Literatura

Alfonsina Storni y las voces del eterno femenino

Alfonsina Storni

Unas veces mis versos han nacido

Del ideal

Otras del corazón y de la angustia

En tempestad

Otras de alguna sed como divina

Que pide hablar.

Alfonsina Storni, del libro Languidez, 1920

En el sarcófago egipcio de Petamón (en el Museo del Cairo) un texto místico dice: Yo soy el Uno, que se convirtió en Dos. Y es así que la realidad, polarizada, es percibida siempre desde una doble dimensión, como activa o como receptiva, visible, invisible, pensada o sentida, cóncava o convexa, sujeto u objeto, agente o paciente, solar y lunar, Yan o Ying, etc… En las antiguas civilizaciones mencionan siempre, de un modo u otro, el misterio y la existencia de una Gran Madre, la Naturaleza, fecunda, donde todo es generado y donde todo nace, vive y muere, para volver a renacer y comenzar el ciclo; y un Gran Padre, que expresa el Destino[1] que nos impulsa a cumplir la Ley, a seguir hacia adelante, más allá del placer y del dolor, lo comprendamos o no, lo queramos o no, pues la vida no se detiene. En Egipto llamaron a esta doble faz de Dios Osiris e Isis. Osiris es el Ojo sobre el Trono, la conciencia que alienta y dinamiza todos los procesos de la Naturaleza, Isis, el Gran Amor, la gruta donde se gesta la vida, el cauce por donde discurre impetuoso las aguas del Nilo Celeste. Isis es la Señora de los Mil Nombres, pues las voces de la naturaleza son infinitas, y, como nos recuerda la joya literaria y mística Luz en el Sendero, aunque todo parezca un grito estremecedor por existir, por sobrevivir, es, sin embargo una música de infinita dulzura y belleza: La música del Eterno Femenino o Gran Madre.

Y quién mejor que los poetas, en su mágica sensibilidad, para dar ritmo y voz, como las arpas eólicas pulsadas por los vientos, a esta música del Alma de la Naturaleza. Y quién mejor que las poetisas, las verdaderas poetisas, para ser voz, en esa pureza y entrega de amor, de ese Eterno Femenino, para ser espejo del Gran Espejo que es ese mar interior y sin orillas de luz azul. Las poetisas son ciertamente, usando una metáfora egipcia, los sistros encantados de Hathor, la Gran Diosa Madre, que lleva en su danza incansable.

Alfonsina Storni (1892-1938) es quizás la mejor poetisa argentina del siglo XX, la más popular y querida, y quien con sus trágicos poemas de amor y trágica muerte lanzándose al Mar de Plata de Buenos Aires, alienta con cada vez más vida en el imaginario no sólo de este país, sino en todas las naciones de lengua hispana. Junto con Juana de Ibarbourou, uruguaya y Gabriela Mistral, chilena, es una de las tres grandes poetisas del llamado modernismo en América, reconocida discípula de los versos de Rubén Darío y Amado Nervo, sus ídolos de juventud. Al leer sus poemas no podemos dejar de sentir una gran familiaridad con los de, la también mejor poetisa lusitana, Florbela Espanca.

Alfonsina Storni luchó con pluma incansable y durante toda su vida contra los monstruos y fantasmas del machismo de su época, y encarnó como nadie la femineidad: madre soltera, devorada por las llamas del amor tantas veces, amiga, consejera, educadora de niños, poetisa… Cristaliza dentro de su alma tantas vivencias de lo que es ser mujer, tan bellamente las convierte en joyas alquímicas, en tesoros de luz y vida, música y poesía, que bien podríamos decir de ella, como de Isadora Duncan, que son auténticas sacerdotisas –a pesar incluso, a veces, de sus excesos e intemperancias- del Eterno Femenino y de la “Diosa nacida de la Espuma del Mar” a quien se rinde culto sólo con amor y belleza.

Dicen que nació en el mar en un viaje de sus padres a Suiza, donde pasó la infancia. Junto al mar vivió y compuso la mayor parte de sus inspirados versos. Siempre se sintió muy, muy vinculada al mar[2] a quien cantó y donde quiso que su cuerpo descansara o por él fuera liberada para abismarse en ese otro mar sin límites que es el cielo estrellado.

 

“El mar inmóvil,

desprendido de sus mandíbulas,

exhala un alma nueva.

 

No tiene fondo,

buques hundidos,

almas, abrazadas

a sus algas.

 

Recién nacido,

la cara de Dios,

pálida,

lo mira.

 

Buques no lo escribieron.

Hombres no lo descifraron,

Peces no lo pudrieron.

Baja a buscarlo

el sol,

precipitándose en llamas

entre bosques violáceos,

y al tocarle la frente

abre puertas de oro

que calan –túneles-

espacios desconocidos.

 

Escalinatas lentas

descienden al agua

y llegan, desvanecidas,

a mis pies.

 

 

Por ellas

ascenderé

un día

hasta internarme

más allá del horizonte.

 

Paredes de agua

me harán cortejo

en la tarde

resplandeciente.”

 

 

Anunciada su muerte por el segundo ataque, este definitivo, de un cáncer de mama, decidió ser ella, y no su enfermedad temida y odiada, quien le lanzara en las tinieblas de lo desconocido. Su último poema horas antes de arrojarse al mar, fue breve y su genio audaz aún se permite una pincelada de ironía. La canción de Felix Luna, e interpretada por Mercedes Sousa[3], con una voz que desgarra el alma, evoca estos versos y le rinde un sentido homenaje:

 

Por la blanda arena que lame el mar

su pequeña huella no vuelve más.

Un sendero solo de pena y silencio

llegó hasta el agua profunda.

Un sendero solo de penas mudas

llegó hasta las espumas.

 

Sabe Dios qué angustia te acompaño

qué dolores viejos calló tu voz

para recostarte arruyada en el canto

de las caracolas marinas la canción

que canta en el fondo oscuro del mar

la caracola.

 

Te vas Alfonsina con tu soledad

¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Y una voz antigua de viento y de mar

te requiebra el alma y la está llamando

y te vas, hacia allá como en sueños,

dormida Alfonsina, vestida de mar.

 

Cinco sirenitas te llevarán

por caminos de algas y de coral

Tus fosforescentes caballos marinos

harán una ronda a tu lado,

y los habitantes del agua

van a jugar pronto a tu lado.

 

Bájame la lámpara un poco más

déjame que duerma nodriza en paz.

Y si llama él no le digas que estoy

dile que Alfonsina no vuelve.

Y si llama él no le digas nunca

que estoy dile que me he ido.

 

En el poema “Mi Yo” de su primer libro de versos, La Inquietud del Rosal, editado con sólo 22 años, sus nervios son cuerdas de oro que vibran en presencia de la Gran Vida, místicos sistros en místicos arpegios. ¡Qué intensamente siente las voces del Eterno Femenino!, ¡con qué pureza ante ellas responde!

 

“Hay en mí la conciencia de que yo pertenezco

Al Caos, y soy sólo una forma material,

Y mi yo, y mi todo, es algo tan eterno

Como el vertiginoso cambio universal,

 

Soy como algo del Cosmos. En mi alma se expande

Una fuerza que acaso es de electricidad,

Y vive en otros mundos tan llenos de infinito

Que me siento en la tierra llena de soledad.

 

Cuando en un día tibio percibo la caricia

De la vida, hay un algo que pasa por mí

Tan intenso y extraño, que deseo morirme

Para seguir viviendo como nunca viví…

 

¡Vida! ¡Toda la vida!… Es el grito que siento

Subir de mis entrañas hasta la inmensidad…

¡Cada célula mía quisiera ser un astro,

Un mar, todo el misterio de la fecundidad!

 

Mi cuerpo, que es mi alma, suele sentirse guzla,

Una guzla de plata con cuerdas de cristal

Naturaleza templa la cuerda y es por eso

Que me siento encarnada en todo lo ancestral.”

 

 

Y es que ella, que siente todas las voces de la Naturaleza, se siente un cisne enfermo de amor deslizándose en las ondulaciones del tiempo. Cisnes de Apolo, cisnes de la luz de lo Uno y la Armonía, cisnes de belleza que parecen escriben con su gesto en el aire y con su rumbo en las aguas, los versos de la divina poetisa, la Vida, en letras que parecen garabatos y que son más, son grafos de su lenguaje universal, son los hieros glifos de su voz susurrante y querida. Qué metáfora la del alma cisne y la del cisne dama, qué secreto el que desveló Tchaikovsky en su música, en los acordes en que el príncipe encuentra a Odette y con ella danza; en ese presente del cielo y los Dioses que es el Lago de los Cisnes.

 

“EL CISNE ENFERMO[4]

 

Hay un cisne que muere cercado en un palacio.

Un cisne misterioso de ropaje de seda

Que en vez de deslizarse en la corriente leda

Se estanca fatigado de mirar el espacio.

 

El cisne es un enfermo que adora al Dios de Oro;

El sol, padre de razas, fecunda su agonía

Por eso su tristeza es una sinfonía

De flores que se entreabren en las sombras del lloro.

 

Tiene el pecho cruzado por un loco puñal,

gota a gota su sangre se diluye en un lago

y las gotas azules se encantan bajo el mago

Poder de los rubíes que destila su mal.

 

El alma de este cisne es una sensitiva…

No levantéis la voz al lado del estanque

Si no queréis que el cisne con el pico se arranque

El puñal que sostiene su existencia furtiva.

 

Cuentas viejas leyendas que está enfermo de amor,

Que el corazón enorme se le ha centuplicado

Y que tiene en la entraña como el Crucificado

Un dolor que cobija todo humano dolor.

 

Y cuentan las leyendas que es un cisne poeta…

Que la magia del ritmo le ha ungido la garganta

y canta porque sí, como el arroyo canta

La rima cristalina de su corriente inquieta.

……………………………………………………………….

Yo he soñado una noche que en el viejo palacio

Era el cisne cansado de mirar el espacio.”

 

Y también era propio de las sacerdotisas del Eterno Femenino ser las guardianas de Fuego, del fuego del hogar, del fuego del amor, del fuego de la concordia y la amistad, del fuego de la memoria, del fuego de la verdadera unión, del fuego de la sabiduría, del fuego de la vida. Y de la llama del alma que no debe ser extinta y convertida en piedra, la llama que da la sensibilidad musical, precisamente a las voces del Alma de la Naturaleza y sin la cual somos bultos y sombras en vida, ajenos al sentido de la vida, ajenos a la vida por tanto. Este es el fuego que ellas vigilan, alimentan y cuidan, como velaban las vírgenes Vestales el Fuego de la Concordia en Roma; es la Flor del Loto que debe abrir sus pétalos únicamente a un Sol de Pureza y no a sus luces reflejadas en las aguas de la sensación, y engañosas, por tanto:

 

“DESOLACIÓN

 

¡Oh! ¡Qué caricia inmensa la que en mi pecho habita!

Cabría el mundo entero en la entraña que late,

Y allí se adormiría en dulzura infinita

El grito de dolor que llega del combate.

 

Yo cuido esa mimosa que en mi pecho palpita,

La cuido y la defiendo del humano acicate,

Y tengo por sus nervios de inquietud exquisita

Tan enorme piedad que mis fuerzas abate.

 

¡Jamás la entregaré! Mi pobre sensitiva

Se agostará en el hielo de mi coraza altiva,

Se morirá en mi pecho castigada de sed.

 

Y cuando su cadáver me traiga mucho frío

Me iré serenamente del país del hastío

Al país del Misterio que nos tiende su red…”

 

 

Y es precisamente de lo femenino y eterno, por ser guardianas del Fuego, superar y vencer la tendencia al abandono, al desmayo interior. En la India Védica las Diosas eran llamadas Shakti, que significa, poder, el poder del Dios, su bondadosa e invencible irradiación, su poderosa acción que agita la más ínfima de las fibras de la vida. En su poema Cansancio, Alfonsina Storni da nombre y forma a este desmayo interior, una de las pruebas que deben superar toda alma encarnada encarnando el poder y luz de Dios, sea como voluntad e inteligencia, sea como  amor que da alas perseverando así en esta batalla y danza que es la vida.

 

“CANSANCIO

 

Todos tenemos una hora cobarde,

Una hora de hastío cuando muere la tarde.

 

Cuando se va el amigo que nos trae calor,

El amigo de oro, el Mago Gestador.

 

Cuando se juntan todas las impresiones malas

Y el alma es un tejido de finísimas alas.

 

Cuando puede decirse: lo que fue no será;

Lo que no hice hoy no lo haré nunca ya.

 

Es entonces, cobarde, que me acosa el deseo

De no ser y ni pienso, ni trabajo, ni creo.

 

Es una nulidad completa de mi misma

Que me asusta y me hiere, me subyuga y abisma.

 

Es entonces que yo quisiera ser así

Como una cosa nimia, fútil y baladí.

 

Un chiche que se lleva guardado en el bolsillo

Una prenda cualquiera, un reloj, un anillo…

 

Ser una cosa muerta que la llevan cargada

Y que no sabe nada y que no piensa nada.

 

………………………………………………………….

Todos, todos tenemos una hora cobarde,

Una hora de hastío cuando muere tarde.”

 

 

Y es también de lo femenino y eterno no dejarse atrapar en los laberintos del pasado, en las cárceles del ayer ni en las fantasías del hoy para así crear con la imaginación las formas puras del mañana que deben ser trabajadas ahora, aquí y ahora. Como la luz, siempre viva y siempre joven, sin tiempo y marcando el tiempo de cuanto existe, las voces del eterno femenino reverberan en el alma llamándonos siempre, dado que son puro movimiento y armonía, hacia adelante. Siempre hacia adelante, pues el mañana es niño. ¡Qué importa de las heridas del ayer o de las dificultades del hoy, la Gran Madre es la gran maga y curadora, hay siempre flores nuevas, vida nueva, que brotan de sus manos abiertas!

 

“AÑO NUEVO

 

Ven, haremos vida nueva, en mi pecho tu cabeza,

Tu linda cabeza negra que surcan hilos de plata;

Ven haremos vida nueva y del año que se acaba

Olvidaremos las penas escanciando del amor

Elixir nuevo de vida para hacer obra de raza.

Ven; que harto lejos estamos y el dolor quiere matarnos!

El dolor que me hizo suya, el dolor que hirió tu alma.

Aquel que nos vio impasibles, ¿te acuerdas?… Quise nombrarlo

Y el corazón se me parte; martilla muy adentro;

Hiere cosas del pasado

Que se enroscan a mi alma como serpiente de fuego…

Ven; que harto lejos estamos y el dolor quiere matarnos!

Anoche soñé contigo; era otra vida, otro año,

Los campos dándose enteros

A los granos,

Y estos maduros, risueños, anunciando en sus entrañas

Todo el germen de la vida donde adivinaba un canto.

Y los jardines floridos, y las fontanas de plata

Cascando agua de colores como ilusiones del alma.

Y de pronto una casita con flores en la ventana

Puso en mi sueño bendito una nota de bonanza.

 

Muchas flores, mucha luz.

Más luces aún, más flores,

Y como lecho de amores

Un jardín bajo el capuz.

 

Y la risa retozando

Siempre en tu boca

Y tu boca

Soñando siempre en mi boca

Con arrebatos de loca!

 

Ven; hay que hacer vida nueva; tengo miedo del pasado

Que me negó tus cariños, que me dejó sin tus besos

Que quiso arrojarme sola de la vida en los senderos…

Tengo llagadas las plantas, el camino es largo, tiene

Muchos guijarros y zarzas, pero tu cariño

Puede curar todos mis pesares. Ven. Hagamos vida nueva,

Tu alma estrechada en mi alma

Y escanciando del amor elixir de nueva raza.”

 

Qué pureza en estos versos que Alfonsina escribió en la primavera de su vida, y con tantas situaciones de dolor lacerándo su psique y su mente (la pobreza, la desolación de un padre borracho primero y muerto después, abandonada del padre de su hijo y a quien sincera amó, viviendo en una ciudad monstruo que la apartaba de las voces de la Naturaleza), pero ella, siempre enamorada y siempre dulce no cede a la tentación de convertirse en estatua de sal, de que no brote más vida del generoso manantial de su corazón. ¡Qué cerca está la juventud del alma, como dijo el filósofo Sri Ram (m. 1973) y el alma de la juventud, como enseñó su discípulo, el profesor Jorge Ángel Livraga (1930-1991), quien llamó a esta juventud perenne que da el alma despierta, Afrodita de Oro!

Qué pureza en los versos y en el alma de Alfonsina, en el poema Resurgir:

 

“Pasé por el tamiz de todos los dolores

Y estoy purificada. ¡Clamo por vida nueva!

¡Una vida que sea como un ritmo de seda!

 

¡Dulzura y más dulzura! La quietud de una tarde

Deliciosa y de sol, la casita con hiedras

Y un pedazo de cielo que en el alma se enreda.

 

Ningún anhelo más que un anhelo infantil,

Tener las golondrinas de una quietud eterna

y sentirme tan buena… ¡tan hondamente buena!…

 

No leer nada, más que en el libro pródigo

Infinito y precioso de la naturaleza

¡Y sorber sus verdades con la esperanza abierta!…

 

Surgir a vida nueva. Realizar el milagro

De cubrir con jazmines la herida de mis venas

Y hacer un canto blanco con restos de tragedia.

 

Tener el corazón hecho un lampo de luz,

Tener el corazón hecho un nido de gemas

Para que siempre se abran otras corolas nuevas.

 

Ir cruzando la vida con alas en el alma,

Con alas en el cuerpo, con alas en la idea

Y un ligero cariño a la muerte que llega.

 

Perdonar, perdonar, no tener ni un rencor;

Darlo todo al olvido y llorar en la quieta

Soledad de la noche con un llanto de perlas.

 

Perlas de anunciación, de olvido, de alegría,

De dulzura, y de gozo de sentirme serena

Y comprender la vida como un ritmo de seda.

 

Hoy lo deseo así… Hoy que es día de fiesta

Y que tengo en el alma mucho de Nochebuena…

 

 

Y como el alma de las mujeres, encarnaciones del amor, es siempre un “Te quiero”, ¡qué dulzura al oír estas palabras que son ella misma! Y así se repite la vieja ceremonia, el arcano y misterio de que, como dice Khalil Gibran en su Profeta, el amor halla la plenitud en sí mismo y de nadie necesita, y todos le necesitan pues quien no ama no vive, y quien real y únicamente vive es el amor. Qué música la de los versos de la joven Alfonsina, con unos veinticinco años, en su poema[5] Dos Palabras:

 

DOS PALABRAS

 

Esta noche al oído me has dicho dos palabras

Comunes. Dos palabras cansadas

De ser dichas. Palabras

Que de viejas son nuevas.

 

Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba

Filtrando entre ramas

Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras

Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento

Moverme para echarla.

 

Tan dulces dos palabras

Que digo sin quererlo -¡oh, qué bella, la vida!-

Tan dulces y tan mansas

Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

 

Tan dulces y tan bellas

Que nerviosos, mis dedos,

Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.

 

Oh, mis dedos quisieran

Cortar estrellas.

 

Uno de los grandes sufrimientos de Alfonsina Storni, de ella, tan enamorada de la belleza, era, precisamente, no ser bella en el sentido ordinario y vulgar del término, aunque todos mencionaban el carisma y poderoso magnetismo y dulzura que irradiaba. Pero en fin, siempre hay corazones insensibles que son incapaces de ver más allá del velo de ilusión, y Alfonsina supo ironizar los desaires sufridos, indicando al mismo tiempo el camino hacia la verdadera belleza. Importante lección para aquellos que quieran aspirar a su sacerdocio y vivir las dulzuras del Eterno Femenino.

 

¿SABÉIS ALGO?

 

Subí, subí, subí. Ya estaba bien arriba

Cuando sentí un murmullo. ¿Era reto, diatriba?

Escuché: carcajadas, ironías, insultos.

¿Que os parezco una simia? Oh mis buenos estultos:

¿Sabéis de cosas bellas?

Yo hace siglos que vivo trenza que trenza estrellas.

 

Y es que existe el sacerdocio del Alma de la Naturaleza, qué importa el nombre, qué importa la religión. La verdadera religión es poesía y la verdadera poesía religión, y el alma de Alfonsina se agita, poseída del entusiasmo de las Musas, o quizás del furor heroico de Apolo o del ritmo báquico de la divina embriaguez. La naturaleza es el verdadero templo de Dios, y sacerdotes quienes nos hacen percibir su íntimo sentido. Alfonsina es sacerdotisa de la Eterna Belleza y bastarían los versos que ahora transcribimos para grabar para siempre a fuego su nombre en el corazón mismo de la existencia. ¿Que no pueden ser las mujeres sacerdotisas? Si ya lo son, del Alma de la Naturaleza y del fuego de la vida y de la vida de los Sueños de Oro, aquellos sin los cuales somos barro en el barro.

 

TEMPESTAD

 

Mundo, sofócame; calor, inúndame;

Poesía, vénceme; amor, fecúndame

Que en esta hora, no sé por qué,

Mi cuerpo tiembla como si fuera

Un gran capullo que primavera

Prendió en un gajo de rosa té.

 

Luz de astros: todos mis poros

Se abren sintiendo vuestros tesoros

Que son trasuntos de inmensidad,

Y en esta hora soy una cuerda,

Cuerda que espera que algo la muerda,

Para dar notas de tempestad.

 

Mar que te agitas: prende en tus olas

El alma mía, que estando a solas

En esta hora con mi inquietud,

Tengo deseos de que mi todo

A un tiempo sea cristal y lodo,

Paloma y cuervo, llama y alud.

 

Noche que escuchas; tú que me amparas

Nunca me niegues tus luces claras,

Quiero arrancarles dulce piedad.

Préstame copos de blanca luna

Porque a sus rayos me vuelvo una

Guzla que pulsa la soledad.

 

Dios que no existes: ¿qué mundos tengo

Dentro del alma que ha tiempo vengo

Pidiendo medios para volar?

Porque hay momentos en que presiento

Que soy la forma del Pensamiento

Que dijo a todo: nacer, crear.

 

¿Por qué yo vivo con lo que vive,

Por qué yo muero con el declive

De lo que muere si no soy más

Que alguna cosa como las tantas,

Como las nubes, como las plantas,

Al frente sombras, sombras detrás?

 

Mundo, sofócame; calor, inúndame;

Poesía, vénceme; amor, fecúndame,

Que en esta hora, no sé por qué,

Mi cuerpo tiembla como si fuera

Un gran capullo que primavera

Prendió en un gajo de rosa té.

 

Alfonsina, reivindicando en su siglo con fuerza y maestría los derechos de la mujer, escribió en un poema que se convirtió en un himno casi, y de los pocos mencionados en el film argentino de Kurt Land sobre nuestra poetisa. Rechaza vigorosamente el pretendido derecho de los cuerpos y almas impuras de exigir pureza a la mujer, y en el sentido más estricto de castidad. ¡Que exija pureza lo puro pues lo sucio ensucia cuanto toca! Estos versos ahora, al menos en nuestra civilización occidental, nada remueven, pero en su tiempo fueron una auténtica revolución:

 

TÚ ME QUIERES BLANCA

 

Tú me quieres alba,

Me quieres de espumas,

Me quieres de nácar.

Que sea de azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada.

 

Ni un rayo de luna

Filtrado me haya.

Ni una margarita

Se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

Tú me quieres blanca,

Tú me quieres alba.

 

Tú que hubiste todas

Las copas a mano,

De frutos y mieles

Los labios morados.

Tú que en el banquete

Cubierto de pámpanos

Dejaste las carnes

Festejando a Baco.

Tú que en los jardines

Negros del Engaño

Vestido de rojo

Corriste al Estrago

Tú que el esqueleto

Conservas intacto

No sé todavía

Por cuáles milagros,

Me pretendes blanca

(Dios te lo perdone)

Me pretendes casta

(Dios te lo perdone)

¡Me pretendes alba!

 

Huye hacia los bosques;

Vete a la montaña;

Límpiate la boca;

Vive en las cabañas;

Toca con las manos

La tierra mojada;

Alimenta el cuerpo

Con raíz amarga;

Bebe de las rocas;

Duerme sobre escarcha;

Renueva tejidos

Con salitre y agua;

Habla con los pájaros

Y lévate al alba.

Y cuando las carnes

Te sean tornadas,

Y cuando hayas puesto

En ellas el alma

Que por las alcobas

Se quedó enredada,

Entonces, buen hombre,

Preténdeme blanca,

Preténdeme nívea,

Preténdeme casta.

 

Alfonsina, alma grande, previene a las sacerdotisas del Eterno Femenino, a las mujeres todas que despertaron al sentido de la vida, que no se dejen enredar ni aprisionar por las almas mezquinas, los hombres diminutos. Y aun así, las sacerdotisas del amor, siéndolo, amarán y vivificarán a cuantas vidas llegue el eco de su música, por diminutas que estas sean.

 

HOMBRE PEQUEÑITO

 

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,

Suelta a tu canario, que quiere volar…

yo soy el canario, hombre pequeñito,

Déjame saltar.

 

Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,

Hombre pequeñito que jaula me das.

Digo pequeñito porque no me entiendes,

Ni me entenderás.

 

Tampoco te entiendo, pero mientras tanto

Ábreme la jaula que quiero escapar;

Hombre pequeñito, te amé media hora,

No me pidas más.

 

Florbela Espanca mencionó los árboles del Alentejo, en el poema de este mismo nombre, diciendo que como ellos también estaba muerta de sed, la sed del alma. También Alfonsina Storni siente que su tierra seca y muerta necesita del agua que la vivifique. Y nos alerta, “no dejes que tu alma muera de sed, acércala a los cauces de la vida interior, los que riegan las floraciones eternas”:

 

“¡Agua, agua, agua![6]

Eso voy gritando por calles y plazas.

¡Agua, agua, agua!

 

No quiero beberla,

No quiero tomarla,

No es la boca mía la que pide agua.

 

El alma de seca, de seca,

Se rasga.

 

Por eso me lanzo por calles y plazas

Pidiendo a destajo:

¡Agua, agua, agua!

 

Abridme las venas,

Vertedles la clara corriente de un río.

¡Agua, agua, agua!”

 

Ella misma se convertirá en Agua de Vida, jardín de lotos, fuerza imparable de benéfica corriente si encuentra el Sol que ilumine y deshaga el hielo en que el amor sin respuesta le ha convertido[7]

 

“Mi corazón es como un dios sin lengua,

Mudo se está a la espera de milagro,

He amado mucho, todo amor fue magro,

Que todo amor lo conocí con mengua.

 

He amado hasta llorar, hasta morirme,

Amé hasta odiar, amé hasta la locura,

Pero yo espero algún amor-natura

Capaz de renovarme y redimirme.

 

Amor que fructifique mi desierto

Y me haga brotar ramas sensitivas,

Soy una selva de raíces vivas,

Sólo el follaje suele estarse muerto.

 

¿En dónde está quien mi deseo alienta?

¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?

Vulgar estorbo, pálido follaje,

Distinto al tronco fiel que lo alimenta.

 

¿En dónde está el espíritu sombrío

De cuya opacidad brote la llama?

Ah, si mis mundos con su amor inflama

Yo seré incontenible como un río.

 

¿En dónde está el que con su amor me envuelva?

Ha de traer su gran verdad sabida…

Hielo y más hielo recogí en la vida:

Yo necesito un sol que me disuelva.”

 

Al que busca y no encuentra, al que siempre espera, a ese Sol que sabe la convertirá en torrente, dedica poemas de tal belleza, de tan amorosa entrega que conmueve hasta las lágrimas, y cada uno de ellos un salmo de lo femenino puro y eterno. No de otra manera cantarían las sacerdotisas de Venus, coronadas de rosas, danzando y dando la bienvenida a cuanto es bueno y justo y bello.

 

“¡OH, TÚ![8]

 

Oh tú que me subyugas. ¿Por qué has llegado tarde?

¿Por qué has venido ahora cuando el alma no arde,

Cuando rosas no tengo para hacerte con ellas

Una alegre guirnalda salpicada de estrellas?

 

Oh tú, de la palabra dulce como el murmullo

Del agua de la fuente, dulce como el arrullo

De la torcaza; dulce como besos dormidos

Sobre dos manos pálidas protectoras de nidos.

 

Oh tú, que con tus manos puedes tomar mi testa

Y hacerle brotar flores como un árbol en fiesta

Y hacer que entre mis labios se arquee la sonrisa

Como un cielo nublado que de pronto se irisa.

 

¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué has venido ahora

Cuando he sido vencida por llama destructora,

Cuando he sido arrasada por el fuego divino

Y voy, cegada y triste, por un negro camino?

 

Yo quiero, Dios de dioses, que me hagan nueva toda.

Que me tejan con lirios; me sometan a poda

Las manos del Misterio; que me resten maleza.

Tus labios no se hicieron para curar tristeza.

 

Para tus labios, agua de una pureza suma,

Para tus labios, copas de cristal y la espuma

Blanquísima de un alma que no sepa nada de abejas,

Ni de mieles, ni sepa de las flores bermejas.

 

Para tus manos, esas que nunca amortajaron;

Para tus ojos, ésos, los que nunca lloraron;

Para tus sueños, sueños como cisnes de oro;

Para que lo destruyas, el más alto tesoro.

 

Oh si luego mis pétalos que estrujaran tus manos,

Adquirieran por magia poderes sobrehumanos

Y hechos de luz se aferraran a la luz de los astros

Para que tus pupilas persiguieran mis rastros.

 

Bien venida la muerte que al sorberme me dieras;

Bien venido tu fuego que agosta primavera;

Bien venido tu fuego que mata los rosales:

Que todas las corolas se acerquen a tus males.

 

Oh, tú, a quien idolatro por sobre la existencia,

Oh, tú, por quien deseo renovada mi esencia,

¿Por qué has llegado ahora cuando no he de lograr

El divino suplicio de verme deshojar?…”

 

 

El último poema de su último libro, y ya sabiéndose enferma de muerte, es una confesión, una oración a la Musa que fue su Diosa durante toda su vida. Los últimos versos de su libro Mascarilla y Trébol editado en 1938 cantan a “Madona Poesía”. Peregrina, cansada de entregar su amor de oro a todos los caminantes, que lo convertían en carbón, exhausta como una María Magdalena, qué diferente, como esta santa al encontrar a Cristo, si hubiese encontrado el Ideal, que hace del oro interior llama pura y luz divina que retorna a su reino, “que no es de este mundo”.

 

“Aquí a tus pies lanzada, pecadora,

contra tu tierra azul, mi cara oscura,

tú virgen entre ejércitos de palmas

que no encanecen como los humanos.

 

No me atrevo a mirar tus ojos puros

ni a tocarte la mano milagrosa:

miro hacia atrás y un río de lujurias

me ladra contra ti, sin Culpa Alzada.

 

Una pequeña rama verdecida

en tu orla pongo con humilde intento

de pecar menos, por tu fina gracia,

 

ya que vivir cortada de tu sombra

posible no me fue, que me cegaste

cuando nacida con tus hierros bravos.”

 

Esta prez sincera, cargada de experiencias y sueños muertos que son cadenas de miedo y frustración, y del peso de la vida como un manto de plomo del que la muerte será médica y curadora; nos hace llorar en silencio. Y sin embargo, hay tal pureza, íntima humildad y ofrenda en estos versos que lavan el alma de quien los oiga o sienta. Poco menos de veinte años antes, con 28 años, quizás sin tantas heridas, y con más esperanzas, más cerca todavía de sí que del mundo, y por tanto más luz que barro, más flor que tallo y raíz, escribió un poema, Alma Desnuda, en su libro Irremediablemente, que expresa, el mejor, la belleza y entrega, el amor e inocencia de lo femenino y eterno, de esa pureza que, como diría Shakespeare en Noche de Reyes, aleja del aire toda pestilencia moral y aún física, como una Artemisa virgen en los bosques sagrados  con sus dardos de plata. Y nos hace sentirnos más buenos y más cerca de Dios, más niños, y más caballerosos ante el misterio que representa la Luz Azul del Eterno Femenino, más atentos a sus infinitas voces y murmullos. Quisiéramos ser, en su noche de amor, espada en llamas. Y en su místico festín, pan bendito y vino redentor.

 

“ALMA DESNUDA

 

Soy un alma desnuda en estos versos,

Alma desnuda que angustiada y sola

Va dejando sus pétalos dispersos.

 

Alma que puede ser una amapola,

Que puede ser un lirio, una violeta,

Un peñasco, una selva, y una ola.

 

Alma que como el viento vaga inquieta,

Y ruge cuando está sobre los mares,

Y duerme dulcemente en una grieta.

 

Alma que adora sobre sus altares,

Dioses que no se bajan a cegarla;

Alma que no conoce valladares.

 

Alma que fuera fácil dominarla

Con solo un corazón que se partiera

Para en su sangre cálida regarla.

 

Alma que cuando está en la primavera

Dice al invierno que demora: vuelve,

Caiga tu nieve sobre la pradera.

 

Alma que cuando nieva se disuelve

En tristezas, clamando por las rosas

Con que la primavera nos envuelve.

 

Alma que a ratos suelta mariposas

A campo abierto, sin fijar distancia,

Y les dice: libad sobre las cosas.

 

Alma que ha de morir de una fragancia,

De un suspiro, de un verso en que se ruega,

Sin perder, a poderlo, su elegancia.

 

Alma que nada sabe y todo niega

Y negando lo bueno el bien propicia

Porque es negando como más se entrega.

 

Alma que suele haber como delicia

Palpar las almas, despreciar la huella,

y sentir en la mano una caricia.

 

Alma que siempre disconforme de ella,

Como los vientos vaga, corre y gira;

Alma que sangra y sin cesar delira

por ser el buque en marcha de la estrella.”

José Carlos Fernández

Lisboa, 26 de Febrero del 2013

 


[1] Como genialmente describió en su asombrosa conferencia Dios en el Hombre- Ayer, Hoy y Mañana, Selma de Nascimento en Lisboa, el 17 de julio del 2009

[2] Y es en ello hermana de nuestra poetisa del mar, Sophia de Mello Bryner.

[3] Que podemos oír, por ejemplo en http://www.youtube.com/watch?v=M_3Xcym37fE

[4] También del libro La Inquietud del Rosal.

[5] Del libro El Dulce Daño.

[6] Poema “Agua” del libro El Dulce Daño.

[7] Poema “Un Sol” del libro Irremediablemente, 1920.

[8] Del libro El Dulce Daño, editado en 1918, Alfonsina tenía, por tanto, menos de 28 años.

3 comentarios en “Alfonsina Storni y las voces del eterno femenino”

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