Literatura

Las Etimologías

José Carlos Fernández pronuncia una conferencia sobre etimilogías titulada "Las etimologías de las palabras y el Crátilo de Platón", en Lisboa.
José Carlos Fernández pronuncia una conferencia sobre etimologías titulada «Las etimologías de las palabras y el Crátilo de Platón», en Lisboa.

 

Los Nombres tienen la virtud de enseñar.

La propiedad del nombre consiste en representar la cosa tal como es.

Las cosas bellas son difíciles de saber; y ciertamente, la ciencia de los nombres no es un trabajo ligero.

Cratilo, de Platón

 

Los antiguos pitagóricos y todos aquellos que perpetuaron de un modo vivo estas tradiciones esotéricas recomendaban, antes de empezar una obra, hacer una invocación, una llamada al Dios o Inteligencia rector de dicha actividad.

Si leemos atentamente las obras de Platón veremos que en muchas de ellas, el primer párrafo es en sí mismo una llamada velada al Dios o la Idea relacionados con el tema a desarrollar.

El Crátilo de Platón comienza así: ¿Quieres que le admitamos como tercero, dándole parte en la discusión?  Este es precisamente el significado esotérico del “lenguaje” (del Logos, en realidad), que siempre actúa como tercero entre dos polos. El ser humano (I) se enfrenta  a una realidad (II) y necesita del lenguaje (III) para referirse a ella. La mente (I) quiere entender, abarcar el misterio (II) que le rodea, y genera pensamientos (que no es sino un lenguaje interior). Queremos comunicarnos con otro (¡qué misterio!), o con nosotros mismos y necesitamos de un lenguaje como medio.

El número tres siempre fue el número del Logos (la esencia del lenguaje), representado por el Fuego. Y como el fuego, en todas las religiones, fue vínculo entre hombres y dioses; el fuego del discurso, el lenguaje, cuando verdadero, fue lo que permitió a los hombres unirse conscientemente entre sí.

Las palabras tienen la virtud de enseñar, de mostrar. Pensamos que en ninguna cultura (salvo la nuestra) se ha designado nada al azar, o por conveniencia, sino que hay un misterioso lazo –como diría Platón- entre las palabras y aquello que quieren significar.

Si varias personas en distintos puntos de una habitación señalan un objeto, cada uno de ellos lo hará desde una dirección distinta. Sin embargo, si nos fijamos hacia dónde apuntan sus dedos, veremos que se refieren al mismo objeto. Así, las palabras, forjadas por el yunque diferente del pensamiento de diferentes culturas, son diferentes, aunque referidas a lo mismo. Desde ángulos distintos señalan las mismas realidades. Y lo más admirable es que no se refieren, no señalan a los seres de la naturaleza que perciben nuestros sentidos físicos, sino más bien a su esencia, o a aquello que los caracteriza.

Las leyendas bíblicas mencionan la Torre de Babel, la confusión de lenguas y la degeneración en el comportamiento y confusión que produjo. Pero esta corrupción no la produjo el entender o no la lengua que hablaba el prójimo, sino la desestructuración mental, haber perdido de vista el concepto puro al que apuntaban los pensamientos y las palabras. El entendimiento entre los hombres no se basa en tener la misma lengua y comunicarse con ella, sino en una “visión espiritual” que les permita saber a qué atenerse y percibir el lenguaje interior.

Qué mejor, para entenderse, que conocer el origen de las palabras, su etimología. Cuando se despoja a las palabras de su sentido y estas se tornan vacías, o cuando se emplean de un modo impropio, y esto se extiende a todas las escalas de la sociedad, nace en ellas una confusión tal, que sólo la podemos comparar al cáncer en los organismos vivos.

Desde el punto de vista metafísico el lenguaje vincula la causa con el efecto, el pensamiento con la acción. Cuando el lenguaje se pudre, se separa uno y otro y se corrompen ambos[1]. De ahí la necesidad de unificar, de entender el sentido primitivo de las palabras, para imaginar lo mismo cuando hablamos de lo mismo.

En una ocasión le preguntaron al sabio chino Confucio, cuál sería su primer trabajo si fuese designado gobernante de una nación. Respondió que ajustar los nombres a las cosas a las que se refieren. Que sin esto un estado es ingobernable.

Estudiar las etimologías ayuda a volver a ajustar los nombres a los seres que designan.

Cuando se estudia el origen de las palabras, no se puede sino reconocer la sabiduría acabada de aquellos legisladores más que humanos que por primera vez nombraron las cosas. Nos acerca, de manera intuitiva, a la visión de la realidad que tuvieron estos sabios. Se convierte en una herramienta indispensable para aquel filósofo que aún no puede leer en la Naturaleza los arcanos de la Sabiduría, y en una ayuda para aquel que comienza a percibir su propia alma inmortal y el flujo divino siempre presente en esta misma Naturaleza, imagen perfecta del Ser.

En los distintos apartados que iremos ofreciendo estudiaremos las etimologías de las palabras referidas a un mismo tema, y comenzaremos por aquello que distingue al hombre como tal, que es la percepción del Misterio, la responsabilidad ante sí mismo y ante Dios.

EL HOMBRE ANTE DIOS

Qué es el hombre, qué entendemos por Dios, qué nombres dieron los hombres a sus dioses, cuál es la escala de la naturaleza que asciende desde el mineral hacia lo celeste. Qué significado tuvieron los “mecanismos” por los que el hombre se acercaba a su divino origen: ritos, ceremonias, sacrificios, oraciones. Es lo que trataremos de analizar siguiendo las etimologías.

DIOS

La palabra “Dios” viene del indoeuropeo deiw “irradiar, luz, brillar”; significa también “cielo”. Por ejemplo, Júpiter es “Dyaus Piter”, esto es, “el generador de la luz” o el “Padre Cielo” o “Señor de lo Luminoso”

De esta misma raíz viene “día”, mientras que su opuesta, “noche”, es del indoeuropeo nek (del griego nix, lat. nox), que significa “muerte”. La noche es la “muerte” de la naturaleza, de la que renace periódicamente con los rayos del día, los rayos luminosos de “Aquel que otorga la vida”

Platón, en el Cratilo, explica que la palabra “Zeus” (Dios) viene de zena y día, que significa “espacio, lugar”. El “espacio”, en la filosofía esotérica, es la corporización simple del Ser, la forma más sencilla de referirse a Dios, en tanto que absoluto, permanente e increado. Pero es un “espacio”, no como abstracción mental, sino como el fértil hueco donde se gesta la Vida. Un espacio que al desgarrarse gesta todos los seres vivos sin perder un átomo ni de su naturaleza ni de su esencia.

Platón relaciona también esta palabra con dsen (Vida), porque es la Vida-Una, la “verdadera causa de la vida, el Rey y Señor del Universo, Aquel por el que viven todos los seres vivos”.

SOL

Es otra de las formas de representar a Dios. En la filosofía tradicional el Sol es la imagen viva, el símbolo más acabado que el hombre puede tener del Poder Central que anima todo el Universo. Como diría el poeta Rubén Darío, el Sol es el “portaestandarte de Dios”.

Es el solus (el único, el Solo) pues es la representación viva del Uno sin segundo. Del indoeuropeo Sol, “entero, sin partes”. En los Misterios se “explicaba” que el foco (de focus, fuego) donde convergen los rayos de la Vida –Una, y desde ahí vuelven a irradiar a toda la Naturaleza, abriendo todas las posibilidades. Es el origen del Movimiento, por eso el
Sol fue representado como una rueda en llamas (del “movimiento” en su sentido abstracto y real), porque es el motor externo e interno que impulsa a todos los seres vivos. El corazón era considerado un Sol en miniatura del microcosmos que es el hombre.

Los egipcios afirmaban que la Acción es la vida de Ptah (Ptah era el Sol oculto, o el espacio cóncavo de donde el Sol obtiene su poder).

Es interesante ver cómo esta palabra se relaciona con:

Consolar: Pues los rayos del Sol otorgan la alegría, la juventud. Son el principal remedio contra la tristeza y el abatimiento (las curas de sol para el tratamiento de depresiones es de plena actualidad). Los rayos del Sol (en el sentido esotérico y en el práctico) devuelven a la vida, son el mejor consuelo.

Soledad: Esotéricamente es el estado en que uno se halla ante sí mismo, ante su Sol interior, y nada turba esa relación. De ahí el dicho “es en la soledad cuando estamos menos solos” pues nos hallamos junto a Dios. Es permanecer entero (Solus) ante las circunstancias, que éstas no tengan poder para segmentar la conciencia.

Resolver: De res (cosa, en latín) y solvere (Desanudar). Se refiere a desanudar el lazo que impide que la corriente de nuestra vida fluya libremente. Pero si profundizamos encontraremos quizás que solvere (desatar) se refiere otra vez al Sol, pes su luz (en sus sentidos metafísico, psicológico y vital) es la que desata todos los nudos y abre todas las puertas. Como diría el inspirado Rubén Darío en su poema Helios (el Sol):

Los castillos de la maldad derrumbas

abres todos los nidos, cierras todas las tumbas

y sobre los vapores del tenebroso abismo

pintas la aurora, el oriflama de Dios mismo.

Solaz– “Placer, alegría”, pues significa etimológicamente “estar al Sol”.

Solemne– Del latín solemnis, “que se celebra una vez al año” (cuando el Sol vuelve a estar en la misma posición.

Solícito: En un diccionario podemos leer “inteligente, afanoso por servir, atento”. Viene de Solus (entero) y Citus (en movimiento); es decir, en tensión interior, que vibra musicalmente ante las circunstancias. Una persona “solícita” sería justo lo opuesto de una que se deja arrastrar por la inercia, que sume su alma en la pasividad. Pero puede también significar, aunque no sea más que poética, es decir, simbólicamente, “en movimiento por el Sol”, es decir, que sus irradiaciones más sutiles ponen en movimiento nuestra alma, la predisponen para la acción y para el cumplimiento del deber, pues todo lo vivo despierta ante la nueva llamada del Sol, en todos los planos de conciencia.

DIOSES

En castellano esta palabra es el plural de Dios (Deus), pero en griego es theoi (según explica Platón en el Cratilo), que significa, “los que corren”, “los que se hallan en movimiento continuo y siempre corriendo) pues el Sol, la Luna, los planetas (que significan etimológicamente “estrellas errantes” el cielo, están siempre en movimiento.

En la Antigüedad Clásica, todos los dioses eran representaciones más o menos veladas de las Inteligencias rectores de los siete planetas y del Triple Poder que gobierna en el Sol (el Triplo Logos de Platón). Los pitagóricos relacionaban el centro de una circunferencia con Dios, la circunferencia propiamente dicha con la Naturaleza, la representación visible del siempre presente Pensamiento Divino (Dios, el Centro). Los dioses serían los radios, pues transmiten el ser, el movimiento, la acción, del centro a la circunferencia, y dan vida a la Naturaleza transmitiendo el impulso divino. Los dioses serían “los que corren”, “en movimiento continuo”, portando el fuego de lo Uno, del Centro.

DEMONIOS

Espíritus intermedios entre los hombres y los dioses (los héroes desencarnados se convierten en demonios o dioses). De daimon, que en griego significa “dios, divinidad, genio, destino o fortuna, voluntad del dios” y en plural “manes o sombras de los muertos”

Dice Helena P. Blavatsky que los daimones son los espíritus guardianes de la raza humana, aquellos que moran en la proximidad de los inmortales, y desde allí velan los asuntos humanos, según la expresión de Hermes.

HOMBRES

El Diccionario Indoeuropeo de la Lengua Española hace una asociación, según mi parecer, muy forzada de, dhghom (tierra –dh, ghomon -gnomo, habitante de la tierra) y con el mismo significado, homo, “hombre” en latín.

Platón deriva anthropos (“hombre”, en griego) de “contemplar” (anathreí) y “ver” (opoope). El hombre sería el “contemplador de lo que ha visto” (anathroon  a opoopon), pues, a diferencia de los animales, tiene conciencia, lo que le lleva a examinar lo que ha visto, a contemplar, a dar razón de ello, a abarcarlo con la mente.

En sánscrito, es nara (hombre), y una ligera variación, nara, es “aguas del espacio, el gran abismo”, pues el hombre (microcosmos), es a semejanza del Universo. Se dice que el cuerpo de Nara (el Hombre) es el agua (símbolo del espacio y también de la psique), pues el hombre es como una nave que boga en el tiempo y el espacio, y su cuerpo está hecho de lo mismo que las estrellas.

La tierra Nara-dhara, es el “sostén del hombre”.

También en indoeuropeo, men es pensar, proyectar, ascender (se aplica esta palabra, por ejemplo, a una “montaña”, mons, en latín).

Man es “hombre” (como en inglés), (Manú, en sánscrito representa a la humanidad, y en lengua germánica man es hombre y Ala-mans significa “todos los hombres”, y no sólo los alemanes. De aquí también manas(mente) en sánscrito. Man es también, en indoeuropeo, “mano”, pues la mano abierta y el número que representa, el 5, es el símbolo perfecto del hombre. Los antiguos consideraron la mano como un hombre en miniatura, y realizaban predicciones basándose en esta semejanza. Ma, en sánscrito, significa el número “cinco” (el hombre, el quinto elemento que armoniza la tierra, el aire, el agua y el fuego). Ma, en sánscrito también significa “medida”, pues el hombre es la medida de todas las cosas (en nuestro mundo). Significa también “muerte”, pues sólo el hombre “conoce” la muerte; “luz”, pues el hombre lo es por esa “luz” que ilumina su pensamiento; y “conocimiento”, que enfrenta al hombre ante el dilema del bien y del mal.

MAGIA

Por esta palabra entendemos la “Gran Ciencia” que otorga el poder sobre la naturaleza.

Viene del indoeuropeo magh (tener poder, grande), de ahí magnus en latín y maha en sánscrito.

De esta palabra proceden, por ejemplo:

Desmayar: Desfallecer, perder el mag, la fuerza.

Máquina: De mekane (en griego); de magana (indoeuropeo), que significa “lo que permite el poder, lo que hace posible”.

Más: De magis (en latín). El mag es una fuerza, un poder que se expande. Y de magis (más), las palabras “demás”, “demasiado”, “demás” y “jamás”.

Mayor: Más grande.

Máximo: El más grande.

Majestad: Grandeza, autoridad, ejercicio del poder (del mag)

Maestro: Magister, en latín. Que enseña, despierta esa fuerza, el mag, en sus discípulos. Porque otorga y despierta ese conocimiento que lleva al poder ser, al poder hacer.

Magno: Grande, o magnate.

TEMPLO

Del indoeuropeo tem– cortar, pues se “corta” el espacio, se separa el espacio sagrado del espacio profano. Del latín templum, que significa “espacio abierto al cielo, utilizado para la observación en la práctica del augurio”

En un lugar abierto a la luz celeste, al don de los dioses. Esotéricamente, la Naturaleza es el Templo de Dios, pues está siempre abierta a la luz que de Él desciende. Para el hombre, el “corazón” (sede de su conciencia moral) es el Templo de su Dios interior, pues el corazón es el espejo mágico donde se reflejan Sus Designios.

De esta palabra viene, por ejemplo:

Contemplar: Es decir, trazar un lugar sagrado en nuestra alma para “mirar atentamente”. Entender el significado profundo de aquello que observamos. El augur “contempla” en el templo, observa lo que ocurre en el cielo e interpreta el sentido profundo, la voluntad divina que hay presente en los hechos que observa. Así, del mismo modo, el hombre, cuando “contempla” no sólo “ve”, sino también “entiende”

RITO

En sánscrito, rta (verdad, rectitud, justicia, orden, ley). También es un sobrenombre del dios del fuego, como “brillante”

En latín ritus: Rito, uso, forma de acción, costumbre.

Rite (adverbio latino): Según las reglas o formas, según la recta razón, favorablemente.

El significado etimológico de rito dice de actuar de acuerdo a las reglas que impone la naturaleza de dicha acción (las reglas de cada acción están en la mente del Ser). Cada acción, cada trabajo (incluidos los trabajos de acercamiento a los Dioses o a la propia alma) tiene una forma recta, áurea, perfectamente eficaz, y por tanto, bella. Según Platón, todos los ritos (todas las formas divinas de la acción, todas las leyes) fueron otorgadas por los Dioses a los hombres, bien directamente o a través de inspiraciones, sueños, etc.

CEREMONIA

Del latín caeremonia: De carácter sagrado, rito sagrado, respeto religioso.

Quizás del indoeuropeo ker (fuego, calor). De ahí, por ejemplo, carbón o carbúnculo (rubí, porque luce como el fuego); cremar –quemar; cerámica (del griego keramos): arcilla, barro de tierra que se quema al fuego.

También esta raíz indoeuropea, ker, significa crecer, crear, madurar (en latín creo-crear; cresco-crecer). Ceres es la diosa de las mieses, “la que hace crecer, madurar”, una de las formas o nombres de la Diosa Madre.

Tienen en realidad la misma raíz, pues es el fuego, el calor, lo que hace crecer, madurar.

La “ceremonia” es el ritual sagrado. Es etimológicamente, “encender el fuego”, lo que une al hombre y a los dioses, a la tierra y el cielo. En lo práctico, casi toda ceremonia precisa del elemento fuego como intermediario ante lo divino. En lo metafísico, “ceremonia” sería todo aquello que vincula con el mundo divino a través del sacrificio (es decir, de la transmutación representada por el fuego).

SANTUARIO

Lugar sagrado, “donde vive el Dios”. Representando simbólicamente dónde se halla la imagen o estatua del Dios. En griego, el santuario o capilla es naos, que significa “barco, nave”. Todavía nos referimos a las naves de una iglesia, pues la forma de las iglesias primitivas era la de una nave invertida (se construían, incluso con un barco dado la vuelta como techo). El significado simbólico y ritual es hacer del templo una nave que boga en las aguas celestes, y que porta la conciencia de los que se hallan en su interior.

En los templos egipcios, junto al sancta sanctorum estaba la sala de la nave con una barca sagrada en su interior. En los templo griegos, en el naos, se halla la estatua del dios al que está consagrado; la sala que la precedía era el pronaos.

MISTERIO

Del griego misterion, “arcano, secreto, doctrina secreta, culto secreto”. De la raíz griega muo, “cerrar”, “cerrar la boca”, por ejemplo. Pues lo esencial de los Misterios era el estricto secreto, la necesidad de callar, para no profanar lo experimentado.

Los Misterios también eran nombrados en griego teletai. De teleios, “aquello que está consumado, acabado, completo, perfecto, irrevocable, sin mancha”.  Eran ceremonias –dice H.P.Blavatsky –que generalmente se mantenían ocultas a los profanos[2] y a las personas no iniciadas, y durante las cuales se enseñaban, por medio de representaciones dramáticas y otros métodos, el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, las relaciones de éste con el cuerpo, y el método de purificación y reposición a una vida superior.

RELIGIÓN

Cicerón da a esta palabra varias posibles etimologías:

Relegere: “Considerar, examinar con cuidado”. Todo lo relacionado con el culto a los dioses es de suma importancia, y debe, por tanto, realizarse con sumo escrúpulo.

Relego: “Volver a considerar, recorrer”. La religión es uno de los nombres del Camino hacia Dios. “Volver a considerar” es encontrar la imagen sagrada (el arquetipo) de lo “que ya vimos”.

De Religare: “Volver a unir”. Un concepto parecido al de “yoga”, del sánscrito yug, unión; de ahí, por ejemplo, el “yugo” que une a los bueyes. O el conjugar (comyugare) un verbo, sometiéndole a las diferentes inflexiones.

Blavatsky, siguiendo este criterio, define la religión como “aquello que une a los hombre entre sí y a estos con el Todo”.

 

José Carlos Fernández


[1] Cuando se pudre el lenguaje, los seres humanos se separan de sus semejantes cada vez más. Cuando se pudre el lenguaje interno (el pensamiento) el hombre se separa de sí mismo. Platón definía la “meditación” como el diálogo con la propia alma.

[2] Profano, del latín fanum, “templo”. “Profano” sería, etimológicamente, “lo que está fuera del templo”. Fanum (templo), a su vez, viene de la raíz griega fan, “manifestar, mostrar”; de ahí la palabra fantasma que significa “aparición”; también el dios de los órficos Eros-Phanes es el amor, el impulso creador que se manifiesta y da nacimiento al Universo.

Fanum es “templo”, pues el templo es el lugar donde se manifiesta el Dios, donde vive su imagen visible.

También fanático, del latín fanatikus (inspirado, exaltado, frenético), literalmente significa “servidor del templo”, “aquel que proclama lo que se halla en el templo”. El término latino se aplicaba especialmente a los sacerdotes de Belona, Cibeles y otros que se entregaban a violentas manifestaciones religiosas, llegando incluso a castrarse en sus delirios.

2 comentarios en “Las Etimologías”

  1. Esto es una mágica y solemne exposición del orígen, del valor y la fuerza que tienen las palabras en nuestra consciencia literaria. Maravillosa la conducción y manejo de este extraordinario tema como lo es «Las Etimologías». FELICITACIONES

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