Honrad a la virtud como si fueran los Dioses y a quienes las profesan como si fuesen sacerdotes
Este diálogo filosófico que fundamenta la felicidad en la virtud y en el cumplimiento del deber fue escrito en torno al año 58 d. C., antes, por lo tanto del matricidio de Agripina, pero en un momento en que Nerón ya se tambaleaba moralmente y para colmo, la reputación de Séneca era atacada por rumores hábilmente extendidos y por las acusaciones constantes de Publio Sulio Rufo. Era el principio del fin de su vida política.
Recordemos que Séneca fue acusado de acostarse con Agripina, en una campaña de difamaciones que querían, precisamente, hacer frágil la postura del filósofo. Se le desprestigia con acusaciones gratuitas de querer derribar el sistema imperial tiránico para devolver la autoridad al Senado; de acumular con usura y usando medios indignos riquezas formidables; de adulación; de extravagancia en sus banquetes; de hipocresía por no concordar lo que predica en sus discursos y escritos y la vida que lleva.
Este escrito es por tanto, además de un discurso filosófico, su defensa ante tales y cuales acusaciones. Fue dirigido a su hermano mayor L. Annaeus Novatus –padre del poeta Lucano-, quien recordemos, había sido adoptado por el rector Junius Galion, amigo de su padre. Novatus va a desempeñar importantes cargos políticos, como cónsul y procónsul de la provincia de Acaya, y es conocido por tratarse, al parecer, del gobernador que medió en el conflicto entre San Pablo y los judíos según está narrado en los Hechos de los Apóstoles.[1]
El desarrollo temático de este diálogo filosófico es el siguiente:
Dice que es necesario definir, en lo íntimo de la conciencia, qué es felicidad, y apartarse, al respecto, de las opiniones públicas masificantes, o sea, del vulgo, y entendiendo por este término, no a los de vida humilde, sino a aquellos cuya alma está dormida (I y II)
La vida feliz reside en vivir en armonía con la naturaleza, de acuerdo a sus dictados, interpretados por una mente sana, lúcida y estable, ajena a toda presión externa o interna.
En qué consiste el sumo bien, y por tanto, la vida feliz: El sumo bien es el alma libre, insensible a las tentaciones del placer y a los golpes de la fortuna, y cuyo único anhelo es la honestidad y el único mal la torpeza. De esta libertad interna nace y emerge desde lo más hondo del alma una alegría profunda “que se contenta con lo que posee y no desea nada más que lo que está próximo (III y IV)
La vida feliz es más que la insensibilidad de la piedra o la vida vegetativa de una planta, aunque ellos, al no existir contradicción en sus naturalezas, tampoco son infelices. La felicidad para el hombre consiste en la razón iluminada que no se aleja de la verdad, “y cuyo juicio es recto y firme” (V)
Posición del sabio ante el placer: Los del cuerpo son torpes y los del alma no es necesario ni conveniente buscarlos, sino que acompañan naturalmente la acción virtuosa y la conciencia serena. Diferencia entre la virtud, que es “elevada, excelsa, noble, invicta e infatigable” y el placer, que por muy sutil que sea, “cuando alcanza su punto más alto, se extingue; su terreno es limitado y por ello, rápidamente se agota; se hace tedioso y desfallece después del primer ímpetu”. Aquí, por tanto, la filosofía estoica se aleja del epicureísmo, a quien critica argumentadamente (VI y VII)
Menciona la necesidad de encontrar el Yo central que purifica la razón permite que esta gobierne los sentidos: éste es el sumo bien, la concordia del alma. (VIII)
El peligro de buscar la virtud para hallar el placer, aunque este placer sea el del alma. Así prostituimos la virtud, es lo que hoy llamaríamos, “materialismo espiritual”, o sea, el más brutal o refinado egoísmo enmascarado de virtud y búsqueda espiritual. Se debe aspirar a la virtud por ella misma, por el imperio feliz de su naturaleza, y nunca para obtener lo que íntima o manifiestamente deseamos, y en lo que buscamos, por tanto, el placer (IX)
Qué errores y tinieblas del alma disipa la virtud, y cómo despierta nuestra verdadera naturaleza. No hay placer puro si no hay honestidad, y no puede haber honestidad si se busca el placer y no la virtud (X)
Hacia dónde nos dirige el placer, qué nos aconseja. Ejemplos vergonzosos de esclavos del placer que arruinaron su alma (XI)
Diferente naturaleza del placer del sabio y del necio. El placer que acompaña naturalmente la acción del sabio: “es calmo, moderado, casi tierno, discreto y casi imperceptible, pues viene sin ser llamado, y aunque venga por sí mismo, no recibe ningún tipo de honras, ni es recibidos con alegría; en efecto, el sabio lo mezcla e intercala en su vida, como el juego y los divertimentos con los asuntos serios” (XII)
Comentarios a la filosofía de Epicuro. El peligro de elogiar el placer y casi hacerlo sinónimo de la virtud, produciendo gran confusión en el alma, pues así se llega a justificar los peores vicios. El peligro de este filosofía, el epicureísmo, más severa de lo que parece, no es lo que dice, sino lo que interpreta el ignorante (XIII)
Debemos seguir siempre a la virtud, del mismo modo que un ejército sigue a su estandarte. Los grandes placeres son como animales enfurecidos a los que es muy difícil tratar sin salir herido, y cuantos más menos vida propia tiene el alma, subyugada por tales tiranos (XIV)
Para obedecer a Dios es necesario grandeza de ánimo, no puede obedecerle aquel que se siente abatido por el placer o el dolor. Aceptar con grandeza de ánimo todo aquello que sucede, pues se halla dentro de lo posible, y por tanto pertenece a la naturaleza del universo en que vivimos. “Somos impelidos a este compromiso: soportar las contingencias de ser mortales y no perturbarnos con aquello que no podemos evitar. Nacimos en un reino: ser libres es obedecer a Dios” (XV)
La felicidad reside en la virtud. Nada más es necesario. Sólo debe ser considerado bueno o mal lo que nace de la virtud o del vicio, lo demás carece de ninguna importancia moral, y por lo tanto, es indiferente para el alma. Caminar hacia la virtud es deshacer los nudos que nos atan a lo que es por naturaleza mortal (XVI)
Acusaciones del ignorante envidioso al filósofo rico. Así responde Séneca a los rumores infamantes que se extendieron por Roma: No me exijas que yo sea igual a los mejores, sino mejor que los malos: me basta, cada día, alejar algunos vicios y corregir algunos errores (XVII) La malevolencia venenosa de los envidiosos y los viciosos no debe impedir seguir siempre los mejores, y no los peores ejemplo (XVIII y XIX). El malvado ve en la virtud ajena una crítica a sus propios delitos, y en la grandeza de alma una ofensa a su mediocridad.
Valor de aquellos que se esfuerzan de veras en ser virtuosos. Crítica que se hace a los filósofos de no haber llegado a la perfección, pues sólo están en marcha hacia ella y cargan aún muchas imperfecciones. En este apartado Séneca formula el “Ideario estoico como camino hacia los Dioses”, verdadero credo filosófico de la más pura vigencia actual (XXI)
Desde este apartado hasta el final, Séneca explica la actitud del filósofo o del sabio ante las riquezas. Dice cómo es más difícil ser virtuoso en la riqueza que en la pobreza: “En la pobreza, sólo hay un género de virtud: no dejarse subyugar ni abatir; en la riqueza la temperancia, la liberalidad, la frugalidad, el orden y la magnificencia tienen un campo abierto”. Enseña cómo la clave de las riquezas consiste en tenerlas en un lugar mental en que no se sufra si son arrebatadas: “¿Debes estar burlándote de mí –dice Séneca, hablando como si fuera su hermano- es que las riquezas no ocupan en tu casa el mismo lugar que en la mía?-¿Quieres saber por qué no ocupan el mismo lugar? Para mí, si las riquezas desaparecieran, sólo se arrastrarán ellas mismas; si ellas se alejasen de ti, te quedarías estupefacto y te sentirías abandonado de ti mismo; en mi casa las riquezas ocupan un lugar cualquiera; en la tuya ocupan el lugar más elevado; en suma, las riquezas me pertenecen, tú perteneces a las riquezas” (XXII)
¿Por qué no va a poder ser el sabio rico?, se pregunta Séneca, la única cuestión es que las riquezas sean honradas: “Deja de prohibir el dinero a los filósofos: nadie condenó la sabiduría a la pobreza. El filósofo poseerá grandes riquezas, pero que no habrán sido sustraídas ni manchadas por la sangre de nadie, sino por el contrario, adquiridas sin perjuicio de nadie; sin lucro sucio, tan honestas en la salida como en la entrada, que no harán gemir a nadie, sino a los hombres malvados”. El filósofo no debe ser soberbio en la riqueza, y tampoco esconderla, avergonzado; tampoco la alejará innecesariamene, de su puerta[2].
Séneca describe después (XXVI) cuán difícil y necesario es el arte de otorgar beneficios, pues exige medida, prudencia, generosidad, discernimiento. Séneca es sublime en su filosofía, dice: “Donde hay un hombre, hay lugar para otorgar un beneficio”. Su retórica vital y desbordante, de la misma naturaleza que su alma, dice cómo: “A uno lo ofrezco, a otro lo pago; a este le socorro, de aquel me apiado; a aquel le ayudo, porque considero que no merece que la pobreza lo perturbe o aprisione; a otros no les doy, aunque lo necesiten, porque sé que continuarán necesitando exactamente igual aunque les de; a unos los daré, a otros les impondré mis dádivas. En tal materia no puedo ser negligente: nunca invierto mejor que cuando doy”.
Termina con una sentencia filosófica definitiva, la riqueza no es un bien, pero sí lo es hacer buen uso de ella: “Niego que las riquezas sean un bien, pues, si lo fuesen, harían buenos a los hombres; pero como no se puede decir que lo que se encuentra en los hombres malos sea un bien, me niego a darles este nombre” (XXIV)
El siguiente apartado, el XXV, subraya hasta qué punto él es independiente de sus riquezas, ilustrándolo con numerosos ejemplos que podemos resumir en que la suma riqueza y los honores más privilegiados no le harán ser diferente de lo que él es, y lo mismo con las más grandes pérdidas, sufrimientos y miserias: será el mismo, ni se jactará con lo primero ni se sentirá miserable con lo segundo.
En el siguiente, el XXVI continúa reflexionando sobre las riquezas: “El sabio nada permite a sus riquezas, y a vos las riquezas os lo permiten todo, como si alguien os hubiera prometido la posesión eterna de ellas, os acostumbráis y os apegáis a ellas”
Séneca explica que una cualidad del sabio es que vive siempre satisfecho en el presente y seguro en relación con el futuro. Es decir, es siempre feliz con lo que le rodea, porque nada teme, nada desea y considera lo que llega a él siempre como un tesoro; sea lo que sea lo que le depare el futuro, sabe que, como viene de Dios, será siempre un bien.
Séneca termina el diálogo poniendo como ejemplo a Sócrates, siempre honrado y siempre inexpugnable a las críticas, y anuncia una de las verdades tantas veces repetidas siglos y siglos después y que es la quintaesencia de la verdadera moral cristiana: No mires la paja en el ojo ajeno cuando…
“¿Os fijáis en los granos de los demás, estando, como estáis, cubiertos de llagas? Es como si alguien se riese de una peca o de la verruga de un cuerpo bellísimo, al mismo tiempo que lo corroe una sarna furibunda. Criticad a Platón por desear dinero, a Aristóteles por recibirlo, a Demócrito por desdeñarlo, a Epicuro por gastarlo; comparadme con Alcibíades y con Fedro, y, sin embargo, os consideraríais felices si consiguieseis imitar nuestros vicios”
Y en el párrafo final augura tormentas y ruina en el alma de quienes le critican, y leyendo entre líneas prevee tempestades en la República amenazada por tales pasiones furibundas que se iban a pagar el prestigio, la fortuna y aun las vidas de tantos, pasiones que convergían y estaban ya penetrando en la máxima autoridad, el Emperador Nerón su peor discípulo… y el más tristemente conocido.
Como dijimos, hay en este diálogo filosófico lo que podemos llamar un ideario de la filosofía estoica, cuya doctrina predica una posición viril –la vida es milicia, diría Séneca- ante las circunstancias, las dificultades, pruebas y seducciones del mundo: El código de una nueva ética que permitiría, llevado a efecto, la forja espiritual de una nueva juventud, más pura y más fuerte, capaz de limpiar las pústulas morales de nuestra sociedad envejecida, renovándola, por tanto, y devolviéndole la esperanza.
Dice Séneca[3]:
Quien a sí mismo se proponga:
- Yo miraré a la muerte con la misma cara, cuando la oiga acercarse a mí.
- Me someteré a todas las tareas sean ellas cuáles sean: el alma apoyará al cuerpo. Despreciaré las riquezas, tanto las presentes como las ausentes, no entristeciéndome si ellas están en cualquier otro lado, o si brillan furiosamente a mi alrededor.
- Seré insensible a la fortuna, bien se acerque, bien se aleje de mí.
- Consideraré toda tierra como mía y las mías como perteneciendo a todos.
- Viviré con la conciencia de haber nacido para los otros y agradeceré a la naturaleza: de hecho, cómo podría salvaguardar mejor mis intereses. Ella me dio a todos y todo me dio.
- Cuanto tenga, no lo guardaré sórdidamente ni pródigamente lo disiparé. Pensaré que no poseo nada mejor de lo que ofrezco con alegría. No mediré los beneficios por su cantidad, ni por su peso, sino por la estima que tenga; nunca será demasiado para mí si quien recibe lo merece.
- Nada haré fundamentándome en la opinión, sino que lo haré todo de acuerdo a la conciencia; pensaré que todos me están mirando, aún cuando yo sea el único testigo de mis actos.
- Al comer y al beber, no tendré otro objetivo más que extinguir los deseos naturales, y no llenar y vaciar el estómago.
- Seré agradable a mis amigos, indulgente y gentil con los enemigos, me mostraré dispuesto antes de que me soliciten y acudiré a todos los pedidos honestos.
- Sabré que mi patria es el mundo y que los Dioses lo presiden, estando sobre mí y a mi alrededor como censores de mis actos y de mis dichos.
- Cuando la naturaleza reclame mi vida o la razón me diga que abdique de ella, partiré, dando testimonio de haber amado la buena conciencia, los buenos estudios, de que no limité la libertad de nadie, y mucho menos la mía”
Quien esto se proponga, quiera o intente hacer esto, dirige su camino hacia los Dioses, y, aunque no lo consiga, podemos decir que sucumbió, sin embargo, a grandes esfuerzos[4].
Jose Carlos Fernández
[1] Hechos XVIII, 12-17. Recordemos la escena: Siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos, con una misma furia, se echaron encima de Pablo y le condujeron ante el tribunal, diciendo: Este persuade a los hombres a dar a Dios un culto que está fuera de la ley. Mas cuando Pablo iba a abrir su boca, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de algún acto contra justicia o de alguna mala fechoría, con razón, ¡oh judíos!, os escucharía yo con calma; pero si son dimes y diretes sobre palabras, sobre nombres o sobre vuestra propia ley, allá lo veréis vosotros; juez yo de estas cosas no quiero serlo. Y les ordenó despejar el tribunal. (Nuevo Testamento Trilingüe, Biblioteca de Autores Cristianos)
[2] Esta es una diferencia fundamental entre la mentalidad filosófica romana, y el ascetismo cristiano. El filósofo romano piensa de qué modo hacer mejor uso de sus riquezas para promover la virtud y ayudar a los otros, el monje cristiano renuncia a ellas y por tanto a la responsabilidad que implica tenerlas. Para el filósofo romano, las riquezas forman parte de los dones de la vida y fortuna que es necesario ejercitar, para trabajar en el mundo y ser por tanto probado en él. La mentalidad cristiana, que hizo sucumbir a Roma, promueve el alejarse de las riquezas y de todo tipo de bienes, incluido el del amor, por que lo que quiere es precisamente desligarse del mundo y dejar de tener en él responsabilidades.
[3] El texto es del libro La Vida Feliz (De Vita Beata), Cap. XX, 3-5. Y dado que es un código moral, para grabar en letras de bronce en la estela de granito de nuestra decisión, aquí va el texto original, en una lengua que aunque ya casi no hablada –una lengua “muerta” según los eruditos- aún nos trae el mensaje de voluntad y concordia de la Roma Eterna:
3. Qui sibi hoc proposuit:»Ego mortem eodem vultu quocum audiam videbo. Ego laboribus, quanticumque illi erunt, parebo animo fulciens corpus. Ego divitias et praesentis et absentis aeque contemnam, nec si aliubi iacebunt tristior, nec sicirca me fulgebunt animosior. Ego fortunam nec venientem sentiam necrecedentem. Ego terras omnis tamquam meas videbo, meas tamquam omnium.
Ego sic vivam, quasi sciam aliis esse me natum et naturae rerum hoc nomine gratias agam: quo enim melius genere negotium meum agere potuit? Unum me donavit omnibus, uni mihi omnis. 4. Quicquid habebo nec sordide custodiam nec prodige spargam. Nihil magis possidere me credam quam bene donata. Non numero nec pondere beneficia nec ulla nisi accipientis aestimatione perpendam; numquam id mihi multum erit quod dignus accipiet. Nihil opinionis causa, omnia conscientiae faciam; populo spectante fieri credam quicquid me conscio faciam. 5. Edendi mihi erit bibendique finis desideria naturae restinguere, non implere alvum et exinanire. Ego amicis iucundus, inimicis mitis et facilis, exorabor
antequam roger et honestis precibus occurram. Patriam meam esse mundum sciam et praesides deos, hos supra me circaque me stare factorum dictorumque censores. Quandoque aut natura spiritum repetet aut ratio dimittet, testatus exibo bonam me conscientiam amasse, bona studia, nullius per me libertatem deminutam, minime meam», -qui haec facere proponet, volet, temptabit, ad deos iter faciet ne ille, etiam si non tenuerit, magnis tamen excidit ausis.”
[4] Las Metamorfosis de Ovidio, II, 328.