
Cincuenta kilómetros al noroeste de Madrid, enclavado en la sierra de Guadarrama, de poderosa conformación granítica, el monasterio del Escorial es una de las maravillas arquitectónicas de España.
Fue construido por el Rey Felipe II para conmemorar la victoria de San Quintín contra los franceses, en el día de San Lorenzo, el 10 de agosto de 1557; y ser capital de un Imperio donde el Sol no debía hallar descanso.
Felipe II adoptó como modelo regio a Salomón, dechado de sabiduría y prudencia; identificando a su padre, el emperador Carlos V con el rey David. Este monumento colosal debía evocar, entonces al Templo de Jerusalén, según unos, o a la Jerusalén Celeste descrita en el Apocalipsis de San Juan, según otros; aunque respecto al estilo, José de Sigüenza, monje jerónimo historiador del Monasterio dice que su arquitectura procura ser idéntica a la arquitectura antigua romana, ya que el rey quería que su obra rivalizase con la del Vaticano.
Austero, vigoroso, estable, una fortaleza de piedra y no un lugar de recreo; el carácter de esta edificación es el mismo carácter del Rey Prudente, Felipe II. Rey introvertido y solitario como pocos, de carácter saturnino, firmaría al final de su vida cartas y documentos con un “Yo, la Muerte”, porque al nacer había provocado la muerte de su madre; y probablemente obligado por circunstancias políticas (alta traición) a asesinar a su propio hijo, el príncipe Carlos.
La planta arquitectónica de este Monasterio es una parrilla, atributo de San Lorenzo. A este santo está consagrado, y sus huesos, parece ser, descansan en las esferas de metal que se alzan en las torres de dicho monasterio. El diseño en forma de parrilla, es también el de uno de los símbolos sagrados que aparecen en los petroglifos de Galicia.
El Monasterio del Escorial fue encomendado por el rey a la Orden de los Jerónimos, orden muy afecta a la monarquía española, de espíritu monacal, ascético y combativo. El ánimo de esta orden queda muy bien reflejado en las declaraciones de un monje jerónimo. Dice: “se trata de conquistar la Tierra prometida. Prometida no a los pacatos y a los remolones, sino a los fuertes, a los que están dispuestos a luchar con todas sus fuerzas”. Los jerónimos plantean una analogía entre la vida monástica y la guerra, donde el anacoreta da a Cristo el rango de general y proclama que “tiene una espada y avanza delante de nosotros, lucha con nosotros y vence a los adversarios”.
Cuando entramos al atrio de este Monasterio, nos saludan, desde la altura, los héroes bíblicos que Felipe II eligió como paradigmas. Todos ellos reyes y sacerdotes que habían purificado la religión de falsos ídolos, todos ellos relacionados con la construcción del Templo de Jerusalén. Este es el Patio de los Reyes, también llamado, Antesala de la Eternidad, sus proporciones son las del doble cuadrado y se concibió como antesala de la Basílica y lugar de unión entre la sabiduría humana y divina. Sus cuatro lados corresponden a las Bibliotecas, el Colegio, el Convento y la gran fachada del Templo. Dicha fachada está dividida en cinco cuerpos, y en el segundo, entre siete columnas que hacen alusión, quizás, a los Siete Pilares de la Sabiduría, es que se disponen estos reyes de Judá e Israel: Josafat, representado con hoz y hacha, porque destruyó los bosques donde se rendía culto a la ilusión y a los falsos ídolos; Ezequías, portando una nave, porque llevó a buen puerto la nave del Templo; el rey David, con espada y arpa como rey guerrero y poeta con la leyenda: “David recibió la traza o modelo del Templo de manos de su Señor”; Salomón, llevando, como atributo, el libro, símbolo de Sabiduría, con la inscripción: “Salomón edificó el Templo y lo consagró a su Señor”; Josías, que reconstruyó el Templo de Jerusalén y halló entre sus ruinas el Libro de la Ley, con el que aparece representado; y Manasés, con escuadra y compás y la leyenda: Manasés arrepentido restauró el altar y los sacrificios.
El afán del rey Felipe II al construir este monasterio era crear un “microcosmos” que sirviera para la oración y el estudio, para la formación interior y la educación de los jóvenes, para la caridad, como sede de gobierno y también como panteón familiar. El rey mismo vigiló cada uno de los detalles de esta, su obra, desde que el día de San Jorge de 1563 se pusiera la primera piedra-grabada con un texto conmemorativo y mágico por el mismo Juan de Herrera- hasta su última 13 de Septiembre de 1584. Aunque su Biblioteca no quedaría definitivamente terminada hasta nueve años más tarde.
Esta Biblioteca, con una orientación Sur- Norte que permite la entrada de la luz a través de sus amplios ventanales durante todo el día, mide 54 metros de largo, 9 metros de ancho y 10 metros de altura. Su techo, en bóveda de cañón, y sus muros laterales se hallan divididos en siete tramos y tres cuerpos, de clara inspiración hermética.
Los fondos de esta Biblioteca son, en su mayor parte, donación de la Casa Real e incluyen la colección de libros heredada por los Reyes Católicos y también la que el emperador Carlos V había acumulado en su retiro de Yuste, los libros que el príncipe Felipe II había conseguido reunir en su juventud, y todos los libros que los agentes del rey pudieron adquirir por toda Europa. El dominico español, Alonso Chacón en Italia; Ambrosio Morales revisando las viejas bibliotecas de monasterios y catedrales en España. Arias Montano en los Países Bajos, aprovechando el abandono de los Monasterios motivado por la secularización protestante. Antonio Gracián, secretario de Felipe II, dirigiendo la búsqueda y compra de manuscritos que hacían, en nombre del Rey, los embajadores.
Hubo también importantes donaciones, como la colección de obras árabes, hebreas y orientales y de escritos de Ramon Llull, hecha por Benito Arias Montano, el gran organizador de la Biblioteca. O la de textos filosóficos y herméticos del arquitecto, mago y humanista Juan de Herrera.
Al final de toda esta empresa de compras y donaciones, Felipe II reunió unos 4000 manuscritos y 10.000 libros impresos para esta Biblioteca que en esta época podía competir, si no superar, a la mismísima Biblioteca del Vaticano.
En época de Felipe III sus fondos aumentaron con las obras incautadas a Alonso Ramírez a causa de su prisión, y con 4.000 códices árabes del sultán de Marruecos Moulai Zaidan, al ser capturado su buque; a los que hay que sumar los 1.000 manuscritos del Conde Duque de Olivares, en época de Felipe IV.
El deseo expreso de Felipe II de que fuera una biblioteca pública se ha cumplido y hoy sus fondos pueden ser estudiados por quien quiera.
El pintor que realizó los frescos de la Biblioteca es Pellegrino Tibaldi (1527- 1596), quien además ejecutó, para el Monasterio las pinturas de El Martirio de San Lorenzo, para el Altar Mayor de la Basílica, lienzo de más de doce metros cuadrados, y un San Miguel; deudores ambos del juego de luces e intensidad de color propio de la Escuela Veneciana. Tibaldi, pintor en Roma y arquitecto e ingeniero militar luego en Milán, llegó al Escorial por deseo expreso del Rey Felipe, completando los frescos del claustro. Finalmente trabajaría en la decoración de la bóveda de la Biblioteca, en colaboración con Bartolomeo Carducho. Su estilo fue muy del gusto del rey: vigoroso y colorista, heredero del pintor Rafael y del canon escultórico y majestuoso de Miguel Ángel. Las figuras de la Biblioteca asumen posturas audaces, en violentos escorzos y parecen salirse, a menudo del escenario para ellas designado.
En el simbolismo arquitectónico la bóveda representa al cielo, y en el cielo de la inteligencia se representan, en esta biblioteca, las Siete Artes Liberales de una perfecta educación. En el testero norte de la sala, junto al colegio, la Filosofía, reina de las Ideas. Y en el Sur, junto al Monasterio, la Teología, ciencia suprema de la Revelación, vestida con los colores de las virtudes teologales; esto es el blanco de la fe, el verde de la esperanza y el rojo de la caridad.
No debemos olvidar que la Teología nace, como disciplina, en la Escuela Catequética de Alejandría, Escuela de Filosofía fundada y dirigida por los sabios e Iniciados Clemente y Orígenes; conocedores ambos de las doctrinas herméticas y cabalísticas, las únicas que permiten la recta interpretación de las alegorías contenidas en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento.
La labor de Orígenes (184- 254) fue prodigiosa. La inencontrada lista de Eusebio le atribuye más de dos mil libros, y la referencia de San Jerónimo es de 800. Trató de establecer el basamento iniciático de la nueva religión uniendo la tradición cabalista hebrea, el pensamiento neoplatónico –fue, con Plotino, discípulo del Adepto de Alejandría, el gran Amonio Saccas, el Theodidactos- toda la herencia clásica griega y romana y las enseñanzas de Jesucristo, sabias y divinas. No desconocía tampoco, el gnosticismo egipcio y la mística de Mitra, haciendo un esfuerzo colosal de síntesis filosófica y mistérica., fiel discípulo de su Maestro Amonio, creador de la Escuela Ecléctica de Alejandría;
Desgraciadamente, su obra fue muy pronto censurada por la Iglesia porque exponía la antigua doctrina de la trasmigración de las Almas a través de infinitas formas en la naturaleza, y a través de las series armónicas de mundos en la Eternidad. El segundo Concilio de Constantinopla, en el año 553 condenó, después de más de un siglo de polémicas la doctrina de Orígenes que no admitía la resurrección de la carne y si la reencarnación y preexistencia de las almas.
Conocemos, por una carta de Gregorio Taumaturgo, discípulo suyo, todo el programa de estudios y de vida de su Escuela. Después de estudiar varios años las obras clásicas griegas y romanas, poesía, oratoria, dialéctica, Platón, Aristóteles y la filosofía estoica, comenzaban el estudio de los misterios y alegorías encriptados presentes en los textos bíblicos y en las parábolas de Jesús. Y es este “corpus” de conocimiento y de indagación en los Misterios, velados por el simbolismo hebreo y bíblico; y en relación con enseñanzas sobre las que no se puede especular racionalmente, sino vivir intuitivamente; el que luego se convirtió en Teología, o estudio de la Sabiduría Divina. La Teología fue entonces, sinónimo de lo que hoy llamaríamos Doctrina Secreta y sólo podía ser estudiada, sin riesgos de malinterpretar y deformar, con una mente esclarecida por la razón filosófica y por las artes liberales.
Esta ciencia, la Teología, que nunca fue objeto de fe en el sentido actual de la palabra, sino raíz de vivencias intuitivas y que era el fruto natural de la Filosofía, se convirtió luego en el reverso de la misma; en un conjunto no siempre armónico de creencias y opiniones, lógicas o no, sobre lo Sagrado, cuando no sobre la letra muerta de los llamados Libros Sagrados.
José de Sigüenza, discípulo del divino Arias Montano e historiador del Monasterio, describiendo los frescos de la Biblioteca, dice de la Teología:
“Sálenle de la cabeza y rostro unos resplandores divinos y una corona Real, que se sostiene encima con la fuerza de la luz, para significar cuán sobre todo lo terreno se levanta, y que sus fundamentos son divinos, que no tiene necesidad de apoyo humano, y como a Reina tiene de servirle todo y obedecerle”.
Las Siete Artes Liberales de esta Biblioteca; y en orden desde la Filosofía a la Teología son:
LA GRAMÁTICA, con un látigo para corregir las dicciones y los escritos; y corona de laurel para premiar con la victoria y la gloria los esfuerzos en conquistar la pureza de la lengua.
LA RETORICA, con el caduceo de Mercurio en su izquierda y el gesto discursivo en la derecha. Junto a un León, porque “con la fuerza del bien hablar, se amansan los ánimos más feroces”
LA DIALECTICA; con la mano derecha abierta y la izquierda cerrada, expresando el “solve et coagula” de los filósofos alquimistas; esto es, la virtud de concentrar un discurso en una máxima, y la de desarrollar una idea en sus mil evocaciones filosóficas estableciendo las comparaciones que permite la razón según la analogía.
Sigüenza dice que tales gestos “enseñan cómo se ha de dilatar un sujeto y recogerse, que son dos grandes virtudes de su arte; pues no menos dificulta saber recoger lo que de suyo es muy derramado y grande, que ensanchar y dilatar lo pequeño y pobre; entrambas cosas hace con la invención y la disposición; y el modo de argüir y formar razones”. Recordemos, también, que para el filósofo Zenón, el puño cerrado expresa la gravedad y fuerza de los argumentos.
En la cabeza aparece esta imagen coronada con la media luna, a modo de cuernos, “para significar aquella manera de argumento que los griegos llaman Dilema y los latinos Cornuto, con que se aprieta mucho al adversario y con que más fuertemente le derriba y vence”
LA ARITMETICA, hermana de la Música, pues es su fundamento y porque “la una trata de los números y cuenta; y la otra añade sobre estos el sonido”.
LA MUSICA, que es, en la Biblioteca, el Arte fundamental; lleva un laúd de siete cuerdas, como el laurel del Dios Apolo y que expresa las Siete Notas fundamentales, y el alma y armonía de la Naturaleza, cuya esencia y estructura es septenaria.
LA GEOMETRIA, midiendo pirámides con un compás, y llevando en la izquierda una regla graduada, herencia egipcia del “codo real”.
LA ASTROLOGIA, sobre una esfera, que debe, quizás, representar la Tierra; y con un globo azul y estrellas, que mide con un compás; mientras los angelitos de su cortejo ( putti) llevan una esfera armilar, cifras con un significado que se nos escapa y un tratado sobre esta ciencia madre.
Cada una de estas ciencias liberales, de claras tendencias platónicas y pitagóricas, está asociada a varios personajes representativos de las mismas y también a escenas relacionadas. Por ejemplo, la Aritmética aparece con los personajes de Arquitas de Tarento, filósofo pitagórico y teórico musical; Boecio, el último pitagórico ya en plena descomposición del Imperio Romano y que escribió la obra famosa Consolación por la Filosofía; Jenócrates, filósofo de la primera época de la Academia Platónica, y de quien Cicerón afirmaría que “lo desdeñaba todo excepto la virtud más elevada” y a quien H.P. Blavatsky ensalza diciendo que “fue el autor de las magnitudes indivisibles y deriva el alma de la primera Dúada y la llama número semoviente(…), aventajó a los demás platónicos en la exposición de la teoría del alma, sobre la que se basa su doctrina cosmológica, demostrando la necesidad de que en cada punto del espacio universal exista una serie progresiva de seres espirituales animados e inteligentes. El alma humana es, según él, un conjunto de las más espirituales propiedades de la Mónada y de la Duada con los principios más elevados de ambas. Como Platón y Prodico, considera potestades divinas a los elementos y los llama dioses, pero ni él ni otros suponen con ello idea alguna antropomórfica”. Escenas asociadas a la ARITMETICA son los frescos de “Salomón descifrando enigmas con la reina de Saba” y “Los gimnosofistas discutiendo matemáticamente las cualidades del alma”
En el primero, Salomón, con el que se identificaba, como dijimos el mismo rey Felipe II, aparece resolviendo las más difíciles cuestiones que le plantea la reina de Saba. Están sentados junto a una mesa que por lo ornada, parece un altar y en la que descansan una vara de medir (graduada, a la manera del codo egipcio y de las reglas actuales), una balanza para hallar el peso exacto y símbolo también de justicia; y una tabla con números, en cuya parte superior encontramos, en sucesión, la tetractis pitagórica (1,2,3,4), símbolo del Logos, en lo espiritual, y de la naturaleza en su expresión objetiva; la tetractis era el número sagrado del Juramento pitagórico. En la caída del paño de la mesa aparece en caracteres hebreos la sentencia bíblica “Todo lo que existe está fundamentado en el número, el peso y la medida”.
En la escena de los gimnosofistas aparecen estos “filósofos desnudos” que vivían, según la leyenda, en las márgenes del Nilo y de los que San Jerónimo dijera que filosofan con números en la arena. Los escritores del siglo II de nuestra era los consideraron modelos de santidad y pureza y de una sabiduría muy superior a la de los sabios griegos. De ellos H.P. Blavatsky refiere que eran “ascetas de la India, sumamente instruidos y dotados de grandes poderes místicos” y que “es fácil reconocer en ellos los antiguos aranyakas indos, los inteligentes yoguis y filósofos ascetas que se retiraban a las selvas para alcanzar allí, por medio de acerbas austeridades, la experiencia y el conocimiento sobrehumanos”
En el fresco de Tibaldi se muestra a los gimnosofistas haciendo corrillos y fijándose atentamente a las operaciones que se efectúan en el suelo, al cual “llamaban Mensam Solis, porque es el pasto y mantenimiento que da Apolo, a quien llamaban Dios de las ciencias”. En el centro de la composición hallamos un triángulo equilátero con la palabra “Anima”, Alma, limitada por la serie geométrica de los números pares y los impares, naciendo de la unidad. Con estos números se quiere simbolizar la ciencia, las afecciones y las virtudes del alma. Haciendo la descripción de esta escena, José de Sigüenza agrega: “Dije también de esto alguna cosa en los discursos de la vida del mismo santo; allí se podrá ver lo que quiso decir Platón, cuando, definiendo el alma, dijo que era un número que él mismo se movía, y la otra sentencia de Pitágoras, que los principios de todas las cosas estaban encerradas en los números”
Otras escenas pintadas por Tibaldi en la Biblioteca y que son, entre muchas más, recordatorios de profundas verdades son:
David exorcizando por medio de la música al rey Saúl: Ya que toda enfermedad y toda posesión vírica y demoníaca es una falta de armonía, y la música fue considerada por los antiguos filósofos como un remedio para los males del cuerpo y los del alma. La música es matemática sonora y ciertas combinaciones de números y de ritmos tienen un efecto muy poderoso sobre la naturaleza y sobre los genios que la rigen.
En otra escena en que se destaca el poder de la música aparece el retrato de Anfión quien según el mito, construyó las murallas de Tebas con el solo poder musical de su lira. Recuerda Sigüenza, que “las piedras se iban colocando por sí mismas en los sitios que estaban destinados al oír tocar a Anfión”. La ciencia de las vibraciones está aún en pañales y posiblemente supieran más de ella los sabios antiguos que nosotros mismos. A través de la interacción de microondas- que son vibraciones, en campos electrostáticos, magnéticos y otros se pueden conseguir efectos antigravitatorios aún sin explicación, como el llamado efecto Hutchison. Recomiendo seriamente al lector que entre en la página hutchisoneffect.com para ver lo que está trayendo de cabeza desde hace más de veinte años a científicos e ingenieros. Quizás el mito de Anfión sea una expresión poética y velada de grandes verdades científicas e históricas.
Otra escena interesante es la de los sacerdotes egipcios dividiendo las tierras después de la inundación del Nilo. Herodoto cuenta que la sabiduría egipcia era Matemática pura, y que ellos dieron a los griegos migajas de su místico festín. Según Herodoto, la Geometría Egipcia nació del esfuerzo de los sacerdotes de hacer cada año, después de la inundación del Nilo, una justa división de tierras. Esto, sin duda, debe ser una afirmación de carácter simbólico, si no una burla de los sacerdotes. Como también lo es, desde luego, la afirmación de que la pirámide de Kheops fue construida gracias a que el faraón prostituyó a su hija y que cada uno de los que con ella yació entregó una piedra para la pirámide. Los historiadores eligen de Herodoto lo que les interesa y lo que no, simplemente lo pasan por alto, porque no todo lo que dijo Herodoto es cierto y no todo lo que dijo falso. Particularmente pienso que incluso ciertas afirmaciones desmedidas o absurdas del historiador están expresando verdades simbólicas.
Para interpretar esta escena debemos recordar que la inundación del Nilo era, para los egipcios, símbolo de Nun, las Aguas Primeras del Caos, y que por lo tanto la crecida significaba el fin de un ciclo, en que todos los límites y medidas tornábanse difusos; y eran los sacerdotes de acuerdo a sus conocimiento de Matemática, Geometría y Astrología superior quienes determinaban las “nuevas medidas”, los nuevos patrones de un nuevo cosmos y orden de vida. Esta es la explicación de por qué la unidad de medida, el “codo real” nunca es exactamente igual, sino que varía para cada año y lugar, ya que ellos no trabajaban medidas matemáticas abstractas, sino en relación a procesos astronómicos, a medidas-número que pueden producir especiales y beneficiosas resonancias vibratorias con determinados poderes del Cosmos. Legado iniciático que enseña la clave de toda armonía y cuyo espíritu es la justicia misma.
Al observar el fresco de Tibaldi- parece ser que el mago, arquitecto y matemático Juan de Herrera dio los temas para los mismos- el Nilo aparece casi como el Océanos griego, río de agua dulce que delimitaba los confines de la vida. Los cocodrilos son símbolo de las potencias del tiempo y del caos, también de fuerza, de fecundidad y de sabiduría oculta.
Otra escena importante es el fresco que muestra a Dioniso Aeropagita observando un eclipse solar el día de la muerte de Cristo, según el testimonio de San Lucas. Esta imagen recuerda la vinculación de Cristo, como la de todos los “Salvadores de la Humanidad”, con el Sol y con el espíritu que lo rige. La vida de casi todos estos personajes, tal y como es narrada varios siglos después de su muerte, repite patrones astronómicos en que el “Hijo de Dios” se identifica con el Logos Solar, y por lo tanto, con los movimientos aparentes en el cielo de su expresión física, el Sol. Hay un profundo simbolismo y sabiduría escondida detrás de esta identificación. Esto lo sabía, sin duda, Juan Herrera, o Benito Arias Montano, al trazar el programa iconográfico de la Biblioteca. Mitra y Cristo nacen un 24 de Diciembre, en fecha cercana al solsticio de invierno. Orfeo, como Cristo y Hércules, deben descender al infierno para salvar a las almas que allí sufren. En Hércules se ha podido identificar, incluso, la relación de sus trabajos con los signos del zodiaco. Si son ciertas las profecías de Malaquías en que se atribuye el lema de “trabajos del Sol” al Papa Juan Pablo II, es curioso comparar su “reinado” con el del Sol por sus muchos viajes y fatigas, dando una y otra vez la vuelta a la tierra, como hace el sol y falleciendo, y aquí histórica y no simbólicamente, el día de un eclipse solar.
Mito e historia se entrelazan y esta escena servía para recordar que todo está entretejido con una matemática celeste, mismo la vida de los héroes bíblicos; con lo que la Biblia, leída con las adecuadas llaves y conocimientos cabalísticos, se convierte en un tratado de Filosofía profunda, de Matemática y Astronomía esotérica. No olvidemos que la Biblia Políglota de Amberes, dirigida por Arias Montano, incluía muchas anotaciones cabalísticas para entender más allá de la letra muerta de la misma.
Los frescos murales de la Biblioteca del Escorial son, sin duda, un tratado hermético cuyos significados se hallan velados en las formas escultóricas y colores de Pellegrino Tibaldi. Una galería de imágenes que además de llenar de belleza y admiración el alma, la llevan a la reflexión…y al recuerdo.
José Carlos Fernández
Oporto Junio 2005
Muchas gracias por este escrito, ha sido de gran ayuda
Muchas gracias, me ha parecido un artículo muy interesante. Solo una pequeña anotación la batalla de San Quintín fue contra los franceses, no contra los turcos. A no ser que haya leído mal en los libros de historia.
Tiene toda la razón y le agradezco mucho que lo diga, ha sido un desliz, me he confundido con la Batalla de Lepanto. Muchas gracias.
Los números que flanquen interiormente el triángulo anímico de los gimnosofistas no son las series de los pares y de los impares.