Filosofía

Sócrates, de Roberto Rossellini

Carátula de la película "Sócrates", de Roberto Rossellini
Carátula de la película «Sócrates», de Roberto Rossellini

 

En un ciclo de “Cine y Filosofía” no puede faltar, de ningún modo, el film Sócrates, dirigido por Roberto Rosellini en 1971, una alegría para el alma en momentos amargos o difíciles, como describe un blogero al referirse a esta película.

Es asombroso que, a pesar del interés que despiertan, no se hagan más películas de esta naturaleza, sobre personajes ilustres cuyo ejemplo mueve la admiración y el deseo de emular las acciones nobles y virtuosas; y sí sobre todo tipo de depravados, asesinos y mafiosos, cuyo éxito está garantizado quizás por el morbo típico de nuestra parte bestial. Ya decíamos en otro artículo de esta serie cómo el film Confucius, superproducción china de la más alta calidad, apenas entró en el circuito comercial de cines y videos.

Este filme, Sócrates, es, precisamente, el primero de una serie que le encargó la Radio Televisión de Italia y que incluyó también a Descartes, Pascal y Cosme de Médicis. Coproducción de Italia, Francia y España, fue rodado precisamente en este último país, y si uno se sorprende por la forma de las casas, quizás en exceso rústicas, sepa que las escenas son del pueblo Patones de Arriba, el último “reino independiente” de España hasta la primera década del siglo XIX, con su propia lengua, leyes, usos y costumbres.

Roberto Rossellini (1906-1977) ha sido uno de los cineastas más importantes del siglo XX y uno de los padres del Séptimo Arte. Son consideradas obras maestras su Roma, città aperta (1945, premio al Mejor Film del Festival de Cannes), Paisà, realizada en 1946, Germania anno zero (en 1947). Fue uno de los principales vitalizadores del cine hindú, a pedido del Nehru, primer ministro de la India, y quiero destacar, quizás para un artículo futuro, el film que realizó sobre Juana de Arco, valorizando la importancia de su mística y su vida heroica: Giovana d’Arco al rogo, en 1954. Siempre dentro de la corriente llamada neorrealismo del cine italiano, mostrando la cruda realidad humana grita por aquello que el hombre debe ser, más allá del barro en que se revuelve y pierde tiempo y vida.

El director junta diferentes escenas de la vida de Sócrates, uniéndolas para que no exista ruptura del hilo argumental. Usa, como no, los Diálogos de Platón, fragmentos de la Apología de Sócrates, del Fedón (que trata sobre la inmortalidad del Alma), del Critón (sobre el Deber) y del Sócrates de Jenofonte.

Más allá de la parquedad de medios (en comparación con el cine hollywoodesco de hoy día), la genial actuación de Jean Silvère interpretando al filósofo griego, los raciocinios de Sócrates, la belleza de sus metáforas y el perfume del alma platónica que trasciende los milenios sin perder su pureza, tocan las cuerdas del alma del buscador de la verdad: recordándole aquello  que si bien aprendió un día e iluminó su alma es necesario traer a la conciencia una y otra vez. Nadie agradece al cauce seco de un río el agua que llevó otrora, y si el nombre de Rama significa “héroe, agradable”, el de su enemigo Ravana significa precisamente, “cauce seco de un río”.

Hay escenas de hecho inolvidables: cuando se cubre el rostro para no ver cómo son destruidas las murallas de Atenas; el discurso de defensa, en que evita decir lo que sus jueces quieren oír, alimentando su vanidad egocéntrica y expresa la verdad tal cual es, y del modo más simple posible. No quiere seducir a nadie con argumentos retóricos, pero su dialéctica es tan poderosa (unida además al servicio a la Verdad) que destruye como una espada en llamas, los tejidos de sofismas y mentiras de sus enemigos. Es conmovedor también la relación con Xantipa quien a pesar de sus quejas e intemperancias acaba reconociendo que se ha casado con un héroe verdadero, con un hijo de los Dioses, con no sólo el más sabio de Atenas, así proclamó el Oráculo de Delfos, sino también con el más valiente: esa valentía que no es ostentosa, pero que no retrocede frente a la adversidad y camina con la calma de un león en la floresta. Conmueven, asimismo, la entereza y serenidad con que enfrenta la muerte, cual un místico festín, trabando además sincera amistad con su verdugo a quien nada reprocha. Ni siquiera reprocha a la ciudad ingrata y que le ha traicionado, y por la que temé –porque por él nada teme- ya que entregada a la injusticia y asesinando a sus auténticos baluartes morales, ¿quién evitará que se precipite en el abismo, rotos los lazos con los Dioses y sus hijos legítimos? Dice que si las leyes le castigan injustamente a morir, el obedecerá las leyes de Atenas, aun sabiendo que son aplicadas de un modo injusto, pues si él, que es sabio, no se somete a la ley, quién lo hará. Querían hacerle expiar el crimen, quizás de haber sido maestro de dos personajes que después se pervirtieron, Critias y Alcibíades. Y si el discípulo abandona al maestro y pierde después la cordura, o si la pierde antes y después le abandona, quién le puede reprochar al maestro. Se le podría reprochar, en todo caso, que se convirtiera en un tirano o en un infame, que el maestro lo supiera y siguiera con él. Eso sí. Como nos recuerda Platón, en La República, la gran desgracia del injusto es que no tiene verdaderos amigos, pues los justos buscan a los justos, y los injustos odian a justos e injustos, aunque les gustaría ser amados como justos.

El ejemplo de Sócrates y sus palabras “Conócete a ti mismo” (si bien no son suyas, sino de uno de los Siete Sabios griegos, y presidían el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos) atraviesan los milenios como una luz que no decae, e iluminará sin duda el panorama futuro en lo que podemos llamar, el retorno de los Filósofos para conformar los nuevos núcleos de fraternidad y concordia del futuro. Como dijo el poeta Tagore, es desde la medianoche que comienza a amanecer. 

José Carlos Fernández

Lisboa 23 de Abril del 2013

1 comentario en “Sócrates, de Roberto Rossellini”

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