
¿DONDE?
En este poema Florbela se declara a sí misma Filósofa, enamorada de la Sabiduría, buscadora de la Verdad, que es, dice “el bien sagrado”. Que nimbo de gracia la rodea al decirlo, qué grandeza natural muestra, elevándose como un águila en las alturas. Qué pocos y selectos pueden afirmar que el bien supremo, el bien sagrado es la Verdad. Cuántos se conforman con las opiniones de turno, y no se hieren los pies, como ella “recorriendo todos los caminos”, e “hiriendo los pies en todos los espinos”. Qué pocos se yerguen sobre sí mismo para, verticales, divisar el horizonte, y menos aún avanzan oteando un horizonte, y después otro, y después otro, sin importarle los tropezones, las caídas.
Qué confesión la de Florbela al decir que “ha quemado su alma en todos los crisoles del dolor y la amargura” sin nada haber hallado, como quien ha recorrido el laberinto y al llegar a su centro no hay Minotauro para luchar, no hay verdad revelada, no hay tesoro oculto. “Llegué al fin sin nada haber hallado”, como los caballeros de Arturo que recorren la tierra buscando el Grial, pero éste sólo le será revelado al puro de corazón, y a quien haya dictaminado el dedo de Dios. Dicen los viejos textos que no hay esfuerzo sincero perdido pero también que el día de la cosecha no siempre es el día de la siembra.
Es llamativo que muy joven, con 21 años, escribiese “Dádiva del Destino” donde expone exactamente el mismo drama y la misma inquietud que en este poema, aunque en prosa. “Exhausta y sola, volví desengañada, mísera, desnuda, al punto de partida”, sin encontrar el hilo de Ariadna que permite salir del laberinto, y sin tener ni un vislumbre del bien que anhelaba.
También, para los que dudan de la natural religiosidad de Florbela, casi mística y más allá de dogmas o credos establecidos, con qué sinceridad clama a Dios en el último terceto del poema, a Dios a quien identifica con la suma Verdad. El recorrido del alma de Florbela se parece más al de los santos que atraviesan la prueba del desierto que al de ningún tipo de “creyente”, y la gran tensión de la búsqueda, la gran voluntad, aún con bramidos de dolor, abrirán antes o después las puertas de la verdadera Fe, aunque sea dejando detrás el cuerpo ya cadáver y siguiendo el camino hacia adelante.
Porque Florbela no se queja de no hallar la Verdad Suma, aquello que justifique la existencia, el sentido de la vida; se queja de no tener siquiera un vislumbre de la misma. Verdades, muchas las de la vida, las que una conciencia alerta encuentra, terribles algunas: pero Aquella que como un hilo de oro las traspasa todas y permite afirmar que nada es casual, que hay en todo un destino, y una providencia. Aquella que como un rayo de sol deshace en jirones las nieblas de la duda, ese punto de apoyo que, decía Arquímedes, nos permite mover el Universo entero, esa no la encuentra Florbela; y sin ella, la vida es una cadena de sufrimientos “para nada”, y cuyos eslabones aparentemente de nada traccionan.
DRAMA ETERNO
Este poema es muy semejante al anterior, si acaso aún más dramático, más desesperanzado. Es fácil averiguar que no hay mucha distancia entre cuando lo escribiese y el fin abrupto de la vida de Florbela. “Caminante en pos del Ideal”, así ella se consideró a sí misma durante toda la vida, y el Ideal es la verdad luminosa detrás de las cosas, lo que las justifica. El Ideal es lo noble, lo justo, lo bueno, lo bello, el real alimento del alma y buscar el Ideal es buscar la estrella que vive en las profundidades de nuestro propio ser y de la cual somos un rayo. El gran problema, el “drama eterno”, como se titula este poema, es que lo confundimos con su reflejo en lo material, en las aguas del mundo. Como muy acertadamente dice Florbela “desde que el mundo es mundo, el mismo drama, el mismo buscar los soles en el barro”, o sea confundir y creer que la luna está en el fondo del pozo, cuando lo que allí está es su reflejo nada más. El esfuerzo y peligro de descender en este pozo agota las energías del alma, las que necesita para volar en su propio mundo, y para liberarse, poco a poco, de la cárcel en que vive.
“Soñadora del Bien, nunca encontré los sueños que sonriendo había soñado”, sublimes versos, de enigmática sonoridad, qué aleteo de belleza en ellos. Es curioso, Florbela grita agónica que la vida y el mundo son la tumba de los Ideales, y que ella los busca y no los encuentra, y sin embargo en la poesía que brota de su alma estos Ideales aletean, no importa el nombre que le demos. Ella misma se daba cuenta de ello, sabía que sus poemas venían de un reino de belleza, del mundo Ideal, y cuando leía sus autores favoritos de la literatura su alma se sentía inundada de esa luz, pero al descender a tierra, a lo cotidiano, a las conversaciones con la gente, a la tragicomedia del vivir diario es como si el espejo que refleja este reino se quebrase. “Sedienta de Belleza”, dice que dio los pasos que otros habían dado. Dice que todos los que la precedieron, y ella misma, se perdieron en el camino, vieron naufragados sus sueños como ella. Aunque esto no le resta el valor y vida a los sueños se pierde el puente por el cual estos descienden al mundo, y sin ellos el alma sucumbe y se convierte en autómata.
“¡Debe ser siempre así, eternamente!” Quizás no siempre, y llegue un momento en que el mundo no sea el lugar donde son crucificados los sueños. Quizás en un futuro lejano la materia no sea barro que deforma el sueño, sino veste que lo expresa, adaptándose a su luz grácilmente. Quizás cuando la humanidad sea más consciente de sus poderes divinos, no sea necesario ya, “brazear en una impotencia triste” ni ser devorado por “las ansias de lo que no existe”, pues cuando el Ideal toca el mundo con sus sandalias de oro de divina juventud, a partir de ese momento, ya existe. Nunca dejó de ser, pero ahora, además “existe”
EXILIADA
Éste es otro de los leitmotiv de sus obras, prosa o poesía, que aparece una y otra vez repetido. Ella se siente princesa en un mundo de plebeyos, y clama, en sus poemas, qué hicieron con sus joyas (símbolo siempre de los tesoros del alma, las virtudes, los atributos de perfección por los que somos reconocidos en el reino de la belleza). Pues vivimos en un mundo en que las joyas son de quienes las compran, pero, ciertamente, estas joyas no nos acompañan después al viaje a lo invisible que llamamos muerte. Sin embargo en el mundo que Florbela intuye que es real, y no éste en el que se siente exiliada y prisionera, las joyas espirituales son de quienes les pertenecen, de quienes han conquistado esos tesoros, de quienes por su dignidad intrínseca deben llevarlas. Y las almas son naturalmente más grandes cuanto más sienten, aquí exiliadas en el mundo la llamada hacia un mundo permanente, cuanto más vive en ellas una llama de ese fuego espiritual, que se convierte en el “ansia ardiente de cuanto es bello y puro y luminoso”.
Dice también que ella se siente, “prisionera de un mundo tormentoso”, y las tormentas son, claro está, las pasiones, que se agitan en el mundo y que dejan al alma desvalida.
El poeta del llamado Modernismo, Rubén Darío que Florbela leyó y cuyos versos amó, habló de “las ansias grandes de este vivir pequeño” y nuestra poetisa dice lo mismo, que su corazón, torturado, exigente y codicioso de Altura y de Infinito luego no puede volar por estar prisionera del cuerpo. Y es que ella, como afirma en este poema, no se siente de este mundo, un mundo en que el sueño contradice la realidad.
Dice “yo soy una exiliada a quien un duro engaño hizo nacer aquí”. La palabra engaño es el equivalente del concepto y la palabra de la filosofía hindú “maya”. “Maya” es la ilusión por la que las almas encarnan, buscando su felicidad y completura, victimas, asimismo de la fatalidad o Karma. Las almas en que carece de “presión” lo espiritual, las almas terrenas son las sedientas de vida, pues que se sienten más vivas aquí que allí, por su necesidad de agotar las experiencias. Pero para las almas grandes, en las que prima la naturaleza celeste, ese engaño o ilusión por el que somos arrastrados a este “mundo tormentoso” es un engaño “duro”, casi insufrible, pues lo que se quiere es liberarse de las “esposas de forzada” y regresar al reino que sienten como propio. Jardín del Edén, pero a la manera tropical, para unos, prisión para otros, cada uno sufre y vive el mundo a su manera. Ella quiere volver a su reino, porque tampoco sabe qué está expiando, porqué es una exilada, cuál es su misión aquí. Florbela se martirizó con esa cuestión largos años, hasta que finalmente afirmó varias veces –y el futuro demostró que no se engañaba- que el sentido de su vida era ser poeta, que no era necesario buscar más. Que sus poemas bien valían su sufrimiento y el testimonio de haber vivido.
Jose Carlos Fernández
21 de Enero de 2014, Lisboa