Literatura

Seis poemas inéditos de Florbela Espanca I

El grupo de poesía "Florbela Espanca", de Nova Acrópole, en la presentación de los poemas inéditos
El grupo de poesía «Florbela Espanca», de Nova Acrópole, en la presentación de los poemas inéditos

 

En el bosque sagrado y jardines de la Academia, Platón enseñaba a sus discípulos que la belleza es el resplandor de la verdad. Hay, vestida de belleza, una verdad siempre que titila en el espacio puro de lo que no muere ni nace. Como una estrella que tiembla en el agua, y de la cual bebemos su luz, pero que desaparece cuando ciegos de deseo, chapoteamos y enfangamos este río que corre que son nuestros sentimientos y estados anímicos.

Según dice la investigadora Severina Gonçalves en el prólogo y comentario a estos seis poemas de Florbela, cada poema, si verdadero, es como una joya preciosa, como un cristal alquímico que destila la luz de una verdad, de un éxtasis profundo en el corazón de la vida. Y como un milagro, vestido de ritmo, voz y encantamiento, en la arquitectura mental que da una lengua, surgiendo de las imágenes con que el poeta le da a luz, nace el poema, cual Venus surgiendo inmaculada de las ondas y espuma, vibrante y pletórico de vida, sonriendo y abrazando al mundo a quien trae su belleza, como un don de Dios. Ahora sólo espera la voz silenciosa o sonora del lector que le despierte de su sueño, una y otra vez, cada vez que son sus versos pronunciados con el alma.

Estos seis poemas es como si hubieran dormido casi desde la muerte de nuestra poetisa, tan pocos labios habían bebido su fuerte licor, tan pocos oídos habían comulgado con su magia y tristeza, pues que hasta la letra en que se conservaban era bárbara. Hoy, sin embargo, y entre los privilegiados estás tú lector, sus verdades, antes hilo silencioso de agua, retumban ahora como impetuoso río , y si hoy por miles, por millones serán pronunciados mañana, en un coro semejante al de la cascada con su blanca espuma y sus mil irisaciones. Y la alegría y belleza que al hacerlo sintamos será nuestro mejor homenaje a Florbela, que es fácil sentir al leerlos que los escribió con su sangre casi ya muerta, y que fueron casi sus últimos alientos, exhausta de la tan difícil y para ella agónica tarea de vivir.

Y si cada obra de arte es un cristal alquímico que en vivencia estética desvela una verdad profunda, si cada poema es en el encantamiento de sus versos y en la música de sus imágenes y símbolos una puerta abierta a un camino que nos adentra en lo bello y desconocido, cada uno de estos sonetos nos invita también a penetrar en el santuario de Soror Saudade y a sentir palpitando la vida y alma de Florbela, como un yerto erial que florece.

Momento de la declamación de uno de los seis poemas inéditos. Recital realizado el 6 de diciembre de 2013
Momento de la declamación de uno de los seis poemas inéditos. Recital realizado el 6 de diciembre de 2013

VIEJITA Y MOZA

Antes de leer en el alma de este poema, quizás nos sea necesario comprender la doble naturaleza del tiempo. El tiempo que marca el reloj, el que nos rige, inexorable, pues señala los límites del “de aquí no pasarás”, y al que Shakespeare decía que “debemos obedecer”, pues frente a sus fuertes muros de piedra nada puede la corriente móvil de todos nuestros buenos deseos. Este tiempo es también el que purifica, separa lo válido de lo que no es, y hace nacer de su caverna oscura cuanto aparentemente estaba olvidado. Es el tiempo del Eclesiastés, que nos recuerda la enseñanza egipcia de que hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar, el tiempo que no es sino el ritmo de cuanto existe, el latido de la naturaleza, de modo que cada naturaleza tiene su propio ritmo y tiempo, pues no es el mismo, aunque análogo, el ritmo de la estrella que el del átomo, el del ser humano y el de la civilización que forja y por la que es forjado. Este tiempo que debemos respetar si queremos llegar a buen puerto y no ser innecesariamente destruidos es el Cronos griego y también, en cierto modo, el Karma de la filosofía inda.

Pero hay un ritmo interior, un tiempo del alma, asociado a la sucesión de nuestros estados de conciencia, al ritmo con que respondemos a la vida, y a la profundidad con que lo hacemos. Este tiempo interior es diferente también para cada uno y hace que, en aparente igualdad de condiciones, el sabio recorra mundos cuando nosotros hemos dado sólo un paso. Pues este tiempo marca o más bien es determinado por la grandeza y sensibilidad del alma, que se estremece como las liras eólicas de la Antigua Grecia ante los vientos de la vida, o simplemente dormita como piedra.

La nobleza y grandeza de alma de Florbela se hacen patentes en cada una de sus cartas, cuentos y versos, esta grandeza le hacía quebrar las cadenas de las costumbres y las modas impuestas, y le hacía sentirse, sin ningún tipo de soberbia, como una princesa entre plebeyos. La mística verdadera es la aceleración de nuestros estados de conciencia, aceleración con la que la oscura materia se convierte en luz y el pensamiento Idea. Florbela era, como el fuego, insaciable en la búsqueda de la verdad, el amor y el sentido de la vida, y su alma se elevaba como águila incansable, y sentía que sólo el abrazo de un Dios podría colmar sus ansias y medidas. Como fuego insaciable leía y leía cuando adolescente, devorando la cosecha de experiencias de otras almas nobles, de los grandes clásicos de la Literatura. Y no leía para divertirse, sino que las palabras vivas de quienes ya habían abandonado esta tierra, o de los que aún estaban crucificados en ella, dejaban surcos profundos en su alma, la hacían estremecerse, la llevaban a una comunión mística con sus adorados clásicos, y así, en semanas vivía lo que otros en años, como si en el fondo no hiciera así más que recordar su propia eternidad, renacer a su propio misterio. De ahí la afirmación de que se sintiera como una anciana, o el cuento que escribiera con 21 años, “Dádiva del Destino” en que dice: “Pasé por el reino del sueño y de la esperanza verde, como verde es una esmeralda, divisé el país del amor rosado como una aurora, y también vi las tierras tristes de la saudade ¡donde la luz de la luna llora noche y día! ¡No me detuve ni un solo instante! El corazón se me rompió en pedazos, disperso por los caminos que recorrí, ¡pero recorrí siempre sin flaquear ni un solo momento! Hace mucho tiempo que ando. Tenía cabellos negros como las tinieblas, hoy son casi todos blancos como el lino. Tenía el andar altivo como el de una princesa de leyenda, ¡hoy me inclino hacia el suelo como el tallo de una rosa sacudida por el viento del norte! ¡Comienzo a sentirme cansada ya, mis pasos van siendo cada vez más lentos y arrastrados en la infinita senda de la vida!…”

Y por otro lado hay una juventud permanente, una eterna alegría y esperanza en que todo se renueva incesantemente, es el verdadero Amor, del que decía el poeta Antonio Machado, que hace florecer aun al árbol viejo castigado por el tiempo y por el rayo de la desgracia. Su heraldo y mensajero es la Esperanza. Viste de color el yerto páramo y lo perfuma y da nuevo vigor al alma cansada. Florbela anunció a sus amigas, pocas semanas antes de suicidarse, exhausta ya y sin esperanza; que si superase el umbral del 8 de diciembre de su próximo cumpleaños, viviría hasta los setenta. Por desgracia para todos nosotros, no llegó a pasar a través de esta puerta que quizás la hubiera coronado en triunfo en vida misma, y aumentado pródigamente su obra aquí. Decidió elegir el camino de retorno.

Ese drama del tiempo que deja huellas de ceniza en nuestras frentes y el amor que aún hace nacer rosas en los cementerios de hombres y de sueños, es el que desvela Florbela en este soneto. Leído una vez, uno siente una grave tristeza, pero al releerlo una vez más y otra, lo amargo se convierte en dulce y llega a ser, finalmente, un bellísimo poema de amor tierno y sonriente.

Qué metáfora la del tiempo, que mansamente, deja caer copos de nieve en los cabellos. Qué paradoja y antítesis la de su caricia que se convierte en sello, qué sinestesia la de que este tiempo con el que Florbela en su ánimo parece haberse reconciliado, deja en su “cuerpo gentil su sabor”. “Gentil” por lo bello, porque así siente su cuerpo, por lo amable, por lo sediento de besos y caricias (aún la casi imperceptible del tiempo), porque para ella, como para todos los pueblos “gentiles” sin el estigma del judeocristianismo, el placer de los sentidos es el fértil cauce por donde corre el río impetuoso del amor. Igual que el botón de rosa al abrirse, y antes de dejar caer sus pétalos se ablanda, y el fruto perdió su ácida dureza y alcanza su dulce madurez, así el tiempo deja su “sabor”, que es suave ternura. Qué profunda asimismo la imagen de la nieve que cae, comparándola con el tiempo que pasa, pues el manto de la nieve, a diferencia del hielo, protege el calor de la tierra y la semilla. La nieve, con sus cristales y arquitectura, como de encaje, no pesa sobre la tierra y no quema la promesa de los nuevos frutos, y muere en hilos de un agua misteriosamente bendita, tan bendita como su inmaculada blancura. Y así es como todos queremos que el tiempo nos salude, no con sus torbellinos ni tempestades, ni sus violentas granizadas, ni con el ardor inclemente de su fuego que todo lo seca, sino con la blandura y belleza de la nieve que cae.

Qué metonimia la de su sangre palpitante (y aquí la sangre es su vida misma) que se irá enfriando a pequeños sorbos, pues crea en la mente la imagen de que la existencia, el espacio y tiempo mismo son como un cáliz en el que el alma al beber su contenido se va enfriando. Semejante a la concavidad vacía de la religión germánica, el Ginnugagap en donde al caer el licor de fuego del espíritu se enfría y yela. Y en la vida cotidiana no es sólo el cuerpo que se enfría, sino que éste fácilmente contagia al alma  que así queda petrificada; y si no velamos por mantener encendido el fuego espiritual, también los Divinos Ideales se enfrían y se convierten sólo en recuerdos, cada vez más vagos y perezosos. Cuando no mutan diabólicamente, en alquimia inversa, su naturaleza y se convierten en intereses mundanos, ese interés egoísta del que dice Shakespeare que arrebató la paz y concordia al mundo e hizo que se deslizase al abismo por la pendiente de las mentiras y las máscaras.

Qué bella comparación la de sus “senos graciosos”, pues son promesa de vida y éxtasis de amor, con lirios que se irán cerrando, poco a poco.

Y qué embeleso el del primer terceto del poema cuando dice Florbela que no importa que ya sea una anciana, que su amado inundará de luz y vida, de alegría, de alborozo siempre su alma, pues su alma recuperará su sonrisa, su infancia, su gracia y pureza ante los ojos ardientes del Amor, ante su flecha de fuego. Pues al mirar al Amado, caerá el disfraz del invierno, dulce y altiva, otra vez viva será su mirada cansada. Y la lentitud, el peso y la rigidez de lo viejo será convertida en ligereza y arrobo, en el rapto de alma del “eterno enamorado”.

Y una reflexión filosófica que sonríe detrás de un verso: “el alma creerá que es, se verá a sí misma como joven”. ¡Qué enseñanza!, pues en el mundo interno, que es el mundo real, -y no este, víctima siempre de mil contingencias-, lo que imaginas y crees, eres. Como decía el gran filósofo Jorge Ángel Livraga, el hombre tiene la medida de sus sueños, de aquello que osa hacer; y antes de que la flecha haya llegado con su cuerpo de madera y punta acerada, la flecha de fuego de la mente ha de haber sido lanzada y aún llegado a su diana.

El autor del libro "Florbela Espanca, la poetisa del amor" junto con la actriz Dalila Carmo, que interpretó a Florbela Espanca en la película "Florbela"
El autor del libro «Florbela Espanca, la poetisa del amor» junto con la actriz Dalila Carmo, que interpretó a Florbela Espanca en la película «Florbela»

CONDENADOS

Este poema grita desgarradoramente la condición humana, que ella vive lacerante, sin ningún opio ni creencia establecida que la libre de sus dentelladas. Pues el hombre es fuego que arde y se eleva a lo desconocido, y también madera que cruje, estalla y silba al ser consumida. Si inmortales, vamos abriendo una a una las diferentes puertas de la existencia y atravesaremos, naturalmente, las de la muerte; pero la madera de la que estamos hecho, y el yo que la gobierna es como un animal siempre perseguido por la muerte, como una víctima que espera la “hora atroz”, y que se deshace y consume en esa angustia. Fácil será quizás hipnotizarse con pensamientos que repetidos una y otra vez adormezcan esta inquietud: pero una es la firme convicción derivada de una mente que enfoca cada vez mejor la verdad, atravesando pantanos de dudas y otra una coraza quebradiza de fanatismo, que pensamos que nos protege, pero que en verdad nos aísla del sentido de la vida y del contacto real con los otros, rígidos en nuestros prejuicios como el famoso “caballero de la armadura oxidada”. Y Florbela es ante todo sincera consigo misma, lo que sabe sabe y no finge más, y enfrenta el terror de la muerte sin paliativos. Sin duda, de la mano de un Platón, un Cristo o un Buda, sin intérpretes, hubiera conquistado Florbela certezas indudables, inconmovibles, una fortaleza de paz y serenidad. Quizás una luz y llama que no queman, quizás un Agua de Vida habría calmado su insaciable sed y habría encontrado el hilo de Ariadna para recorrer el laberinto. Pero también quizás no era éste su destino, pues enigmático es el Karma y lo que debe ser, será y lo que no, no será. Y como ella es natural y no se refugia en ficciones, canta, desgarrada “la espada de Damocles” que amenaza siempre nuestros miedos. Y sin embargo, en otros poemas, después de arrancarse dolorosamente, como una piel vieja, lo que sufre y teme la muerte, manifiesta una serenidad propia del más firme de los filósofos. Y lo que le va a faltar al final de su vida no es estabilidad, que la tiene, sino amor y esperanza, tantas veces frustrado y truncado, como la de quien todo lo ha dado y nunca recibe nada y siente que ya no puede más.

En este soneto los epítetos son estremecedores, sombríos; las imágenes, la de la cárcel humana con sus barrotes de miedos. La espada de la muerte está “suspensa, amenazadoramente”, es “implacable”, nos persigue como el verdugo a la presa. La hora es “atroz”, es decir, oscura, terrible, funesta. Es el destino, es quizás el espíritu mismo quien nos persigue como un león y nosotros huimos en la floresta. ¡Cuántos pueblos expresaron esta verdad! y el león que va a devorar a un niño, o a un joven inerte en sus garras es el alma desposada con su destino, cara a cara a una verdad que no quería enfrentar. Diosa Leona llamaron los egipcios al destino que ejecuta lo que “debe ser”, la más bella de las Diosas para los buenos, la terrible para los que se hubieran apartado de la Armonía Universal, que llamaban Maat. En algunos pueblos de África se practican heridas rituales en la espalda cuyas marcas no desaparecen nunca y son el testimonio de su iniciación, dicen que son las garras del espíritu que les ha despertado.

Hay, dice Florbela, un abismo frente a nuestros pies que amenaza tragarnos, abierto, muy abierto, y  el puente que lo cruza, que en él se adentra se pierde en la oscuridad. Avanzamos con una llama, nuestro más preciado tesoro, la que ilumina lo que somos realmente y por tanto el camino también, una llama que el más mínimo soplo puede apagar si no velamos. ¿O se refiere Florbela a la llama de la vida material, frágil también como una llama expuesta al viento?

No hemos desvelado el secreto de la vida, y el amor parece que huye según extendemos la mano que mendiga, pues es quizás el amor quien responde al amor, pues Él es principio, causa y efecto, finalidad en sí mismo, y nada sabe de quien no se da, no se consume en su fuego. Esto nos convierte, leemos entre líneas en Florbela, en “fantoches que un destino da muerte”. Quizás detrás de su máscara sonría el Amor, como en el maravilloso poema del mismo nombre escrito por  Antero de Quental  “Mors-Amor”.

RISA AMARGA

Este es otro de los poemas en que Florbela lanza un grito de desafío al mundo, o a sí misma. Nos parece oír la música y sentir la danza del Dios que todo lo renueva, destruyéndolo antes, el que empuja a las almas a ir más allá de las formas, el que oye los gritos del necesario dolor como un éxtasis de alegría y belleza. Los mártires se arrojaban al fuego cantando y sentían en su total entrega que éste les devoraba la carne como una ambrosía de placer puro. ¡Qué cambio se operaba en sus almas para que sintieran esto! Dicen los sabios que una entrega y generosidad total en el dolor convierte éste en placer y los filósofos aztecas representaban la libertad como el alma vaporosa y en volutas que surge de los huesos quebrados. ¡Extraña sabiduría!, y sin embargo, nuestra poetisa busca a aquel que ríe dentro cuando todo es desgracia y todo nos hiere, el que desafía la adversidad como una roca inmóvil frente a la tempestad, o mejor aún como una espada en llamas que ríe su luz en medio de las tinieblas. Sí, la gran carcajada del dolor universal, la suma de esfuerzo de los infinitos seres por realizar su naturaleza, por enfrentar lo que los limita, por sostenerse en pie en medio de la terrible ondulación que ellos mismos han originado. Si no fuera esto música (aunque en apariencia caótica y disonante), si no fuera la alegría misma del Corazón del Mundo, si no iluminase desde dentro el rostro de los infinitos seres (como la faz sonriente de la máscara de Tutankhamon, o la enigmática sonrisa de la Gioconda), cuál sería el sentido de permanecer vivo. “Deja que las ardientes lágrimas de dolor ajeno caigan en tu corazón una a una, no dejes que el sol ardiente las seque antes de que la hayas enjugado en el ojo de quien sufre”, dice el texto místico Voz del Silencio, y esta enseñanza hace que nuestra alma tiemble. Pero desde la perspectiva moral, si angustiosas son las causas de un futuro dolor, la ignorancia que nos aparta del deber ser, alegres deben ser las circunstancias que nos redimen, que nos hacen retornar al corazón de la vida misma, y más alegre aún la victoria sobre las mismas si se presentan como pruebas para el alma. Claro, esto no es difícil verlo con la inteligencia, pero sí lo es enfrentar la desgracia impávidos cuando su hachazo nos hace tambalearnos. Florbela dice en el poema que quiere reír de la desgracia y el infortunio, de la Vida con su séquito de dolores y angustias; reír de todo lo vil que hiere, de la muerte misma, y aún de saber que, sin rumbo, la vida es una comedia trágica y ella no encuentra el Norte y sabe intuitivamente que sólo la muerte le abrirá la puerta al íntimo sentido. Ella sabe que la actitud noble es la de desafío, Ser, en medio de la avalancha de miserias que parecen querer que renuncies. Como dice Shakespeare en Hamlet, Ser, “armándose contra un mar de dificultades, haciéndolas frente”. Florbela sabe, y lo dice, casi gritando en el poema, que la vida es lucha ingente, y la risa es desafío. Aunque en el poema se sospecha que la risa es también máscara, un modo de ocultar el gran sufrimiento interior, tener el alma en carne viva y llagada. Los que conocieron a Florbela, y su discípula Aurelia Borges nos lo recuerda, dicen que ella no manifestaba, de ningún modo, ese aire de tristeza con que la conocemos, más íntimamente en sus poemas. Todo lo contrario, se guardaba las lágrimas y sufrimientos, con nobleza, para ella misma sólo y su ánimo era siempre festivo, jocoso incluso, burlándose, cuando fuera necesario de cuanto quisiera herirla. Pero después, en la soledad ella no reía ya, reflexionaba mucho, y lloraba con lágrimas de dolor por ella y de compasión por todos, por el sufrimiento del más ínfimo de los seres vivos, sufrimiento que agitaba sus nervios como si fueran, -así lo decía- los cascabeles de un bufón. Y ese era su drama, que quería reír y no podía, su sonrisa se convertía en amargo rictus, en grito de impotencia y rebelión, en lágrimas y sollozos.

Aunque, como refirió varias veces, lo que más le llagaba el alma era la pureza manchada por los golpes e infamias del mundo, la inocencia triturada por los convencionalismos y la malicia de las gentes, la imaginación contaminada por sensaciones y recuerdos frustrantes: “¿Qué más puedo hacer… Si la podredumbre de los charcos nunca vuelve a la limpidez de las fuentes que corren?”

(continua en parte 2)

Jose Carlos Fernández

21 de Enero de 2014, Lisboa

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