Filosofía

«El Caballero del Satán»

Notas sobre la película «El Caballero del Satán» (Giordano Bruno)[1] 
Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis nº185, septiembre 1990 

 

Giordano Bruno
Giordano Bruno

En los tiempos de Giordano Bruno (asesinado en una farsa inquisitorial el 17 de Febrero de 1600), era el dogma, y no la mística, la columna vertebral de la Iglesia Católica: los “buenos cristianos” lo aceptaban vistiendo con su apariencia todos sus actos; los “herejes” lo rechazaban… para revestir sus creencias con nuevos dogmas.

Hoy, de los medios de información de masas nacen los nuevos dogmas y creencias. El cerebro perfila sus nuevas estructuras en 625 líneas. Es lo mismo abandonarse al frenesí de noticias que se contradicen unas a las otras o negar sistemáticamente cuanto perciban nuestros cada vez más saturados sentidos. No importa. Ya sea con imaginarias visiones o en profundo sueño, nuestra ignorancia marcha inexorable en los raíles de una información manipulada y digerida. Tan sólo una insaciable búsqueda de la Verdad puede detener la inercia de un entorno que nos precipita en el abismo de la inconsciencia. Es por ello que se han trazado estas breves y humildes notas: Para que los lectores puedan tener otra perspectiva ante la imagen deteriorada que la película “Giordano Bruno, el Caballero del Satán” nos ofreció del “Filósofo del Fuego”. Y para que puedan a su vez comentarlas a quienes a ellos se acerquen, transformando sus dudas y opiniones en reflexivas preguntas e intuiciones.

Toda la trama general del film nos muestra a un Bruno de profunda erudición ante la que nada pueden los embates del Santo Oficio; enérgico y de gran resistencia física y autodisciplina interna. Pero también aparece como un vividor, mujeriego y borracho, saboreando con deleite y brutalmente los impulsos animales que encubren los “juguetes de Maya”.

Y lo que es peor, un sabio que reniega de su Ideal en los momentos postreros de su vida, que blasfema y grita abatido ante la presencia de la muerte, que preocupado por los derroteros de la Humanidad y el destino de las naciones se olvida de la cotidiana convivencia, carente de ternura hacia los demás; que embebido en sus profundas reflexiones filosóficas no le importa si enseña a quien jamás podrá comprenderle o a quien confundirá.

Un Bruno, en fin, que agita y conmueve  a las masas con sus perniciosas enseñanzas sobre la pluralidad de los mundos habitados, el giro de la Tierra en torno al Sol y el advenimiento de una Humanidad regida por una Religión Natural en armonía con la Ciencia.

Estudiemos una a una las pinceladas de este filósofo que así descrito es ajeno a nuestra alma y a la verdad histórica y lógica:

En ninguna de la biografías consultadas sobre Bruno aparece un sólo detalle que no le muestre como el perfecto caballero y filósofo, o en el que se aparte un ápice de la doctrina moral que propugna. Es uno de los filósofos “a la manera clásica”, de una sola pieza, fiel espejo en sus actos de una sabiduría que bebe en fuentes divinas. En la película, sin embargo (e ignoro en que se fundamentan), le muestran ebrio tras las fiestas orgiásticas en casa de Morosini. No opina lo mismo el historiador Lucio Vero cuando escribe sobre la vida de Bruno en Venecia: “Allí se ocupaba de sus trabajos, conversaba con su alumno, y en las horas libres frecuentaba las tiendas de libros, en particular la de Clotto donde a menudo se entretenía discurriendo sobre doctrinas o discutiendo con los asiduos del lugar en torno a cuestiones doctrinales de Filosofía y Teología. Como en todas las ciudades de Italia, también en Venecia había círculos, lugares de reunión, conversaciones filosóficas y literarias alrededor de las principales familias, entre las cuales, las más celebradas bajo este punto de vista eran la de casa de Bernardo Sechini, mercero, y la de Andrea Morosini, el mejor historiógrago de Venecia. Y si a su doctrina nos referimos, qué diferencia la del falso Bruno deambulando ebrio por los prostíbulos de Venecia y la que pronuncia, en su obra Spaccio (Expulsión de la Bestia Triunfante):

Pone (el filósofo) en los ojos prudencia, en la lengua la verdad, en el pecho la sinceridad, en el corazón ordenados afectos, en los hombros paciencia, en la espalda olvido de las ofensas, en el estómago discreción, en el vientre sobriedad, en el seno continencia (…)

El filósofo heroico es inexpugnable para sus propios vicios… no persigue los placeres ni huye de los dolores… se desvía de las cosas bajas y está siempre dispuesto para altas empresas (…)

A causa de la intemperancia en los afectos sensuales e intelectuales se disuelven, desordenan, dispersan y anegan las familias, las repúblicas, las sociedades civiles y el mundo, la templanza es quien lo reforma todo”

El comentario de la película que dice que Bruno huyó de la Universidad de Tolosa porque fue sorprendido con la mujer del rector de la Universidad forma parte de la sutil trama para desacreditar al filósofo y es decididamente falso. Dice lucio vero, con todo su material biográfico a su disposición (Berti, Sciopio, Actas de la Inquisición…) que Giordano Bruno abandona Tolosa, “probablemente para sustraerse a las graves sospechas suscitadas por sus lecciones en aquella ciudad”.

Otra de las insinuaciones continuas y probablemente malintencionadas es la que nos muestra a un Bruno tan abstraído por los misterios del Cosmos que pierde su humanidad y cortesía, esteriliza la diaria convivencia y se aparta de cuantos le rodean, perdiendo la sensibilidad de lo profundamente humano y retirándose a la elevada torre de cristal de sus meditaciones y vanidades. Así, en la película, golpea a uno de los presos que comparten su celda, aparece en todo momento introvertido y ensimismado, ninguna conversación entrañable, llena de fuerza y ternura a un tiempo, expresión natural de un alma grande… es decir, como si su filosofía nos apartase de los valores de la humanidad que dan cohesión y flexibilidad a las civilizaciones.

¡Qué diferente esta imagen con la que nos ofrece Lucio Vero, cuando, encontrándose nuestro héroe en Inglaterra en casa del embajador francés Miguel Castelnuovo, pasaba largas horas con María, de seis años, hija del embajador, escuchándola, silencioso y tierno, tañer con delicadeza y precisión instrumentos musicales, o mientras la niña leía en francés, inglés e italiano las obras de la Literatura universal; y de quien Bruno diría que “no se sabía si descendió del cielo o surgió de la misma tierra”.

No muestran tampoco este rostro distante y severo sus propios escritos, sino más bien a un idealista tan implacable ante sus propias debilidades como dulce en el trato con los demás:

El filósofo heroico perdona a los sometidos, debela a los soberbios, endereza los entuertos, no olvida los beneficios, socorre a los necesitados, defiende a los afligidos, alivia a los oprimidos, refrena a los violentos, promueve a los meritorios y doblega a los criminales.

(…) Su semblante es amable, porque nunca cambia (refiriéndose a la sencillez del filósofo) y por eso, como gusta al principio, siempre place, y no por defecto suyo, sino del otro, puede dejar de ser amado.

No coincide tampoco con el retrato psicológico que hace Berti sobre las indicaciones obtenidas del proceso veneciano y que describen a Giordano Bruno “sociable, amable y alegre en la conversación, como los italianos del Sur, fácilmente adaptable a los gustos, a los usos y a las costumbres de los otros. Abierto y franco con los amigos y con los enemigos como ajeno al rencor y a la venganza”.

El Bruno que nos muestra la película enseña indistintamente a cuantos se acercan a él o a quien nada puede comprender. Pero, ¿quién tan ingenuo puede creer al filósofo enseñando al populacho una divinidad que vincula la vida misma de todo concepto y asociación, siendo como es el Logos, y que es el influjo mismo del Todo en el Todo? ¿O hablando a los marineros que le transportan a Roma sobre la infinitud del Universo, los innumerables mundos habitados, el giro de la Tierra en torno al Sol…?

Ninguna de las obras de Giordano Bruno está compuesta para el vulgo (entendiendo por vulgo un estado básico de la conciencia que atiende los instintos primarios del cuerpo y busca un continuo apoyo psicológico y de opinión en quienes les rodean) sino para los que retirándose a las divinas soledades de lo espiritual pueden “contemplar” la verdad más allá de los apetitos e ímpetus del cuerpo. Dice Bruno: “Las verdaderas proposiciones no las hemos propuesto al vulgo, sino a los sabios que pueden tener acceso a la inteligencia de nuestros discursos”. Para Bruno, la religión es al vulgo lo que la contemplación metafísica al sabio. Las religiones sirven para canalizar la mística sencilla y las inquietudes del pueblo, pero no son suficiente para el sabio. Son instrumentos educativos y el único medio para conservar la moral del pueblo. Pero el contemplativo necesita espacio donde desplegar las alas de sus heroicos furores: su moral es otra, aquella que emana directamente de las leyes del Universo. La moral del sabio es sencilla, profunda y transparente y muestra en cada uno de sus actos una luz espiritual siempre presente.

Pero lo más pérfido de toda la película son los fragmentos que muestran a Giordano renegando de su confianza en el ser humano, tambaleándose ebrio ante el inminente suplicio, poseído por la ira y blasfemando contra todos. Sin embargo, la historia nos muestra que en ningún momento perdió el manto de dignidad que envuelve a todo verdadero filósofo. Su ánimo permaneció inmutable en sus últimos días. No pronunció, al escuchar la sentencia condenatoria: “Tenéis miedo… tenéis miedo…” en voz queda, sino que según cuenta Lucio Vero escuchó la sentencia con rostro calmo y meditabundo, sin dar señal de conmoción interna ninguna. “Sólo terminada la lectura se volvió hacia el Consejo que le había condenando a muerte y con acento seguro y gesto amenazante profirió aquellas esculturales palabras de conmover y por las que, a casi cuatro siglos de distancia se transparente la viva y palpitante, la heroica figura del mártir: Mayor temor sentís vosotros en pronunciar la sentencia que yo en escucharla. Ni un solo gemido o suspiro arrebató la dignidad del filósofo, cuando las llamas devoraban su vestidura de carne mortal. El silencio en sus últimos momentos proclama a gritos la grandeza del alma del héroe, así como la fidelidad a su Ideal y sus profundas convicciones”.

Qué opacas quedan ahora las palabras que la película le atribuye: “Mi confesión es la confesión de una derrota”, ante las luminosas evidencias de su historia.

Otra acusación más: “Te falta humildad, Giordano”; se refiere sin duda a esa resignación inerte y obediencia estéril que anunciaba ya, hace cuatrocientos años, la muerte y descomposición de la Era de Piscis. La humildad sólo es virtud en los fuertes de espíritu. Desligada de su profunda raíz espiritual, el flujo del Todo en el Todo, la humildad es como el arrastre de los peces del signo zodiacal de su nombre en aguas estancadas.

Otro error que se desliza en la película es una de las frases que repite Bruno: “Todo es para todos en el Universo”, cuando la máxima que rige todo su pensamiento es “Todo está en todo”: el PAN TO PAN de los sabios clásicos y que dice algo muy distinto. Significa que el Universo que se despliega ante nosotros es la proyección velada de lo Uno. Que todo se halla perfecta y armónicamente interrelacionado; que las leyes que rigen el Cosmos como inmenso Ser Vivo son las mismas que afectan a los seres ínfimos (y por tanto, también a nosotros). Es decir, que la “trama” del Universo y los infinitos soles es la misma que teje nuestros pensamientos más elevados (y también los más burdos). Que cada partícula es el espejo del infinito que la rodea y que la destrucción de una sola de las mismas no sería posible sin la extinción de todo el Universo. Que los destinos que gobiernan la existencia de los seres mortales se hallan unidos con vínculos irrompibles y que dichos “hilos” son la esencia de la armonía en acción. ¿Qué distingue entonces, según Giordano Bruno, al Universo de cada una de sus infinitésimas partes? Las partes del Universo reciben el flujo del Todo, pero no en todos sus aspectos o modos. Sin embargo el Universo es el Todo en el Todo, es decir, el Todo, desplegando en acto todos los modos del Ser. El Universo es pues el abismo infinito de la Unidad, donde convergen y se reconcilian todos los opuestos.

Dice Giordano Bruno que quien ha comprendido verdaderamente esta máxima, que es el lema de los magos, ya no teme la muerte pues ésta es simplemente la imagen detenida con la que pretendemos encarcelar el incesante flujo del todo en el todo. La dignidad es el manto del filósofo, la cualidad natural de quien ha mirado a través de la rendija de lo presente y ha vislumbrado el infinito de lo eterno. Éste ha comprendido que su patria no es el lugar de nacimiento, sino el Universo estrellado, el horizonte de la belleza extendiéndose frente a su mirada, y así se convierte en el Eterno Peregrino recorriendo las sendas del Tiempo tras su patria anhelada. 

 

José Carlos Fernández


[1] Aunque en español apareció con el título ya de por sí polémico y abyecto de “Caballero del Satán” el título original es “Giordano Bruno”. Es un film realizado en 1973 por Carlo Ponti, con dirección de Giuliano Montaldo.

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