Literatura

Presentación del libro «El templario del rey», de Antonio Balcao Vicente

templario del rei

 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO «EL TEMPLARIO DE EL REY»[1] de ANTONIO BALCAO VICENTE

 

El ser humano necesita conocer su historia, para de este modo reconocerse a sí mismo y su propia voluntad de ser. Y necesita también saber que está construyendo el futuro, es decir, que está haciendo historia, que está escribiendo en el Libro de la Vida en trazos indelebles, pues todo aquello que no se escriba así es devorado, como decía Baltasar Gracián en su Criticón, por la Cueva de la Nada.

El auge de la novela histórica responde, precisamente a la necesidad de percibir, de alguna manera, los llamados vientos de la Historia, aunque sea en la imaginación, a través de la literatura: Y aunque esta última se apoye muchas veces no sólo en la roca firme de los hechos inequívocos, sino también en el reino infinito de las posibilidades de que se alimenta la ficción y la fantasía.

Poco nos satisface que nos muestren el pasado según la historiografía marxista –y que por tanto debería estar ya obsoleta- de procesos colectivos y económicos y donde los sucesos individuales en los que se gesta lo heroico son arrojados al olvido, para que en él se disuelvan. Puede que les sea útil a ciertos especialistas estudiar la Historia así, pero al público, por lo general, esto le es indiferente. Necesitamos aprender del pasado y volver a considerar la Historia como Magistra Vitae. Necesitamos imaginar y sentir como lo hace el héroe, pues la vida sin actos heroicos, aunque sean los del héroe cotidiano y desconocido, es una vida carente de significado. Sin sacrificio generoso y libre nos acercamos peligrosamente a lo bestial de la mano peluda del egoísmo.

Es por ello que necesitamos, como el sediento el agua, obras que nos devuelvan la Historia. Y si la lectura de clásicos por veces nos es difícil y para algunos demasiado austera, la novela histórica llena ese vacío tan peligroso para el alma y otra vez sentimos en nuestra imaginación el eco de los ejércitos en marcha haciendo estremecer la tierra y a los silfos del aire agitando estandartes y banderas; sentimos el eco silencioso y recogido, íntimo y fecundo, de la vigilia de un templario siempre fiel a la Orden y a su lema Non nobis, non nobis sed domine tuo da gloriam[2].

El problema de este género, la novela histórica, es que respondiendo a la demanda ha literalmente saturado el mercado, creciendo exponencialmente… por desgracia ya casi ad nauseam. Ad nauseam cuando la fantasía reina caótica y hace que el historiador y el lector culto clamen al cielo, o simplemente no lean más allá del primer capítulo. Ad nauseam cuando disminuimos el coraje y la dignidad de los actores históricos haciéndoles cómplices de –sino iguales a- nuestro enanismo psicológico y moral, haciéndoles pensar, decir y hacer lo que avergonzaría al más humilde de sus súbditos o al más libertino o sombrío de sus seguidores: invirtiendo y deformando la escala de valores del héroe o protagonista histórico para hacerla semejante a la que es bien aceptada en nuestra época, lo “políticamente correcto”. Ad nauseam cuando para mantener la atención del lector, cuando falta la documentación erudita –o por veces el más básico conocimiento del siglo que retratan- es necesario llenar las páginas cortejando el género erótico cuando no el abiertamente pornográfico, queriendo pintar con mil matices nuevos el acto sexual o pervertido que por más vueltas que se le de se reduce siempre a lo mismo, como sucede con cualquier función biológica básica. ¡Ay del lector que carece de formación o discernimiento!, acabará creyendo, ¡quién sabe qué! Como en la selección y quema de libros en la casa del bondadoso Alonso Quijano, sería necesario hacer una depuración severa, separando lo que alimenta el alma de lo que la envenena, lo que retrata escenarios históricos de lo que no tiene visos de credibilidad. Y si no lo hacemos, que no está en el espíritu de la época tal, el tiempo, inexorable en sus dictámenes arrojará a la Cueva de la Nada a los que nada merecieron, pues no escribieron nada más que para llenar su bolsa y para satisfacer la insaciable voracidad de un mercado que lee los libros como quien come pipas, pues detrás se halla el vacío pavoroso de la no reflexión.

Gracias al cielo hay libros que cumplen perfectamente su cometido y salvan la dignidad de este género, la novela histórica. Bien documentados, refiriéndose a hechos, usando la imaginación para llenar las lagunas o para tejer una trama que humanice la narrativa, abriéndola al lenguaje de bellos sentimientos y propósitos. Pues no olvidemos que la Literatura es o debe ser Arte y no hay Arte si no encarna y se hace presente la siempre amable belleza. No es necesario sólo narrar hechos, figurar diálogos, recrear escenarios, repetir lecciones, es necesario hacerlo bellamente, dándole ese toque mágico, el toque de la vida misma, que hace que como en la ceremonia y en el beso del amanecer, lo eternamente repetido sea siempre maravillosamente nuevo.

El Templario del Rey es una de estas obras que rinden culto al amor, a la belleza y también a la verdad histórica y a la objetividad, y para ello ¡cuántos miles de horas de investigación y viajes en los últimos cinco años ha debido sobrellevar esforzadamente su autor, mi amigo, el profesor Antonio Balcao Vicente! Si él se permite licencias propias de este género, rápidamente esclarece cuáles son, deslindando lo que construye su imaginación literaria de lo que narra como historiador. Antonio Balcao Vicente es doctor en Historia Medieval y sabe de lo que escribe, no improvisa, trabaja esmeradamente la temática que narra y aunque ésta aparezca al lector de un modo elegante y fácil de leer se adivina la labor ingente que hay detrás.

La novela narra la historia de un templario que después de muchas vicisitudes y aventuras, en Oriente y como consejero del rey Pedro III, el Grande, de Aragón, recibe la misión de conducir a su hija y princesa Isabel -la ya para los portugueses inmortal Santa Isabel, Patrona de Coimbra- hasta la ciudad de Trancoso, donde será desposada por Don Dinis, joven rey de Portugal y los Algarbes. Don Dinis, sexto rey de Portugal, es el primer gobernante de este país que cerró la frontera actual y ejerció serias labores civilizatorias estableciendo los fundamentos militares, agrícolas, económicos, legislativos, diplomáticos, comerciales de lo que sería Portugal como gran nación, por cierto, la nación más antigua de Europa. Santa Isabel es la única reina santa de su historia y la devoción que se le tiene en este país es admirable. Su milagro de las rosas –semejante, por cierto a la de otra reina Santa Isabel, la de Hungría, que fue su tía-abuela- la vincula en cierto modo a la diosa regente de estas tierras y nación, a la Diosa Venus, según canta su más ilustre vate, Camoes en la epopeya Los Lusíadas.

Platón decía que los mejores hombres de plata, o sea los guerreros más sabios se convierten en hombres de oro, regidos no ya por la lucha contra las sombras internas y externas, sino por la vivencia de las Leyes del Alma del Mundo, y de la Sabiduría, por tanto. Son ellos los que viven la Justicia del modo más acabado, y están capacitados, por tanto, por naturaleza y méritos a impartir esta Justicia como jueces, como legisladores y consejeros, como educadores y como gobernantes. El protagonista de este libro, Fray Arnaldo es presentado así, él ha superado la guerra exterior –después de haberla ejercitado, precisamente para vencerse a sí mismo- y por su prudencia, tacto y sabiduría, es elegido como consejero real, primero del Rey Don Pedro de Aragón y después por el mismo Rey de Portugal, Don Dinís.

El autor explora las relaciones del Temple con otras hermandades caballerescas, incluso islámicas, como la de los Assasine; y Fray Arnaldo además se inicia en el ascetismo sufí del más grande filósofo del Islam, Ibn Arabí, llamado el Maestro Máximo. Poco a poco la dureza de la vida, y la guerra como disciplina para establecer el orden en ella o cumplir los designios de la Historia, se van transmutando en una doctrina del amor universal que subyace a todas las religiones y que se expresa de un modo acabado en esta novela en el Culto al Espíritu Santo, al que por cierto, tantísima importancia dio Cristóbal Colón. Son descritas pormenorizadamente algunas de las fiestas folclóricas de esta religión eterna que se trasluce también en las vivencias y enseñanzas de las doctrinas cátaras, de franciscanos y templarios. Hay reflexiones y escenarios donde se considera que los verdaderos enemigos son siempre la violencia y el egoísmo, y la violencia y egoísmo de quienes quieren mantener el status quo y devorar a su opuesto, como un monstruo de dos cabezas, y semejante en lo terrible a la Gran Bestia del Apocalipsis. Por un lado el poder político al servicio de las ambiciones, simbolizado por el emperador o la corona regia; y por otro el poder religioso, no contento con la misión de salvadora de almas, que quiere también ser poseedora de haciendas y fortunas. Recordemos que en este siglo (y no sólo) los Papas lanzaban como hechiceros sus invectivas y maldiciones, interdictos y excomuniones, como si fueran dardos psicológicos de un poder letal, con el poder de desmembrar las sociedades de los países que no quisieran someterse a sus designios “temporales”, y por tanto seculares. Estas excomuniones e interdictos quebraban la relación y fidelidad del súbdito hacia su señor, su validez ante los ojos de Dios, promovían el caos y la anarquía. El rey Alfonso IV, rey de Portugal y padre de Don Dinis murió agobiado por el peso insoportable de tales maldiciones y el rey Don Dinis tuvo que hacer una labor minuciosa y hábil de ingeniería diplomática para reestablecer sin grandes pérdidas las buenas relaciones con Roma.

Una de las cabezas sujetaba una corona real, correspondiéndole un brazo cuya mano aseguraba un cetro. La otra, más aterradora aún, ostentaba una triple tiara pontificia, sustentando en la mano correspondiente un crucifijo que en todo momento parecía soltar.

Su presencia infundía horror e impedía el acceso a la puerta del Templo, mientras se retorcía como si la cabeza real quisiera separarse y aplastar a la cubierta con la tiara papal.

En esta obra, y espejando muy bien lo que sucedía en la época que describe, hay alusiones al Rey del Mundo y a una Nueva Edad de Oro, asociadas a la búsqueda del Preste Juan, emperador ¿mítico? ejemplar y viva encarnación del poder y justicia del Rey del Mundo. Son también de gran interés sus relatos sobre la Iniciación y la doctrina de los Avataras o Enviados de Dios (aunque no, claro, con el nombre oriental, que en sánscrito significa precisamente “descensos”, pues el cielo desciende a la tierra en la forma de un hombre-Dios). No faltan las lecciones de Alquimia, de Matemática y Geometría Sagrada, del simbolismo asociado al proceso de la Construcción (tan caros a la cosmovisión y psicología masónica), de sutil Diplomacia y Estrategia de gobierno, etc. Se describen pormenorizadamente y explicando su simbolismo multitud de monasterios y capillas, y nos llaman especialmente la atención las pinturas románicas de las Iglesias del Reino de Aragón, haciendo un recorrido que el lector puede seguir en uno de los mapas que ilustran la publicación y que convierten la novela en un magnífico libro de viajes para adentrarse en la historia y arte medieval. Y no sólo en este reino de las Españas, sino también en las diferentes iglesias – cistercienses, monumentales como la de Batalla y Alcobaça; o recogidas pero cargadas de un “algo” mistérico como la templaria de Santa María en Tomar- y castillos y encomiendas de esta Orden de los caballeros al servicio del Rey de Reyes.

Hallamos en este libro diálogos y enseñanzas muy fecundas sobre cómo nace el mito, o cómo la Naturaleza se abre ante quien sabe interrogarla. Meditaciones muy penetrantes al respecto de la vida y pruebas internas del templario, y cómo su senda es una senda de purificación en las dificultades y de sacrificio permanente de sus apetitos personales.

No sólo los lugares son descritos minuciosamente, también las ceremonias y honras fúnebres de los reyes, la de coronación (a rey muerto rey puesto) y las vigilias que le anteceden, del Rey Don Dinis y de Don Pedro, con todos sus elementos simbólicos y frases rituales propias.

El momento en que está situada la escena recuerda las persecuciones brutales de que fueron objeto cátaros y albigenses, debido a la cual se dio nacimiento a la Inquisición –en la bula Ab abolendam del Papa Lucio III en 1184-  tan vinculada luego a Santo Domingo Guzmán y sus canes dei (perros de Dios), guardianes celosos del Santo Tribunal. Institución de triste memoria nunca abolida oficialmente, que se sepa.

Y ya se cierne en el aire la futura tragedia del Temple, pérfida y brutalmente traicionada por el rey francés Felipe el Hermoso y su dígito y títere en el Vaticano, el Papa Clemente V, igualmente asesino. Don Dinis, valientemente y con la diplomacia y habilidad de que siempre hizo gala, conseguiría transferir bienes y hombres a la Orden de Cristo nacida a la sazón… pero esto no es narrado en este libro, y el lector lo agradece, pues ¡es un acontecimiento tan triste!… O quizás más triste sería saber por qué no se defendieron, o por qué el destino pronunció su sentencia de muerte. Pero ¿quién sabe tal?, quizás Raimundo Lulio…

Y si el trabajo de la piedra bruta para convertirla en cúbica es de inspiración masónica hallamos también ecos de la sabiduría de San Bernardo y su orden cisterciense, y del trovar clus, ajustando música, matemática y poesía. Y aunque no lo mencione expresamente sí es varias veces insinuado que la poesía es, como decía Tagore, el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos. Es así que los trovadores, inspirados en la Dama Ideal o en la Virgen Maria (la Naturaleza en su estado virgen, prístino; la Madre del Mundo y Estrella del Alba) conseguían hacer de la religión poesía y de la poesía religión.

Este es, en fin, un libro muy apropiado para dárselo a leer y explicárselo en las clases de Historia a adolescentes y jóvenes, pues reúne una gran documentación erudita, generando el interés por todos estos temas antes mencionados (y otros) dándoles una forma muy atractiva. Sería también muy válido – ¡y que conste que no gano un céntimo escribiendo estas líneas o recomendando esta lectura!- para hacer una serie televisiva histórica (tan demandadas hoy día) que tanto bien haría a portugueses y españoles, desconocedores, en general de este periodo histórico.

Terminamos esta breve reseña con las palabras del propio autor en el Epílogo del libro, pues ellas son una declaración de intenciones que nos es de gran interés. Aristóteles decía que podemos saber todo sobre algo si preguntamos el qué, quién, cómo, cuándo, por qué, dónde… Bien, aquí se responden a varias de estas preguntas:

 

Este libro surgió a partir de una propuesta del Profesor Paulo Louçao para que abordase, por medio de una novela histórica, la temática de la influencia de la reina Santa Isabel en el desarrollo del culto al Espíritu Santo en Portugal.

Se trataba de un proyecto sin un término fijado de antemano, implicando una gran investigación documental relativa a la Corona de Aragón, en el siglo XIII.

Rápidamente constaté que las supuestas influencias de Dª Isabel radicaban en profundos sentimientos populares de cariz religioso, muchas veces materializados de forma exotérica, y con un fondo común a los territorios de la Corona de Aragón y del Reino de Portugal.

En esta amalgama básica se combinaban influencias prerromanas, herejías de los primeros siglos del Cristianismo y una profunda desconfianza relativamente a la centralización litúrgica desencadenada por Roma.

Muchos de estos componentes convergían en movimientos con características diversas que, podían derivar tanto de una dosis de mesianismo milenarista como de un retorno a una mítica pureza y simplicidad originales, o incluso, de algunas formas reductivas de dualismo gnóstico, de proveniencia oriental. Fue debido a la riqueza de esta inmensa diversidad que se desarrollaron las innumerables herejías combatidas por el poder de Roma de un modo tan feroz como ausente de gloria, y siempre apoyado en un brazo secular.

Entre esos movimientos, aunque aparentemente sin nada en común, asumieron una importancia fundamental el catarismo, el movimiento templario y los franciscanos, intentando mantenerse siempre en el filo de la navaja en equilibrio entre la herejía y lo estipulado por la Ecclesia.

Establecidas estas balizas, es importante también admitir que la investigación y la escritura de esta obra se desarrollaron en dos momentos claramente diferenciados, separados por un periodo de aproximadamente un año, durante el cual al autor le fueron presentadas nuevas perspectivas de interpretación filosófica de la vida, como resultado de una experiencia de quasi-muerte que vivió. Este hecho influenció de un modo importante el proceso mental de realización de esta obra.

Para la elaboración del texto recurrí a fuentes documentales de diversa proveniencia, destacando especialmente las de producción regia, monástica y episcopal, en el caso de la Corona de Aragón, y de las Cancillerías de Don Alfonso III y Don Dinis, en el caso de Portugal.

De entre las fuentes narrativas relativas a la Corona de Aragón, me parecieron de especial importancia el Llibre dels feits de Jaime I, la Crónica de Bernart Desclot y los Anales de Aragón de Jerónimo Zurita. Para el Reino de Portugal utilicé preferentemente la Crónica de el-rei Dom Dinis de Rui de Pina, la Monarquia Lusitana y la Legenda da Rainha Santa Isabel.

Además de estas usé otra, en particular, a pesar de que era consciente de su falta de autenticidad. Se trata de los, vulgarmente, designados Estatutos Secretos do Mestre Roncelim, que sirvieron de base a la descripción del episodio iniciático que se desarrolla en la Encomienda del Templo, en París (…)

La descripción de los ambientes, tanto físicos como mentales, corresponde a sus características, en la segunda mitad del siglo XIII. Algunas retratan tan sólo el momento que intentan reproducir. Otras, por el contrario, evocan el sueño que lleva al alma a enfrentar lo desconocido, como Fray Arnaldo, al viajar en barca imaginaria, en un mundo que los portugueses fueron construyendo, pieza a pieza, en cuanto sostuvieron una universalidad fraterna, que los hizo imaginar un Preste Juan y un V Imperio, que está aun por ser realizado.

 

 

José Carlos Fernández

Lisboa, 3 de Septiembre del 2011


[1] El título original es O Templário d’El-Rei editado por Esquilo, noviembre 2010

[2] Nada para nosotros, nada para nosotros, Señor sino para la gloria de Tu Nombre.

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