplemente “ir a correr”, está alertando a la comunidad médica, que insiste una y otra vez en tener precaución. No debe correr quien aún no es capaz ni de caminar, hay que ver la edad, y con ella, las articulaciones, hacer un estudio del corazón, etc. No imitar porque sí a los otros, porque a diferencia de caminar –que ahora ya no es suficiente, tiene que ser “marcha rápida” o sportive walking- el correr ejerce una gran violencia para el organismo humano, que está diseñado anatómicamente para caminar, y no para correr. Los hospitales están llenos de los que estúpidamente quisieron superar sus límites, y generalmente el cuerpo es lo suficientemente sabio para avisar antes de quebrar. Aún muchos de los que lo hacen con cuidado y son ya expertos en el tema, mueren de ataques al corazón, como le sucedió al mismo gurú del running, Jim Fixx, que murió a los 52 años mientras corría, paradójica ironía. En el fondo, para muchos, es el síndrome de Peter Pan, el no aceptar la propia edad, el querer ser joven a cualquier precio, al precio de la salud, o al precio de la honorabilidad.
Los médicos especialistas nos dicen que, a partir de los 35 años, todo tipo de ejercicio violento y que se hace con dolor, sin satisfacción del cuerpo, es peligroso para la salud. En palabras del experto en Medicina Deportiva Jose Calabuig, director del servicio de Cardiología Intervencionista de la Clínica Universidad de Navarra:
«Los cardiólogos americanos tienen toda la razón. Se me rompe la boca ya de tantos años como llevamos hablando de esto. El ejercicio exagerado, especialmente a partir de los 35 años, es una auténtica temeridad. Hay mucha gente que se cree que está en forma porque se machaca corriendo o haciendo no sé cuantas tablas de ejercicios en el gimnasio. Son sólo unos locos del deporte, que sin saberlo están poniendo en peligro su propia vida».[2]
Se refiere a un estudio hecho por cardiólogos americanos, realizado en Dinamarca, que demostró que deportistas que corrían más de tres veces por semana a un ritmo superior a 11 kms por hora, tenían una mortandad equivalente a las personas de vida sedentaria. Además, el deporte que violenta el cuerpo deprime el sistema inmunológico, lo que lleva a la aparición de todo tipo de enfermedades.
Bien, el objetivo de este artículo no es referirme a los peligros fisiológicos del running pues hay fácil y abundante información accesible para quien quiera investigarlo. Sin embargo, para el alma el peligro es el del materialismo, de hacer religión o culto de una actividad física y fundamentalmente egoísta si deja de ser instrumental y se convierte en un fin en sí mismo. El peligro es hacer “religión” del deporte, o del correr; poner la atención exclusiva de nuestras horas, días, meses y años en aquello, el cuerpo, que de todas formas se va a gastar y va a sufrir una decadencia progresiva, todo lo contrario de alimentar nuestras certezas y vida interior, que no está sometida a la necesaria caída y al peso de la materia. La salud es la armonía del cuerpo y soporte de la armonía del alma o íntima, que es la que verdaderamente importa. Un filósofo estoico romano como Séneca es un ejemplo de vida al respecto. Para que el cuerpo fuera fiel obediente a su alma, le obligaba a correr todos los días (no conocía el estudio de los cardiólogos americanos), siguiendo a un joven que tiraba de él (hoy le llamaríamos personal trainer) para que no se relajase en exceso. Pero jamás olvidaba que esto era “para el cuerpo” pues, “para el alma” era la Filosofía, el estudio, la reflexión, las conversaciones sobre temas elevados, etc. En una de las Cartas Morales a Lucilio, una de sus grandes obras de madurez, y libro clave en la educación de príncipes durante casi dos mil años, reflexiona sobre esto, a pedido de su amigo y discípulo. Sus enseñanzas, como las de todos los clásicos son de las más vigorosa actualidad, la profundidad de su pensamiento y la gracia de su exposición, tan admirables le convierten, como siempre, en un “Maestro de Vida”. Sentémonos junto a él y entremos en la intimidad de sus meditaciones[3]:
“Fue una antigua costumbre, observada aún en mis tiempos, añadir a las últimas palabras de una carta: “si tu salud es buena, me alegro de ello; la mía también lo es”. Asimismo con harta razón decimos nosotros: “Si te consagras a la filosofía, estoy contento de ello.” Pues, en definitiva, ésta es la verdadera salud, sin la cual el alma está enferma; y aún el mismo cuerpo, por muy vigoroso que sea, no tiene, por otra parte, las fuerzas como las posee un furioso o un frenético. Ten, por lo tanto, siempre en cuenta de manera principal tal salud; después debe venir aquella otra, la del cuerpo, que no te costará mucho si quieres una salud verdaderamente buena. Ya que es cosa necia, querido Lucilio, y, en todo, bien poco adecuada a un hombre instruido, ocuparse en ejercitar los músculos y ensanchar el cuello y reforzar el pecho; por mucha fortuna que puedas tener en la empresa de engordarte, nunca podrás igualar las fuerzas de un corpulento buey ni llegarás a tener su peso. Añade, de otra parte, que una mayor pesadez corporal deprime el espíritu y lo torna menos ágil. Procura, tanto como puedas, poner límites a tu cuerpo y ensanchar el espacio de tu espíritu. Muchas incomodidades son el resultado de dedicarse a semejantes cuidados [gimnasias]. Primeramente los ejercicios, que por el esfuerzo que exigen agotan el espíritu y lo tornan inhábil para la atención y los estudios serios; después, una alimentación abundante hace obtusa la inteligencia. Y más aún, esclavos de la fuerza, aceptados como maestros, hombres que reparten su tiempo entre el óleo y el vino y tienen el día por bien aplicado cuando han sudado suficientemente, y para reparar el líquido que de esta manera perdieron han ingerido ya en ayunas mucha bebida para que penetre más adentro. Beber y sudar constituye la vida de los que padecen de mal de corazón. Hay ejercicios breves y fáciles que cansan el cuerpo con presteza y nos ahorran tiempo, que es lo primero que se precisa tener en cuenta: la carrera, el movimiento con las manos con algún peso, el salto, sea de altura, sea de extensión[4] , sea aquel que podemos llamar “salió” o menos decorosamente “salto del fulón”, adopta de cualquiera de estos ejercicios un uso simple y fácil. Hagas lo que hagas, vuelve pronto del cuerpo al alma, ejercítala de día y de noche; un trabajo modesto basta para alimentarla. Ni el frío ni el calor, ni aún la ancianidad pueden impedirte este ejercicio [el del alma]; cultiva, pues, esta riqueza que los años van mejorando.”
¡Gracias, Séneca, por recordarnos una vez más que lo importante no es el cuerpo que cae, sino el espíritu que perdura!
José Carlos Fernández
Almada, 10 de Enero de 2017
[1] El mismo día en que escribo estas líneas he leído la noticia de su fallecimiento.
[2] Del artículo: http://www.eldiariomontanes.es/sociedad/201502/05/riesgo-correr-tres-horas-20150205001720-v.html
[3] Extraído de la edición de Clásicos Universales Planeta, traducción de Jaime Bofill y Ferro
[4] No olvidemos que, aunque Séneca tenía unos sesenta años, está dando estos consejos a su discípulo que era mucho más joven.
Reblogueó esto en laboratorioly comentado:
La primera vez que hago esto, por tres buenas razones que se sintetizan en el título. Digno de leer y pararse a pensar… sin correr demasiado.
Un saludo y gracias a josecarlosfernadezromero.com