Literatura

Una reflexión sobre «Historia de la Eternidad», de Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges

 

Jorge Luis Borges escribió, en plena juventud (1936) Historia de la Eternidad, una obra cuyo título, intencionadamente paradójico imagino que quiere referirse a la “historia del concepto de la eternidad”. Pero conociendo a Borges tan amante de las paradojas y los artificios matemático lógicos, sabemos que el título no podía ser otro. Un libro con una argumentación a la vez delicada, imaginativa y rigurosamente lógica traspasada por un fino sentido del humor y de lo extraordinario. ¡Cuantas veces Borges se asemeja -al estudiar las obras de místicos, poetas y héroes, de filósofos como Platón o Parménides- a un –valga la alegoría- enamorado de las águilas, a un perfecto conocedor de su vuelo y de su anatomía funcional (que permite su vuelo), a un interprete de los signos augurales de estas aves en el cielo, a quien quiere ser águila, con todas las fuerzas de su alma pero no consigue remontar un vuelo que le es vedado al común de los mortales y que tan sólo pueden aquellos que han coronado triunfalmente series sin fin (¿en encarnaciones precedentes?) de esfuerzos y desvelos! Y sin embargo, en ese ensueño, en ese ardiente deseo, en ese Ideal, la sombra del águila comienza a fundirse con su imagen, el poeta comienza a hacer nacer dentro de sí los muñones de alas futuras, dolorosamente: en las chispas de fuego de los versos que forja en el yunque de su alma comienzan a centellear resplandores heroicos y geniales, verdaderas semillas y promesas de futuro, “el gigante comienza a despertar, pronta está la espada para el combate”: Así es como el buen Alonso Quijano se transfigura en Don Quijote de la Mancha.

Entre otros artículos encontramos en este libro un capítulo sobre “La Doctrina de los Ciclos” o del Eterno Retorno. Comenta y rebate una de las propuestas de Nietzsche sobre la Eternidad. Este filósofo alemán decía, en palabras de Borges que:

“El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito el número de permutaciones debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble”. Tal es el orden habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador.

Después de hacer, Borges, un pequeño ejercicio matemático de combinaciones para que veamos la magnitud de los números que implica este razonamiento, acude a la teoría del infinito (y de los números transfinitos) de Cantor para demostrar que el número de posibilidades de combinación es infinito y no finito, y por lo tanto no existe un Eterno Retorno, no por lo menos en el sentido que lo propone Nietzsche.

Veamos: Dice, resumiendo, que el número de todas las posibles combinaciones de 10 átomos de hidrógeno es 10x9x8x7x6x5x4x3x2= 3. 628. 800. Para obtener dos gramos de hidrógenos precisamos dos billones de billones de átomos de hidrógeno (aunque grande, un número finito). El número de combinaciones aquí (sin especificar su forma de disponerse en el espacio) sería (dos billones de billones factorial), o sea, este número multiplicado por una unidad menos, y así sucesivamente hasta llegar al dos (como hicimos en el ejemplo anterior), un cifra que tendría más de un billon de ceros detras!!!. Si esto es para dos gramos, imaginémonos para la masa total del universo: Y aun así, es fácil demostrar que su número, aunque inmenso, es finito. ¿Será cierta entonces, la afirmación de Nietzsche de que vivimos siempre un eterno retorno de imágenes inmóviles en la Eternidad?

Borges es muy ingenioso cuando dice que aunque el número de átomos sea finito, el número de puntos en el espacio en que pueden estar sí es infinito, y usando la argumentación (genial) de Cantor, sabemos que el número de puntos que hay en el ojo de una aguja es el mismo infinito que el del universo entero. Cantor demostró con teoría de conjuntos que 2x Infinito= Infinito (curiosa propiedad que también manifiesta el cero), y que el infinito de puntos en el espacio es tan infinito y del mismo modo infinito en un metro que en la dimensión de una infinidad de universos dispuestos uno después de otro. Por lo que, según Borges, Nietzsche no tiene razón.

Es evidente que el espacio y el tiempo que presupone Borges es homogéneo e infinito, su tiempo y espacio no son más que una noción mental, a priori, como diría el filósofo Kant, y no el de la Filosofía Hermética, un tiempo y un espacio orgánicos y vivos, subordinados a un movimiento perpetuo y pluridimensional. Presuponemos la naturaleza del tiempo y del espacio, pero de hecho no sabemos cuál es esta; ni por los rumbos que ahora llevamos –a través de verdades deducidas de los sentidos- llegaremos a saberlo quizás nunca. Ahí Borges se equivoca y quiere establecer la certeza indudable de un hecho deduciéndola de supuestos a priori de los que no podemos zafarnos, pero que tampoco sabemos ciertos. La nueva Física, y la antigua Filosofía Hermética, descartan un espacio y un tiempo homogéneos o inmóviles, como base de nuestra interpretación mental y causal de la realidad.

Y si el tiempo estuviera hecho en vez de infinitos puntos, de una sucesión inmensa, aunque finita de pequeños espacios, átomos, “bloques” y no puntos infinitos de espacio. ¿O mejor, o si no existiese lo que llamamos “instante temporal” y este fuese, en realidad, una proyección mental[1], como planteó hace varios años el joven genial Peter Lynds, cuyas deducciones han conmocionado la Física desde sus Fundamentos, o sea, desde la Filosofía? Esto solucionaría las paradojas de Zenón[2] tipo “flecha que nunca llega a su blanco”, o la de “Aquiles que no alcanza a la tortuga”, porque nunca deja de ser cierto que cuando el héroe llega a donde la tortuga se halla, esta siempre ha avanzado algo, por poco que sea.

Seamos filósofos y no dogmaticemos, dejemos siempre un margen de duda en nuestras reflexiones sobre tan altos temas, mientras se afianzan nuestras convicciones en la meditación y la contemplación de la naturaleza y de nuestra propia alma inmortal.

Tan pretenciosa es la teoría, o quizás mejor, el juego lógico de Nietzsche, como el modo de rechazarla de Borges. Es interesante, pedagógico y nos es útil para ejercitar la mente y la imaginación, pero no debemos dogmatizar ni categorizar en asuntos que rebasan nuestra comprensión. Queremos, como decía San Agustín, encerrar todo el agua del océano en el pequeño cáliz que llevamos a nuestros labios: todo el océano de la infinita –por lo incomprensible- verdad en nuestra mente, limitada y estrecha, tan llena además de prejuicios y sucia de deseos e inquietudes mundanas. Tan finita es nuestra medida –la medida del hombre- y comprensión como ilimitada la vida y los misterios y tesoros que guarda.

 

José Carlos Fernández

 


[1] Es el mismo problema que intentar encontrar líneas rectas o una circunferencia perfecta en la naturaleza, estas existen sólo en la mente, y su imagen, más o menos deformada, en este divino espejo que es la naturaleza.

[2] Ver el asombroso y lúcido artículo de Peter Lynds, Zeno’s Paradoxes: A Timely Solution , que tanta polémica ha despertado.

3 comentarios en “Una reflexión sobre «Historia de la Eternidad», de Jorge Luis Borges”

  1. Muy bueno, interesante,profundo.El tiempo complica nuestras vidas,es limitado, es corto, nos estropea, en mitad del camino.

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