Ciencia

De los infinitos mundos y las infinitas vidas (I)

 

crab-nebula

 

Toda la Antigüedad creía en la Universalidad de la vida. Pero ningún Vidente verdaderamente iniciado de ninguna nación civilizada ha enseñado jamás que la vida en otras Estrellas pudiera juzgarse por las reglas de la vida terrestre.

H.P.Blavatsky

 

Quiero rendir culto usando este título al filósofo Giordano Bruno, que pereció víctima de la intransigencia de la Inquisición el 17 de febrero de 1600, y que en uno de sus maravillosos libros, dice que existirán tantas formas de vida como estrellas y planetas en el infinito universo. Su libro, escrito en italiano para llegar al público no letrado, se llama, precisamente, “De los infinitos universos y mundos”.

No es fácil darse cuenta que las infinitas estrellas que nos rodean son soles, menos que estos tienen planetas que giran alrededor, y que nuestra morada, la Tierra es esférica y gira en torno al Sol. Menos aún que estos soles y planetas son mundos, o sea, reinos de vida, visible o invisible, material o inmaterial. Hay conocimientos que nos han permitido, gradualmente abrirnos a esta verdad: Por la sombra de la Tierra en la Luna, y sus movimientos relativos a nuestro planeta, podemos saber que esta primera es redonda; por la diferencia en el tamaño de las sombras en dos lugares a una distancia conocida al mismo tiempo, dedujo Eratóstenes el tamaño de la Tierra con gran precisión; con ésta y por el ángulo que ocupa el Sol y la Luna en el cielo, y con los eclipses de estas dos luminarias, podemos determinar (Hiparco lo hizo, y muy acertadamente) el tamaño de la Luna, de ahí la distancia a la misma, la distancia Tierra-Sol y el tamaño del Sol. Con los movimientos de los planetas y sus retrocesos aparentes (que la astronomía ptolemaica quiso explicar, por razones prácticas, con sus ciclos y epiciclos) Copérnico llegó a la conclusión de que los planetas, incluida la Tierra, giraban en torno al Sol. Supimos las distancias a las estrellas más cercanas por paralaje, y a las más lejanas por la pulsación regular de las Cefeidas y su luminosidad real conocida. Aún con los grandes telescopios, sólo hace pocos años se determinó la existencia de planetas en torno a otras estrellas (Soles) y ahora ya se dice que casi todo Sol es el centro de un sistema de planetas que giran en torno suyo. Por eso cuando Giordano Bruno afirmó que la infinitas estrellas eran portadoras de planetas y que ambos eran portadores de vida, o fue inspirado por la gracia del Cielo, o era depositario de una serie de conocimientos iniciáticos y había llegado la hora en que se debía abrir la punta del Velo de Isis y revelar una nueva verdad al mundo, que guiase la imaginación del filósofo, del poeta y, por qué no también, del científico (¿no fue el joven Galileo Galilei inspirado por Giordano Bruno?)

La cuestión de la vida en el universo, y si existen otras “humanidades” (es decir, seres conscientes de sí, inteligentes, y por otro lado atados, como nosotros, a sus cuerpos materiales, sea esta materia más o menos densa, más o menos invisible) en otros planetas y estrellas no es propia de este siglo, y ni si quiera de la época de nuestro filósofo de Nola, es mucho más antigua y se expresa de forma velada y alegórica en multitud de “textos sagrados” y en las huellas de diferentes civilizaciones. Sin llegar a la visión perturbada y errática actual de los extraterrestres llegando en sus platillos voladores, creando en el planeta Tierra su “campo de experiencias” y usando las Líneas de Nazca para no perder el tino al aterrizar; en casi todas las religiones se hace mención a Humanidades llegadas desde otras esferas e impulsando la civilización como Dioses. ¿Llegaron quizás como impulsos de conciencia o “bogando” en las aguas celestes del espacio en formas mentales, expresadas simbólicamente como “barcas”? Difícil saberlo e incluso pensarlo, dada nuestra ausencia de conocimientos; lo que sí es cierto es que en estas religiones se enseñaba a través de alegorías que la Humanidad no estaba sola y que había, tanto en la Tierra (en la India los llaman Pitris) como en el infinito universo otras formas de vida inteligente. ¿Por qué los mayas llamaban a Venus “gemelo precioso de la Tierra”, o por qué se hace llegar en la tradición hindú a los Padres de la Mente (los Manasaputras) como Dioses, desde este planeta hermano?

Al caer el Imperio Romano, y en medio de fuertes turbulencias históricas, la fe fácil y el sofisma demagógico deformaron y ocultaron el conocimiento y el discurso lógico y filosófico. San Agustín convenció a la cristiandad, durante casi diez siglos, que la Tierra no podía ser esférica pues los que estaban en las antípodas caerían, y así el orador de Mediolanum, convertido definitivamente al cristianismo por la evidencia palpable de un Dios que le salvaba de un dolor de muelas, arrastró con la fuerza de su palabra y argumentación (unas veces geniales, otras fanáticas y sofísticas) al mundo a la oscuridad de la Edad Media. Sólo podía haber vida aquí, pues si no, ¿por qué el Hijo de Dios nos había elegido entre los infinitos mundos? ¿O es que había más Hijos de Dios? Así, pensar en otras tierras, otros mundos, otras humanidades, o en otra historia que desdijera la creación bíblica fue considerado contra el dogma y ¡ay de quien se atreviera a sostener públicamente tal!

Pero la ley del progreso y el avance de la ciencia quebraron los diques de la soberbia e ignorancia eclesiásticas, dueñas de mentes y almas, y lo que hoy sabemos sobre el universo y la vida material haría enloquecer al más audaz e imaginativo de los pensadores de hace tres siglos.

Hoy, el sentido común, con la conciencia abierta por tantos descubrimientos científicos, nos dice que debe haber vida más allá de este planeta. Y no sólo el sentido común apoyado en la probabilidad, o mejor, en la necesidad de existencia de una vida universal de la que somos parte; sino también un sentido íntimo, una percepción del alma que dice sí, aunque no tuviera en qué apoyarse:

“De este modo el razonamiento científico, así como los hechos observados, concuerdan con las declaraciones del Vidente, y la voz innata en el propio corazón del hombre declarando que la vida –la vida consciente, inteligente- debe existir en otros mundos más que en el nuestro.”

Esta afirmación, tan poética como filosófica pertenece al capítulo “Sobre las Cadenas de Planetas y su pluralidad”, incluido dentro de la obra colosal “La Doctrina Secreta” de H.P.Blavatsky[1]. Este capítulo, con una de cuyas máximas hemos comenzado este artículo, es sorprendente por las enseñanzas que da, tan actuales, habiendo sido escritas a finales del siglo XIX. Recordemos que la cosmología moderna no había nacido aún y se desconocía que las nebulosas presenciadas con los telescopios del momento eran otras galaxias semejantes a la nuestra[2]. Es la intención de este artículo hacer una reflexión y comparación según los conocimientos actuales de la ciencia, sobre la magnífica validez de lo que en este artículo mencionado aporta. El mismo Einstein quedó muy desconcertado con las páginas de la Doctrina Secreta y en él se debatían las luminosas ideas en ella expuestas con el hecho de que tales no hubieran sido extraídas según un método científico sino místico o de algún otro modo no aceptado en aquel momento por éste.[3]

Bien, una dificultad que tenemos, es definir que entendemos por vida. Por qué se ha de limitar la vida al plano material, o por qué no han de existir otras forma de materia más sutil, como la que dice Shakespeare que conforman los sueños, o las ideas mismas. Por qué hemos de ser tan simples y ciegos como para confundir cerebro con mente y conciencia. ¿No hay infinidad de pruebas, tanto objetivas como subjetivas (es decir, internas) que muestran lo contrario? ¿Por qué los ciegos de nacimiento sueñan con montañas, nubes, estrellas, que describen y diseñan con precisión, por qué tantísimos pacientes en los quirófanos se han visto proyectados con la anestesia fuera del cuerpo y han visto y oído desde el techo, y qué decir de las apariciones espectrales o de “espíritus de la naturaleza” que tantas personas cuerdas y de reputación intachable han referido? Claro, siempre está el recurso consabido de llamar “alucinación” a lo que no quiere ser estudiado ni aceptado. De todos modos, la prueba del alma y del yo es el yo mismo, pues toda manifestación, por sutil que sea debe apoyarse en algún tipo de materia.

Pero es que incluso al referirnos a la vida objetiva y sensible, debemos preguntarnos cuál es su definición, cuáles sus características. ¿Está vivo un virus o se halla en la frontera de lo mineral y lo vegetal, y está “quasi vivo”? ¿Están vivas las piedras que crecen en las entrañas de la tierra, están vivas las nubes y los tornados, hay una inteligencia, aunque semiautomática, que los rige?, ¿está viva la electricidad, cuya conducta, aun siguiendo la ley que la determina, como todo en la naturaleza, sorprende tantas veces a los que trabajan con ella?, ¿están vivos los átomos, en sus movimientos y vibraciones incesantes, cuya vida quizá sea la base de la vida de todo? O como dijeron los Iniciados de todos los tiempos, ¿puede haber vida sin luz y movimiento, o luz sin vida y movimiento, o movimiento sin vida y luz? ¿Está viva nuestra Gran Madre, la Tierra en que vivimos?, ¿está vivo el Sol, cuyo latido, como un corazón, cada 22 años, llena de vida todo este Huevo Luminoso (el Hiramyagarbha de la filosofía védica) cuya “cáscara” o membrana llamamos ahora “helioesfera” o “heliopausa”?

Según nos dice H.P. Blavatsky en el artículo ya mencionado:

Puesto que no hay un solo átomo en todo el Kosmos que carezca de vida y conciencia, ¡cuántas más deben poseer ambas sus poderosos globos [planetas y estrellas], aunque sean como libros cerrados para nosotros los hombres, que ni aún podemos penetrar en la conciencia de las formas de vida más cerca de nosotros!

Si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podemos, sin haber sido Iniciados, ni habernos ejercitado nunca, imaginarnos que podemos penetrar en la conciencia del animal más pequeño de los que nos rodean?

Y retornando a las nubes, el genial teósofo Roso de Luna (1872-1931), en su libro “El Umbral del Misterio”[4], vio en ellas un principio de organización y vida, y escribió así estas páginas tan inspiradas:

“Una libélula vive una noche; un microorganismo vive días; un hombre vive años; un árbol gigantesco, una encina druídica vive siglos; un átomo vive miles de miles de años, sin duda, pero también obedece sumiso a las leyes de la vida y… muere, porque la muerte es la verdadera vida, como sinónima que es, no de destrucción, sino de transformación, y transformación es sinónima de progreso evolutivo. Por eso son mil veces más admirables los arboles dicotiledóneos que pierden anualmente su hoja, que los monocotiledóneos de follaje permanente.

La ley de organización se cumple en el cristal con pasmosa regularidad geométrica. Hay gérmenes cristalinos que Schrön y Bose han evidenciado, siguiendo inconscientes las enseñanzas del Ocultismo. Los cristales nacen, crecen, sufren quizá y mueren; pero como primer peldaño de la escala evolutiva cuya cima y corona es el hombre, su vida es inmensa…, tan larga muchos de ellos como la del planeta mismo a quien integran; pero al fin les llega también la hora de la muerte, que es para ellos el dichoso día de la transformación, como lo es para el hombre.

La ley de organización evolutiva se cumple también en las nubes, y ya lo hemos demostrado en extensos artículos. Bástenos el recordar aquí que existe la célula nubosa o célula de vapor de agua condensada; que estas células agrupadas en series lineales hacia las altas capas atmosféricas constituyen la primera y más tenue nube: el estrato ; que del estrato se pasa insensiblemente al cirro , cuando ellos se entrelazan y serian como las barbillas de una pluma, descendiendo hacia la tierra; que muchos cirros y estratos, aglomerados en planos diversos, forman el nimbo de lluvia , entre cuyas celdillas, a manera de acumuladores Planté, se condensan las enormes cargas eléctricas de la tempestad, y que, en fin; los nimbos, al fraccionarse en sus masas amorfas, afectan las redondeadas y airosas volutas de los cúmulos. El océano atmosférico en que flotan las nubes es mucho más rico en elementos químicos diversos que el propio seno marítimo, pues que, a más del oxígeno, el nitrógeno, los amoníacos y nitritos, contiene todos los gases desprendidos de la superficie de la tierra y los inestudiados gases nobles . Los fenómenos de endósmosis y exósmosis, característicos a los intercambios de la vida, se dan siempre entre la nube y el medio en que flota, gracias a las diferencias que median entre ambos en cuanto a potenciales calorífico, eléctrico, de presión, etc. La nube es como una arborización incipiente, un conato de planta rarísima y proteica que crece de arriba a abajo, ya que la evaporación solar suele desgastarla por arriba y acrecentar por abajo con las condensaciones en su informe contextura. No hay poeta ni teogonía alguna que no baya visto una vida sui generis en las nubes, y algún día no lejano la ciencia hará verdad, y verdad más sugestiva todavía, esta biología misteriosa de las nubes.”

Claro, que exista vida en el Cosmos, y aún seguro, infinitas humanidades en las infinitas estrellas no significa que sean como nosotros, ni que hayan evolucionado del mismo modo que nosotros, ni que hayan desarrollado una ciencia como la nuestra. Y repito que entendemos por humanidades seres conscientes, evolucionando y de un modo u otro también con el espíritu crucificado en la materia: o sea, con problemas, aunque diferentes de los nuestros, con sus propios problemas o trabajos evolutivos, que es lo que dichos problemas son. Como dice el Buda, todo problema con el otro, o con el mundo, es una situación interior no resuelta aún, y por tanto, esa es la clave de que estamos en marcha hacia la verdad suprema, que tenemos problemas… El genial filósofo español Ortega y Gasset lo expresó muy gráficamente cuando dijo que: “el hombre es una bestia divina cargada de problemas”. Si vemos con mente abierta y ojos filosóficos, la ecuación creada por Frank Drake y divulgada por el materialista y escéptico[5] idealista Carl Sagan, nos parece, o infantil, o demasiado ingenua. Si no existe un plan, o un designio, una Ley que proyecta la vida en sus infinitas matrices; si la vida en la Tierra fuera un fruto del acaso y no de una ley inmutable (como sucederá en las infinitas estrellas), o de una panspermia (como defiende el físico Fred Hoyle y muchos otros); por más trillones, cuatrillones de estrellas que hubiera, y hasta un google (10 elevado a “10 elevado a 10” ) de estrellas, si queremos, y todos con planetas; si éstas no están vivas la vida no surge de ellas. Como se deduce de las teorías de Gaia de Lovelock, es la Esfera de Vida, Una, de la Tierra, quien genera la vida de sus casi infinitas criaturas, y no la suma de estas las que nos da la Vida en la Tierra, o sea, la Biosfera. La vida no surge del azar, y los parámetros de esa ecuación imaginan una vida, como la nuestra, cuando, sólo en nuestra Tierra vamos descubriendo nuevas formas que se apartan totalmente de los parámetros de lo que considerábamos vivo, como por ejemplo sucede con el llamado “oso de agua”, que prácticamente se convierte en una piedra durante cientos de años, y sobrevive así a todo tipo de irradiación cósmica cuando lanzado al espacio exterior. Las complejidades de la bioquímica, los “relojes” biomoleculares, necesarios hasta que surge –o más bien, en ellos se manifiesta- un ser que nosotros llamemos “vivo”, y la infinita variedad de ésta en sus relaciones, y que “el edificio se mantenga en pie por azar sólo”, la suma especialización de las células en los tejidos orgánicos… en fin, quien quiera ver esto como el resultado del azar es que, infeliz, está encerrado en la cárcel o gruta oscura de su “negacionismo”. Se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Con lo que sabemos hoy de la complejidad de los organismos y de la asombrosa sincronicidad biomolecular, el siguiente ejemplo de H.P.Blavatsky, es aún más lúcido que cuando fuera escrito[6], hace más de un siglo.

“Supongamos que un Ocultista sostuviese que el primer gran órgano de una catedral había venido originalmente a la existencia como sigue: primeramente, hubo en el espacio una elaboración gradual y progresiva de una materia organizable, que dio por resultado la producción de un estado de materia llamado PROTEIN orgánico; luego, bajo la influencia de fuerzas incidentales, estos estados, pasando a una fase de equilibrio inestable, se convirtieron, evolucionando lenta y majestuosamente, en nuevas combinaciones de madera labrada y pulida, de clavijas y chapas de bronce, de cuero, de marfil, de tubos acústicos y fuelles; después de lo cual, habiéndose adaptado todas las partes y formando una máquina armoniosa y simétrica, el órgano empezó repentinamente a tocar el “Requiem” de Mozart, el cual fue seguido de una Sonata de Beethoven, etcétera, ad infinitum, tocando sus teclas por sí mismas, y corriendo el aire en sus tubos por su propia fuerza y voluntad inherentes. ¿Qué diría la Ciencia de semejante teoría? Y sin embargo, esto es precisamente lo que los savants materialistas nos dicen respecto del modo como se ha formado el Universo, con sus millones de seres y con el hombre, su corona espiritual.”

Con la forma de ver antropocéntrica, y de mente en embudo que ha sido construida la “ecuación de búsqueda de vida en el universo” de Carl Sagan[7] no se nos hace extraño que el proyecto SETI (Search for Extra Terrestal Intelligence) haya sido el más completo desastre, un gasto inútil –a pesar de la versión romántica de la novela y el film Contact– y un desperdicio de tiempo en que los radiotelescopios podrían haber intentado despejar otras incógnitas de la ecuación sublime de la vida universal, o al menos, de la forma universal. Si se hubiese dedicado ese mismo esfuerzo al estudio de los meteoritos caídos en la Tierra, grandes frutos habría dado quizás. Porque el poco esfuerzo realizado –en comparación- ya ha dado frutos asombrosos…

 

(leer parte II aquí)

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[1] En el segundo volumen de la edición inglesa y en el cuarto, segunda parte de la edición española y portuguesa, con la temática de “Ciencia y Doctrina Secreta comparada” en relación con la Antropogénesis.

[2] Y sin embargo, en una de las obras de Allan Kardec (1804-1869), de modo inexplicable, se da una constitución del Cosmos semejante a la que hoy conocemos, y aún las distancias estelares entre galaxias, relativas al tamaño de las mismas son casi exactas. Pero esto merece un artículo entero.

[3] Sobre la relación entre Einstein y la Doctrina Secreta de H.P.Blavatsky, ver los artículos que aparecen en las siguientes paginas web

http://teosofia-una.blogspot.pt/2011/01/einstein-y-la-doctrina-secreta-de-h-p.html

http://www.blavatskyarchives.com/brown/jackbrownoneinstein.htm

[4] El libro, es, como gran parte de los de su pluma, formidable. El lector puede confirmarlo, leyéndolo y descargándolo, gratuitamente, escribiendo en google, “En el umbral del misterio ciencia y teosofía. Pdf”

[5] Estos son los peores materialistas de todos, los que desde el seno fétido de la materia más opaca quieren brillar con luz espiritual, con el mismo instinto con que el dragón panzudo quiere volar y no puede, o en términos literarios, como el personaje shakespeariano Falstaff quiere ser noble comportándose como un villano, pero con una gracia especial que encandila a quien, precisamente no es noble. Estos personajes han seducido y transformado, y no para bien, precisamente, las sociedades en que han vivido, paralizando o dificultando todo progreso real. Augusto Comte, con su positivismo en el siglo XIX, y Milton Friedman en el XX, son ejemplos notables (con respecto al desastre económico y moral en los países en que esta doctrina y sus secuaces de la Universidad de Chicago han puesto su mano codiciosa, léase “La Doctrina del Shock” de Naomi Klein). La luz magnética y carisma, que no luz espiritual, “envenena” a los desprevenidos –como la fascinación que ejerce la llama sobre una mariposa- y con la mejor voluntad pierden a todos los que quieren saber más pero se dejan caer en las redes de su persuasión sofística en que ellos mismos han caído antes.

[6] Del volumen de Antropogénesis, el III en la edición portuguesa o española. En el capítulo “Ruinas ciclópeas y piedras colosales como testimonio de los gigantes”

[7] La llamo ecuación de Carl Sagan de forma irónica, porque él fue el gran divulgador. Es en realidad la Ecuación de Drake, curiosa ecuación en que en realidad todos los parámetros son incógnitas irresolubles, y la solución que da es que en nuestro universo hay, aproximadamente, 10 civilizaciones como la nuestra: ¡Ja, Ja Ja!. (No es un “ja” alemán afirmativo, es un “Ja” español, o sea, una interrupción fonética gutural, seguida de una explosión vocal abierta, en a, para expresar un golpe espontáneo de risa, o sea, una onomatopeya de la risa)

1 comentario en “De los infinitos mundos y las infinitas vidas (I)”

  1. No es que me gusta, es que me llena por dentro. El sentido común nos dice : que el trabajo de investigación de Josen Carlos es muy útil para todos los que como yo, asistimos con sorpresa y admiración al proceso y proyecto de la Vida.

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