Arte

Las Venus de Tan Tan y de Berekhat Ram: ¿cuándo nació el arte simbólico?

 

Arte Rupestre
Arte Rupestre

¿Cuándo nació el arte simbólico? Sabemos, sin duda, que una de las características del ser humano, que no es sólamente racional -la capacidad de estructurar de una manera abstracta las sensaciones por medio de una imagen mental de las ideas- sino que es también naturalmente simbólico. ¿Qué significa esto? Que puede crear símbolos, comunicar con lo invisible o con la percepción que tiene de lo invisible por medio de los símbolos. El hombre no es, por tanto, sólo homo sapiens, sino también homo simbolicus. La facultad de simbolizar está muy vinculada a la imaginación y a la intuición. La imaginación porque, como esta, es la facultad de crear imágenes, de extender puentes hacia lo desconocido, para establecer relaciones entre lo invisible y lo intangible y las imágenes que percibimos a través de los sentidos. Por ejemplo, cuando decimos que la verdad es duradera y la mentira frágil y con los pies de barro; cuando expresamos que el amor es dulce; o simplemente cuando vinculamos nuestra alma a “aquello que está dentro”. Todo es metáfora y , por consiguiente, una expresión en símbolos de lo que no nos es expresable ni transmisible. La capacidad de simbolizar está también muy unida a la intuición, que es un modo de conocimiento directo, sin proceso discursivo. La intuición o visión del alma, permite la percepción de las verdades sin discurso racional y, por consecuencia, sin deformación. La facultad de simbolizar necesita de la intuición porque para expresar en imágenes una idea, imágenes no arbitrarias, sino en consonancia de hecho con esta idea, es preciso antes que el alma perciba esta idea por medio de la intuición, que, como dijimos, es el ojo del alma. La facultad de simbolizar es precedente a la de crear mitos, facultades que cuando conecta mito y logos, es casi divina. Esta es la razón de que el poeta Fernando Pessoa dijese que “deseo ser un creador de mitos, que es el misterio más alto que puede obrar algún ser humano.”

Todos los antropólogos concuerdan en que no es posible el arte sin que exista pensamiento simbólico, y los primeros diseños del arte corresponden a la capacidad de simbolizar, facultad en que el ser humano se hermana con lo invisible, con los dioses, con lo que no es mensurable, en definitiva, con el misterio.

Por ejemplo, estamos muy habituados, sea por la Literatura o por el estudio de arte, a comparar la naturaleza con una madre, que cuida y nutre sus criaturas; pero quien percibiera esta verdad sin leerla ni oírla a ningún otro, tuvo una inteligencia y penetración singulares. Cuando el hombre del Paleolítico rinde culto a la Diosa Naturaleza como una madre o como una mujer, siente en su alma verdades más terribles y conmovedoras que nosotros, cuando leemos decenas y decenas de libros de Filosofía[1]. En las Escuelas de Misterios, que intentaban desenvolver la cualidad divina de la inteligencia en el ser humano, confrontaban a los candidatos con estas vivencias que trazan surcos en el alma y caminos en la vida. Su verticalidad mística no estaba deformada por la maraña de conocimientos, tantas veces contradictorios, que deforman nuestra visión de la realidad, y que adormecen nuestra capacidad de acción.

¿Cuando nace lo simbólico? En el momento en que nace el arte. ¿Cuándo nace el arte? En el que se ilumina la facultad de lo simbólico en el alma humano. ¿Cuándo nacen lo simbólico y el arte? Con la condición humana propiamente dicha, que reside en una llama espiritual que permite razonar y crear. Mas crear verdaderamente, lo que no es repetir, ni combinar de forma estéril; sino dar vida y forma a las percepciones intuitivas del alma.

De acuerdo con determinadas tradiciones esotéricas, esta facultad nación en el alma humana hace muchos millones de años, en una humanidad de gigantes; una propuesta que excluye a un ser humano nacido del simio. Estas tradiciones afirman lo opuesto, que el simio antropoide es una mutación contra natura de los seres humanos de otrora.

En todo caso, los antropólogos y los historiadores no daban a la facultad artística y simbólica del ser humano más de 40.000 años. Y el homo sapiens habría nacido, como mucho, hace 150.000 años, dicen.

Entre otras, dos descubrimientos, uno en el año 1981, y otro en 1999, están despedazando este paradigma estrecho y materialista, y están siendo también causa de confusión y dolor de cabeza en sus defensores más acérrimos y dogmáticos.

Venus de Berekhat Ram (250.000 a 280.000 años)
Venus de Berekhat Ram (250.000 a 280.000 años)

El primero es la denominada Venus de Berekhat Ram, una figura antropomorfa de apenas tres centímetros y medio, elaborada en roca volcánica rojiza y encontrada en Israel, cerca de los montes Golán. Es la figura de una Diosa Madre, desgastada por la erosión y con incisiones realizadas con un instrumento de piedra afilada. El microscopio y los test traxológicos demuestran que fue tallada de forma artificial y por tanto conscientemente. Sin detalles claros, el volumen permite adivinar una cabeza y un torso femenino. Fue encontrada debajo de una capa de ceniza fechada con una antigüedad de 230.000 años del periodo achelense[2]. Aquellos que se resisten a aceptar una antigüedad tan sorprendente dicen que es natural (!!) o que habrá sido tallada con esmero pero sin intencionalidad artística (!!!???)

Venus de Tan Tan (200.000 a 300.000 años)
Venus de Tan Tan (200.000 a 300.000 años)

El segundo descubrimiento es la llamada Venus de Tan Tan, figura antropomorfa de aproximadamente seis centímetros de altura. Fue encontrada a una profundidad de 15 metros, en un sedimento fluvial del río Draa junto a la localidad de Tan Tan (de donde recibe el nombre), al sur de Marruecos, y con una antigüedad comprendida entre los 300.000 y los 500.000 años, también en un estrato del achelense medio: Robert Bednarik, especialista en Arte Rupestre, y presidente de IFRAQ (Federación Internacional de las Organizaciones  sobre el arte rupestre), demostró, por medio del análisis de laboratorio, que los perfiles básicos de esta pieza fueron diseñados por la misma naturaleza  (lo que para la mentalidad mágica primitiva, es de gran importancia), pero que diversas líneas horizontales para realzar los brazos, hombros y nalgas fueron realizados con un instrumento de precisión preciso. El uso del microscopio permitió que fueran determinados, también pigmentos artificiales ocres, realizados con óxido de magnesio y de hierro, y que no se encuentran –esto es, que fue pintada ex profeso –en una serie de bifaces (hachas) que rodeaban esta estatuilla de la Gran Madre.

De acuerdo con el esquema evolutivo que tenemos en el cerebro, porque así tantas veces nos lo han enseñado, en esta época el homo no era sapiens, sino, y como mucho, contemporáneo del heidelbergensis. Pero tal vez sea necesario extender nuestra visión y comprender que, quizás, el hombre primitivo no lo era tanto, y que incluso cuando lo fuese, en él había nua llama mística que le hizo percibir en la naturaleza a la Gran Madre, y en el cielo y en el rayo, las expresiones de un Gran Padre, lo que ahora llamaríamos Voluntad o Mente Divina.

Las investigaciones que se hicieron con el “hombre de hielo”, Oetzi, revelaron una conducta, sociabilidad, ciencia médica y mágica en un chamán de hace 5.300 años, en los Alpes, que quebró –por desgracia sólo para la visión de especialistas e interesados, que eran minoría –la imagen del hombre del Calcolítico. Estos dos últimos descubrimientos mencionados revelan de forma inequívoca una religiosidad y un pensamiento simbólico en un homo, que era sin duda sapiens, lo suficiente para percibir en el alma, con fuerza, lo misterioso de nuestro origen, y lo misterioso de nuestro ultérrimo destino. Y que en esta incesante marcha, todos nosotros somos hijos del mismo Padre del Cielo y de la misma Madre Naturaleza, algo que, cada vez más, nosotros olvidamos.

José Carlos Fernández


[1] Carl Gustav Jung enfrenta esta verdad, y la expresa genialmente, en su libro “la energía psíquica” cuando dice cómo se forman los símbolos: el mecanismo psicológico que transforma la energía es el símbolo. Me refiero al símbolo real, y no a su corporización material. De este modo, un agujero hecho por la tribu de los Watschandis no sólo no es una representación del órgano genital de la mujer, sino un símbolo que representa a la mujer-tierra cuando va a ser fecundada. Confundirlo con una mujer sería perturbar semánticamente el símbolo, lo que perturbaría de un modo fatal el valor de la ceremonia.

[2] En realidad, según la datación del estrato geológico, tendría una antigüedad comprendida entre los 230.000 y los 800.000 años.

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