Literatura

Prólogo al libro «Mujeres de Portugal que hicieron Historia»

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Portada del libro em portugués

 

El divino Platón, en su República, y adelantándose casi 2.500 años a su tiempo nos dice que “no hay propiamente en un Estado ninguna profesión que afecte exclusivamente al hombre o a la mujer por razón de su sexo; que habiéndose repartido la naturaleza las mismas facultades entre los dos sexos, todos los empleos pertenecen en común a los dos”. Esto sabemos hoy que es lo lógico y la experiencia nos demuestra que es lo válido. Quizás una de las últimas conquistas haya sido, como se revela en la excelente película “La teniente O’Neil, el ingreso en los grupos de operaciones especiales de los diferentes ejércitos, un lugar hasta hace muy poco tiempo reservado en exclusiva para hombres. Claro, ahora no es ningún mérito hacer la afirmación antes mencionada de Platón, pero Atenas, en el siglo en que vivió el Filósofo de la Academia, relegaba a la mujer a las tareas ínfimas, sin ningún tipo de educación ni valor social. Platón era o un vidente del futuro o, realmente, un sabio conocedor de la naturaleza íntima de los seres y cosas y fue capaz, así, de escapar de la atracción magnética de la ignorancia –como la atracción que ejerce el abismo- y del ambiente pesado de machismo de la Atenas posterior a Pericles.

En realidad, como se menciona en el Mahabharata, la historia del mundo es una historia de crímenes cometidos contra la dignidad, estado y potencias naturales del alma de la mujer. Hace pocas décadas, aún en países europeos, carecían de patrimonio propio, de libertad política, de educación mínima, de derechos en una sujeción legal a las arbitrariedades del hombre (el padre, primero y después el marido). El pensamiento judeocristiano que nos ha regido durante milenios no ha servido de gran ayuda y ha construido  -y aún construye-cárceles firmes e inhumanas para el alma y vida de las mujeres. Han sido necesarios siglos y multitud de mártires, víctimas y heroínas para romper los barrotes de la prisión, y ahora de nuevo se las encadena, como a los hombres, con los vapores pesados de un hedonismo destructor de conciencias y valores. Las victorias sociales y humanas de nuestros antepasados ceden ahora en el ambiente opiáceo de la sociedad de consumo y confort, y de nuevo  en la propaganda y en la vida se convierte a la mujer en un simple objeto de placer y millones de adolescentes sufren el infierno de la anorexia, y otras tantos millones de ancianas el infierno de querer hacer ver como primavera lo que ya es invierno, olvidando que dicha estación apunta a la belleza profunda de lo real y permanente. Y en la otra orilla de este río de devastación social y moral, formas religiosas medievales y fanáticas amenazan con degradar aún más la condición de la mujer, espejo de la inmarcesible belleza y misterio de lo Eterno Femenino.

Es evidente que en lo moral, aún es de noche, y tardará en amanecer, quizás varios siglos, y los tiempos son tan agitados y turbulentos que el pensamiento apocalíptico prende muchas conciencias, y no siempre de la mejor forma. Justas y armoniosas relaciones humanas son el verdadero indicador de la civilización. Por más que hayamos hecho llegar vehículos espaciales a Marte y seamos capaces, en un abrir y cerrar de ojos, transmitirnos bibliotecas enteras de un lugar a otro de globo, nada hemos avanzado si no prevalece la belleza y la paz en el corazón humano.  Y siempre, quien más sufre las crisis sociales y morales, son las mujeres, pues es mayor su sensibilidad. En esta noche moral de siglos y aún milenios, brillan estrellas que iluminan nuestros recuerdos y esperanzas. Mujeres, que en, o desde Portugal han hecho Historia, de un modo u otro: han sido ejemplo vivo, han hecho flamear bien alto la bandera de los valores eternos. Reinas ejemplares y justas, como la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V; capitanes intrépidas como Brites de Almeida, “panadera de Aljubarrota”; pintoras como Josefa de Óbidos arrancando la belleza desde el interior del alma, en cuanto pincelaba sus retratos o bodegones; cantantes haciendo sonar las cuerdas del corazón humano, dando voz y ritmos a la armonía del Alma del Mundo, como Luisa Todi; o como Ana Plácido, escritoras transmutando alquímicamente sus dolores e injusticias sufridas en páginas y páginas de belleza inmortal; grandes reformadoras sociales y defensoras de los derechos de la mujer, ya en el siglo XX, como Adelaide Cabete; o señoras promoviendo desde su influencia social y riqueza el bien común y la educación, como la “Princesa Negra” de la Isla de Príncipe; o madres de reyes y próceres de la Historia, como Doña Beatriz, gobernadora de la Orden de Cristo.

Los presentados son unos pocos de ejemplos en medio de centenares de ellos, que nos harían reescribir la historia con otros parámetros de los usados hoy. Es el deseo de todas las mujeres que escriben en este libro, que este sea el primero de una larga “saga”, destinada a reivindicar el papel del Eterno Femenino en la Historia de Portugal, cuya Rueda de Hierro no son sólo las manos y afán masculinos que la mueven.

 

Jose Carlos Fernández

Lisboa, 6 de junio del 2016

 

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