Historia

La vida de Séneca: un ejemplo de búsqueda filosófica y coraje político I

 

Busto con la imagen de Lucio Anneo Séneca
Busto con la imagen de Lucio Anneo Séneca

 

Séneca es uno de los filósofos que junto a Platón, Aristóteles y Plotino, más profunda huella han dejado en nuestra cultura occidental. Su ideario fue el de los emperadores Flavios, de Trajano a Marco Aurelio, el periodo más fértil de Roma. Su ejemplo sirvió de guía a las almas más nobles durante la Edad Media, y el mismo Cristianismo hizo de él una de sus columnas morales. En el Renacimiento la educación de los príncipes y gobernantes se fundamentó en sus lecciones y consejos. Para quien lee sus obras, se convierte en un amigo íntimo, en un Maestro benévolo y fuerte, en alguien tan cercano, pero tan grande que produce ese estremecimiento en el alma que los místicos describieron como “terror sagrado”.  Y Séneca, aunque los eruditos puedan hacer de él sus delicias, es, ante todo, para los jóvenes, para las almas que buscan una guía en medio de las tribulaciones de la vida, un faro en la tormenta de la vida, un sendero en el bosque, sin rumbo, de lo cotidiano, un eje en el giro incesante de nuestra circunstancia. Séneca es, nuestro Séneca, tan nuestro como nosotros seamos de aquella sabiduría y moral a la que sacrificó su vida y su afán.

Séneca nació en Córdoba, ciudad señera que fue, en su tiempo, capital de la Hispania Ulterior, y no sólo de la Bética, como defienden algunos historiadores. Las recientes excavaciones en esta ciudad han revelado su importancia, con el mayor teatro y el mayor anfiteatro de toda Hispania, y aunque la Córdoba que conoce el turismo es la Córdoba Musulmana, ya que fue la capital cultural del Mundo, en el califato omeya (siglo X) de Abderrahmán III, no podemos olvidar que de la Bética surgieron emperadores como Trajano, Adriano y el mismo Marco Aurelio. Y que Córdoba fue residencia imperial durante años, y por lo tanto, en cierto modo Capital del Imperio Romano durante una parte del mandato de Maximiano Hercúleo. Narra Cicerón que era Córdoba una ciudad de poetas y filósofos, que en la pax augustea, recordarían las hazañas de un Viriato, o las guerras de Pompeyo y Julio Cesar que ennoblecieron estas tierras. Julio Cesar además estaba muy unido a esta ciudad porque en ella había iniciado, como cuestor, la “carrera de los honores” y en ella, años más tarde había ejercido como pretor o gobernador civil

Los historiadores no concuerdan en la fecha de nacimiento de nuestro filósofo, pero con Pierre Grimal, podemos estimar que fue en torno al año  4 a. d. C. siendo Tiberio emperador de Roma.

Su padre, Marco Anneo Séneca, llamado, para diferenciarlo Séneca el Viejo, o el Retor, pertenecía al rango ecuestre y era un personaje distinguido, no sólo en su ciudad natal, sino también en Roma. De buena posición y amplia formación cultural conservamos de él dos obras de carácter retórico, Controversias y Suasorias. El propio hijo nos dice que escribió una historia, hoy perdida, que abarcaba desde el inicio de las guerras civiles hasta casi el día de su muerte, el año 38 d. C.

La madre, Helvia, era una mujer de inteligencia despierta y gran cultura, dentro de las limitaciones y costumbres romanas de la época, que no facilitaban, el acceso de las jóvenes a las fuentes del saber. Tampoco su marido le permitió, por su carácter riguroso y “seco” profundizar en un saber que era considerado en una mujer símbolo de vanidad y afectación. ¡Oh tiempo, oh costumbres!, podemos decir con Cicerón, pero esto en nada cambia el pasado, permanente en su inmovilidad, y sí, quizás, nuestro presente y nuestro futuro. Para Séneca, Helvia es “la mejor de las madres”, mater optima y lo que sabemos de ella procede de la carta de consolación que Séneca le envió cuando se hallaba en el exilio de Córcega:

«Te llevo, pues, al lugar donde deben refugiarse todos los que huyen de la Fortuna, a los estudios liberales: ellos sanarán tu herida, ellos te arrancarán toda tu tristeza. Incluso si nunca los hubieras conocido, tendrías que conocerlos ahora; pero en la medida en que te lo permitió el rigor, a la antigua, de mi padre no abarcaste, es verdad, todas las artes liberales, pero sí por lo menos las conociste. ¡Ojalá mi padre, el mejor sin duda de los hombres, menos sumiso a la costumbre de nuestros mayores, hubiera querido que fueras instruida en los preceptos de la sabiduría y no solo rociada con ellos! Ahora no habría que proporcionarte ayuda contra la Fortuna, sino simplemente sacarla a relucir. Por culpa de ésas que se sirven de las letras no para aprender sino para presumir, no permitió que te entregaras plenamente a los estudios. Sin embargo, gracias a la avidez de tu talento, aprovechaste más de lo que el tiempo hacía esperar. Se echaron los cimientos de todas las disciplinas: vuelve ahora a ellas, te mantendrán a salvo».

Y sin embargo, muy cerca tuvo que estar Helvia del alma de sus hijos, en su educación y en su formación moral; según se deduce de las palabras que Séneca pone en su boca, en esta misma “Consolación”:

«¿Donde están nuestras conversaciones, de las que yo era insaciable, ¿dónde tus estudios, en los que yo intervenía con más placer que cualquier mujer, con más intimidad que cualquier madre?»

Séneca tenía dos hermanos, Marco Anneo Novato, algo mayor que él, y Lucio Anneo Mela, no mucho más pequeño. El primero fue adoptado por un retórico amigo de la familia, Junio Galión; se dedicó a la política llegando a ser procónsul, gobernador de la provincia de Acaya. Sabemos de él por los Hechos de los Apóstoles, pues intervino con buen juicio y moderación en el proceso iniciado contra Paulo de Tarso, denunciado por el celo y fanatismo de la comunidad hebrea. Es posible que ahí naciera la amistad del futuro San Pablo con la familia Séneca y que luego dio origen,  a una relación epistolar entre nuestro filósofo y el apóstol. Conservamos una serie de Cartas de San Pablo a Séneca y  de Séneca a San Pablo que aunque los historiadores consideran falsas, bien pudieran ser auténticas, según defiende, con razones que no son de despreciar, la universidad de Florencia. Si son ciertas, no debemos olvidar que en ellas el futuro mártir e ideólogo del Cristianismo llama a Séneca “mi venerable Maestro” y que Séneca responde, amable con un “mi querido hermano”.

Lucio Anneo Mela fue el padre del poeta Lucano, e intervino menos en política porque, según narra

Tácito[1] , “se había abstenido de aspirar a cargos, debido a su ambición a la inversa: siendo caballero romano, tentaba igualar en el poder a los que habían sido cónsules”

Séneca, nuestro filósofo, con tres años de edad, y casi en brazos de su tía, viaja a Roma, donde su padre, que formaba parte de círculos muy influyentes, pensaba encaminar la educación y el futuro político de sus hijos.  Y el mismo Séneca nos cuenta que no había salido de la infancia, cuando comenzó a escuchar las lecciones de Sothión un filósofo egipcio, de Alejandría, de tendencias pitagóricas. Este filósofo enseñaba la trasmigración de las almas en sucesivos cuerpos y a través de los distintos reinos de la naturaleza en la búsqueda de la perfección.  También el método para purificar el cuerpo y el ánimo y hacerlo más transparente a la luz de la Divinidad Única y muchas otras instrucciones, patrimonio de las Escuelas de Misterios (Casas de la Vida) que funcionaban adjuntas a los templos egipcios. Otros filósofos que atrajeron su atención pertenecen a la escuela estoica, con una filosofía que Séneca haría propia y que intentaría, durante toda su vida honrar con la práctica. Son Atalo y Papiro Fabiano, que en su juventud, dejaron profunda huella en su alma. Desde adolescente y siguiendo las enseñanzas de estos maestros, Séneca comenzó a disciplinar su cuerpo con austeridades y su mente con estudios y reflexiones que no parecían propias de alguien tan joven. Dormir en el suelo, carecer de ningún tipo de comodidad, beber sólo agua, rechazar los perfumes, aprender y fortalecerse en la soledad, evitando compañías y palabras superficiales, los baños de agua fría y las pocas horas de sueño, forjaron su independencia de carácter y su libertad interior, superando la esclavitud a que nos someten los sentidos y las pasiones. Inició, según la enseñanza de Sothión, un régimen vegetariano estricto, que tuvo que abandonar, a instancias del padre, por su salud tan frágil y porque un decreto de Tiberio perseguía y sentenciaba a muerte a magos y “matemáticos”, siendo el régimen vegetariano uno de los signos distintivos de pertenecer a una de estas sectas de adivinos y astrólogos.

Aunque su verdadera pasión y el anhelo de su alma era la filosofía y penetrar en los misterios del Anima Mundi; adolescente como era, aun se hallaba sometido a la tutela paterna y debía comenzar una de las carreras a que le destinaba su rango, o la ecuestre o la senatorial. Eligió esta última. Ejercería las funciones previas al “Cursus honorum”; sin duda el servicio militar y algunas de las responsabilidades del digintivirato, que aunque no abría las puertas al Senado, era el primer escalón administrativo de los futuros pretores y cónsules, gobernadores de provincias o jefes militares.

Debe haber practicado ardientemente los ejercicios de retórica, alentado por su padre; y haber profundizado en sus estudios literarios, muy especialmente los poetas latinos. Séneca cita con frecuencia y de memoria a Virgilio, el príncipe de las letras romanas, autor de La Eneida; y también a Ovidio el más tierno de los poetas de la Antigüedad, el vate inspirado de la Diosa del Amor, Diosa de Roma. Horacio, el poeta amigo de Augusto y Mecenas, es también una referencia para Séneca y el modelo para los coros de sus tragedias.

Decían los filósofos y poetas griegos y romanos que en la edad en que se hallaba Séneca, en la adolescencia de los 17 o 18 años, el alma del joven debe someterse a la “elección  de Heracles”, quien según el mito, y a esta edad, se halló en una encrucijada, la primera gran encrucijada de la vida de las almas grandes. Ante el héroe se aparecieron una dama, que severa y humildemente vestida le guiaría en el camino de la Virtud, camino esforzado, austero, de sacrificios y sinsabores; y otra, alegre, enjoyada, susurrante y enamorada, seducía al enseñarle los caminos y bienes del Mundo. Sabemos de la decisión de Hércules, que al superar tantas pruebas y trabajos conquistó la condición divina.

En cierto modo Séneca, cultor de Hércules, fue sometido a la misma prueba. Los caminos del mundo se hallaban abiertos ante él, gracias a su condición y talento. Pero su alma quería penetrar en el secreto santuario de la verdadera sabiduría, inaccesible si no se elige el camino del sacrificio y la renuncia. Quería continuar su camino iniciado como discípulo del filósofo alejandrino Sothión. Es muy posible que esta crisis se expresara en la quiebra de su salud, que le impidió seguir los caminos del mundo. Fiebres ligeras pero continuas, catarros, una debilidad crónica y un adelgazamiento extremos le impidieron seguir su carrera oficial. Una crisis moral y un profundo abatimiento le tentaron con el suicidio; que no consumó al pensar en el sufrimiento moral de sus seres queridos y en la desolación del padre. Hacia el 25 d.C. ya tenía edad para asumir la questura, pero al parecer no tenía ni fuerza ni deseo de entrar en el Senado. Finalmente le recomendaron un viaje a Egipto, que con su clima tan benigno, la dulzura de su invierno, y la embriaguez curativa del Nilo podría devolverle la salud a su cuerpo y a su alma. Y así fue: la tierra sagrada de Kem, don del Nilo, curó su cuerpo; y las enseñanzas de sus sabios y sacerdotes, curaron su Alma. Y quizás, su Iniciación en los Misterios, significó el reencuentro con su Destino, y con su propia Alma Inmortal, verdadero manantial de las aguas vivas de la verdadera salud.

El vigor y fuerza moral, y la absoluta claridad de miras con que regresó de Egipto, cinco años después, hacen pensar esto, que él era un heredero de los Misterios, sinónimo, según Platón,  de ser un “dedo de Dios”, una fuerza moral en la naturaleza humana.

La misma mujer que, en brazos, le había traído a Roma, ahora se iba a convertir en la más devota de sus enfermeras en su viaje a Egipto, donde también ella se iba a reencontrar con su destino al desposarse con Galerius, prefecto de Egipto.

Como nos recuerda Pierre Grimal, es evidente que Séneca no permaneció en Alejandría los cinco –más o menos- años de estancia en Egipto. Mejor para su salud era el clima del alto Egipto, del que Séneca manifiesta un conocimiento exacto. Servius, en una glosa a la Eneida, comenta varias enseñanzas de una obra que había escrito Séneca –y que por desgracia no conservamos- sobre la tierra y los Misterios Sagrados de Egipto. Allí evoca la Isla y el Templo de Isis en Philae y dice que Isis, diosa de la Sabiduría y el Amor, se habría establecido en esta tierra; y habría enterrado el cadáver de Osiris entre los cañaverales de papiros del Nilo. Dice también que en la misteriosa isla de Abatos, que significa, la Inaccesible-, cerca de Philae, se reúnen los sacerdotes iniciados y celebran sus ritos y aprendizajes en el más perfecto secreto. Dice que el nombre de la isla, Philae –Amistad- , se debe a que en ella Isis había celebrado una alianza de amistad con los egipcios. Y que las marismas de Philae  eran las de la laguna Estigia, prototipo, por tanto, de las que describe el mito griego. Recordemos que las Aguas de Estigia eran aquellas “Aguas” por las que juraban los Dioses….

Séneca, en sus Cuestiones Naturales afirma que esta isla de Abatos era el lugar donde primero se manifestaba la crecida del Nilo. Los egiptólogos identifican esta isla con la de Senis (hoy Bigeh) una de las tumbas de Osiris.

Debemos recordar que el Templo de Isis en Philae fue el último santuario y Escuela Iniciática de la Antigüedad Clásica. Casi un siglo después del cierre de la Academia Platónica y otras Escuelas de Filosofía, después de la sistemática destrucción de los templos, que eran convertidos en establos o basureros; después de la prohibición de los viejos cultos y de que los oráculos de Delfos, Dódona, y tantos otros enmudecieran, aún llameaba el espíritu clásico y sus misterios en este Santuario de Isis, la diosa de los Mil Nombres: Hasta que el emperador Justiniano I ordenó su destrucción en el año 536.

Quizás en este primitivo santuario; o en cualquier otro de Egipto, Séneca fue Iniciado en los Misterios. Años más tarde encontramos junto a Séneca al sabio y sacerdote  egipcio Chaeremón de Alejandría, como preceptor del joven Nerón, y debe ser el mismo que sabemos guió a Séneca por las tierras de Egipto.

Chaeremón enseñaba que los Dioses no son sino las mismas fuerzas y procesos de la Naturaleza visible e invisible. Fuerzas mecánicas, y casi ciegas cuando descienden  a la materia, e inteligentes, supraconscientes, e ideales- Arquetípicos- en los planos de vibración más espirituales de esta misma Naturaleza.

La religión egipcia, enseñaba Chaeremón, veló esta ciencia en símbolos y alegorías, que encubrían, para el profano, los significados primitivos. El hacer de la Naturaleza la causa, el sostén y el efecto de todo, no es, de ningún modo ateísmo, sino más bien un panteísmo filosófico, del que Séneca es un apasionado heraldo.

Séneca regresó a Roma a principios del año 31, y emprendió de nuevo la carrera de los honores. Su tía, un ángel siempre benefactor para Séneca, estableció los contactos necesarios para apoyar su candidatura como cuestor, lo que le abría las puertas al Senado. Su padre, con 85 años, podía respirar aliviado. Por fin su hijo “descarriado” enderezaba sus pasos hacia los caminos del mundo y de la distinción. Evidentemente su vocación de “enamorado de la Sabiduría” no desaparece sino que se interioriza; ser filósofo es ahora una condición vital, y no una toga que uno puede ponerse y quitarse según las conveniencias. En Egipto aprendió que los combates internos deben ser, precisamente internos, que el camino de la sabiduría pasa a través del corazón; y que el silencio es el verdadero atanor, y el recinto sagrado de la trasmutación alquímica del alma. En este periodo que se extiende, aproximadamente, entre los 30 y los 40 años, poco conocemos de su vida “externa”, sólo que se distinguió como abogado y como orador.  De su vida interna, de los movimientos de su alma, poco sabemos, sólo lo que se trasluce a través de obras como Consolación a Marcia y Sobre la Ira, de esta época. De su estadía en Egipto y de su indagación en la naturaleza nacieron tres obras, desgraciadamente perdidas, La naturaleza de las piedras,  La naturaleza de los peces y El movimiento de las tierras.

Refiere Dion Casio la historia de cómo el emperador Calígula le condenó a muerte, no por haber cometido ningún crimen ni por sospecha, sino por haber defendido en el Senado una causa brillantemente, lo que hizo consumirse de envidia al tirano. Séneca se salvó de un modo ”milagroso”, cuando el mismo Calígula ejerció su derecho de gracia, aconsejado por uno de sus cortesanos, ya que, decían, Séneca estaba muy enfermo y moriría en breve, era innecesario granjearse enemigos por un trabajo  o condena que la misma naturaleza podía ejecutar.

Pocos años después, en el 41, fue acusado por Mesalina de adulterio con Julia Livilla. Mesalina, la esposa del emperador Claudio, sentía celos por la joven y hermosa sobrina de Claudio y a la que poco tiempo después haría morir. Es claro que la idea no nació de Mesalina sino del círculo de cortesanos corruptos y embaucadores, quienes verdaderamente gobernaban, y a quienes el resplandor del genio, la nobleza, justicia y honradez de Séneca incomodaban. El carácter débil y afeminado del emperador permitía todos estos excesos, injusticias y crueldades. Séneca, tras la muerte de Claudio, más de diez años después, le haría justicia con el discurso titulado Apokolokyntosis (la transformación en una calabaza), una parodia ácida y burlona de la divinización del emperador .

Séneca fue, además, condenado al destierro en Córcega, por ser uno de los mejores oradores de todo el Senado. Según Pierre Grimal, el partido de Mesalina quería crear una monarquía absoluta, al modo oriental, en que el Senado careciera de poder y de consejo. Por el contrario, Séneca preconizaba, según la más pura tradición augústea, una diarquía. Dos poderes complementarios, Emperador y Senado, siguiendo la herencia egipcia del Faraón y el Colegio Sacerdotal de Amón en Tebas.

Séneca permaneció exiliado en esta isla desde el año 41 al 49. En este periodo escribió la Consolación de su madre Helvia, y la Consolación a Polibio. En Consolatio ad matrem Helviam  Séneca sugiere que su exilio no ha sido provocado por ninguna causa ignominiosa, no más que, por ejemplo, la prisión de Sócrates. El curso político de Séneca ha sido interrumpido por la voluntad de un tirano. Si ha sido golpeado, es por ser el campeón de una causa justa, la de la libertad.

La Consolación a Polibio esta escrita en otros términos. Está destinada a llegar a oídos del emperador y que éste le otorgue su clemencia. Se ha reprochado a nuestro filósofo su “servilismo” e incluso “hipocresía”. Pero Séneca no rebaja en dicha carta su dignidad. Simplemente este tipo de escritos eran algo así como las “solicitudes oficiales” de la época para salir de la condición de exiliado; y por lo tanto, en ellas eran impropias la soberbia y el orgullo. Pero de ahí a acusar de “falsedad” a Séneca hay un abismo que sólo los necios se atreven a cruzar, a ciegas. Séneca pide, exaltándola en este escrito, la clemencia de Claudio. Dice que es una clemencia de la que ya ha dado pruebas, comentando la pena de muerte decretada por el Senado y que el emperador cambió en destierro.

Además, como muy bien nos recuerda Pierre Grimal, la Consolación a Polibio está dirigida al “Príncipe”, más allá de la persona que encarna, mejor o peor, este poder. La crítica, que como filósofo e historiador hace en la Apocoloquintosis está dirigida al hombre. Nadie podía criticar al emperador, como emperador; pero el Senado a su muerte tenía el derecho de la “condenación a la memoria”[2], por el que  se condenaba el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte, eliminando todo lo que recordase al condenado: monumentos, imágenes, construcciones e incluso podía llegar a ser prohibido usar su nombre.

De poco le sirvió a Séneca esta  Consolación a Polibio, escrita en su tercer año de destierro. Después de seis años más de consumirse en la inacción, al no poder ser útil a la Ciudad Eterna y al Imperio; parece haber perdido la esperanza, y renunciado a la vida pública. Así lo indican los poemas que compuso en el exilio y las Exhortaciones a Paulinus, durante los primeros meses del año 49.

Después de la conspiración de palacio que abatió a Mesalina y a su partido; Agripina, la nueva esposa de Claudio se encargó de llamar a Séneca a Roma, en la primavera del año 49, para que educase a su hijo, Nerón; y también como instrumento para la conquista del poder. En este mismo año Séneca es nombrado pretor designado y compone De la brevedad de la vida, considerada hoy como una de las obras de Filosofía más importante de todos los tiempos.

Respecto al cargo de pretor urbano, Séneca se quejaría, en su  De tranquilitate animi de que se había convertido en una función puramente “honorífica” y que se limitaba a repetir “con solemnidad” las palabras que le dictaba un asesor. Verdaderamente, el poder se hallaba ahora en el consejo de los “amigos del Príncipe”

Desde que Séneca fue llamado para estar en este “círculo de poder”, primero junto a Agripina; y después junto a Nerón, nuestro filósofo se comportó de modo impecable, haciendo lo que se esperaba de él; según los cánones de lo Justo, que incluye también la necesaria “Razón de Estado”. Pero por dentro albergaba serias dudas respecto al futuro; y confía a sus amigos más íntimos sus preocupaciones.

Según la carta que escribe a Juvenal, Séneca, recién instalado en el Palatino, se dio cuenta que “Nerón era de una naturaleza cruel y monstruosa, y que él intentaría dulcificarla; tenía por costumbre decir, en la intimidad, que sería imposible que este león feroz, una vez gustara la sangre humana, no recuperara en el momento su crueldad natural”[3].

Suetonio refiere[4] que Séneca, al ser elegido como preceptor de Nerón, soñó que se convertía en maestro de Calígula…

 

(próximamente segunda parte)

José Carlos Fernández

 


[1] Tácito, Anales, 16, 7,3)

[2] La llamada Damnatio memoriae, que era oficialmente decretada por el Senado.

[3] Ad Juv; Sat V, 109. Citado por Pierre Grimal en su Sénèque

[4] Nero 7, 3. Citado por Pierre Grimal en su Sénèque

3 comentarios en “La vida de Séneca: un ejemplo de búsqueda filosófica y coraje político I”

  1. Séneca, un ejemplo a seguir en la actualidad. Es evidente que no al pié de la letra, pero a muchas personas le ahorrará infinidad de problemas dogmáticos con las religiones.
    Saludos

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